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El Reflejo

Tema en 'Prosa: Amor' comenzado por Samuel17993, 8 de Abril de 2020. Respuestas: 0 | Visitas: 487

  1. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    El Reflejo
    Una luz se mantenía despierta, iluminando las sábanas todavía perfectamente ordenadas. La cama estaba hecha. Nadie habitaba las dulces sedas del sueño. ¿Acaso había quien no quería dormir en ellas? A veces se puede temer al sueño, así como sucede en las películas de terror donde el reino de Morfeo es envenenado por un monstruo moderno. Qué tipo de monstruo habitaba debajo del colchón, acechando en cualquier cavidad, la pregunta asomaba con sus garras afiladas. En la mesilla había una cantidad enfermiza de fármacos. El pequeño sol surgido de la lámpara dejaba ver brillar un blíster de pastillas, cajas acabadas, y marcas reconocibles de farmacopea del sueño. Entonces el monstruo no estaba allí, el monstruo estaba celoso de su amante, la habitante de aquella cama.

    Una voz retumbaba por las paredes, la de una mujer. Aunque se pusiera el oído nada podría saberse de las palabras que profería. La habitación parecía tranquila con lo que estaba reprochando esa voz. Subía el tono y podía oírse un monólogo. Por qué, por qué, se repetía como una letanía. Luego se escuchó una súplica de una infante. Se dejaron de oír aquellas voces. El reino de más allá de la almohada parecía tener algún conflicto: cuál región o territorio podría ser el que estuviera en tal discordia, atormentaba con su cuita. Otra vez se escuchó un lánguido hasta mañana y un suspiro aliviado. El sonido de la puerta empezó a dar la bienvenida a la huésped. Sus manos tocaban la puerta y la entornaban. La luz lanzó un haz encarando su cuerpo, como reprochándola algo. Una faz demacrada, joven pero envejecida extrañamente, hundió sus pies por la madera del suelo, igual que un zombi.

    Una letanía despertó de su boca: «mañana trabajo». Se echó sobre el colchón y se quedó mirando hacia la pared donde había un espejo. Su cara, su cuerpo, su cama, se veían en el espejo. Aquella mujer la saludó y sonrió. Empezó a desnudarse seductora y se puso sobre la cama. Hincó las piernas sobre la cama, se irguió en cuclillas y se empezó a tocar, primero en el clítoris, después se penetró con fuerza y hasta el fondo de su vagina. La espectadora seguía viendo su propia escena pornográfica. Sus ojos empezaron a brillar y la garganta se mostró atragantada.

    La boca de esa otra mujer que era idéntica hacía gestos, abriéndose, cerrándose, poco a poco, y volviendo a abrir, y fue cuando se giró a mostrarla su placer. Le enseñó su placer mediante gestos, teatralizando éste, como si lo hiciera una escultura de Santa Teresa de Bernini. Los pliegos de su cuerpo formaban el vestuario donde verse las muestras de ese placer, del orgasmo. El ángel que la penetraba era tan invisible a sus ojos, aunque se lo imaginaban ambas. No lo necesitaban, aunque lo querían, pero no necesitaban a uno en concreto, aunque necesitaran de uno cualquiera. Aunque podía ver esa fuerza invisible sobre sus brazos flexionando, sus caderas moviéndose por la energía divina.

    La cara de la espectadora de sí misma se fue transformando a la de su doble masturbadora. Hasta se dejó entrecerrar los ojos, como su doble, cuando creía sentir una punzada de placer. Se agarró al borde de la cama como si se fuera a caer, se empezaban a chorrear sus bragas, y se le cayeron los pantalones y las bragas mismas, deslizadas por la lubricación, hasta el suelo. Sus manos imitaron a la doble y tuvo que morderse para no ceder al sexo de su doble. Ésta había dejado caer su cabeza sobre la almohada y con una de sus manos sujeto el cojín, la otra se tocaba o se penetraba según el frenesí. Si su doble tocaba clítoris, la otra se penetraba, y viceversa. En cierto momento el reflejo y la realidad fueron tal que no se sabría cuál de las dos realidades estaríamos viendo. El sonido ahogado de lo que hubiera sido un grito, seguramente, se frenó con la almohada, y se apagó la luz.

    La sombra de un cuerpo podía ser vista, el cuerpo sensual de una mujer, a la vez que agitado y agotado. Tras un largo silencio, un viento trajo unas palabras: «ojalá hubiera sido..., y no...». Todo se quedó dormido y apagado.
     
    #1
    Última modificación: 9 de Abril de 2020

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