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La Roca de Thomas (Revisado)

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por kalkbadan, 18 de Mayo de 2010. Respuestas: 12 | Visitas: 1666

  1. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Dedicado a Acke


    Allí, en esa roca solitaria
    puedes pescar todo lo que quieras,
    todo y más,
    pero ten mucho cuidado, nieto,
    la mar no perdona.


    LA ROCA DE THOMAS


    Apenas había despertado, y me encontraba entre sueños sobrevolando la isla sin más mecanismo que mis brazos. Las minúsculas gotas de las nubes livianas rociaban mi rostro, surcándome por completo y convirtiendo la visión de la mar, de la cabaña, de los patos dibujantes del cielo en un flujo discontinuo de diapositivas. A veces lograba distinguir, o más bien soñaba que soñaba a mi abuelo pescando en la roca del norte. Allí estaba, sí señor, cadenciosamente soltando el hilo y alzando su mirada hacia donde rugen las olas con sus garras blancas. Tres segundos de meditación y comenzaba la lenta recogida, con estilo torero, ¡cuántas veces repetida!, juntos, los dos. La brisa respiraba cada vez más animosa a través de las lamas de la ventana, y fue entonces cuando la historia contada por mi abuelo una tarde de primavera se hizo real, su voz se materializó en olores, nítidas formas y sentimientos transparentes; los sonidos eran frescos, puros, como si en estos últimos sesenta años no hubieran envejecido. Yo era Thomas, estaba soñando acompasado por el rumor de las olas en el mismo viejo camastro cuando.



    El traqueteo de unos pasos torpes y los ladridos protectores de Jalle entrando en la habitación me pusieron en alerta; esa alerta tan propia del cambio del estado onírico al racional de vigilia, y en el que el temor lo constituye la terrible caída que supone volar sin aparato y no los inocentes pasos de....

    —¡Mira, Helena! ¡despierta, diablos!
    —¿Qué pasa, Thomas?
    —Los malditos cisnes han llegado hasta la baranda, ¡qué sinvergüenzas!, todo lo llenan de mierda, y como están protegidos o no sé el qué, no puedo darles el gatillazo. Bueno tú no sueltes a Jalle que ya sabes cómo terminó el pobre Bonso el día que quiso llevarse como trofeo al cisne
    —Descuida, mi amor. Anda, tonto, date un baño y abrígate bien que Soderberg está a punto de llegar, y ya sabes que no soporta que te retrases, y menos cuando es día de caza.
    —Ya, ya

    Sonó el pitido de la cafetera mientras salía del barreño que calienta Helena todas las mañanas en la chimenea bajo la atenta y curiosa mirada de Jalle. Aun siendo un perro pequeño es extremadamente inteligente, siempre me acompaña allá donde voy. Es mi orgullo ante Soderberg, un viejo cascarrabias que conoce estas someras y heladas aguas mejor que nadie. Él, y solo él, ha recorrido todas las islas de este archipiélago perdido en el Báltico, a caballo entre Suecia y el mar profundo que salpica Finlandia, un caballo de espuma que moldea las lentejas graníticas, dispersas y pequeñas, horizontales, cubiertas por abetos recogidos, recortados por mil tormentas. Es un mar estrellado por las chispas de mica, la más alejada es Kälkbådan, la que más brilla.

    Soderberg es un viejo interesante, auténtico y original. Sus pasos son largos, excesivos, que junto con sus piernas de fino abedul me recuerdan a las grullas que capturo al carboncillo en Fluttu. Es rudo, más animal que persona; una vez lo vi matar a golpe de zueco una víbora de al menos dos metros... Presume de su pasado marinero y de haber dado la vuelta al mundo, surcado tempestades que no están escritas, saboreado mujeres en mil puertos, vencido a piratas desalmados, y degustado licores que dan color y sentido a la vida.


