1. Guest, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Dismiss Notice

Hojas Secas

Discussion in 'Prosa: Generales' started by Sr. Brausen, Sep 19, 2006. Replies: 7 | Views: 1030

  1. Sr. Brausen

    Sr. Brausen Poeta recién llegado

    Joined:
    Sep 12, 2006
    Messages:
    36
    Likes Received:
    0
    Comenzar a escribir es siempre un acto complejo. Hay que decidir el ritmo, el tono, la forma y, medianamente, el contenido. A veces sale como un relámpago, como una iluminación. A veces puedo estar horas sin que nada salga, sin que nada libere un deseo. Es la escritura la que desea, la que esclaviza y frustra. Siempre hay una represión. Ahora hay una represión. Ahora hay un montón de palabras atragantadas, todas juntas y mezcladas, como el tiempo en que son. Ahora las palabras son sin existir, son yo acá, ahora, todo junto y todo mezclado. Son como el amor a una mujer de pelo negro que, a veces, huye y vuelve, como las hojas de los plátanos en otoño. Son como el amor. Como el amor a secas, ahora, en algún rincón remoto del tiempo. Ahora estoy en algún rincón remoto del tiempo. El tiempo se detiene cuando se empieza a escribir. Se detiene como cuando se muere o se sueña. De ello surge una adicción, como la adicción a la nicotina, al alcohol, a los postres o a los videos juegos. No voy a través del tiempo. Estoy parado en el tiempo, en algún rincón remoto del tiempo. Un rincón mugriento y remoto y con buena perspectiva, como un barrendero que se sienta junto al cordón de la vereda frente a una casa vieja, como un obrero que, desde la altura de un andamio, come un sándwich de mortadela y mira la gente pasar. Yo no veo la gente pasar sino que la veo a ella. No la veo claramente pero la intuyo. Siento sus palabras y sus silencios. Siento su ausencia. Su ausencia son todas las palabras, ahora, en este rincón remoto del tiempo. Si yo no me detuviera en este rincón remoto del tiempo, o él no se detuviera abruptamente en mí, no vería nada, vería todo junto, y todo junto no me importa. Todo junto soy yo, yo atrás, yo acá, y yo delante de mi yo, allá, dónde todavía no soy yo. Todo eso. Todo mezclado. Mezclado como las palabras que, ahora, presionan sobre el deseo, como las hojas que vuelan y vuelven bajo mi escoba frente a una casa vieja, como la ausencia de una mujer de pelo negro. Ella me dijo muchas cosas, aunque cree que no me dijo nada. Me dijo porque yo me paro a verla desde la altura de un andamio mientras como un sándwich de mortadela. Ella no sabe que yo me paro a verla así, tan pancho, desde un rincón remoto y mugriento y con buena perspectiva del tiempo. Distante del tiempo. Hasta se diría que me obliga. Hay días en que debo dejar de revocar una obra, de barrer una vereda, y tengo que sentarme a verla, que es lo mismo que verme a mí, pero no todo junto y mezclado, como las palabras que son pero todavía no existen. Veo sus actos, su apretujarme suavemente, como pidiéndome perdón. Veo sus labios trémulos, sus manos de lavar la ropa, sus ojos negros de horas y de olvido. Oigo todo eso que no me dice, todo eso que me quiere decir pero no me dice. ¿Por qué no me lo dice? Ella siempre quiere que a mí se me confunda todo. Que siempre sea yo todo junto y mezclado. Quiere que no me importe. Yo pienso que ella sólo trata de perpetuar el presente, porque el presente es una gran ensalada, un montón de cosas que al final, de tantas, no tienen gusto a nada. Como cuando mezclamos todos los colores y queda sólo el negro. El presente es negro, es mi yo olvidado de mi yo de atrás y de mi yo de adelante. Ni siquiera pasa. Es un rayo negro en la noche blanca. Un instinto. Un misterio. A veces ella piensa en mi yo de atrás (que no conoce) y me dice que a mí me gusta que me persigan, que me extrañen, que me hagan escandalitos. Ella supone todo eso porque también, a veces, se para a verme. No sé si tiene razón. A mí me halaga, me conmueve, que se pare a verme. A las palabras se las lleva el viento, dicen. Sólo el acto perdura. El acto o la imagen del acto. La imagen de ella parada y viéndome desde un rincón remoto del tiempo. Triste y lejana. Parada y viéndome como una niña que junta monedas en los semáforos, tiste y lejana, parada y viéndome. A veces me dice que no puede enamorarse, que es incapaz de hecho y de derecho. Para mí me lo dice porque, a veces, cuando se para a verme, no tan triste ni tan lejana, no me