El anciano

Hoy me he levantado feliz, a pesar de la lluvia, después de varios meses sin saber nada de mis hijos he recibido una llamada, van a venir a por mí para ir de paseo, estoy tan contento...tenía muchas ganas de volver a escuchar la risa de mis nietos, y verlos acercarse a mí para abrazarme mientras gritan: "¡abuelo!, ¡abuelo!", me he puesto mi mejor traje; la camisa de cuadros que le encantaba a mi mujer, y el pantalón que tanto le costaba plancharlo, y los zapatos de los domingos, que llevaban guardados en el armario desde el día de su entierro. Los primeros días mis hijos venían a verme o me llamaban para preguntarme como estaba, pero poco a poco se fueron olvidando, siguieron con sus ocupadas vidas, con sus hijos, el trabajo...he tenido que ocuparme solo de todo, de la casa, mis comidas, mi colada, de los médicos...había pasado solo mucho tiempo, soportando los comentarios del pueblo: "Pobre hombre, tan solo, sin nadie que le haga caso".
Pero mi paciencia parecía que había empezado a dar frutos, al fin mis hijos me habían incluido en sus planes. Se acercaba la hora y ya estaba listo, nervioso y ansioso por verlos a todos, puse la televisión para que la espera se hiciera más corta, a las doce en punto sonó el timbre, eran ellos, seguían siendo tan puntuales como siempre, fui a abrir la puerta, deseoso de volver a ver a mis hijos, de abrazar a mis nietos, disfrutar de ese día que había esperado tanto tiempo.
Abracé a mi hija la mayor, que fue para mí un orgullo que se sacara su carrera en la universidad, después de tanto esfuerzo para conseguir el dinero para pagar los estudios, y que encontrara un buen trabajo en una oficina, sin tener que trabajar en el campo, al sol, con cada día nuevas heridas. Luego abracé a mi otro hijo, que siempre ha sido el más loco, no tiene estudios, pero se le da bien los negocios y ha podido montar una empresa, con ayuda económica mía, pero ahora le va muy bien todo. Mis nietos esperaban en el coche, ya que había empezado a llover más fuerte, son pequeños y hacía frío. Los dos me abrazaban con alegría, me daban besos y me contaban cosas del colegio, yo estaba encantado, mientras mi hijo conducía y nos llevaba de paseo.
-¿Donde vamos?-. Pregunté, ansioso por el día que me esperaba, después de tanto tiempo solo.
-Papá, vamos a un sitio que te va a encantar, allí hay de todo-. Dijo mi hija mientras se retocaba el pelo.
Llegamos a una calle que no conocía, llena de edificios grandes, entre bancos, oficinas, y una pequeña residencia de ancianos al otro lado del que mi hijo había aparcado. La lluvia había empeorado, iba a empezar una tormenta, pues se escuchaban los truenos y rayos a lo lejos.
Mi hija me dió un beso en la mejilla, y mis nietos me volvían a abrazar, mientras mi hijo los volvía a meter en el coche y les decía que esperasen hasta que volvieran. Empezamos a andar en dirección a la residencia, donde nos atendió una enfermera muy simpática, mi hijo arregló los papeles y cuando quise darme cuenta ya estaba en una habitación, en mi nuevo hogar, después de todo lo que hice por ellos, de todo lo que les he ayudado, después de haberlos puesto donde están, en un buen trabajo, en una buena casa, me dejan de esta manera, sin ni siquiera aguantarme en mis últimos días.
La tormenta seguía, escuché varios truenos mientras venía a mis hijos marcharse desde la ventana, y es que uno lo da todo por sus hijos, pero ellos por ti no dan nada.

 

Yaasmiinaa me encantó el relato. Un placer leerte.

 

jolinnn que triste niña, pero suele pasar tal como tu lo has escrito. cada vez que te leo me enganchas más. ABRAZOS