Introspección

Es cierto amigo mío que algunas veces nos hemos visto en crueles situaciones, pero resiste corazón, que coas más penosas nos quedan por vivir. Sentados tú y yo ésta noche, galantes y desatinados, con los ojos rojos de tanto fumar y la boca seca de tanto beber nos hemos puesto melancólicos y tarados. Somos un par de hombres atolondrados, gordos y presuntuosos que se han quedado tirados de tanto aguardiente.

¿Has visto cómo ésta noche ella y yo no nos hemos tocado? Ni siquiera hemos hablado, muchos menos platicado como aquellas veces en las que terminábamos diciendo cosas parecidas a los rezos. No nos hemos ni volteado a ver, aunque, si he de serte sincero querido amigo, yo no pude aguantar las ganas de mirar cuando ella no se percataba.


¡No me vengas con mamadas! Claro que no voy a comenzar con lo mismo de siempre, ya me lo hiciste saber tú, que aquellas cosas hechas y dichas, aquellos momentos, todo eso fue sagrado para mí, pero no lo fue para ella. No me lastimes más repitiéndomelo, yo lo sé, es sólo que a veces se me olvida.

¿Qué por qué soy así ahora? Porque no tengo a donde ir, porque no puedo salir y no espero que ella lo haga, de hecho, no me gustaría que lo hiciera. Lo siento camarada pero debe ser así, ya has visto cómo es que terminó. Ofrecerle amistad a quien pide amor, es como darle pan a quien muere de sed. Y esas cosas que suenan tan lógicas ante una confesión desesperada, todas esas razones, es como querer explicarle a un ciego lo que es la oscuridad.

Que si no soy lo que ella quiere, eso lo sé, que no soy lo más bello del mundo, ¡ni me lo digas! Llevo años de conocerme a mí mismo, que si no soy yo mismo, ¡vaya!, es difícil ser quien soy cuando siéndolo lo pierdo todo. Es fácil para alguien que tiene el bello don de poseer virtudes ser él mismo. Gracia plena la de ella de poder ser lo que es en cada momento. Dicha la suya de no tener que usar como yo tantas máscaras que a veces las confundes.

Cierto que siempre tuve miedo de mostrar mi verdadera cara. Cierto es que con ella perdí ese miedo, pero comencé a temer no saber amar, ese miedo me llevo a temerme a mí y así otra vez me volví a ocultar tras esa pared que me ha tenido encerrado voluntariamente dentro de mí. Cuando por fin mi pena pudo más que mi temor fue tarde, una vez más al ser yo había perdido lo que tenía.

Ahora me temo a mí mismo de nuevo, con ella disminuyo ese miedo por un tiempo, pero tienes razón, es sólo una ilusión, sólo una ilusión. Por eso es que estamos aquí sentados, con la cara fría y las manos pegadas y mirando al cielo como si rezáramos. La noche nos mira y se burla de cómo somos dos hombres de lo peor deseando lo más bello, lo más divino. Aquella figura que un día creímos reconocer y ver aún a metros y más allá de cualquier obstáculo. Aquella silueta que nunca nos miró con desdén y ahora no nos quiere ver.

Pero ya no llores más amigo, mírame a mí, por fuera me veo sereno y cansado, por dentro me muero calcinado en una hoguera que puede que no dure para siempre, pero si lo hará por un rato. Aprende a mí y no desahogues tu tristeza, pues desahogar es darle un respiro en cada sollozo entre suspiros. Ahoga la pena y el dolor no dejándoles respiro, ahógalos dentro de ti y no los dejes ver jamás la luz del sol.

No llores más amigo, que mañana estaremos despiertos de nuevo de este sueño tratando de descubrir que es lo que el eterno retorno quiere decir.