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Hedionda eternidad

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por ivoralgor, 18 de Febrero de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 488

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Hombre
    Había algo en Lucrecia Portes-Gil que siempre me llamó la atención; y no era su cuerpo voluptuoso, labios carnosos, cabello ondulado y esos ojos verdes,- como de gato-, sino ese sexapil que guardaba bajo la ropa y un lazo invisible, muy fuerte, que me ataba a ella. Noches atrás, había leído un libro sobre leyendas esquimales y la relación tan íntima que tienen con la naturaleza. Su amor viene trazado según su dios y prevalece hasta la eternidad. Suspiré cuando leí eternidad. Algo así me pasaba con Lucrecia, sin embargo, no me atreví a decírselo ninguna vez. Era su “amiguito” de farra, el pelele que la acompañaba de compras, la “amiga” que siempre quiso tener, pero era hombre. Todo valía la pena cuando se probaba los perfumes en las tiendas departamentales y hacía que le oliera la ropa. Una leve erección me sobresalía en esos momentos.

    Se casó y nuestra amistad se fue al caño. Por celos no fui a su boda y jamás me lo perdonó. Una tarde fui a un café en el centro de la Ciudad. Me senté en una pequeña mesa redonda con vista a la calle. Tenía en las manos la novela “Inocencia después de los cuarenta” de Juan Magaña, escritor cubano, naturalizado mexicano. Me identifiqué con el protagonista: un adulto de cuarenta y cuatro años, viudo y sin hijos. Estaba intentado rehacer su vida y una vecina le concertaba citas a ciegas en un café. Miré un rato la calle. Había mucho movimiento para un miércoles a las siete de la noche. Entró un trovador y empezó a cantar el son cubano “Son para Ti”. Recordé los labios carnosos de Lucrecia. Maldije las leyendas esquimales. Embriagado de nostalgia, le di cien pesos al trovador. Pagué la cuenta y salí. Me fui a refugiar a los brazos de una puta. Pagué la habitación y entramos. En la bolsa del pantalón tenía un frasco de perfume: Ombre Rose L'Original de Jean Charles Brosseau, unos de los favoritos de Lucrecia. Se iba a desnudar y la detuve en seco. Ponte este perfume, le dije. Se roció un tanto. No te muevas, le ordené. Me acerqué a su ropa, cerca de sus senos. Aspiré profundo. Sentí una leve erección. La eternidad apesta, me dije para mis adentros. Le estiré el precio convenido y salí.

     
    #1

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