Errante

Errante

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La fiesta iba a dar comienzo, aunque si digo la verdad hacía buen rato que la misma transcurría con la libre frescura de las adornadas calles y el correr de las bestias, confundida entre la razón y el desmadre propios de la humana contradicción. Se abrieron las puertas del circo y allá pasaron plebes, sacerdotes, autoridades y víctimas, para dar inicio a la gran misa, el sagrado acto de los roles que cada cual tenía impuesto.

¡Oh Atlántida!, paso del hombre que pasa Hércules… Aún conservas la magia en las cuevas mistéricas y en las rocas desvistes aromas perdidos… ¡Oh Atlántida!, aún persigues al cuerno mismo sacrificando todo interior, cuya lectura son petroglifos y tus pinturas sangre de un trueno llamado Thor. Suenan cornetas, y el antro sucumbe ante el alá magnífico de un olé que siembra fieras, naturales del solsticio al que llaman primaveras. Los títeres danzan, los músicos exhortan las notas al numen colectivo, y los niños disfrutan con la algarada de la inconsciencia adulta que se emborracha en el rito donde la suerte segura detiene su paso, y salva ese juego donde lo humano es protagonista de su sombra; representada muerte de sí mismo e invocación sacrificio del vestido, atávico en su bestia, al que llama Dios... Deseo de una patria, y cielo, que nunca vio.​

 

Buen fondo de armario el que posee tu lenguaje demostrado en este relato sobretodo en su segunda prte. Hecho de forma curiosa, pues en su inicio es una descripción en tono medio, a manera de crónica, mientras que luego irrumpes en la propia historia tomando partido a través de exclamaciones que elevan la voz del hilo narrador. Despliegas ante nosotros las conexiones de las antiguas culturales atlánticas y mediterráneas y los posos que nos han dejado, principalmente la del sacrificio en forma de fiesta.
Cordialmente, Milda R Poskinahaite.

 

Te estoy muy agradecido por tu acertado comentario; al fin y al cabo, la conexión está servida en el ojo Horus... Un abrazo