Ya viene

YA VIENE ​

Abro los ojos. Está aún oscuro. Miro el reloj. Las tres de la mañana.

Quisiera cerrar los ojos y seguir durmiendo, pero hay algo que me inquieta.

Es como una presencia, como una sombra que se mueve tras de ti y cuando te giras ya no está, algo que aguarda en el umbral de la percepción.

Doy vueltas en la cama, pero resulta inútil, el sueño no vuelve.

Decido levantarme e intentar distraer la mente invitando al sopor.

La casa está envuelta en sombras y silencio, apenas se oye el zumbido del frigorífico y el tic tac del reloj.

Camino hasta el comedor y me asomo a la ventana para contemplar la calle.

Allí fuera todo está en silencio también, apenas interrumpido por el paso de algún coche errante en la noche. Tiene un aire de irrealidad.

Tenues luces alumbran las calles vacías y sólo el parpadeo de semáforos cambiando de color cíclicamente rompe la monotonía.

El resto de la gente duerme, o al menos eso parece. Me siento como el único ser despierto en el mundo.

Es una cálida noche de finales de verano y siento que el aire es denso, opresivo, me cuesta respirar.

De nuevo noto la presencia, pero esta vez no me giro, sigo mirando hacia la calle, pero algo en mi cerebro me alerta: Ya viene.

Intento ignorar la sensación y busco compulsivamente el móvil en pos de vano entretenimiento que aleje ese pensamiento.

Ninguna notificación, ningún mensaje. Hago scroll hacia abajo en las redes sociales. Anuncios, anuncios, escaparates de vidas perfectas, juegos sin propósito, promesas de sexo, polémicas vacías, extraños iracundos clamando desde la ignorancia por imponer su opinión de un mundo trastornado camino de la perdición. Todo basura, es como mirar un pozo sin fondo.

De nuevo siento esa sensación: Ya viene.

Miro de nuevo el reloj. Apenas ha avanzado unos minutos y queda tanta noche… No tengo sueño, no tengo ganas de…

Otra vez el aviso: Ya viene.

Mis ojos recorren las estanterías y encuentran las fotografías. Instantes congelados de una vida pasada, tan lejana que apenas siento mía.

Las miro y es como si no me reconociera. Los veo también a ellos, junto a mí, sonriendo. Y de pronto siento como si un puñal me atravesara.

Siento la soledad en cada átomo de mi ser y una sensación de desesperanza y desconsuelo infinito que me embarga. Me abraza y me susurra al oído: Ya estoy aquí.

Y en ese momento comprendo que todo terminó hace tiempo. Soy un fantasma de mí mismo ligado al mundo por su dolor.

Pero hay una salida. Lo sé muy bien, todos la conocemos, siempre ha estado ahí.

La ignoramos mientras creemos que aún tenemos o podemos esperar algo. Hace falta sentir el vacío para verla con claridad.

Miro a la calle desde la ventana, pero prefiero cerrar los ojos, no quiero que mi última imagen sea el gris pavimento.

Por un momento me pregunto si alguien vendrá a despedirme, si alguien se acordará de que he existido.

Qué más da, me digo. Ni siquiera habrá un pie de prensa para conmemorarlo. Como mucho un chismorreo en el barrio que será enterrado por el tiempo como un mal recuerdo.

Salto.​

 

El problema es que muchas veces es difícil percibirlo si no se ve desde fuera.

Un saludo