    Su rostro es alargado y siempre porta una pipa que raras veces lleva encendida; la maneja con soltura y gran estilo cuando narra sus aventuras, es la perfecta batuta con la que dirige sus recuerdos y fantasías. Su voz es profunda y grave, percute las palabras contra su pecho convirtiéndolas en algo más que palabras, las trasmuta a un plano espiritual, de intenso significado. El salitre y el sol surcan su frente despejada, son cárcavas que él gesticula a su antojo potenciando aún más su capacidad expresiva. Las pecas delatan su pasado pelirrojo, y su tez rosada contrasta con un vitíligo blanquecino en torno a su ojo izquierdo. Sus ojos, los ojos de Soderberg hablan solos, podría ser mudo que daría igual, son cofres con secretos inconfesables, ¿su color?, toda la paleta de azules y amarillos, un auténtico mar tropical. En ocasiones queda ensimismado escuchando las gaviotas, mientras observa y toca sus manos como si no las conociera, su mirada se pierde y el mar tropical se evapora en una nube de hielo y escarcha. Cuando Soderberg entorna sus ojos hacia ti es muy difícil mantener su mirada, parece como si supiera lo que uno piensa, lo que uno siente.

    —¡Helena! ¿Huelo acaso el café servido en la mesa? Mi dulce niña, mi poetisa, ¿qué poemas tienes en la cabeza? El estío agoniza, querida, el frío y la noche pronto harán su fiesta de gala y no veremos una flor hasta la próxima primavera.
    —¡Ah, Thomas!, es cierto, el invierno acecha, pero soy feliz en este refugio nuestro. Prométeme que me harás una corona de flores para el solsticio de verano, y que beberemos licor hasta el amanecer, y me pintarás desnuda, desnuda con tu corona de margaritas blancas, y los labios con sabor a fresa roja, como a ti te gusta, ¡prométemelo!
    —Prometido, mi vida.

    Se hizo el silencio, sólo el tintineo de las espigas del abeto vecino en la ventana nos separaban del silencio absoluto. A la par alzamos las tazas, y este gesto simétrico, espejo de nosotros mismos, nos hizo soltar una carcajada. No llevaba dos sorbos cuando escuché el inconfundible sonido de la motora de Soderberg.

    —¡Aha! La motora de Soderberg, inconfundible, prepárame el hatillo que me voy a por la escopeta y los patos de madera.

    Una vez todo estuvo listo bajamos los dos al embarcadero. Soderberg abrazó a Helena efusivamente, como si hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez que la vio; ayer, sin ir más lejos, almorzamos juntos. El viejo adoraba a Helena.

    ¡Thomas! Debemos marchar, que los patos no saben esperar, y menos si su recompensa es acabar en la cazuela. Adiós princesa, me llevo por unas horas a tu pintor.
    —No tardéis, cuidado

    Allá en el embarcadero quedó Helena flanqueada por Jalle, que se mantenía inmóvil junto a ella. Su semblante era serio y la brisa empujaba el arrullo y su cabellera dorada hacia el mar; un desorden que sus manos no conseguían aplacar. Apartó su mirada de la barca y la dirigió inquieta hacia el cielo, algo gritó Helena que el viento se encargó de esfumar, y yo le contesté con un beso al aire en el último resquicio visual.

    Soderberg dirigía la barca con maestría, no había nada que temer. Al poco de partir nos adentramos en la mar sin referencias, llanura de barbas blancas, y es que Kälkbådan, nuestra isla, es prácticamente la última estribación del archipiélago, unas mínimas formaciones graníticas la circundan a modo de balcón, composición impresionista entre el cielo y el mar. Tras este mirador sólo queda el azul solitario, extenso, en el que nunca me ha gustado navegar hasta no divisar la costa pero Soderberg sabe manejar las olas.

    —¡Soderberg!, ¿dónde me llevas?
    —Ya te dije que era una sorpresa, te adelanto que allá donde enfilo la proa los patos se cuentan por cientos. Ten paciencia y tranquilo, son unas pequeñas rocas más allá del faro de Märket
    —¿Märket? ¡Pero si ese faro está prácticamente en Finlandia! Mejor volvamos a casa, no me gusta el color de las nubes. No es día para navegar tan lejos.
    —¡Ja,ja,ja! ¡Ay, grumetillo! ¡Chaval, arroja al mar tus nervios que estás con el mismísimo Poseidón!

    La brisa arreciaba cada vez más fuerte, me anudé el chubasquero, las nubes desfilaban veloces perdiéndose en el arco del horizonte desfigurado por una mar cada vez más quebrada y oscura. Las salpicaduras comenzaban a encharcar el fondo de la lancha de madera, era una buena embarcación, pero tenía la edad de su patrón. Surgían de forma espontánea rachas ventosas centrífugas que alzaban al cielo la espuma iracunda, mientras Soderberg silbaba una canción marinera; apenas le entendía, apenas le podía distinguir entre los rociones y los golpes del plinto contra la mar de acero. Cuando Soderberg silbaba es que algo iba muy mal.

