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La Casa del Campo (Cuento)

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Melquiades San Juan, 28 de Mayo de 2013. Respuestas: 22 | Visitas: 7466

  1. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Eramos niños, como todos los cachorros pasábamos la mayor parte de nuestra vida corriendo, retozando, volando. Los sembradíos de maíz, de alfalfa, las nubes, eran nuestro territorio preferido. Jugábamos a escondernos entre los surcos al cobijo de las, para entonces, altas cañas. Al abuelo le gustaba que hiciéramos eso porque espantábamos a los "zanates", unas aves tan oscuras como los cuervos que siempre estaban en grandes grupos entre el maizal. Había un espantapájaros en medio del sembrado pero ya era tan conocido por las aves que luego lo utilizaban para acicalarse las brillosas plumas. Tenía una camisola azul de mezclilla, de esas que usan los trabajadores del campo, un pantalón negro y le puso mi tío Juan, unos botines viejos.
    Ese espantapájaros lo hicieron un sábado por la tarde, Mi tío, que era muy creativo trabajando la madera, le hizo el soporte con reglas que simulaban un esqueleto, era como el de un hombre. Mi tía Encarnita se encargó de la ropa y el volumen de cosas que formarían el cuerpo. Le rellenaron la camina y el pantalón con varas de caña de maíz secas, de esas que llaman rastrojo. Para hacerlo más real le pusieron guantes y zapatos. El sombrero sobre una cabeza de unicel con el rostro pintado color café, y los ojos dibujados con pintura negra, los cabellos eran de cola de caballo. Era pues un espantapájaros singular, artístico. Ya se imaginarán a mis tíos, jóvenes y sin otro asunto que hacer en el campo un sábado por la tarde. Quedó tan real que lo bautizaron como si fuera cristiano y le llamaron Artemio.
    Desde la casa, a manera de juego, las tías, para desaburrirse acostumbraban a gritarle desde el pórtico de la casa todo tipo de ocurrencias.

    -¡Artemio, que feo estás! Jajaja.

    Si llovía fuerte, desde la ventana lo veían padecer la fuerte lluvia, y le gritaban cosas como:

    -¡Cómprate un paraguas tonto!

    Ambas reían como tontas, era quizá la única forma de matar el frustrante aburrimiento en una hacienda tan lejana de la ciudad.

    También se hacían bromas entre ellas, a falta de novios la tía Engracia empezó a decir que Artemio era pretendiente de Encarnita, pero que era muy tímido y no se atrevía a venir hasta la casa.

    Encarna, entonces, puso atención al espantapájaros de una manera diferente. Lo miró como el novio que no tenía. A escondidas se iba por las tardes y lo abrazaba, le decía cosas muy tiernas y lo besaba.

    La tía Engracia la seguía, procurando no ser vista por su hermana, la espiaba, duraba horas el romance de Encarna, y ese mismo tiempo duraba el morbo de su hermana.
    Hubo algunas discusiones entre ellas, no se supo bien a bien cómo o qué las causaban, pero una noche, el abuelo sorprendió a su hija mayor, Engracia, saliendo a hurtadillas rumbo al maizal. La siguió con mucho sigilo y se sorprendió mucho cuando descubrió a la joven frotando su cuerpo desnudo con las ropas viejas del muñeco de paja.

    Se preocupó bastante. Esa noche le dijo a la abuela: Sara, tus hijas ya necesitan marido, al menos Engracia, tienes que irte con ellas a la ciudad para que conozcan un buen partido y se cansen.

    La abuela estuvo de acuerdo y sin decir nada esa semana dejó su amado campo y la vida silvestre para volver a ocupar su mansión en la ciudad porteña.



    El primer año, el espantapájaros fue muy eficiente para mantener a las aves lejos de las siembras. Cuando las parvadas pasaban por los sembrados, un leve viento bastaba para ladear el sombrero de fieltro del muñeco, y eso asustaba a las aves, que se alejaban emitiendo fuertes chillidos. Pero al siguiente año el espantajo ya no les causaba ninguna sorpresa, primero aprendieron que no se movía, podían por lo tanto, comer semillas en su entorno y este no los perseguía. Poco a poco fueron tomando más confianza y llegó el momento en que las urracas hurtaron un pañuelo que tenía en el cuello para usarlo como material para su nido.

