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espejismos viajeros

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Melquiades San Juan, 3 de Mayo de 2013. Respuestas: 1 | Visitas: 766

  1. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    El Tata Viejo tiene razón cuando dice que uno es invisible desde adentro. Es cierto, cuando miro al mundo no me veo ni la nariz, y eso que la tengo grande. Veo solamente toda esa luz y ese mundo con todas sus cosas que aparece hacia cualquier lado que volteo. Tiene razón el Tata Viejo cuando dice que una de las cosas para las que vivimos es para ver porque desde que despertamos hasta que nos dormimos estamos viendo. Lo peor de todo es que yo, cuando sueño también estoy viendo. Cuando me despierto siempre me acuerdo de todo lo que soñé, es como si no hubiera dormido. Eso me tiene desconcertado. Cuando le pregunto al Tata Viejo por qué parece que nunca duermo, él se ríe y me responde: tu cuerpo duerme, pero tu Nahual sale a pasear, se cansa de estar encerrado en tu cuerpo.

    El Tata Viejo me decía que yo iba a morir pronto porque tenía un Tunkh Kaliukh muy inquieto. O que me iba a ir pronto a buscar muchos rumbos porque mi Nahual me llamaba en sueños para que me fuera a otros lados.

    Yo, cuando veo a la Morgancita siento como que algo me brinca por la barriga, me aprieta el pecho, y me deja sin respiración. Ella pasa y me mira, me sonríe como si fuera yo su hermano y se sigue de largo. En mí algo ha cambiado, ya no la veo como antes, como una parte divertida de mis juegos. A decir verdad, nunca fue buena compañera de juegos, prefería jugar con Manuelito o con Guillermo, ellos sí que eran hábiles para jugar. La Morgancita siempre se caía cuando corríamos, siempre se distraía, siempre escarmenándose los largos cabellos negros y chinos, y soñando. Sí, la Morgancita era muy pensativa y solitaria, casi no tenía amigas, tampoco a las niñas les gustaba incluirla en sus juegos porque no sabía jugar, no ponía atención en los juegos, siempre pensando, mirando a través de los caspiroles y los marañones hasta el fondo de la selva, como esperando algo. Cuando escuchaba cantar al Pijuy salía corriendo y lo perseguía por entre las veredas verdes del follaje tropical, se manipulaba los labios y silvaba imitando al pajarillo, este se detenía en una rama y como si la reprendiera por hacerle burla cantaba y cantaba a la vez que se estremecía todo su diminuto cuerpecillo, y ella lo imitaba y también hacia evoluciones con su cuerpo, como si danzara.

    El Tata Viejo decía que la Morgancita iba a morir pronto porque su Tunkh Kaliukh era de flor y las flores solo florecen una vez al año y luego se mueren, en cuento florezca morirá, para eso nació, decía, y luego se callaba, se quedaba mirando las formas extrañas que hacía el humo de su envoltorio de tabaco encendido.

    Sí, hubo un tiempo en que la Morgancita se empezó a volver flor, y en ese tiempo mi yo, el que no se ve a sí mismo desde adentro la miraba y le gustaba mirarla, toda la luz del mundo que pasaba frente a mis ojos, todas las imágenes, todos los movimientos se quedaban congelados, ante mis ojos solo quedaba ella, con sus movimientos, con esa mirada de sus ojos negros como la noche y ese cabello largo y rizado que parecía cascada. Un latido me empezó a nacer dentro del pecho que pateaba y pateaba como dicen las mujeres que patean los hijos en el vientre antes del parto. Un latido que se fue haciendo punzada, y luego, más fuerte, se me fue haciendo dolor. Ya no pasaba la Morgancita frente a mí pero siempre la tenía en mi pensamiento, miraba para allá y ahí estaba ella; luego para allá y también estaba ahí. La soñaba, soñaba que corría tras ella por la selva, y ella, con sus andares torpes, se caía, yo la tomaba entre mis brazos y la ayudaba a levantarse. Olía, olía a selva, a primavera. Cuánta razón tenía el Tata Viejo, la Morgancita se estaba volviendo flor. Me despertaba y el sueño estaba ahí como si todo acabara de suceder. Me angustiaba, tenía miedo de que la voz del Tlamatine de nuestro pequeño mundito tribal se hiciera realidad. Salía a caminar por la selva y cuando pasaba cerca de la peña donde el Tata Viejo charlaba con la tarde y con el viento ya no me detenía, me seguía de largo, no quería, no deseaba escuchar ya esa voz que quizá una tarde me diría: sabes, la Morgancita ya es una flor, cuando lleguen los vientos tibios se llevará los secos pétalos que quedan de su cuerpo.

