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Pasodoble

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por ivoralgor, 29 de Abril de 2016. Respuestas: 2 | Visitas: 650

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    No eres escritor, no vives de ello, me dijo Melanie, como quitándose un peso de encima. Por fin lo había dicho. Se desencajó mi rostro y me tragué el dolor.

    Llegué a la casa con una sonrisa en los labios, creí que había logrado el propósito de mi vida: ser realmente un escritor. Cierto es que, no me habían publicado ninguna obra, ni ganado concurso algo, pero mi creatividad era envidia de algunos colegas, si así los puedo llamar de ahora en adelante. Ese aliciente, por no decir el único, era el que me entusiasmaba el alma.

    Creí, ilusamente, que Melanie me apoyaba incondicionalmente. Los hechos corrigieron esa idea.

    La conocí en un coloquio sobre el escritor mexicano Juan Rulfo. Lleva un pantalón de mezclilla, blusa blanca y zapatillas abiertas. Vi la oportunidad y me senté junto a ella. Sus labios sensuales me atrajeron desde el primer momento. Tomaba notas en un cuadernillo de pasta dura. Es para la escuela, dijo al percatarse que curioseaba, con la vista, el cuadernillo. Sonreí y le extendí la mano. Antón Izquierdo, dije. Melanie Baqueiro, sonrió. Ella estudiaba licenciatura de letras, era el último semestre y le encargaron una reseña del coloquio. Yo iba a ese tipo de eventos para darme a conocer y codearme con escritores y escritoras de la región. Trabajaba como oficinista en el departamento de Atención de Usuarios de El Servicio de Administración Tributaria. Trabajo por demás monótono y aburrido, pero con buena remuneración económica; no me podía quejar. Pero mi necesidad era ser escritor.

    Después del coloquio, nos tomamos un par de copas de tinto y discutimos un tanto más de Juan Rulfo. Fue ahí donde me empezaron a quemar la piel esos ojos miel.

    Dos meses después, la invité a salir a cenar. Al principio dudó, pero luego la convencí. Cenamos en un pequeño restaurante bohemio del centro de la ciudad. La plática divagó en muchos escritores y escritoras mexicanos y extranjeros. La verdad, dijo sorbiendo la Coca Cola, estoy escribiendo una novela. No me sorprendió aquello. Ya tengo editor, soltó sonriente. Tragué saliva y disimulé mi asombro. Quise saber de qué iba la novela, pero algo dentro de mí me lo impedía. Esa misma noche, la besé en los labios por primera vez. Después de cenar fuimos a dar un paseo por el parque de la Madre, que estaba a unos cien metros del restaurante. Nos sentamos en banca pintada de verde. La luz iluminaba sus cabellos castaños, largos y lacios. La tomé por las manos, cosa que no rechazó, y me acerqué a sus labios. Cerró los ojos para esperar la humedad de mis besos. Fue algo sublime, como estar es un cuento romántico-erótico. Estaba enamorado y suponía que ella igual.

    Queríamos un amor libre, que se meciera por los aires como indómita ave. Así lo hicimos. Dejé la casa de mis papás y rentamos un apartamento para vivir juntos, y sin ataduras, nuestro amor. Terminó la escuela y empezó a trabajar como maestra de español en una escuela secundaria particular. No por ello desatendía su novela, que amablemente me ofrecí a ayudar en su redacción. Era como un hijo para nosotros: le cuidamos la estructura, los personajes, la trama y el desenlace. En mis tiempos libre, cuando no estaba ayudando a Melanie en su novela, me dedicaba a escribir mis cuentos. Ella quiso ayudarme con la corrección de algunos, pero se lo negué; era egoísta en ese aspecto: mis hijos son míos y de nadie más. Sólo aceptaba las correcciones de Carlos Iriarte, un escritor amigo mío de muchos años. Lo conocí en un taller de cuentos, él estaba dando el taller. Una tarde, luego de varios meses de haber terminado el taller, me lo encontré en un bar. Hola, Edgar, me saludó afable. Respondí al saludo con un abrazo y palmaditas en la espalda. Estaba solo, al igual que yo, y nos acompañamos mutuamente. Terminamos muy ebrios y amigos por convicción. Sobra decir que él tenía muchas esperanzas en mis cuentos, o eso creía: algún día te publicarán, me dijo en alguna ocasión. Lo sentí sincero.

    Las cosas con Melanie iban y venían. Después de un año de vivir juntos le publicaron la novela. Estaba enloquecida. El tiraje inicial sería de mil ejemplares y si había demanda habría una segunda edición, quizá hasta una tercera, le vaticinó su editor. La noche de la presentación del libro asistió Carlos. Le presenté a Melanie e inmediatamente hicieron click. La velada estuvo llena de elogios, mentiras, hipocresías y mucho vino. Al llegar al apartamento se puso muy cariñosa conmigo, cosa poco usual en ella. Quiero que me hagas el amor como te gusta, dijo mordiéndose los labios. Lo hicimos algo salvaje: aullamos de placer. Por la mañana, seguimos con el juego sexual y almorzamos, desnudos, en la cama. Espero que haya tercera edición, dije para mis adentros.