ve, y se ve a ella detrás de ella, a ella delante de ella, pero a mí no me ve, no me quiere ver. Cuando ella se para a mirarse a ella a mí no me gusta. Huye, siento que huye. A ella le gusta huir. Le gusta huir de sí misma, no de mí. Me di cuenta el otro día, cuando había un sol naranja entre unas nubes lilas que me obligó a dejar la escoba contra la pared de una casa vieja. Ahora estoy sentado en el cordón de la vereda y ella corre. La veo de espaldas corriendo por la calle. Hace un minuto había estado sentada junto a mí. Me había estado viendo sin verse a ella. O yo hice, no sé como, que me vea y se olvide. Me vea y, triste y lejana, me de un besito tierno en los labios. Cerró los ojos. Me abrazó fuerte. Sentí como una eternidad. Sentí que morir ya no importaba. Entonces ella sintió una palabra en su boca, palpitante en su lengua, empujando sus dientes. Una palabra que necesita de un rincón remoto y mugriento y con buena perspectiva del tiempo para existir. Yo sentí la palabra. La sentí como un vendaval en la humedad de la tarde, como la mirada de una niña, triste y lejana, juntando monedas en los semáforos. La sentí y esperé. No sé porqué esperé. Pero ella se tragó la palabra. Se la trago como un mendrugo de pan sin agua, como un grito de pánico en la niebla. Yo no dije nada. No sé porqué yo no dije nada. Apenas si la vi correr. Todavía corre. Está de espaldas y esquiva a la gente. Su pelo negro se arremolina con el viento. Me gusta su pelo negro a los saltos sobre su espalda. Su pelo negro enredado y húmedo sobre su espalda, a los saltos. De pronto ya no corre. Camina con premura. Habla por teléfono celular con alguien y yo casi siento celos. No sé de qué ni de quién, pero siento celos. Sentir celos es estúpido. Inevitablemente estúpido. Inevitable. El diario habla de una sustancia química que libera el cuerpo. Para mí son una parte de mí que duele. Una parte que yo le regalé a ella para que la guarde con las cadenitas de oro, los anillos de comunión y los recuerdos de infancia. Pienso que el diario dice muchas cosas, demasiadas para un solo día mientras barro una vereda, y ella que, con su arremolinado pelo negro, húmedo y a los saltos sobre su espalda, se va perdiendo entre la multitud, entre todas esas personas que no saben que ella huye y yo la miro, la dejo, no muevo un solo dedo. Entonces espero que vuelva. Me angustio un poco al principio. Me muero de ganas de correr y alcanzarla y besarla. Me abstengo. Capaz que por orgullo. Capaz. Enciendo un cigarrillo mientras viene la noche. La noche viene sin ella y yo busco un rincón remoto del tiempo para pensarla. Pensarla es separarla del presente, de su ausencia, de su premura y de mis celos. Es desmenuzarla de a poco, ordenar los colores para que no sea todo tan negro. Negro pero bello como cuando no importa, como cuando su pelo negro, enredado y húmedo, salta sobre su espalda. Entonces pienso que a mí también me gusta confundirla, obligarla a decir cosas que no me quiere decir, o que quiere pero no me va a decir. ¿Nunca me va a decir? Y hacer, entonces, que me vea, si es posible, delante de ella, allá, donde ni yo ni ella somos todavía. A veces puedo. Me dice cosas lindas, a veces, cuando puedo. Pero después ella mira para atrás, hacia algún lugar oscuro y yo me siento caer. Caer en espirales sin fin en la tiniebla. Como las hojas de los plátanos en otoño, que vuelan y vuelven. Y ella vuelve. Dice que está confundida. Dice que tiene ganas de llorar. Llorar es siempre un llenar un vacío. Llenarlo de lágrimas para quitárselo de encima. Estar estancado sin saber si derecha o izquierda. A ella siempre le costó distinguir la derecha de la izquierda. Me lo dijo y es cierto. Ahora, en esta esquina, a la derecha. Ya está, se pasó la esquina. No sé, no sé, quiero llorar, tengo que decidir sola, muy sola. No me lo dice pero lo siento, y siento la culpa. Entonces decido huir. Huir como ella. Aceptar mi yo de ahora, esa gran ensalada levitante, ese negro absoluto como su pelo enredado y negro y húmedo y saltando sobre su espalda. Aunque no dure, aunque solo sea por un rato, decido huir. Ser un barrendero que, de golpe, como un rayo negro en la noche blanca, se para y vuelve, ahora, ni detrás ni adelante, a tomar su escoba. El barrendero se resigna, se frustra y, de pronto, yo ya no la espero. Me pongo a juntar las hojas secas del cordón de la vereda. Es invierno pero