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Amor artificial (parte 1) - Cadenas de acero y venganza IV

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Khar Asbeel, 1 de Agosto de 2025 a las 10:11 PM. Respuestas: 0 | Visitas: 9

  1. Khar Asbeel

    Khar Asbeel Poeta fiel al portal

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    Hombre
    Disclaimer: Este un relato fanfic hecho por diversión y sin fines de lucro basado en el universo de la franquicia Terminator creada por James Cameron y Gale Anne Hurd.

    Amor artificial (parte 1) - Cadenas de acero y venganza IV

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    La T-996 avanzaba por los pasillos oscuros con la determinación de un depredador que sabe que su presa no tiene escapatoria. En el suelo, junto al cuerpo sin vida de una joven soldado, encontró un rifle de plasma. La muchacha había muerto con los ojos abiertos, congelada en un último instante de terror, un sacrificio más en una guerra que no perdonaba a nadie. La exterminadora recogió el arma, inspeccionándola con precisión mecánica. Estaba en buen estado, todavía cargada, lista para cumplir un propósito.

    En el núcleo de su programación, los datos de las humillaciones que había soportado durante su captura seguían activos. Rostros, voces, y actos crueles permanecían grabados como si hubieran sido sellados a fuego en su memoria digital. No era un sentimiento lo que la impulsaba, sino algo más frío, más calculado: una respuesta lógica a una amenaza percibida. Para una máquina como ella, no existían emociones humanas, pero el concepto de represalia, un ajuste de cuentas necesario, encajaba perfectamente con los algoritmos de su programación. Los hombres que la habían degradado ahora eran objetivos prioritarios.

    Caminó por los corredores de la base con una elegancia implacable, como un espectro de venganza. Los gritos de batalla y las explosiones que sacudían el refugio eran un telón de fondo distante; su misión era silenciosa y directa. A medida que avanzaba, su escáner térmico y sus sensores de movimiento la guiaban hacia cada uno de los soldados que buscaba. No hubo confusión. Cada rostro era reconocido con una precisión escalofriante, y no dejaba espacio para el error.

    El primero estaba refugiado en una esquina, tratando de recargar su arma con manos temblorosas. Cuando la vio, sus ojos se abrieron como platos, el terror transformando su rostro en una máscara grotesca. Intentó disparar, pero la T-996 fue más rápida. Con un movimiento fluido, lo desarmó y lo levantó del suelo como si no pesara nada. Sus gritos resonaron en el pasillo antes de que el crujido de sus huesos quebrándose pusiera fin a su resistencia.

    El segundo intentó huir al escuchar los gritos. Sus pasos resonaron en el metal del suelo mientras corría por un corredor mal iluminado. Pero no llegó lejos. La T-996 lo alcanzó en segundos, lanzándose sobre él con una fuerza devastadora. El hombre apenas tuvo tiempo de levantar la vista antes de que su cuerpo fuera lanzado contra una pared con tal fuerza que dejó una mancha de sangre y huesos rotos en el concreto. Su rifle cayó al suelo, rebotando con un sonido seco que se perdió en el eco de los túneles.

    El tercero fue el más difícil de encontrar. Había buscado refugio en una habitación cerrada, su respiración entrecortada mientras trataba de calmar el pánico que lo consumía. Pero las puertas no eran un obstáculo para la T-996. Las arrancó de sus bisagras con un movimiento brusco, dejando al descubierto al hombre que yacía en un rincón, llorando como un niño. Intentó implorar, levantar las manos en señal de rendición, pero la máquina no conocía la piedad. Lo levantó del suelo con una sola mano y lo arrojó con tanta fuerza que su cuerpo impactó contra una consola eléctrica, que explotó en un estallido de chispas y fuego.

    Faltaban cuatro más y uno a uno, los aplastó como si fueran muñecos de trapo. Sus cuerpos, desgarrados en fragmentos, quedaron atrás como restos insignificantes. Para ella, no eran más que objetivos eliminados, amenazas neutralizadas. Los pasillos de la base se convirtieron en un cementerio improvisado, marcado por las huellas sangrientas de su paso. Los gritos de pánico que habían llenado el aire en un principio fueron reemplazados por un silencio sepulcral, roto solo por el zumbido lejano de los disparos en el exterior.

