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Juan Noh

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Melquiades San Juan, 29 de Enero de 2012. Respuestas: 4 | Visitas: 1309

  1. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Los cielos de aquí son tempestuosos. Son capaces de oscurecer completamente al infinito aún a la hora del mediodía. Nubes oscuras, pesadas, que se lanzan rayos y truenos entre sí, deslumbrando a la ficticia noche, donde el sol se queda ciego y los dioses no pueden ver lo que está sucediendo en el mundo de los hombres.

    Juan Noh apura a los Chamulas para que aprovechen la oscuridad que reina al mediodía. La comitiva va bordeando las montañas selváticas del lado de la costa para buscar el lugar que sólo el amo conoce. Son cuatro indios que marchan corriendo como acostumbran ellos, a brinquitos. Detrás los siguen siete mulas, cuatro cargadas con unos cofres y las otras tres traen palas, picos, coas y azadones. Muy atrás, montado en un hermoso caballo negro brilloso, viene el amo. Vestido con un traje charro color negro, con las chaparreras, adornos y demás bordados, de plata. Se confunden amo y caballo. Las sombras hacen difícil descubrir el rostro del amo que se refugia de los escasos rayos de luz bajo su enorme y fino sombrero charro. De repente, algún relámpago que hiere al cielo de un extremo a otro, ilumina las laderas de la montaña. No alcanzan a resaltar los colores de la vegetación selvática, apenas un reflejo blanquecino y mercurial, como si los árboles y las laderas desgajadas de las montañas también fueran fantasmas.
    Los Chamulas sienten miedo y ánimos de correr a esconderse en algún lado. Buscar alguna cueva, algún recodo en la cañada para escapar al viento y a los rayos que siguen a los relámpagos, pero no lo hacen, no son dueños de su miedo ni de su voluntad; no son dueños de nada, ni de su vida; el dueño, el amo, viene allá atrás; él es el único que puede decir quién vive o quién muere, y en qué momento.

    Sólo hay un ser que a veces se rebela a la voluntad del amo. Entre ellos hay un reto constante. Se desafían mutuamente, desafían a la muerte. Entre La Sombra y Juan Noh hay un pacto de muerte. Unas veces es La Sombra quien se arroja a toda velocidad para saltar una profunda zanja, galopa salvajemente esperando que su amo entre en pánico y le jale las riendas para mostrar cobardía. Juan Noh acepta el reto, afloja las riendas y pica espuelas para que La Sombra se abalance con todo el poder de sus patas sobre los riscos quebrados. Bestia y jinete vuelan y saltan el abismo. Del otro lado resuenan las carcajadas de Juan Noh, mezcladas con los relinchos orgullosos de La Sombra. Los Chamulas los han visto tantas veces jugarse la vida en un reto mutuo. No aciertan a saber quién es más demonio de los dos, si el jinete o el caballo. La Sombra ha matado a coces a dos indios que se acercaron a él para quitarle la silla. Los cráneos destrozados, las costillas, la carne abierta, reventada por los filosos herrajes están siempre en sus recuerdos.
    Tan malo como el amo. Hechos el uno para el otro.

    La caminata termina. Es un recodo de la montaña donde se guarece una enorme ceiba. De inmediato descargan a las mulas, y el amo, sin bajarse del caballo, les indica que empiecen a escarbar. Los Chamulas se dan cuenta que se hará un entierro. Cavan rápidamente hasta que apenas sobresalen sus cabezas del agujero.
    Juan Noh les ordena que echen dentro los pesados baúles de madera y hierro. Les dice cómo deben acomodarlos.

    El cielo encapotado empieza a rugir. Truenos y relámpagos llenan todo el espacio. Juan Noh se ríe, saca su machete y lo blandea al viento, como retando a los cielos. Los rayos caen amenazadores en los riscos cercanos. La ceiba se mece al ritmo de los vientos que empiezan a bailotear entre las montañas.
    Algo sucede. Los dioses no pueden ver a través de las nubes pero algo sospechan. Soplan y soplan. Suspenden sus batallas para ver qué es lo que Juan Noh está haciendo allá por la ladera de las montañas que separan a la costa de la zona fría de la selva.
    Nada pueden hacer. Se oyen cuatro disparos. Juan Noh se baja del caballo y empieza a echar paladas sobre los cofres y los cadáveres de los Chamulas. Cuando termina, monta a La Sombra y éste empieza una danza macabra sobre el entierro. Ambos saben qué hacer. Lo han hecho tantas veces. Los tesoros de Juan Noh están regados por toda la sierra. Sus Chamulas mueren junto a sus tesoros, cuidándolos como fantasmas o trabajando en sus minas o cafetales. Mueren de hambre, de cansancio, de alcoholismo, o mordidos por alguna coralillo.
    Qué importa… para eso son los Indios.

    Antes de matarlos los escucha. Los Chamulas ruegan por su vida. Se hincan dentro de lo que será, eternamente, su rica tumba. Juan Noh les ordena que se queden ahí a cuidar su oro hasta que él venga a liberarlos, luego les dispara.

    Dicen los Chamulas que, los muertos así, se vuelven fantasmas. Que el oro los ata al mundo deseando que Juan Noh nunca vuelva.
    Para qué le sirve el oro a los muertos... pero ellos no lo saben, no saben que están muertos. La riqueza les ata al mundo de los vivos.
    Y Juan Noh nunca vuelve… Tienen tantos entierros por la sierra que tardaría siglos en ir a buscar todos sus tesoros.

