Siento resbalar

Siento resbalar los gemidos, que acoplados a tu espalda, mueren en las sábanas blancas. Los ojos duermen en sueños de piel sedienta y ungüentos anestésicos. Enciendo la luz de tu voz para dislocar un acorde simple, un estribillo llano, un ritmo asíncrono y humedecer el silencio. Los bastos besos se depositan en la urna verde de tu flora celeste. Mis carnes pierden la longevidad y se masturban masticando las delicias de tus olvidos.

Los inciensos del pedestal le rezan a tu imagen algo roída. El amarillo decrépito ciñe tus manos tibias. Esa flor de colores lánguidos se pierde en el mate del papel. Levanto las manos para alcanzar tus senos y los labios. La oscuridad de mis ojos se lía con las formas imperfectas de tu silueta. Inoportuna la esperanza se adhiere a los besos insonoros que intento darte.

Mañana olvidaré tu rostro, las manías cuando copulábamos, los gritos de terror al morir tu madre y el nombre del perro que aún duerme bajo la cama. Despertaré con la boca amarga, el sudor hediondo recorriendo mi entrepierna, la ropa percudida y el café añejado en la mesita de la sala. Envidiaré el sonrojo de la vecina Esther, los cabellos lacios de Luciana la estilista y la candidez de Laurita, hija de Maruca.

He dispuesto la cama de tal manera que no le llegue luz alguna. Cerraré los ojos para tratar de dormir. Antes fingiré que aún me extrañas y me permitiré suspirar de nostalgia. El perro duerme al pie de la cama.

Mañana olvidarás que me amaste – creo ya lo has hecho -, fingirás un llanto cuando leas en alguna parte la reseña de mi muerte, quemarás la correa del perro que te llevaste sin querer. Te vestirás e irás a visitar a tu tía Carlota y le dejarás unas monedas para que compre, como siempre, las veladoras para sus santos y aprovecharás rezar por el indulto de tu alma.

Siento resbalar la vida, el perro llora y el dolor se agita en mi pecho. Ahora finjo despertar. Mañana el perro morirá igual.