Destino certero

La gélida noche hubiese hecho uno del cielo y el mar si no fuese por el furioso brillo de las estrellas, que permitían discernir donde terminaba uno y comenzaba el otro.
La Luna no había aparecido aún en esas lejanas latitudes del Atlántico Norte.
En la estrecha cubierta destinada a la tripulación subalterna de un vapor que surcaba esas aguas, el turno que acababa de dejar su guardia fumaba su último cigarrillo del día, antes de retirarse a los sofocantes camarotes que los albergaban.
Uno de ellos, un viejo marinero con el rostro curtido por la sal de los siete mares, inhaló profundamente, llenando sus pulmones con el puro y frío aire marino.
_ Hay olor a hielo en el aire -dijo preocupado- Será conveniente que los vigías estén muy atentos esta noche...
Algunos de los que lo rodeaban no pudieron dejar de mostrar una burlona sonrisa.
Como siempre hay un audaz que se transforma en vocero de su grupo, un marinero pelirrojo se atrevió a expresar la opinión de sus amigos. Con su desenfado habital, dijo:
_ Viejo, cada día me asombras más. ¡Ahora pretendes hacernos creer que eres capaz de oler el hielo! Luego agregó: _Dime, ¿por casualidad no será uno de esos gases malolientes que acostumbras largar lo que estás olfateando?
Varias risas burlonas acompañaron el comentario.
El veterano los miró con desprecio y sin ningún remilgo soltó una sonora flatulencia. Luego, mirándolos desafiante y clausurando sus oídos a las pullas de sus compañeros, se retiró orgullosamente.
"De todo los barcos que he tripulado -pensó el viejo- los marineros del Carpatia no son la excepción : Un puñado de jóvenes ignorantes que no llegarían a ningún lado si no fuera por los "viejos" como yo"...
En esos mismos momentos y no muy lejos de allí, surcaba las aguas velozmente un gran navío.
En sus profusamente iluminadas cubiertas, en los suntuosos salones; el pasaje disfrutaba de una velada de gala. Los de primer clase, por supuesto.
Los que viajaban con boletos de menor valor dormían hacinados en sus minúsculos camarotes.
Raudo y certero como una saeta, el Titanic se dirigía al encuentro con su destino.
Aguardándolo, indiferente y definitivo estaba la colosal masa de hielo que lo sumiría en una atroz agonía, la que concluiría con su viaje final a las profundidades
marinas.