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Leyenda del lobo solitario

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Salvacarrion, 14 de Noviembre de 2025 a las 6:56 AM. Respuestas: 0 | Visitas: 10

  1. Salvacarrion

    Salvacarrion Poeta recién llegado

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    2 de Julio de 2025
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    Hombre
    El viento ululaba entre los pinos, un lamento tan antiguo como las montañas que se alzaban imponentes, como titanes dormidos, sobre la tundra. El viejo lobo solitario arrastraba sus patas cansadas por la nieve crujiente, cada paso un eco de los años que habían encanecido su pelaje. Sus ojos, antes brasas de un fuego indomable, ahora reflejaban la melancolía de un pasado glorioso que se desvanecía en las ráfagas gélidas, llevándose consigo los últimos pasos de su dominio.

    La memoria le trajo imágenes nítidas, casi dolorosas por su claridad. Recordaba cacerías épicas donde la sangre de su presa marcaba los senderos de su dominio. En su mente revivía cómo restañaba sus heridas en la soledad del bosque, donde su quejido era la única ofrenda a su valentía, un himno forjado en el dolor y el orgullo. El alba lo encontraba con su aullido resonando, un sonido temido y respetado que forjaba su aura de cazador curtido; era a la vez una advertencia para los intrusos y un saludo profundo a la soledad, su única y fiel aliada.

    Aun en su vejez, la alta estirpe de sus ancestros, aquellos que recorrieron milenios de nieve y hielo, brillaba en sus ojos ámbar. Fue un líder nato, el orgullo de los grandes jefes del pasado, y sus dominios habían sido marcados por un coraje que aún palpitaba en sus venas como un río subterráneo. La nieve, un sudario blanco y silencioso, se posaba sobre la tundra, llorando por la leyenda que yacía bajo ella, ocultando los rastros de su fama.

    El tiempo, implacable como la helada que agrieta la roca, había tejido un tapiz de hambre, frío y contiendas. A pesar de su fiereza inquebrantable, su corazón anhelaba la cueva que fue su cuna, el santuario donde nació su esforzada leyenda. Allí, en la oscuridad protectora, había soñado con un legado indómito, ejemplo perdurable de un mayorazgo de sabiduría y fuerza para los nuevos lobatos, que un día heredarían no solo su espíritu, sino la inmensidad de esta tierra salvaje.

    Fue entonces que, en la neblina de sus recuerdos, apareció ella. Se llamaba Lyra, la loba plateada. No era de su manada ni de su estirpe, pero sus destinos se habían cruzado una vez, hace tantas lunas que el viejo lobo solitario apenas podía contarlas. Lyra era una solitaria de nacimiento, pero en su corazón latía una dulzura y una compasión que no se encontraban en el brutal mundo de los lobos.

    Aquél lobo la encontró una noche, aullando por un amor perdido y un cachorro que la manada le había arrebatado. Él, acostumbrado a la crudeza de la supervivencia, la miró con una mezcla de curiosidad y desdén. ¿Por qué malgastar su fuerza en la pena?. Pero Lyra lo desafió, no con gruñidos ni colmillos, sino con una mirada que reflejaba un dolor que él mismo, a pesar de toda su soledad y su orgullo, no conocía.

    "No todo se conquista con la fuerza," le susurró Lyra esa noche. "Hay un tipo de fuerza que nace de la debilidad. Hay un tipo de paz que solo se encuentra en el vacío." Lyra se acercó a él, y por primera vez en su vida, aquel lobo único sintió que la soledad que tanto veneraba no era una fortaleza, sino una prisión. Ella había sanado su alma en una sola noche, dándole una visión de la vida que se extendía más allá de la caza y la supervivencia. Luego, se había ido, tan misteriosa como había llegado.

    Ahora, al final de su vida, su imagen regresaba a él, un fantasma de la nieve y el tiempo.

    Cayó la noche y el viejo lobo se detuvo, su respiración agitada se mezcló con el aliento helado del invierno. Su mirada, ya sin fuerza, se encontró con la de la luna, su madre eterna, que lo había cobijado en tantas noches de caza y soledad. Sintió que era el momento de dejar que su cuerpo se marchara, de entregar su último aliento a la tundra. El silencio, un manto de solemne paz, lo envolvió en el vasto y desolado paisaje. Y allí, bajo el sudario de nieve y estrellas, yacía el valor de su patrimonio indómito. Un espíritu que, aunque silente, seguiría aullando para siempre en el corazón del viento, un ejemplo eterno de su leyenda.
     
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