    Pasaron seis meses y le llegó una carta: era de su editor. Abrió la carta tan entusiasmada que le temblaban las manos. De pronto, las lágrimas empezaron a surcar su rostro. ¡Maldita sea!, gritó de coraje. Arrugó la carta y me la dio en las manos. La desarrugué para leerla. Las ventas no había tenido el éxito que esperaba y si en un plazo de seis meses no repuntaban no le publicarían ninguna novela más. No me permitió consolarla. Se encerró en el baño todo el día. Por la noche, ya fatigada y con los ojos hinchados, se recostó a mi lado, en silencio. Le di un beso en la cabeza al acurrucarme a ella. Suspiré más tranquilo.

    Yo seguía sin ganar ningún concurso. Carlos insistía en que escribiera todos los días algo, para que afinara más mi estilo. Lee mucho, Antón, lee mucho, me sugería constantemente. Melanie empezó a escribir otra novela, decidida a no dejarse vencer por nada, ni por nadie. No me pareció raro, ni algo parecido. Había un nuevo brillo en su mirada; era ese brillo cuando estás enamorado o alguien, o algo, te hace tener el sentimiento a flor de piel. Las ventas no repuntaron y restringieron su contrato con la editorial. Fue un duro golpe para su ego. Cada vez que le mencionaba algo de mis cuentos se irritaba, pero no me decía nada, sólo resoplaba como un toro de lidia, en una plaza de toros, frente al matador. Nuestra actividad sexual se volvió esporádica, casi nula, pero no perdía el brillo de su mirada. Me empecé a preocupar un poco, pero no mucho. En las mañanas se dedicaba a sus clases en la escuela y por la tardes a escribir su novela. Había días que llegaba ya noche a la casa, pretextando trabajo de la escuela o reunión de maestros. Esta vez, rechazó mi ayuda. Comprendí, un poco, su egoísmo.

    Era un caluroso Abril cuando Carlos me dio la noticia: un editor quería hacerme una entrevista. Carlos le había mandado algunos de mis cuentos y estaba interesado. Estaba loco de felicidad. Quería festejar, con Melanie, ese logro y quizá olvidarme del trabajo de oficinista y dedicarme realmente a ser escritor. Despaché rápido a mi último usuario en turno. Faltaban cinco días para el pago de la quincena, lo lamenté. Es una entrevista nada más, me dije, no seas exagerado, tómalo con calma. Respiré hondo y pensé marcarle al teléfono celular para contarle, pero era mejor decírselo en persona. Al llegar al apartamento, ella estaba entretenida escribiendo su novela, que llevaba cerca de cien páginas. Entretenida, dije para iniciar una conversación. Algo, dijo segundos después. Voy a tener una entrevista en dos días, dije feliz. No me miró, siguió escribiendo. Con un editor, solté aún más emocionado. Dejó de escribir y sobrevino la hecatombe.

    - Es una pérdida de tiempo, dijo con rabia.

    - No, - dije seguro,- es una oportunidad muy buena para mí. Carlos me la consiguió.

    Al mencionar el nombre de Carlos se enfureció aún más; como si le hubieran sembrado un par de banderillas.

    - No eres escritor, no vives de ello - dijo Melanie, como quitándose un peso de encima-. Carlos te está hurgado el culo. Ese pequeño hijo de puta me prometió una entrevista antes que a ti.

    - ¡Qué!, grité colérico.

    - Le di las nalgas a cambio de eso y me gustó dárselas.

    Dejé de escucharla. Un calor enfermizo me recorrió el cuerpo. Una estocada mortal me atravesó el corazón y gemía a los pies del vitoreado matador, en este caso, matadores. Ese par de hijos de puta me vieron la cara de pendejo. No solía ser agresivo, pero la rabia contaminó mi alma. Le di un puñetazo que le hizo sangrar la boca. Los chillidos inundaron el apartamento. Recogí algunas cosas y salí desconcertado. Regresé a casa de mis papás, con la cola entre las patas.

    Pasó un par de días cuando comprendí el brillo de su mirada: se había enamorado de Carlos. Los maldije más de tres meses. Me invadió una depresión muy fuerte: por el amor roto y la hurgada de culo de Carlos. Me alejé de los eventos definitivamente. Escribir me causaba más tristeza que felicidad. Decidí ya no ser escritor.

     
    #1
    Última modificación: 29 de Abril de 2016
    A joblam le gusta esto.
  2. joblam

    joblam Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Con una sola palabra, quiero definir mi actitud y opinión hacia el relato: ¡excelente! Saludos cordiales.
     
    #2
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  3. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Agradezco tu actitud y opición, y que dejes tus huellas, a mis letras.

    Saludos.
     
    #3

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