La espera

LA ESPERA

En el recipiente circular de vidrio transparente había colocado un lecho de arena teñida de rojo, de unos tres centímetros de espesor. Sobre este lecho dispuso meticuosamente tres velas de cera, de unos cuatro centímetros de diámetro cada una y altura variable, en disminución armónica, formando entre las tres un triángulo aproximadamente equilátero. Cada una de las velas tenía un color diferente: una roja, otra blanca y la tercera amarillo cera añeja. Situó con parsimonia el recipiente así dispuesto en el centro de la mesa; una elegante mesa de formato rectangular cubierta con un mantel de tela adamascada, color verde claro, sobre la que ya lucían unos hermosos ramos de orquídeas blancas. Era noche cerrada y una luna en creciente brillaba tenue sobre los edificios de enfrente. Se aproximaba la hora; ella solía ser muy puntual, aunque no lo había sido en las últimas citas convenidas. Pero no iba a ser él quien diese motivos para un nuevo fracaso. Repasó minuciosamente la pieza. No parecía que ningún detalle estuviese fuera de lugar. Era un ambiente cálido, confortable, moderno sin estridencias... como a ella debería de gustarle. Conectó el reproductor de música y seleccionó algo de jazz relajante. Se tendió en su exclusiva chaise-longue modelo Le Corbusier forrada en piel blanca de vaca. Y se sirvió un muy generoso trago de güisqui de su reserva especial. Y tomó pausadamente, con la delicadeza propia del poeta que era, todas las pastillas rosadas que contenía aquel frasquito de cristal color ámbar. Ya no podía tardar. Esta vez seguro que ella acudiría a tan esperada cita...