Acaríciame con tus cinco sentidos

Acaríciame con tus cinco sentidos,
no como se acaricia la piel,
sino como se acaricia un poema que aún no se entiende.

Tócame con la vista,
con esa forma de mirar que desviste,
que hurga como quien rebusca en un cajón
donde aún vive el olor de otra vida.
Mírame hasta que no me reconozcas,
hasta que solo quede el temblor
de lo que podríamos ser.

Óyeme con las yemas de los dedos,
escucha el murmullo de mi espalda
cuando tu aliento baja lento
como una confesión entre dientes.
Haz de mi cuello una nota grave,
de mi ombligo un contrabajo,
de mi gemido un silencio que vibra.

Saborea mis palabras,
aunque vengan sin azúcar ni excusas.
Hay frases que solo se entienden
cuando se pronuncian con la lengua
pegada a otra lengua.

Huéleme sin pudor.
Que cada aroma te cuente mi historia
mejor que cualquier biografía.
Huele la noche que traigo en el pecho,
el café frío de mis miedos,
el incienso de mis ganas.

Y tócame…
pero esta vez, tócame con el alma.
Con ese sexto sentido
que no tiene nombre
pero sabe exactamente dónde duele,
dónde arde, dónde empieza el vértigo.

Acaríciame con todo.
Con lo que eres,
con lo que fuiste,
con lo que te queda cuando nadie mira.
Acaríciame sin prisa,
como quien sabe que este cuerpo
no es cuerpo sin tus sentidos despiertos