Intrusa

La verdad no te esperaba en mi vida. En un principio, cuando tú eras una desconocida, hubiese creído que tu arribo aquí obedecía a una actitud necia, inherente a tu naturaleza silvestre. Ahora que me has permitido conocerte, quisiera poder expresar el significado que le has dado a mi vida. No sé cómo justificar el estúpido prejuicio que dominó por siempre mi existencia; no voy a mentir diciendo que al momento de nuestro primer encuentro, no me pareciste inoportuna, desafiante, fuera de contexto. Me sentí molesto contigo, no lo voy a negar.

Mi rechazo hacia ti, se debió al hecho de que llegar a aceptarte aquí era algo imposible, así lo creí, cuando inesperadamente hiciste acto de presencia sin haber relación alguna entre nosotros.

No puedo evitar reprocharme las agresiones con las que gozaba herirte día a día. Yo, ahí parado frente a ti como un imbécil, recriminándote el por qué de tu llegada a este remanso de mis tribulaciones.

¿Cómo pude ser tan ciego para no poder percibir lo que había en ti? Ciertamente no te conocía; ahora, sólo puedo decirte desde el fondo de mi alma: Discúlpame flor. No tenía idea de nada.

Fue hasta esa mañana, cuando como un torbellino entró el sol a mi recámara y violentamente, sin aceptar réplicas me arrastró hasta estar frente a ti; parecías una visión mágica que se alejaba o acercaba según fueras cobijada con la sombra de las nubes. De tu faz lentamente resbalaban frescas gotas de rocío que al ser absorbidas por la tierra creaba una mullida alfombra que invitaba a contemplar cómodamente el paisaje lleno de color que nos rodeaba. El todo se veía hermoso, como jamás antes lo fue y es porque tú le das el toque distinción a este lugar.

Desde aquel día, al despertar cada mañana, invito a mi sombra a que me acompañe a la ventana, desde donde observo clandestinamente ese rincón donde estás, alejada, de las flores domésticas del jardín.

 

una intrusa leal y fiel, saludos