Destino

Destino

Estaba al pie de una escalera en penumbra cuyos escalones dibujaba la luz levemente. El silencio dejó el paso a la oscura incertidumbre del ser que se atreve. Me armé de valor y comencé a subir la escalera decidido a encontrar esos pasos que suavizan el rostro con la palidez de la sorpresa. Primero fui muy despacio, y con decisión llegaron los pasos siguientes; cada vez más deprisa, cada vez más veloz, como un rayo avanzaba hacia lo alto de una escalera sin fin. Nunca llegaría a alcanzar al caminante porque el todo estaba encerrado y era el mundo subiendo y subiendo. Cada mundo en solitario hacía el camino, y la parte que nos toca, como parte de su mundo, era un mundo en sí mismo lleno de soles y misterios que nunca resolverá, si no es comparativamente, la incógnita de otra vida más allá de cada estrella. Yo era el azul que vislumbraba lo rojo; como rojo era el azul que se alejaba igual que yo sin detenerse ni esperar de la sorpresa lo curioso de la muerte, que persigue con el eterno escalonado, la continua voluntad de escapar hacia la vida. Nadie me alcanzó, pero desde el vacío de mi ser comprendí la incertidumbre de ser un sueño de la existencia, que nunca dispondría del auténtico porvenir sin el presente. Dejé de subir la escalera a los 87 años… Pasaron sobre mí la eternidad de los siglos de los siglos, pero yo ya había llegado y me reí de tanta carne sin sentido y de tanto espíritu y destino.