    —¡Viejo loco, da la vuelta! ¡Salgamos de aquí!
    —¡Tranquilo Thomas, ya hemos llegado!, ¡tendremos que esperar a que amaine!, ¡es imposible volver!
    —¡¿Llegado?! ¿A dónde?
    —¡Allí!

    Al girarme, con estupor, pude distinguir desafiante una roca gris, casi negra, como prehistórica. Un mínimo peñasco que no aparecía en las cartas de navegación emergía de la nada, era la mismísima materialización de la fantasía del viejo marinero.

    —¡Atracaremos en ella, Thomas!
    —¡Qué demonios dices! ¡No cabemos los dos, no cabemos! ¡¡Es peligroso!!
    —¡Toma el cabo y salta! ¡Salta de una vez! ¡Salta! ¡¡Salta!!

    Cogí la escopeta, el cabo, y salté, pero al tomar pie resbalé inexorablemente por el musgo negro que vestía la roca maldita. La mar me golpeó fieramente contra sus cimientos, solté el cabo consiguiendo encaramarme a ella, las manos me sangraban y el frío me paralizaba… la barca desapareció volando engullida por un vórtice mortal.

    Encontré una fisura en la que pude encallar la culata de mi escopeta, abracé el cinturón firmemente a ella y a mi muñeca, la mar giraba en torno a mí, los rayos golpeaban sin piedad, el viento rugía, cuando una ola me sacudió con infinita contundencia... Noté como el cinturón se aflojaba, no podía hacer nada, no quería hacer nada, me fui alejando. La tranquilidad me embargaba mientras sentía hundirme bajo el peso del cansancio la catarsis; y bajo los rumores del infierno escuché tu voz, la voz de mi mujer amada

    y me pintarás desnuda, desnuda con tu corona de margaritas blancas, y los labios con sabor a fresa roja prométemelo, prométemelo, prométemelo

    Silencio




    S i l e n c i o





    S i l e n c i o



    Soderberg se despertó flotando dentro de su barca, desorientado y tullido por los golpes recibidos. La mar se encontraba tranquila, el cielo despejado, y unas gaviotas posadas en la proa de su vieja embarcación parecían preocuparse por su estado. Se irguió con torpeza tambaleándose de banda en banda, encendió el motor y volvió en busca de su amigo, pero Thomas ya no estaba; su escopeta encallada era el único vestigio de su batalla perdida, escultura siniestra que Soderberg dejó lentamente atrás hasta perderla de vista. Con los ojos arrasados levantó la mano al cielo, algo iba a decir, algo iba a gritar, pero no pudo más que llorar con lágrimas secas, dejando en la estela flotando su alma hueca.

    Al llegar a Kälkbådan encontró a Helena en el embarcadero, hecha un ovillo, agarrándose fuertemente las piernas. Estaba absorta con la mirada trémula fijada en el horizonte, transida por la fatalidad que ya conocía, y que el pobre viejo no necesitó comunicar.

    Helena no tardó en marcharse de Kälkbådan, desapareció. Hay quienes cuentan que alguien la vio partir en una pequeña embarcación a remos dirigida hacia esa roca invisible, desconocida, la roca de Thomas, un día lluvioso del mes de noviembre, el mes de los poemas tristes y de las pinturas de las banquisas falderas.

    Al año siguiente, por primavera, un joven oriundo de Norrland, una región de Laponia, llamado Acke Burström se interesó por Kälkbådan en el transcurso de una jornada de caza con su suegro. La isla era ahora propiedad de la comunidad de Gräso, la isla principal del archipiélago, dado que no se pudo contactar con ningún familiar ni conocido de Thomas y Helena. Acke adquirió la isla, rehabilitó el refugio y comenzó a frecuentarla todos los fines de semana con su mujer y sus dos hijos, marcando un auténtico punto de inflexión en la trayectoria decadente en que se encontraba la isla.

