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el otro

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por hank, 11 de Julio de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 513

  1. hank

    hank Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    27 de Junio de 2011
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    Uno no sabe hasta que punto la pasión de la carne puede llevar a la locura. A la ceguera. Al no poder distinguir entre lo que nos hiere y nos alegra, nos vivifica y nos mata. La necesidad de sentirse amado, deseado, conocido por el otro.
    Dejar una huella imborrable en la conciencia del otro. Estar vivo, así esté muerto, en los pensamientos de la otra persona. La ansiedad de lo inalcanzable, de la eternidad misma a partir de unos hechos y de unas palabras. Sentir el paso de la sangre por la vida, enardeciendo lo material, volcando las ideas de ser y ya.
    Hasta qué escala de la mendicidad, del rogar, del arrastrase como un perro hambriento puede llevarle a uno a necesitar del otro. No es cuestión de conformarse con las miradas y los deseos. Todo nace y muere en la carne, en la materialidad de la existencia, en el fervor de unas palabras que truenan como sables en la noche. Frases de acero puro, letales, afiladas como las dagas de la muerte.
    Puñales asesinos de la oscuridad y soles flameando entre brasas ardientes la inmortalidad del devenir, del futuro ingrato que no se atreve a decir nada, solo espera con las fauces abiertas como lobo, como chacal, como un oso pardo gigantesco que despertó de su largo sueño.
    Pero más puede esa pasión. Más certera aún es su existencia. Más poderosa su manifestación multifacética, polifuncional, versatlidad proveniente de las más hondas cavernas, cerca del núcleo de la Tierra donde el hierro se funde entre un mar de materia. Manifestada a través de la piel tersa de la juventud, de los ojos negros del otro, en las voluptuosidades de la carne, en las esplendorosas sensaciones de la caricia primera.
    Más allá de esa pasión solo puede existir la muerte, la nada, el abismo negro y sin fondo de la nada. Más allá de esos besos de miel, de los pliegues finos de las vaginas amadas y de las venas henchidas de los penes adorados, solo puede haber una roca seca. Un pedazo de tierra yerta, unos corazones que dejaron de latir y de soñar.
    Una pasión que se yergue con la sangre del otro. Que enaltece y humilla en sus más profundas raíces a la vida, a la indefensa vida de todos, a la frágil existencia del otro. Encarnada en los matices de los cabellos a la sombra de la noche, en la erizada piel que responde a la misma química que rige todo tipo de existencia, en las formas redondeadas de los glúteos, los pechos y las piernas. Materializada en las saladas aguas de la desdicha y en los azucarados momentos de felicidad; en el penetrar de los dedos, en el roce leve de las manos, en la cálida humedad de las bocas jadeantes. Cristalizada en el brillo de los ojos del otro, en la voz del otro, en el tierno gemido que brota como un manantial balsámico, en la risa enloquecida del otro.
    Pero la locura temporal de la pasión vale la pena vivirla. Lo contrario sería antinatural para el hombre, para el otro. No desbordarse como el río tras el aguacero y revolcarse en medio del lodazal como un cerdo no es válido, ni siquiera justo. No desgarrarse el corazón a jirones y sacarse del pecho sangrante ese frío músculo es como negarse a la vida misma, como un suicidio filosofal, elemental falta de criterio.
    Vale todo por vivirlo, hasta el más mínimo detalle banal, superfluo, la más mísera bagatatela y la más inicua de las fantasías hechas realidad. Vale cada baratija que cae entre las manos, cada frivolidad que se cruza por el camino, como se cruza un perro en la calle y se salva de ser atropellado. Las minucias de la conquista en la insaciable búsqueda del palpitar de los pechos y del fluir de la sangre. Cada nimiedad insensata que procura deleitar los ansiosos deseos de la felicidad. Una fruslería patéticamente concebida en procura de una mirada, de un reconocimiento del otro.
    También vale todo lo excelso, la magnificencia del otro. El poderoso llamado de la naturaleza. La voz que grita en la conciencia de uno y de otro desde lo profundo del reptil hecho hombre. La agitada palabra que excava en las profundidades insospechadas del deseo, de la necesidad impostergable de los hechos. Vale el trascendental movimiento de los cuerpos que vagan como estrellas convirtiéndose en pequeños planetas azules, amarillos, pardos, grises, morados como la sangre entumecida de los muertos. Vale todo hasta morir.
     
    #1

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