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Rendirse a la vida es la puerta abierta a la demencia

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Évano, 10 de Noviembre de 2025 a las 3:42 PM. Respuestas: 0 | Visitas: 20

  1. Évano

    Évano Libre, sin dioses.

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    Andaba cada día diez kilómetros para ir al trabajo. Ocho horas después, volvía a recorrer los diez kilómetros de vuelta a casa. Ahora, para verlo, tengo que dar el nombre, teléfono y número de carnet de identidad. Esperar a que me abra la celadora. Y al acabar la visita, decirle a la celadora que vuelva a teclear el número de seguridad de la puerta que encierra a una cincuentena de pacientes en la sala de neurogeriatría. En la planta baja, tras bajar unas escaleras que acaban en una puerta blindada.

    Juan no bebe desde hace veinte años. Tampoco fuma desde que visitó a un familiar con cáncer de pulmón y observó a los que allí intentaban curarse.

    Ahora, a duras penas, logra dar pasitos para pasear conmigo el pasillo que une las habitaciones del sótano del geriátrico. Al principio, cuando entré, estaba sentado en la cama, mirando al suelo, indiferente a la radio del compañero de habitación.

    Lleva cuatro meses allí. Solo lo ha visitado el único hermano, muy de vez en cuando. Y yo, cuando me he enterado de su demencia. De su ingreso.

    Me hubiera puesto a llorar, pero me he comido las entrañas y he sonreído y animado para salir al jardín a tomar el buen sol de esta tarde de un lunes diez de noviembre del año dos mil veinticinco. Está fecha no se me olvidará. Pero no ha querido salir al jardín. Al principio no me reconocía. Estaba mucho más delgado y el pelo cano como las paredes. Cano, de golpe. Demencia, de golpe.

    Hace veinte años, a su hermana la asesinó su marido, un policía. La descuartizó y la enterró en las jardineras de la casa. Los dos hijos pequeños los crió el hermano. La madre está en otro geriátrico, con alzhéimer.

    Nadie se hará cargo de él. No hace falta. Para Juan ha muerto la mayoría de los de su edad en el barrio de toda su vida. Solo tiene sesenta y tres años. Pero el mundo de fuera es gélido, hace frío y nadie le espera. Ni su mujer ni su hijo. Nadie quiere saber nada de él. Nunca ha hecho daño, siempre ha sido buena persona. Pocas como Juan.

    Pero se ha rendido como nunca he visto rendirse a nadie. Aún así lo entiendo. No ve salida. No se ve capaz de vivir solo, pagar un alquiler solo. Vivir solo, con todo lo que conlleva. Sin apoyos, sin amor, es imposible.

    Hemos paseado el pasillo unas cuantas veces, hasta que me ha despachado con amabilidad. Pronto, y agradecido por la visita. La próxima vez iré con otro amigo conocido de él. Me ha contestado que sí, que lo traiga.

    Cuando la celadora me abría la puerta para salir, otra paciente se le ha acercado y le ha dado un trozo de magdalena. Es de su edad y simpática. Me he dicho que quizá sea el único amor que conocerá, aunque sea en una sala psiquiátrica. Eso si las pastillas le dejan una grieta de entrada a una especie de salvación. Se lo merece. Por ello seguiré visitándolo, mientras Juan quiera. Aunque tengo dudas si es bueno para él recordarle que la vida sigue fuera. También dudo si es bueno para mí visitarlo. Es la vida, me digo, no te rindas tú también.
     
    #1
    Última modificación: 10 de Noviembre de 2025 a las 3:48 PM
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