Detente...

“Detente un instante caminante y duélete conmigo de la perdida de Lidia, mi hija, a quien se llevó Hades sin que llegase a ser madre”


En el recodo de un camino apenas transitado, casi oculto por la maraña de hierbas y de zarzas se adivina, más que se ve, un monumento funerario. Mármol desgastado por siglos de lluvias e intemperie que ofrece sus letras como una oración al extranjero que por allí pasa. La curiosidad me empuja a desbrozar la hierba de llamuerga que lo rodea. Una piedra tallada muestra una mujer que juega con un perro y bajo la figura un epigrama con líneas ligeramente desdibujadas, muestra en dórico la inscripción que enseño arriba ya traducida.


Me llama, no cabe duda, se dirige a mí; “detente caminante”, porque seguramente quien encargó la frase quería que su dolor fuese compartido; como si supiese que veintidós siglos después mis pasos me guiarían hasta ella. “Duélete”, pues el dolor inunda el pecho de aquel padre y se derrama sobre el mármol y permanece en el tiempo y el espacio hasta encontrar refugio en mis ojos y llegar su congoja hasta el corazón. Trascienden esas letras, como un lamento que el poeta escribe en hexámetros dactílicos, para envolver la pena, esa pena que es tan difícil de explicar cuando los padres tienen que entregar a la tierra los cuerpos de los hijos. Y me llegan las palabras como golpes a la conciencia y, de forma casi inexplicable, se me crea un nudo en las entrañas.


“Sin que llegase a ser madre”, sin dejar rastro en el mundo más que las frías letras en un mármol perdido, en el camino que atraviesa el bosque de olivos retorcidos y añosos. Madre que hubiese dado nietos a quienes la lloran en ese perdurar de piedra, gentes que hace ya tanto que desaparecieron.


Reposan mis manos en el monumento, un rayo de sol ilumina la figura y entre las ramas de los olivos se abre el azul del cielo. Ese cielo en que me gustaría que Lidia hubiese encontrado de nuevo los brazos de quienes la lloraron.


Me levanto y continúo mi camino. En lo alto, un bando de somormujos dibuja una uve, mientras buscan agua en la que refugiarse.

 

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Buenas noches, grande un placer tener tus letras a mi alcance
Gracias por estar ahí.
Le tengo que decir que ya tengo mi permiso para abrir el blog y así lo he hecho y además puedo seguir poniendo mis letras en el foro.
Estoy muy feliz.
Le invito a entrar en él y poco a poco iré poniendo todas mis cosas allí.
Un beso

 

Muy bueno!!!

 

Perder una hija es algo que me llega a lo más profundo.
En textos como este veo humanidad, sensibilidad en tu pluma, empatía con el sufrimiento ajeno.
Entender, comprender la angustia por la partida de alguien que se fue demasiado pronto, siempre me va a tocar el corazón.
Solo quienes pasamos esa dura prueba e intentamos no caernos día tras día, podemos ir hacia el alma del relato que como es tu costumbre, abarca los caminos externos y los espirituales. Es una mirada muy noble sobre el dolor.
Te dejo un abrazo con mi cariño y admiración de siempre.

 

Gracias por acercarte a estas letras, Fabiola y dejar tu comentario. Agradezco que me digas lo de tu blog, pues entraré para seguirte leyendo. Un abrazo.

 

Mi hija está preparando los primeros capítulos de su tesis doctoral sobre epigramas griegos funerarios, dedicados a mujeres, localizados en las costas de Asia Menor. Por pura curiosidad estuve mirando el contenido de esos epigramas y, para ser una cultura tan patriarcal, me llamó intensamente la atención el cariño, la devoción y el dolor que exresaban en su mayoría. No sé cómo, ni porqué, me encontré participando de todo ello y sentí la congoja de quien pierde a un ser querido y es capaz de colocar un monumento en su honor, doliéndose de la pérdida. A mí también me dolió. No me preguntes la razón, solo sé que sentí esa pena como algo que a pesar de venir de lejos en el tiempo y en el lugar, me llegaba como ser humano a quien ese padre, a través de los siglos, interpelaba. Me puse a escribir y salieron estas líneas, que ni siquiera he corregido.
Dudé en publicarlo, pues en ese momento te hiciste presente en mi pensamiento. Mi último deseo hubiese sido el molestarte o incomodarte de alguna manera, mas, al fin y al cabo, lo puse en la página. Me voy haciendo mayor, por fuera (razón de los años) y por dentro, como si fuera madurando, como la tierra cuando se asienta y permite crecer al árbol fuerte y seguro. Cada vez me toca más de cerca el tema del amor, pero no el amor de juventud, tan vital, tan pasional, tan apegado a las funciones vitales; me llama el amor constante, ese querer sereno que permanece, que deja huella, que a veces construye palacios y otras ocasiones crea historias. Quizá deba leer más y escribir algo menos, o reposarlo mejor.
De todas formas, Cecy, no quisiera haberte incomodado. Agradezco mucho tu visita y tus palabras y discúlpame por la extensión de este comentario. Un abrazo, con todo cariño.

 

El amor siempre es amor, no importa la forme que tome, y es el que hace a tus obras tan humanas, tan llenas de eso que se llama alma.
Otro abrazo y jamás dejes de escribir.

 

La vida sigue a pesar de los muertos pero el recuerdo de ellos perdura en la memoria de quienes les amaron y compartieron parte de su vida con ellos, ayyyy cómo llega al corazón tu microrrelato amigo Luís, cuánta pena albergaba el alma de los padres de Lidia, cuánto dolor inconsolable, ayyyyy Dios nos libre de tener que pasar por esos terribles momentos, Dios nos libre porque sería como estar muertos en vida, aunque la fé pueda ayudar nunca es suficiente...
Encantada de leerte siempre mi entrañable amigo y valioso escritor, miles de besos para ti con toda mi admiración, gratitud y cariño....muáááacksssss

 

Muchas gracias, Isabel, por llegarte hasta estas letras. Es un rincón un poco perdido de Mundo Poesía, casi como donde se encuentra el mármol del relato.
Mi hija hizo filología clásica, su tesis doctoral va sobre epigramas funerarios y he bebido en sus fuentes para construir este relato. Tras leer muchas de sus traducciones, una tristeza queda flotando y el dolor de esos padres creo que con nada se pueda comparar. El tiempo es inexorable, también habrán muerto quienes la lloraban, pero ese epigrama inscrito en piedra ha pedurado hasta ahora para que nuestros ojos puedan leerlo y su emoción llegue hasta nuestro corazón. Tu presencia es hermosa en esta historia y me llena de alegría. Un fuerte abrazo y muchos besos.