Con la esperanza pegada al vidrio.

El sol rumiaba su sopor en aquellos enladrillados jardines… Los rostros que coincidían en aquel oasis de calor, tornábance paralelos siameses, transfigurados por la lealtad del resplandor e hinchados de transpirante excreción salina, procuraban atrapar algún vestigio de aire escapado de la azotea del edificio cercano… y es que, la luz omnisciente del astro mayor, caía en picada sobre aquel reducido suelo famélico y de una vegetación incipiente, y ella como un ostracismo de la impaciencia, que procuraba afirmar su espera en lo incipiente de su fe oportuna denotaba su firme convicción de lograr su objetivo, aplazado cada cuatro años.

Habían transcurrido cuatro horas desde que Adelaida con su figura chaparra, que la evidenciaba como un ser, no sumido, si no acomodado en la miseria, pregonaba su voluntad de quedarse tantas horas fueran necesarias, aun que en su casa los hijos esperaran su retorno para destripar el hambre que les invadía perpetuamente, hasta que por aquella puerta que se habría de vez en vez para darle paso a los inquisidores del lagarteo burocrático, cruzara el hombre que un día desde una tarima improvisada en el barrio el platanal, hacia soñar a los presentes con la promesa, de reubicar a aquellas familias que fueron azotadas por las desaforadas corrientes de agua, que se agolpan en aquellos valles naturales insertados en el corazón de los barrios marginales de Soledad… y documentos en mano, como trofeo verídico de su calamidad, esperaba.

Desde su llegada, habían sucedido ya más de siete horas, y por aquella puerta habían traficado hombres y mujeres que por su tez y maneras de caminar no provenían de los votos que se producen en las barriadas populares de esta perpleja costilla del Rio Grande…

Y por fin, como una deshilachada ensoñación y acompañado de guardas y personal de la policía, que lo inmunizan de las suplicas y pedimentos que le hacen hombres y mujeres, que como Adelaida, guardan en las profundidades de sus vacíos permutables, la desesperanza y abrigan mas la posibilidad que el eco de la suerte sople sobre la ruleta misteriosa de los propósitos del alcalde, que la besa y le pide una copia de sus trofeos vencidos en el papel, única realidad que hostiga y que en las postrimerías del año son mas que una suplica y un abrazo.

Con la llegada de la tarde fenece el sopor y los acordes de una canción deambulan por los jardines anunciando la prosperidad del año nuevo y Adelaida tararea inconsciente… y las sombras la siguen.

 

hace mucho que no leí una prosa tan llamativa en cuanto a su contexto eventual, donde se atrapan un sin fin de imágenes que surcan en mi mente, creo que fue hace mucho que leí alguna, pero esta tiene una significativa analogía muy personal si no me equivoco en fin, fue grato leerle, saluti