La Muda

LA MUDA

_Mami, contanos un cuento, contanos lo de la tía, dale, dale_
_ Bueno, pero es la última vez, ya ven que las desgracias ajenas son de mal agüero, sino acuérdense de su primo_
_ Dale ma, te prometemos que no te lo pedimos más, por favor_
_Ufff... está bien, pero luego a dormir y nada de chistes de mal gusto, que no quiero terminar como su tía... Schhh, que empiezo_

Samuel y Uriel eran dos hermanos de una pequeña familia humilde. Samuel era impaciente y travieso, su madre lo regañaba seguido, pero él no podía estarse quieto y su curiosidad era más fuerte que los retos de sus padres.
Aquella tarde los hermanos se escondieron entre las malezas del jardín de la casa para escaparse del colegio y caminaron con pasos escurridizos hacia el centro del bosque. Allí había un lago y en sus orillas un viejo sauce.
Samuel además, era un niño al que le gustaba investigar, juntaba hojas, observaba insectos, su curiosidad nunca se saciaba, siempre encontraba algo que escudriñar.
En cambio Uriel era tranquilo, pensativo y olvidadizo, su madre se cansaba de llamarlo, se la pasaba horas mirando las estrellas o un punto fijo, quien sabe en que lugar inhóspito se encontraba.
Ese día el calor agobiaba, a Uriel le interesó la idea de sentarse bajo el sauce protector y viajar con la imaginación a sus universos preferidos. Samuel perseguía con la vista a una hormiga que llevaba una pequeña hoja a cuestas. De repente el niño explorador sintió que alguien lo divisaba. De un salto giró bruscamente la cabeza, pero no logró distinguir a nadie. Una risa se escuchó a lo lejos... A Samuel le pareció familiar. ¡Y cómo no serlo si se trataba de Uriel riéndose solo!.
Samuel se le acercó lentamente, la mirada de Uriel estaba perdida como un pequeño lunar en un gran cosmos.
_Uriel ¿Qué te sucede?_ preguntó su hermano con tono de preocupación.
El niño parecía desencajado, su risa se tornaba cada vez más diabólica. Samuel comenzó a tener miedo. Temblaba. A esa altura ya sentía los latidos de su corazón como un tropel de caballos.
No había comunicación posible con Uriel, parecía que los duendes le hubieran robado el espíritu...
Eran las tres de la mañana, el reloj golpeaba fuertemente a Lidia con cada tic-tac, los doctores ya lo habían revisado de pies a cabeza y su discurso era la monotonía más aterrante que había escuchado jamás. Su hijo estaba frente a ella, sólo que su alma se había tomado un paseo sin pedir permiso.
Hacía más de una semana que Lidia no conseguía conciliar el sueño completamente, se levantaba a la madrugada, iba a la cocina, al comedor, a la habitación de Uriel... No entendía por qué le sucedía eso a ella, que era tan buena madre, siempre preocupada y atenta.
Uriel había sido un parto doloroso, primero salió Samuel y, el niño muerto en vida, había tardado tanto que los doctores tuvieron que escarbar para tomarlo, decían que se había atascado con el cordón umbilical. Ella recordó haberles narrado a los niños esa historia más de una vez. Una lágrima recorrió su tibia mejilla y se deslizó dejando la sal en los pequeños recovecos de su piel, hasta que murió al estrellarse contra el piso.
_¡Uriel, hijo mio, despierta!_ Gritó desconsolada, a la vez que sacudía el cuerpo del niño como un tapete sucio.
El ausente niño ni siquiera parpadeó, su pulso había disminuido y ahora no se sentía su respiración. Lidia, en la desesperación, vociferó y maldijo a Dios y a la vida por su infelicidad.
Más tarde los doctores con caras que anunciaban tragedia le dijeron lo ya inevitable.
Lidia no habló nunca más...

 

Buen relato, justo hoy he visto "La casa de los Espiritus" una pelicula basada en el libro de la escritora Chilena Isabel Allende. A veces nos hace falta algo de misterio.

 

Muchas gracias a los dos.
Miyu San te agradezco especialmente el señalarme ese error que yo ya lo había captado y me olvidé de cambiarlo antes de publicarlo... ya me van conociendo, soy muy olvidadiza, jaja
Saludos.