todavía hay hojas secas, doradas, rojizas, verduscas, amarillas. Me alucinan los colores del otoño, aunque sea invierno. Las hojas se me escabullen, me hacen renegar. Las persigo, les hablo, las maldigo y las adoro. No me doy cuenta del tiempo. Transcurro dentro. Soy parte del tiempo. No me detengo. Estoy en-tre-te-ni-do. Soy yo todo junto y todo mezclado. Soy como arena para el viento, como un puñado de sal echado al mar. No me importa. No pienso. Ella se fue corriendo y ya no pienso. Hay un trasfondo de espera, pero pasa, cada día se va haciendo más turbio, más leve. Leve como las hojas que huyen de mi escoba pesada que las amontona detrás. Detrás de mi yo. Detrás del antes y del después. Detrás de la noche larga y negra como su pelo enredado a los saltos sobre su espalda, que vuelan y vuelven, como las hojas que acapara mi escoba pesada frente a una casa vieja. Las hojas se parecen a ella, son leves, absolutamente leves y bellas. Se vuelan con la brisa, danzan, ruedan, vuelven y huyen. Arden, no duran. Me canso. Seco el sudor de mi frente con la manga de mi camisa rotosa. Dejo caer la escoba y me siento a mirar el cielo frágil, frío, casi de cristal. La gente pasa. Pasa y no sabe del hombre frustrado, olvidado, todo junto y todo mezclado, sentado frente a una casa vieja, junto a cordón de la vereda. No presto atención. No me interesan sus días ni sus problemas. Soy libre. Por adicción, ya lo dije, detengo el tiempo y la miro. Vaya a saber dónde estará ahora. Igual puedo verla. Lee un libro que le presté. A ella le gusta el primer capitulo, no los otros. Los otros son muy de novela, me dice. Entonces me siento sólo. Quisiera olvidarla. ¿Por qué la espero? ¿La amo? ¿Qué cosa es amar? Ella me lo preguntó una vez, cuando me dijo que no sabía. Yo le dije que era esperar. Ella no entendió. Yo tampoco entiendo. Ahora ya no la espero tanto. ¿La amo? No sé. Me olvido y me pongo a barrer. De vez en cuando giró la cabeza, miró la multitud. ¿Entonces la espero? No sé. No sabemos nada y, sin embargo, vamos. Todavía vamos. ¿Adonde vamos? No sabemos nada y vamos. Es estúpido y hermoso. Ella me dice que es como en una película. Yo no quiero que sea siempre una película. Quiero que sea de verdad. En todo caso que sea una película como de verdad. Quiero esperar, imaginar un lindo final. Aunque sea un lindo final de los ratos. Pero los ratos siempre terminan bien. No hay ninguna expectativa. No duran. Son puro presente, pura basura comercial, como el tema del carilindo del momento, como un peinado exótico. Ya, ya... mejor así. Paciencia. Ella tampoco quiere eso. Si, si, pero ella huye. ¿Por qué no deja que la ame? Y entonces vuelve. Mírala, mírala, ahí viene, quizás se siente sola, sola como yo a veces, cuando la miro desde un mugriento rincón remoto del tiempo. Y ahora vuelve. Ahora que ya dejaba de pensar, de esperar, de amar, de ser un adicto a un rincón mugriento y remoto del tiempo. Ahora que el negro se hacía costumbre, y las palabras ecos de un silencio eterno. Sostengo la escoba entre las manos. Barro hojas secas, leves. Miro el cielo frágil y frío como el cristal. Me seco la frente. Olvido. Soy leve. Soy yo en mí todo junto y todo mezclado y nada más. Nada más. Siento su mano sobre mi espalda. Me doy vuelta. Quiero abrazarla. Quiero arrastrarla hacia mí como una hoja dorada, divina, que vuela y vuelve. Vuela y vuelve. Quiero que arda. Quiero arder con ella. Desfallecer con ella. Soy suyo. Me mira. ¿Por qué me mira así, qué hice? Me pregunta si me pasa algo, si me pasó algo, si estoy bien, si la extraño, si la pienso. Me dice que sabe, que no la voy a engañar con cualquier chanza. No la entiendo. Yo simplemente traté de no esperarla. No sé que decir. Le digo que no, que no me pasa nada. No me cree. Tiene razón. No quiero que huya. No quiero sentarme a esperarla sin saber nada. ¿Nuca sabré nada? Pero es así y tiene su encanto. Polvo al polvo y una luz que brilla, tenue, al final de las sombras. No me rindo. Quiere llorar. Piensa en ella detrás de ella, en mí delante de ella, allá, donde todavía no es, donde todavía no somos. Piensa en mí detrás de mí. Piensa en una hoguera de hojas secas, bruñidas, otoñales. Quiere llorar. Ya, ya... Vamos, vamos... La beso. Me besa. Nos apretamos, sudamos, nos aletargamos, dormimos.... Tengo esperanzas. Ya está. Ya pasó. La quiero mucho. Me hundo en ella, me abismo, sucumbo...
     
