Quedate conmigo.

La mañana era hermosa, con una temperatura agradable al cuerpo, creí que nada podría perturbar este día, nada, yo estaba muy feliz, había pasado una noche perfecta al lado de la persona que más he amado en este mundo; eran las siete treinta de la mañana, ella aun dormía, dormía demasiado tranquila, su respiración apenas y se percibía, sentía ver a Eros dormir.
Con la mayor delicadeza que pude plante un beso en su frente y ella despertó sonriendo, su sonrisa me debilitaba, con esa sonrisa yo me convertía en su esclavo.
-¡Buenos días!
-¡Buenos días cariño!- le susurre.
-Quédate conmigo
-Lo siento, debo irme, pero volveré pronto.
-Te esperare, no tardes.
Estaba de vacaciones, pero un pequeño problema en el lugar donde trabajaba me hizo volver, de igual manera las calles estaban despejadas, así que no tarde mucho en llegar y resolver el problema. Regresaba alegre con mi amada, pero el carril ya estaba congestionado, encendí el radio, pero solo capto estática, ¡el rugido de un estrepito me hizo voltear! Uno de los edificios de calles atrás se había derrumbado, mi auto y los demás comenzaron a tambalearse mientras el asfalto se rasgaba cual hoja de papel, me sujete fuertemente del volante y pensé en ella, el distribuidor vial superior se colapsó.
Abandone mi auto y al salir un enorme trozo de concreto lo hizo trizas, volví a pensar en ella, mi edificio estaba a solo unas cuadras, no tardaría en llegar así que corrí sin detenerme ante nada, lo mire, el edificio estaba ligeramente inclinado y apoyado contra otro, policías y socorristas lo delimitaban, no me permitieron el acceso.
-¡Mi esposa está allí!
-¡Es peligroso señor!
-¡Al diablo!
Empuje al oficial al suelo y cruce la línea, emprendí veloz carrera, ella estaba en el quinto piso, al subir los primeros todo resulto fácil, en el cuarto piso todo se desplomaba, quinto piso, lo he logrado, llegue, pero mi amada estaba ensangrentada.
-¡No!
Una barra de acero del otro edificio le atravesaba el abdomen, fui hacia ella y la abrase.
-¡Cariño!
-Llegaste.
-Si linda estoy aquí.
-Llegas…llegaste.
Su voz era débil y sus ojos también se debilitaban, mis lágrimas rodaron por mis mejillas cubriendo las suyas.
-Quédate conmigo
-Debo…debo irme amor
La presión que ejercía su mano sobre la mía cedió, su corazón latía lentamente
-¡Te amo!
Fue su última palabra, su mano cayó de la mía al tiempo que un grito desgarrador surgió de mi pecho mientras sostenía el cuerpo inerte de la mujer que más había amado en la vida.

 

Una petición que apaga la voz en el tiempo, muy sentido, abrazos, Denn​