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Un garabato en una servilleta

Tema en 'Ensayos' comenzado por Gabriel Lavao, 27 de Septiembre de 2025 a las 5:53 PM. Respuestas: 0 | Visitas: 33

  1. Gabriel Lavao

    Gabriel Lavao Poeta recién llegado

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    14 de Junio de 2025
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    Hombre
    Cuantas amantes me habrán garabateado en una servilleta durante la primera y última cita. ¿Puede alguien calificar como amante a aquella que no mostró amor, sino un destello de su potencial. Soy incapaz de enamorarme de las que me quieren, incapaz de no querer a las que me odian. La caza de nuestros antecesores trogloditas se ha sublimado al amor elusivo: todas aquellas mariposas que eluden el tacto de la misma manera en la que las hojas difuntas nos acarician los pies.

    Me embarco en un peregrinaje por todos los bancos en los que me senté con el amor de mi vida. Claro que por aquel entonces ignoraba que aquellos bancos fueron altares y aquel amor perecedero. Si pudiera recoger todo el amor no correspondido que he otorgado en un paraguas del revés, llenarías la mitad. Al girarlo, me regocijaría de la lluvia que se lo lleva todo menos las lágrimas. Me limito a llorar por cosas importantes. Mis lagrimas no importan y mañana es capaz de amanecer sin mí.

    Me paso mis días pensando en mi infancia y cuando me harto de ello pienso en el clima del primer día en el que yo ya no esté. ¿Qué temperatura hará? ¿Conquistarán las nubes el cielo? ¿Lloverá? Y si es el caso: ¿cuánto? ¿Se olerá mi fragancia en las frondas ocultas?

    La obsesión por alargar la vida es el síntoma más claro de una vida mal vivida. Nos aferramos a la elongación para tratar de camuflar el hecho de que no importa cuánto uno viva, no vive. Aquel que le teme a la muerte no vivirá jamás.

    Me veo reflejado en todas las despedidas ajenas en una estación de tren. Me embarco en las travesías de los que se van y de los que se quedan. Supe al irme de casa que jamás volvería. Volví y no llegué. Mis nudillos me escocieron al llamar a la puerta, la alfombra se aferraba a mí,, las ventas se abrirán. No importa cuánto ventile mi cuarto, siempre olerá a la mañana en el aeropuerto. Me quiere por el potencial que emanaba de mi espalda al caminar hacía la puerta de embarque: la última vez que mi madre vio a su hijo.

    No me doy cuenta del tiempo que ha pasado hasta que abrazo a mis padres. Las estaciones completas son ciclos infinitos y ellos se encogen. Les miro a la cara cada vez que regreso y comprendo que nunca me fuí: ellos se marcharon y yo me quedé. No me reconozco en las pupilas de ellos. Me paso toda una vida en vano tratando de hacerles reír, tratando de replicar el ímpetu que les generó mi nacimiento. Echo de menos mi infancia pero más la suya.

    Lo aceptemos o no, somos los matarifes de nuestros padres. Nuestra existencia enciende una hoguera a la vez que pisa los restos de la suya propia hasta que solo quedan cenizas y los huesos de aquella leña que una vez dijo ser robusta.
     
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