    #1
  2. Lecabel

    Lecabel Invitado

    Yo soy una mujer de pelo negro que huye, generalmente, de los escritos demasiado largos, pero éste me atrapó y te aseguro que ese rincón de tiempo no era mugriento, sino totalmente luminoso,y magistral totalmente, y totalmente bello todo junto aunque duelan los ojos para no perderse en las líneas y mezclarse. Cuando por fin me soltó, lo atrapé yo para darle una segunda lectura y dejar que un montón de suspirotes giraran en espiral como las ojas secas.

    Bravo, bravísimo! ¿Qué puede dar a luz solo belleza, sino el amor?

    ¡Bravo, pibe! Y me quedo "detrás tuyo" para leerte. ¡Bravísimo, pibe!
     
    #2
  3. Sr. Brausen

    Sr. Brausen Poeta recién llegado

    Joined:
    Sep 12, 2006
    Messages:
    36
    Likes Received:
    0
    Lecabel, tampoco soy de leer cosas muy largas en pantalla, y por ello pensé que nadie se enimaría a leer mi cuento. Bueno, me equivoqué, y por tu paciencia, tus loas y tus hermosas palabras te saludo con mucho afecto.
    Sr. Brausen. (Guille)
     
    #3
  4. Ciela

    Ciela Poeta veterano en el portal

    Joined:
    Dec 1, 2005
    Messages:
    13,162
    Likes Received:
    221
    Gender:
    Female
    ______________________________________________________________

    Muy interesante y poético. Un rico murmullo interno y la posibilidad de capturarlo.

    Un cariño desde Buenos Aires.
     
    #4
  5. Monosílabo

    Monosílabo Poeta fiel al portal

    Joined:
    Jul 25, 2006
    Messages:
    741
    Likes Received:
    0
    Me ha encantado el clima que la has dado a tu relato.
    Yo si que me dentengo a ver cuentos. Pero confieso que hago como un famoso editor argentino que no recuerdo como se llama por mi amnesia senil. O sea, si luego de leer los primeros 10 renglones la historia no me atrapó, la dejo.
    Como ves, con la tuya sucedió lo contrario.
    Un abrazo
     
    #5
  6. Sr. Brausen

    Sr. Brausen Poeta recién llegado

    Joined:
    Sep 12, 2006
    Messages:
    36
    Likes Received:
    0
    Me alegro, Ciela y Monosìlabo, que les haya resultado ameno el cuento. Les envio mis saludos. Brausen.
     
    #6
  7. MP

    MP Tempus fugit Staff Member ADMINISTRADORA

    Joined:
    Dec 29, 2004
    Messages:
    17,293
    Likes Received:
    1,416
    Gender:
    Female
    [​IMG]

    ¡FELICIDADES!
    TU RELATO SELECCIONADO
    COMO RELATO DE LA SEMANA
    EL SÁBADO 23 DE septiembre DE 2006


    CON TODO EL CARIÑO DE MUNDOPOESIA
     
    #7
  8. Sr. Brausen

    Sr. Brausen Poeta recién llegado

    Joined:
    Sep 12, 2006
    Messages:
    36
    Likes Received:
    0
    Gracias Julia, y gracias Mundopoesìa por este reconocimiento, no tengo palabras para felicitarlos, para agradecerles este espacio que nos brindan a todos los poetas.
    Sr. Brausen.
     
    #8

Share This Page