    Ya llegó la lluvia. Juan Noh ha dejado en libertad a las mulas, volverán solas a la hacienda.
    Jinete y caballo tienen ganas de aventuras. Apenas dejan la sierra, irrumpen en tendido galope sobre la llanura.
    ¡Ah cómo serpea esta bestia maligna entre los cacaotales y los mangos. La noche ha cerrado sus párpados a la luz.
    Juan Noh no mira entre las sombras de la noche. Se confía a La Sombra.
    La Sombra galopa guiado por sus ojos color de penumbra. El barro mojado quiere tumbar a la bestia que relincha y se burla de sus acechanzas, las vence con sus poderosas patas de acero.
    Abre la noche sus fauces color del infierno.

    Un cafeto… ¿Qué vale un cafeto? ¿Quién se apura por un cafeto?
    Un cacao… ¿Quién siente miedo por un cacao?

    Rayan las ramas del cafeto los costados de una sombra diabólica. Respinga y cambia de rumbo, libra el derrumbe al paso de un cacao. Se oye un ruido seco. Luego un trueno. La Bestia se ha quedado sin montura. Se detiene y vuelve sobre sus pasos. Encuentra al cuerpo degollado. Desde las sombras fantasmales se aparecen los ojos de los Chamulas sacrificados.
    Son centenares, parecen un millar.

    ¿Quién puede contar los ojos de los muertos?

    Miran la hora de la venganza. Sus dioses por fin han tomado cuenta del verdugo. Vueltos cafeto, vueltos cacaotero.
    Desde el barro, la cabeza separada mira a la noche.
    Los dioses indígenas toman la cabeza para evitar que El Verdugo renazca.

    ¡Ay… pero qué desgracia!
    ¡Son dioses vencidos por los dioses de los invasores!
    No tienen poder sobre los blancos. Los fantasmas de Los Chamulas buscan una solución para evitar que el amo vuelva a la vida.
    Acuerdan con los dioses no dejar la cabeza sobre la tierra.
    Llévala a El Sumidero -le dicen.
    -Allá donde reposan los hombres libres, los que prefirieron la muerte antes que ser esclavos: ellos serán sus guardianes.

    La noche se aquieta. Cesa la lluvia. Se expande por la Selva el olor de la flor de café, ella es la triunfadora esta noche agitada. Testigo mudo de que los dioses vencidos han venido a hacer justicia.
    El caballo se echa a esperar a que el amo se levante y vuelva a montar sobre sus lomos para cabalgar de nuevo por entre los manglares y los platanares.

    Es larga la espera.
    Entre las matas de plátano se asoma La Encantadora, el espectro de la vieja bruja que en las noches de luna gusta de bañarse desnuda en los remansos de los ríos, transformada en una mujer de increíble belleza, para encantar a los hombres y luego chuparles toda la sangre… toda la esencia de la vida.

    La Sombra muere de hambre junto al cuerpo de Juan Noh. Los coyotes dan cuenta de sus restos, luego los zopilotes; las hormigas toman lo que dejan los gusanos.

    Una noche de luna presencia el nacimiento de la maldición.
    Juan Noh se levanta liberado de los polvos mortales de sus restos.
    Su vestidura plateada relumbra entre las sombras de la noche. Lanza un silbido agudo que hace estremecer de miedo a los vientos de la costa.
    De entre las sombras surge la silueta de su cabalgadura.
    Echa fuego por el hocico y sus ojos brillan como brasas.
    Se unen ambos fantasmas. Parten a todo galope. Parecen tambores los golpes de su galopar por las llanuras. Golpes con ecos sobre la piel de la vida, que se cobijan y vuelven poderosos desde las gargantas de las cañadas.

    ¡Ay pasos nocturnos!
    ¡Ay sueños interrumpidos dentro de los jacales cuando pasa por su cercanía el ánima del demonio que cabalga!
    "No enciendas las velas de cebo".
    "Que no lloren los niños".
    "Que las vírgenes se cubran con la sábana bordada con la imagen de La Santa".
    "Rocía con agua bendita para que se aleje de tu puerta".

    ¿Quién te librará ahora de los acosos de Juan Noh por las veredas y las llanuras pelonas de la selva?
    Tiene tanto oro enterrado para seducir y encantar a los hombres, para perder sus almas.
    Que nadie se enferme por la noche para que no se camine rumbo a la casa del curandero. Juan Noh puede tomar tu alma.
    Es el amo y señor de la noche.
    El que espera fumando cigarros de hoja bajo las ceibas que duermen junto a los cruces de los caminos de la selva.
     
    #1
    Última modificación: 5 de Febrero de 2012
    A bye y (miembro eliminado) les gusta esto.
  2. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Gracias Vicente por detenerte a leer. Saludos
     
    #2
  3. LIBRA8

    LIBRA8 Invitado

    Excelente relato, con mucha intensidad, inquietante y con unas imágenes llenas de magia y fuerza. Muy bien escrito, ademas de encerrar una cruda y cruel realidad de la ambición y explotación humana. He disfrutado mucho con la lectura. Saludos y mi felicitación, Luis.
     
    #3
  4. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Luis, saludos para ti. Es un placer enterarme de tu lectura y tus comentarios. Abrazos.
     
    #4
  5. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Este es un magnífico relato que he releído, Don Melquiades, pues creo que yo soy ese Vicente al que le falta el comentario (cosas del ayer). Pero ha valido la pena, pues este es un Magnífico relato con una excelente narración, profunda por la denuncia social de las ambiciones egoístas inacabables, y unas imágenes estupendas. Aprendí el significado de la palabra "conuco" y me alegro, pues me han dejado uno los vecinos de la aldea y tengo unas cuantas plantas sembradas: lechugas, calabacines, tomates, pimientos, fréjoles (o judías verdes) y fresas. Un placer haber pasado y saludarle afectuosamente.
     
    #5

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