Bipolaridad inducida.

Mi nombre es Kalumeno (o eso me dijeron los doctores que estuvieron en mi compañía)... Kalumeno, 32 años, licenciado en letras, fanático de la música y la literatura.
Todo ello me hizo pensar en el concepto de identidad... ¿es que mi nombre, me hace ser quién soy? ¿Quién soy en realidad? Porque en este momento pienso que cuando un hombre carece de recuerdos, de historia; carece junto con ello... de IDENTIDAD.
Comenzaré, entonces, a ser el narrador de esta historia, relatando en tercera persona mi propia historia, la cruda historia de la cual fui el protagonista junto con la muerte y la desesperación, la triste historia de la cual sólo quisiera ser el narrador, y nadie más.

Esa mañana, al llegar a su casa (la que le habían dicho que era su casa), le invadió las fosas nasales un aroma tétrico y en seguida, cuando toda esa fragancia sin escrúpulos le recorría el ser de una punta a la otra, hurgando en sus profundidades, sintió que ya era parte de él; que esa fragancia tétrica, era parte de sus recuerdos, era parte de su historia.
- ...Y bueno, finalizando, acá tenés el lavadero, y acá dentro, todos los productos de limpieza.
- Copiado entonces, muchas gracias doctor por ayudarme a mimetizarme con mi entorno, ¿te invito a un café?
- No, gracias Kal... creo que mi tarea llegó a su fin, y aunque deba soltarte las riendas poco a poco, cuanto más alejado me encuentre, va a ser mejor para tu progreso. Me tengo que ir ahora, cualquier cosa, ya sabés, tenés mi número en tu celular.
- Bueno, gracias de nuevo, ¿te acompaño a la puerta?
- Nono, ya sé por donde queda, gracias... ¡nos estaremos hablando pronto entonces!
- Chao doctor!
Y al encontrarse solo al fin, logró consiliar el sueño unos instantes, unos cortos instantes donde los fantasmas de su pasado aprovecharon para atormentarlo internamente, sin que la víctima supiera el porqué. Unos cortos instantes que fueron interrumpidos por el sonido del teléfono. Entonces, sobresaltado Kal corrió hacia la cocina y en un par de minutos su cara de tranquilidad mutó a la de la máscara simbólica de la tragedia, porque la voz al otro lado del teléfono le comunicaba una noticia que parecía desesperante. Un tanto hipócrita sonará, pues no concibo como dibujó una cara tan sentida de tristeza, cuando en su interior, el sentimiento era la nada, porque ese padre muerto, del que él acababa de enterarse, no provocó en nuestro protagonista sentimiento alguno (ni tristeza, ni compasión... siquiera pudo sentirse un tanto afligido por el hecho)... más falso fue aún, cuando al momento siguiente, abandonó la máscara hipócritamente trágica, para abordar el de la comedia (el de la comedia satánica). Le informó aquella voz carente de emociones al otro lado del teléfono, que a causa de la muerte de su padre, Kal quedaba como heredero de la editorial, que (según sentía muy profundamente) había añorado tener por tantos años. Y aunque él había olvidado quiénes formaron parte de sus principios como persona, aunque había olvidado su nombre, su edad, y su número de documento; nunca había podido olvidar eso por lo que él sentía un amor extraño, un amor extraño pero potente: la literatura y la sabiduría adquirida por esta.

