Martes

Comienza con una primera etapa, los dientes me pinchan hasta en la cabeza, la sensación se expande por el torrente sanguíneo. Después de que mi cuerpo se adapto era hora de liberarse de su cárcel y recorrer cada espacio de mi cerebro, interrumpiendo en cada una de mis neuronas para ver lo que debía ver, oler lo que fuese y tocar con las manos el placer.

La sensación sigue, tengo el cuerpo borracho, las piernas quieren bailar con un paso desfachatado, los brazos sirven para seguir a las olas del mar, y mi cabeza es la que se va mareando, va entrando en su querido mambo.

Pasan un poco las nubes por el cielo y estoy allí sentada, escuchando a lo lejos la música que más me gusta y observo las plantas respirar. Se abren paso por el aire, regalándome los mejores colores, siendo tan libres.

Los edificios que le dan un toque bastante sucio a mi paisaje empiezan a bailar un poco, y las grietas de las paredes parecen unirse. Las ventanas se tornaban onduladas. Miro hacia otro costado, los arboles quieren escaparse por un momento, las raíces se enamoraron del viento. Deberíamos irnos hacia otro lado.

Subimos por el ascensor, donde no recuerdo, quizás le puse pausa a mi vida unos tres pisos. Llegamos a la terraza, al balcón de diez mil lugares por donde mirar.

Me asomo por unos de los huecos de esa pared débil, y se ve el humo como tranquilo, contaminando todo a su paso y así va despacio.

Necesito caminar, los pies quieren despegar. Quiero hacer tantas cosas, pero me sudan las manos, siento el cuerpo ardiéndose, quemándose lento pero bien. Disfrutando de otro hueco en la pared, ese otro ladrillo me muestra edificios moviéndose de donde deberían estar quietos. Sonrío, porque la distorsión se vuelve preciosa en mi cuerpo.

 

Sencillamente maravillado, cuentas muy bien un relato para entenderse mal o equivocado por que cosquilleas la imaginación del lector