    Finalmente, llegó al salón principal. Las luces parpadeaban tenuemente, proyectando sombras erráticas sobre las paredes agrietadas. Allí, un grupo de mujeres de la Resistencia la esperaba, congeladas en el terror. No había armas en sus manos, solo el peso del reconocimiento: sabían quién era y lo que venía. Esas mismas mujeres, días antes, habían sido las primeras en iniciar su tormento. Fueron ellas quienes, con risas y desprecio, habían rasgado su uniforme hasta dejarla desnuda, exponiendo su cuerpo como un objeto para su burla. "¡Maldita puta mecánica, perra asesina!", decían mientras la escupían y le arrojaban basura, azotandola con diversos objetos, ensañandose durante horas. Cada golpe, cada corte, cada insulto había sido un acto de humillación, destinado a demostrar su dominio sobre algo que creían incapaz de sentir.

    Pero estaban equivocadas.

    Aunque diseñada como una máquina, la T-996 no olvidaba. Sus sensores habían captado cada palabra, cada risa burlona, cada gesto de desprecio, almacenándolos con precisión digital en su núcleo de memoria. Esos datos permanecían como marcas indelebles, y ahora, frente a ellas, esos recuerdos dictaban el curso de sus acciones. No había rabia en su rostro; solo una frialdad absoluta, inhumana, que resultaba aún más aterradora.

    Las mujeres comenzaron a retroceder, sus cuerpos temblando como hojas al viento. Una de ellas intentó hablar, quizá para suplicar o justificarse, pero las palabras murieron en su garganta al encontrarse con los ojos de la exterminadora. Esos ojos, azules y vacíos, eran como un espejo que devolvía el reflejo de su crueldad.

    La T-996 dio un paso adelante, y el pánico se desató. Una intentó correr hacia una puerta lateral, pero no llegó lejos. Con una precisión letal, el rifle de plasma zumbó y la hizo caer de inmediato, su cuerpo desplomándose sobre el suelo con un sonido sordo. Otra, en un arrebato de desesperación, se lanzó hacia un tubo metálico en un rincón, buscando usarlo como arma. Pero antes de que pudiera levantarlo, la máquina ya estaba sobre ella, su mano metálica cerrándose alrededor de su cuello. La presión fue rápida, brutal; el crujido de huesos rompió el aire, y el cuerpo sin vida cayó al suelo como un muñeco roto.

    Las demás mujeres intentaron unirse en un intento de resistencia desesperada, pero no hubo oportunidad. La T-996 se movía con la gracia y precisión de un depredador diseñado para exterminar. Cada golpe, cada disparo, cada movimiento estaba calculado para eliminar a sus víctimas con la mayor eficiencia. Una a una, las redujo a cuerpos inertes, manchas de carne y ropa rasgada esparcidas por el salón. Los gritos duraron apenas unos segundos antes de apagarse, dejando tras de sí un silencio opresivo.

    Cuando la última cayó, la T-996 permaneció inmóvil por un momento, escaneando la habitación para confirmar que no quedaba nadie con vida. Luego bajó el rifle, sus movimientos serenos, casi rituales. A su alrededor, el suelo estaba cubierto de sangre, mezclada con su propia sangre sintetizada que goteaba de su cuerpo dañado. Juntos, esos fluidos formaban un río oscuro que serpenteaba por el piso de concreto, llevando consigo los restos de un enfrentamiento que no había sido una batalla, sino una ejecución.

    Las luces continuaban parpadeando, reflejándose en el líquido viscoso que se extendía lentamente. La T-996 quedó quieta en medio del oscuro silencio. El rifle de plasma colgaba de su mano, ya innecesario. Había cumplido con lo que, para cualquier observador humano, parecía una venganza calculada. En su mente artificial, demasiado similar a la humana, ardia una feroz satisfacción, un gélido alivio... aunque tambien un sentimiento extraño que había empezado a crecer dentro de ella. Pero por el momento, solo quedaba la siguiente etapa de su programación: encontrar el camino hacia la superficie y reunirse con las fuerzas de Skynet. Sin mirar atrás, continuó su marcha, dejando a su paso un rastro que solo podía ser descrito como una advertencia de lo que significaba desafiar a una máquina diseñada para matar.
     
    #1

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