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Leyenda del marinero y el delfín

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Salvacarrion, 16 de Noviembre de 2025 a las 8:53 AM. Respuestas: 0 | Visitas: 8

  1. Salvacarrion

    Salvacarrion Poeta recién llegado

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    2 de Julio de 2025
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    Hombre
    El viejo Pedro era un marinero avezado, con la piel agrietada por el sol y el salitre, y unos ojos azules que habían visto más tormentas que días de calma. Su único compañero de verdad después de los largos viajes y ahora ya en su descanso anciano, era un delfín juguetón al que había llamado "Salto". Salto no era un delfín cualquiera; parecía entender cada una de las palabras que Pedro le susurraba y, cuando el mar estaba en calma, nadaba junto al barco, saltando y girando en el agua, invitando a Pedro a unirse a su danza.

    Pedro siempre se reía de las travesuras de Salto. A veces, el delfín se sumergía rápidamente y luego emergía de golpe, salpicando al marinero en la cubierta. Otras, nadaba en círculos alrededor de la embarcación, acelerando y frenando como si lo estuviera retando a una carrera. Pedro, a pesar de sus años, tenía un espíritu joven y, en ocasiones, no podía evitar lanzarse al agua para nadar un rato con su amigo. Salto siempre se acercaba con curiosidad, rozando su cuerpo contra el del marinero, y luego lo guiaba de vuelta al barco cuando el cansancio empezaba a notarse.

    Pero había un juego que a Salto le encantaba más que a ningún otro, uno que ponía a prueba la destreza y el aguante de Pedro: se sumergía profundo, tan profundo que apenas se veía una burbuja en la superficie, y esperaba. Pedro sabía que la idea era ver quién aguantaba más sin respirar, quién podía descender más antes de que el aire le faltara. Siempre era Salto quien ganaba, por supuesto. Pedro subía a la superficie jadeando, mientras el delfín emergía a su lado, emitiendo esos chasquidos que el marinero interpretaba como risas.

    Un día, el mar estaba en calma, tan quieto que parecía un espejo gigante. Pedro estaba en cubierta de su pequeña chalupa, reparando una red, cuando Salto apareció, saltando más alto que nunca, invitándole a su juego preferido. Pedro, sintiéndose fuerte y con ganas de un desafío, dejó su trabajo y se lanzó al agua.

    Salto se sumergió, y Pedro le siguió, intentando igualar la profundidad del delfín. Descendió más y más, el agua se volvía más fría y oscura. Pedro sentía la presión en sus oídos, sus pulmones le oprimían. Vio la silueta de Salto moverse bajo él, como si lo estuviera esperando. Una punzada de orgullo lo impulsó a seguir. Pensó: "Hoy no me ganarás tan fácil".

    Pero el cuerpo del viejo marinero no era el de antes. Los segundos se estiraron en una eternidad. La necesidad de aire se hizo insoportable, una desesperación helada le invadió. Intentó ascender, pero la fatiga lo arrastraba hacia el fondo. Su visión se nubló. Lo último que Pedro sintió fue un roce suave en su mano, la suave piel de Salto, que había intentado guiarlo a la superficie una vez más.

    Cuando el sol comenzó a ponerse, Salto emergió solo, emitiendo chasquidos de preocupación. Nadó en círculos alrededor del lugar donde su buen amigo había desaparecido, esperando, llamando a su amigo. Pero el viejo Pedro, el marinero que había surcado tantos mares, no volvió a la superficie. El delfín, en su inocente juego, no había medido la fragilidad de su amigo humano. El mar, en su inmensa e indiferente calma, se había llevado consigo al marinero y a su amistad inusual.
     
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