El cartel

La pareja que oía acercarse desde el otro lado de la calle ha llegado a mi esquina.

No son jóvenes, tienen un caminar pausado y de pasos respetuosos que sólo emiten el susurro del cuero fino al rozar el pavimento.

Están visitando el barrio antiguo con tiempo; ese olor a churros, que rememora en mi hambre su sabor, viene de la primera etapa del itinerario, el puesto de Felipe en la Plaza del Mercado, pero muestra un vigor decreciente en lucha heroica con el perfume caro de ella.

El hombre huele ligeramente a habano, oculto sin duda a la espera de su momento, quizás tras la comida pero no en presencia de su compañera.

Permanecen en silencio durante unos segundos frente a mi silla y mi cartel hasta que escucho algo muy habitual.

- No llevo nada suelto.

Al ruido de una cremallera que se abre le sigue el de otra más corta y el de la búsqueda de las monedas que llegan a mi mano precedidas por un delicado aroma de iris.

- Si tiene un cartel léemelo, por favor.

Tras unos segundos de duda, lo lee.


“ Una limosna os imploro

que no es ciego quien no ve

sino quien guarda su oro

y en él sustenta la fe”.