    Acke trabó una buena amistad con el viejo Soderberg, que desde la tragedia bebía más de lo debido. Contaba a los hijos de Acke miles de historias de marinos intrépidos agarrados a helados obenques de un barco moribundo al juego de las olas en la Tierra del Fuego; de sus incontables novias, y de las peleas en los bares de puertos sin nombre. Pero solo cuando estaba atiborrado de licor, bien entrada la madrugada, narraba su vivencia más triste, la pérdida de su gran amigo, quizás la única real de todas sus fábulas. Siempre terminaba dando un puñetazo en la mesa, apretándose las sienes con las palmas de sus manos, y lanzando un grito estremecedor al cielo estrellado:

    ¡¡Maldito Dios!! En vez de llevarte a un viejo condenado usurpaste la vida a dos almas enamoradas. ¿¡Por qué les encadenaste al fondo del mar!?

    Acke le consolaba, pero nunca dio crédito a sus monsergas, sentía lástima por él.

    Transcurridos diez años Soderberg murió, y Acke heredó las únicas propiedades que poseía, su anciana nave de madera y un viejo perro de caza llamado Jalle. Acke comprendió que nada podía hacer con el amasijo de madera apolillada de la embarcación de Soderberg, y aunque le costó, decidió hacer leña del mismo. Mientras desmontaba las lamas del barco encontró una carpeta de plástico en la que figuraba un mapa en el que destacaba una cruz roja fuertemente marcada, ubicaba una posición muy lejana, en mitad del mar, en medio de la nada.

    —¿Qué sería esto? — Se preguntó Acke.

    A la mañana siguiente partió temprano con el plano en la mano; llevaba tres horas de navegación y nada encontraba allí donde supuestamente estaba la cruz marcada, solo el cielo azul, una mar en calma, y un horizonte que se cerraba sobre sí mismo, pero… de pronto, vislumbró algo a lo lejos, ¡una mancha negra!

    ¡No puede ser!, la profundidad es de más de doscientos metros y en las cartas marinas no hay ningún vestigio de afloramiento rocoso, pensó en voz alta.

    Se aproximó con lentitud y la mancha se hizo roca. Allí estaba erguida, como siempre, negra, prehistórica y con la escopeta de Thomas anclada. Estupefacto, Acke recordó la historia de Soderberg tantas veces repetida… era real, absolutamente real. Alcanzó remando la roca, la tocó, ciertamente estaba allí, y pudo comprobar cómo en la base de la escopeta se apoyaba un cinturón descolorido por las inclemencias del tiempo; lo tomó con la mano y en el envés pudo leer claramente una inscripción: Thomas Bloomqvist.

    Era cierto, absolutamente cierto. Acke se dejó llevar por la leve brisa que acariciaba el mar y, a la deriva, quedó pensativo recordando los detalles que el viejo marino le había llorado tantas veces en la alborada. Esperó ensimismado hasta que la roca con su escopeta clavada se perdió en el horizonte, para siempre, pensó él. Con esfuerzo se puso en pie, se encontraba mareado y aturdido, cogió el plano y lo arrojó al mar, arrancó el motor y volvió a casa.

    Al desembarcar en la isla, Maj, su mujer, le interrogó preocupada que donde había estado, y él respondió que lejos, muy lejos, en un lugar sagrado donde descansan dos artistas enamorados. Y concluyó solemne con la siguiente frase:

    Qué corta es la vida Maj, en cualquier momento termina. No somos más que minúsculos granos de arena en la inmensidad del universo. Por eso mismo hay que procurar vivirla, cariño.

    Ella pensó que había bebido y le obligó a darse un baño de agua fría.

    Dice la gente del lugar que en algunos solsticios de verano se ha visto a una mujer desnuda con una corona de margaritas blancas abrazada a un hombre con chubasquero amarillo, y que juntos han reído y bailado la noche entera, desapareciendo al amanecer entre el rumor de las olas.


    Las olas

    Las olas del mar

    L a s o l a s

    Las olas ¡¿Las olas?! ¡Mateo! ¡Abrígate y ponte la gorra de capitán!, que las redes nos esperan repletas de percas y de lucios, y coge el gancho, que no se te olvide. Hoy manejarás la barca y recogerás la red, que ya eres mayor y tus manos tienen costra marinera, y de paso te contaré la historia de esta isla, una historia de amor y de vida.

    Kälkbådan, mayo 2010

     

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    #1
    Última modificación: 29 de Octubre de 2014
    A Évano y elena morado les gusta esto.
  2. LUVIAM

    LUVIAM Poeta veterano en el portal

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    Al comenzar a leer esta historia presentí que resultaría sorprendente , y no me equivoqué, siempre quedo deslumbrada ante cada obra tuya...
    Me has tenido pegada a la butaca sin moverme, atentamente leyendote.
    Tu pluma no tiene calificativo, de hecho he cambiado el adjetivo a esta prosa y finalmente no lo encontré.
    Solo me resta decirte que una vez más me asombra la manera como logras enganchar al lector .
    Cuánto talento!
    Qué historia tan maravillosa, por DIOS!
    Aplausos?; no es nada, esto merece mucho más, y mire usted, sin un solo comentario!!!
    Cómo es posible?

