El talón de Aquiles

No había en todo el Reino un Paladín con tanta fama y de probado valor. Cada vez que una Dama de alcurnia estaba en peligro, ahí estaba yo dispuesto a defenderla y liberarla de cualquier entuerto. Como experto Caballero, curtido en mil batallas, no reusaba la lucha por muy dura que ésta fuera.
Mi fuerte mano derecha poseia gran destreza en el manejo de poderosas y letales armas como la cuchara o el tenedor; ya fuera para un desigual combate con un cocido, o una lucha a muerte contra un pavoroso filete. Mi mano izquierda tampoco era manca, pues se le daba muy bien trocear y deshuesar cualquier chuleta con la precisión de un cirujano sin que le temblara el pulso.
Antes de la batalla y al entrar en combate, con poderosa y fuerte voz, entonaba una frase que era todo un salvaje grito de guerra:
—¡¡Dejadme sitio para comer!!.
Resultando ser toda una declaración de intenciones no apta para estómagos sensibles. Pero, la suerte se volvió esquiva en un fatídico lance.
Aquella maldita mañana de un caluroso día en pleno Verano, me había reunido con otros compañeros de armas dispuestos a compartir las aventuras vividas cómodamente sentados alrededor de una tabla redonda. Los Paladines contaban sus andanzas con gran desparpajo, hinchando su ego con pomposas hazañas las cuales, me parecían inverosímiles y de dudosa veracidad.
Después de aguantar un buen rato semejante falacia y aprovechando que ya estaban ebrios de tanta verborrea, decidí irme y regresar a mi Castillo a lomos de un imponente corcel metálico, que en vez de relinchar, rugía como un fiero Dragón ventoseando sin parar al estar poseído por trescientos demonios. Aquél monstruo devoraba kilómetros mientras soltaba terribles alaridos al ser espoleado sin piedad por mi pie derecho.
Una vez que llegué al Castillo y habiéndolo metido en la cochera, me di cuenta que lo había apurado demasiado pues, emitía ciertos ruidos que sospechosamente indicaban el agotamiento de la bestia. De mi estómago también se podían escuchar sonidos provocados por tambores de guerra, que anunciaban una cruenta batalla. Rápidamente encaminé mis pasos hacia cierto aposento del edificio en donde, una cocinera de gran destreza y probada solvencia, me esperaba con una sonrisa en su cara y teniendo ya dispueta una mesa para que yo saciara el hambre.
—¿Qué hay de comer?
Le pregunté mientras que, sentándome en una silla, mi mano derecha ya había desenvainado una poderosa arma.
—Estofado de lentejas.
Me respondió mientras que con un cucharón llenaba el plato...
—¡¡Lentejas!!. ¡¡Kriptonita!!. ¡¡Aaagg!!

Así fue como el legendario Caballero cayó en combate vencido por un plato de lentejas en un infame y caluroso día de Verano...
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N/A. Descripción:
—"reunido con otros compañeros de armas sentados alrededor de una tabla redonda". En compañía de expertos comensales debatiendo sobre supuestas habilidades gastronómicas.
—"flamante corcel metálico". Automóvil.
—"ventoseando sin parar". Expulsado gases por el escape.
—"poseído por trescientos demonios". Motor con 300 CV de potencia.
—"espoleado sin piedad por mi pie derecho". Pisando a fondo el acelerador.
—"emitía ciertos ruidos". Problemas de sobrecalentamiento del motor.
—"sonidos provocados por tambores de guerra". ¡¡Tengo hambre!!.
—"¡¡Lentejas!!"."¡¡Kriptonita!!". "¡¡Aaagg!!". Las lentejas eran para el Caballero como la Kriptonita para Supermán. No es menos cierto que todo guerrero tiene su talón de Aquiles...