XXIV

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Se abre espacio el silencio dando pie a tu dulce recuerdo.
Sigue existiendo en mí, la añoranza de tus tiernos abrazos y besos.
Creo y afirmo, que esto que aún me duele jamás se irá mientras esté sin ti.
¿Porqué no sé cómo hacerlo? O quizá no quiero hacerlo.
Mi inconsciente insiste que eso sería una traición; algo de ti ha quedado en mi viviendo para siempre.
Creo que fue ese gran amor que nadie jamás me dará. Y quizá eso sea lo que más me hiere. Porque es una realidad con la que vivo y que he venido guardando secreta y dolorosamente.
Tu entrega innegable, tu bondad y todo mínimo esfuerzo por verme feliz nadie lo superará.
Reconozco mi coraje e insufrible impotencia por saber que no podría hacer más por ti; desearía haberme puesto en tu lugar aquel día. Pero sé, que tú quizás estarías como yo ahora, sufriendo por mi ausencia. Y me sé incapaz de provocarte dolor alguno.
Porque sé, que este que me causas con tu inexistencia estaba fuera de tu control.
Mientras vivo, busco llenar tu vacío con alegrías que pasan como brisa tibia.
Mi cielo se torna gris tantas y tantas veces, que es irremediable que no llueva dentro mío y me apague un ratito, dejándome consumir por la oscuridad donde puedo llorarte libremente, donde te busco para contarte lo mucho que te extraño. Me creo con el derecho de desearte aquí conmigo. Porque no he aprendido a vivir sin ti y no sé si algún día podré. Siendo sincera no creo que pueda. Me niego a resignarme a vivir con el dolor de haberte perdido aunque sé que poco puedo hacer. Solo me queda aguantar de pie como tu lo hubieses querido y agotar todos los intentos por ser feliz aunque tu ya no estés para verlo.