    Mi respeto mi admirado amigo a su magnífica pluma que otra vez me vuelve a movilizar los sentimientos.
    Un cielo de estrellas y
    Feliz año nuevo!
     
    #2
    Última modificación: 27 de Diciembre de 2013
  3. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Querida Lluvia, muy generoso tu comentario.
    Sin duda es el relato al que guardo mayor cariño, es una parte indivisible de mi vida.
    Muchas gracias amiga por la lectura, siempre tan atenta e interesada.
    Un abrazo compañera y hasta pronto.
     
    #3
  4. MP

    MP Tempus fugit Miembro del Equipo ADMINISTRADORA

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    Muchas FELICIDADES
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    #4
  5. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    ¡Gracias amiga Julia! Como ya comenté en su momento a la compañera Lluviam es éste un relato al que guardo un especial cariño, al incluir lugares, personas y aromas muy influyentes en mi vida. Me congratula mucho este reconocimiento.
    Un abrazo, y feliz año.

    Andreas.
     
    #5
  6. LUVIAM

    LUVIAM Poeta veterano en el portal

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    Felicitaciones amigo. Estoy segura que esta parte de tu vida va a impresionar (tanto como a mí) a todo el que venga y la lea. La has sabido narrar muy buen. Te deseo suerte.
    Abrazos.
     
    #6
  7. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Gracias Luviam; me siento más que colmado por tu lectura.
    Un abrazo fuerte y sigue bien.
     
    #7
  8. elena morado

    elena morado Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Qué preciosidad de cuento de historia y de todo,

    Y esa cabaña seguro que está en lugar impresionante, ahora ya sabemos qué es Kälkbådan,
    porque quien es, ya lo sabíamos, un señor genial, ala qué pelotas me he levantado hoy.

    La leí esta noche con sueño, pero se merece que la lea ahora tranquilita,
    con este café de máquina que no estará tan malo acompañada de Soderberg, Thomas, Helena, Acke, Maj, Jalle
    y de los demás personajes que están en la historia aunque no salgan.

    Muy bonita, y especial que ya lo has dicho, recuerdos mezclados con ficción.

    [​IMG]


    Un besito y buun finde que ya estamos llegando.
     
    #8
    Última modificación: 13 de Noviembre de 2015
  9. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    jaja, sí que lo era, sí. Un ser humano excepcional que a veces me daba la impresión de que se encontraba más a gusto en el centro del bosque que con con sus semejantes. Sus orígenes le marcaron, sin duda.
    La historia de Thomas fue contada por mi abuelo en muchas ocasiones. Algo ocurrió en aquella isla, de las fresas salvajes y las auroras boreales. Yo, una vez vi algo..., pero bueno, que más da, jaja
    Gracias, por tu lectura, un gran regalo.
    Abrazos, Elena.
     
    #9
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  10. elena morado

    elena morado Poeta que considera el portal su segunda casa

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    no no no (no lleva comas porque lo digo todo seguido) esto no se queda así, y ahora vas y lo cascas
    avisado estás jaja
    como que qué más da, jolines ahora nos quedamos asi con esta intriga
    pues escribes otro cuento y nos lo cuentas.
     
    #10
    Última modificación: 13 de Noviembre de 2015
  11. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Es una estupenda prosa, Andreas. Por poner pega diré que creo que el mar Báltico no anda por Finlandia o Laponia, aunque ahora no estoy seguro jajajja...

    En verdad que me ha gustado mucho.

    Un abrazo.
     
    #11
  12. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Burro de mí. Tienes razón, el Báltico anda por allí.

    Repito, una estupenda prosa.
     
    #12
  13. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    jaja! Vicente, ojo, que en algo tienes de razón y es que como Laponia se suele considerar más bien a la zona en la que convergen Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia, pero bueno, yo tuve la licencia de bajar un poco el límite.
    Me alegra que te haya gustado, conociendo tu arte en prosa. Muy difícil, compañero, muy difícil me resulta.
     
    #13

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