    Las tardes se hicieron canto de cascada, rumor. Esa voz que tiene la roca cuando el agua la lame al pasar a su lado se me volvió música. Le tenía mucho miedo al canto del "Pijuy", me di cuenta que el Nahual de la Morgancita era un "Pijuy", ese que siempre la viene a buscar, el que le habla, el que viene y danza con ella. Tantas cosas me dijo la cascada durante todas esas tardes que la voz del Tata Viejo ya no fue necesaria para explicarme todos los misterios de mi mundo. Un mundo de murmullos maravillosos me inundó el oído y escuché esas voces que no nacen de los labios de los hijos de vientre de mujer. La voz del agua me empezó a contar sus misterios. Cuántas anécdotas se quedaron ocultas en sus entrañas. Mi todo se sintió pequeño. Mi Nahual es la gota que se vuelve multitud de caricias; y también es la lágrima; y cuando ama, se vuelve espuma, ola.

    Ella pasa junto a mí y toma mi mano.
    Me mira.
    Camina entre la selva y la sigo.
    Nadie nos mira.
    Bajo el "caimito" espera a que llegue la tarde con sus vientos, espera vuelos.
    Yo sé que un ave ha de venir a nuestro encuentro.
    Yo sé que un canto florecerá en la tarde que empieza.
    Yo sé que las flores llenarán los claros de la selva.
    Me envolverán con su suave perfume hasta volverme hierba
    hierba de olor
    hoja de "nance".

    Yo no quiero morir ni quiero que tú mueras -pienso, solo pienso-.
    Ella no me mira. Es el minuto extraño lo que cuenta, por lo que estamos aquí. Para lo que hemos nacido. Luego todo se volverá sombra como la tarde. Este tronco viejo que sirve de sillón a nuestros cuerpos en medio de la jungla es cuerpo de árbol muerto que ha matado el rayo. Seco ya, se maquilla de barca con las voces de lluvia que pintan sus mejillas redondas, barca para los sueños juveniles. Los pájaros se cruzan por el cielo, las gaviotas dicen adiós con un graznido sin confiarnos sus rumbos, las mariposas pasan y pasan sondeando flores con sus vuelos de salto. Ella me mira con sus ojos que no miran su cuerpo, solo el mío. Yo la miro, es una cascada, es un canto, todo eso es porque así la siente mi alma.
    Hay un viento que viene a contemplarnos con alas de caricia. Morgancita reposa su mejilla en mi hombro, su cascada de cabellos baña mi pecho, baña mi espalda. Entre mis manos duermen las suyas en la suave caricia. El tiempo se congela, se vuelve rostro de espejo, desaparecemos, nuestro espejismo deja de existir, desaparece, solo queda el pantano con sus murmullos de rana y sus pasos de lagarto.
    El Tata Viejo tenía mucha razón, duramos poco en este mundo, somos seres viajeros.

     
    #1
    Última modificación: 3 de Mayo de 2013
  2. Uqbar

    Uqbar Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Me ha dejado completamente hechizada esta dulzura de cuento, es hermoso en el mensaje, en la delicadeza de los personajes, en el fondo y en la forma.
    Deja un poso de ternura y de sabiduría profundos.

    Siempre es un placer leer sus obras.

    Palmira
     
    #2

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