A la mañana siguiente, su primer día de trabajo comenzó ajetreado entre un millón de "lo siento" y otros más de "lo lamento", a los que Kal sólo respondía con una mirada baja hacia el suelo, continuando su camino hacia su nueva vida. A eso de las 13 hrs, mientras él almorzaba en su oficina, recibió la visita de dos oficiales que se estaban encargando del caso de la muerte del viejo jefe de todo aquel imperio.
- Oficial Perez, mucho gusto.
- Buenas tardes oficial, ¿en qué puedo ayudarlo?
- Mire, estamos al tanto de todo lo sucedido en su vida, sobre su reciente recuperación en su amnesia y demás; pero sólo venimos a informarle, que en caso de que usted recuerde algunos detalles sobre su padre asesinado, o temas en relación a este, no dude en reportarse urgente con nosotros, nos resultaría de gran ayuda.
- Bueno, lo haré, no vacilaré en cuanto a ello. Todo sea para terminar con este asunto, que recientemente se hizo molesto en mi vida, todo sea con tal de descubrir al demonio que fue capaz de asesinar a un pobre viejo indefenso.
- Entiendo su molestia, haremos todo lo posible... bueno, sin más motivos me retiro con su permiso. Tenga usted buen día.
- Igualmente oficial.
Ya viendo alejarse a esos dos hombres de su oficina, sintió muy profundo en su pecho, un sentimiento de vacío. Pues desde que había "vuelto al mundo", no se acercó a su vida, ni un amor, ni siquiera una especie de amor aparente. Y ese vacío profundo, logró transformarse de un momento a otro en odio y resentimiento... cerró su puño izquierdo, y juró que ese, quién fue capaz de matar al afecto de su padre, pagaría con su muerte el hecho cometido.
Kal, como una persona que se involucraba en sus promesas, a la mañana siguiente, antes de ir a la editorial se dio un paseo por la estación de policías para charlar con el detective a cargo del caso. Le dijo haciendo caso omiso a las negaciones de este, que él iba a participar de todo el proceso de investigación, y que iba a vengarse del asesino, transformándose así, en una especie de co-detective oculto.
El tiempo corría, e iba revelando a su paso esas pocas huellas cruciales, producto de las imperfecciones que todo homicidio debe poseer, al ser cometido por un ser humano... pues ningún asesinato es perfecto.
Y de manera minuciosa y paciente, tan inherente al tiempo, y con el ardid de su inteligencia fue que Crisos logró desenmascarar al asesino. Debajo de la cama, sobre la alfombra yacían los frascos del exceso. Y junto a la cama, se hallaba el homicida invisible, carente de sentido, por amnesia inducida con benzodiazepinas y barbitúricos. Se había especulado una muerte súbita, luego un suicidio, finalmente, un asesinato. Pero el supuesto shock incontrolable del Kal al encontrar el cuerpo sin vida de su padre, o la represión de su psiquis para con los recuerdos nocivos, ya se daban por hechos. Nadie había considerado siquiera la idea de recorrer la mente del parricida, excepto el detective, que halló un claro sentido entre los laberintos de la razón... tan sólo le había faltado cuestionarse el porqué decisivo. Luego, sólo le quedaba por delante la pregunta final, ¿cómo haría para que el criminal se reconozca como tal sin provocar un desapego a su cordura? A la respuesta, sólo la hallo en el psicoanalista del mismo.

Kal se encontraba acostado en el diván del doctor que estuvo durante 2 años a cargo de su amnesia. Era la última sesión decretada por su tan querido neuropsicólogo con quien tenía casi ya una relación de amistad. El doctor Achel en poco más de dos años, había deambulado por los más recónditos escondites del alma de Kal, conocía todos sus secretos, todas sus verdades. Y por esto, se podría decir que tomó el papel del detective inconsciente que sacó a la luz el caso que nadie había podido iluminar. Kal iba a pasar a ser el co-detective ingenuo, del detective que no se hubiera imaginado jamás.
Fue decisión del doctor, que en esa última charla su paciente debía ser quien tenía que descubrir (aunque con su ayuda) quién había sido el verdadero asesino que se ocultó detrás de un plan maestro todo ese tiempo. Achel quería ser capaz de colocar una colchoneta, que amortiguara la pesada caída de Kal, cuando desenmascarara al embustero, ya que el neuropsicólogo no era poseedor de la franquicia que se necesitaba en ese caso.
Y comenzó entonces a hablar, con una mirada comprensiva, mientras sus labios bombardeaban de palabras al ser del asesino, palabras que con su pico punzante iba desenterrando el alma de Kal, penetrando en su carne, como una cruel aguja de metal. Y para cada pregunta, Kal encontraba una respuesta. Cada vez más doloroso, se acercaba el final. La memoria poco a poco, pregunta tras pregunta, iba luchando por salir de su cárcel... y la amnesia, casi sin fuerzas intentaba resistir los puñales que iban clavándosele en su cuerpo. Hasta que en un segundo eterno, el último puñal, fue con un destino certero y directo hacia su corazón. En un segundo eterno, los barrotes de la celda de la memoria cedieron, la liberaron... y esta fue liberando a su paso al dolor, al arrepentimiento... a la locura.
Entonces lo recordó todo, las gotas de lluvia retumbando en el techo, un relámpago final, la almohada, la soledad, la locura... la asfixia. La huída, las pastillas, el exceso... la amnesia.
No se pudo contener, sus piernas avanzaban descontroladas por el cemento de la vereda, sin un rumbo certero. Achel no supo reaccionar, Kal no le dio tiempo, Kal huyó. Y ya en el cuarto abandonado de un hotel, decidió abandonarse... una hoja de papel y un lápiz iban a martirizarlo con los recuerdos, iba a volver sobre sus pasos y la locura lo desbordaría. La muerte, iba a ser su final feliz.

Yo, Kalumeno... ¿nombre extraño, verdad? ¿nombre que me da identidad? Pues existe en él una paradoja, respecto de lo que pensé al inicio de lo que escribí. Y como soy fiel a mis promesas, verán, que ya está prometido:
"juró que ese, quién fue capaz de matar al afecto de su padre, pagaría con su muerte el hecho cometido".
Verán que ya está escrito: "La muerte, iba a ser su final feliz".
El dolor me espera, la justicia me espera, la soga con su asfixia me espera... la muerte me espera.

 

Me ha gustado gracias

 

Gracias por pasarte
un beso!