Día XLVI

Entendí que la inteligencia aplicada a algo tiene un poder seductor innegable. Me enoje al comprenderlo. Era verano y es invierno, esa simple dualidad temporal sentimental me puede alejar de todos los mundos en donde la gente mira y piensa para mirar mejor. Estaba yo ausente, sentado en el dedo anular de Dios, junto al fuego y ya era casi un ser de fuego. Alguien que desconozco sufre esta misma soledad.

Aplicar el don de la fantasía en la realidad es meritorio. ¿por qué se turban? ¿por qué no hablar con el tiempo de los árboles? Vamos a enrojecer las mejillas de los niños, a jugar, que ser un niño otra vez es crecer o estar seguro, o estar feliz. Y eso que vivo triste, y eso que a diario muero, solo por estar enamorado.

Era invierno, adentro, en el corazón. Todos necesitan ser salvados, que unos ojos te miren y te cambien de lugar la nariz, que una persona con o sin amanecer se incline a besarte la frente. Estamos así, respirandonos sin darnos cuenta de que somos respirados. Ellos nos miran, ellos no saben que existimos, ellos nos quieren, pero yo, yo no te veo, yo no puedo mirarte si soy invisible, inservible.

Entendí que aplicar la inteligencia es bucear en el mar, ya no temerás la profundidad, ya no temerás el no saber nadar, el quedarte sin aire cuando te aprietan el cuello o te besan los hombros sin pensar. Pierdes el vértigo, pierdes la necesidad de abandonar, de abandonarse, de sentir que una sonrisa te puede cambiar la vida, la herida.