    De repente el muñeco empezó a dar serias muestras de deterioro. El abuelo consideró entonces que ya era tiempo de hacer otro, pero como él no era muy dado a las cosas detalladas, decidió esperar a que las muchachas volvieran de la ciudad algún fin de mes que tuvieran libre para que hicieran otro tan bueno como lo fue este.

    Ellas volvieron, volvieron con muchos amigos y sus novios. Las dos ya tenían novio. Fue una tarde de otoño, apenas pasadas las lluvias. La abuela mandó a los peones a que cortaran las mazorcas tiernas para cocer los elotes, hacer atole y tamales, ambos le quedaban deliciosos, sobre todo el pan de elote.

    Mientras los antojitos de maíz se cocían los muchachos fueron a sacar de la milpa al espantapájaros, lo clavaron frente a la casa y empezaron a jugar con él.

    -Este es el novio de Encarna -gritó la tía Engracia.

    Encarna dio un paso adelante asida de la mano de su novio, y le dio al espantajo un bofetón histriónico, que le arrancó el sombrero. Quedó al descubierto el rostro de unicel del muñeco, y los ojos pintados en lo que debía ser su rostro, parecían observar con tristeza a las muchachas.
    Ahora fue Engracia la que se acercó a él, y dando un tirón a sus ropas podridas ya, por efecto de la temporada de lluvias.

    -No te da pena cochino -le dijo, a la vez que mostraba a sus amigos el pecho de caña de maíz muy degradada ya por el tiempo-.

    ¡Mira como tiene su pechito, parece escoba!...


    -Jajajaja, las carcajadas.


    Los chicos reían con las ocurrencias de las dos hermanas. El novio de Encarna, que era un jovencito muy alto y bien parecido dijo:

    -Vamos a quemarlo ya, para que no se ande metiendo con mi novia.

    Dicho esto, fueron por petroleo a la cocina y le rociaron con él todo el cuerpo.

    Antes de prenderle fuego el joven se acercó al rostro de unicel del muñeco, y mirándole a los ojos, le dijo:

    -¡Arde pedazo de basura!

    El tiempo había escurrido o robado parte de la pintura que delineaban los trazos de los ojos del espantajo. Por un momento a la tía Encarnita se le ocurrió que el muñeco estaba llorando cuando la miraba. Sintió miedo y lástima a la vez. Para quitarse esa impresión, fue la propia tía Encarna la que pidió el honor de prenderle fuego al adefesio.


    Las llamaradas pronto cubrieron al espantapájaros, mientras ardía los muchachos y muchachas bailaban y cantaban alrededor del fuego que despedían sus restos.

    Esa tarde, las viandas de la abuela deleitaron los juveniles paladares de los invitados a la casa del campo.
    El domingo por la tarde, todos abordaron sus vehículos para volver a la ciudad.

    ***

    Para el otoño, los abuelos echaron la casa por la ventana, en una boda mutua, sus dos bellas hijas unían sus destinos a los de dos jóvenes apuestos y de buena posición en la sociedad del lugar. La abuela estaba doblemente feliz porque sería ella y nadie más la encargada de todos los platillos del banquete, y ella amaba la cocina. Esta era una oportunidad única para sacar a relucir su gran sazón. Por su parte, el abuelo también estaba feliz, el padre del futuro marido de Encarna era un reconocido transportista, tenía una red de camiones y tracto camiones que cubría toda la entidad. Esa misma noche planearon un buen destino para ambos jóvenes, el novio y futuro marido de su hija era hijo único de esa poderosa familia, y los padres querían ver a su único hijo convertirse a su vez en padre, y encargarse de los negocios que ellos le dejarían más tarde que temprano como herencia.

    Por el lado de Engracia las cosas también irían bien. El negocio de la familia era la pesca, tenían tres barcos camaroneros que eran los únicos que llegaban hasta el sur del país, nadie más tenía ese negocio pues no lo conocían. Esa familia había vivido de la pesca en su tierra de origen y cuando se estableció en la zona, algunas generaciones atrás, lo hizo en grande. Le había ido muy bien, pero el abuelo, que procuraba cualquier negocio con distribución y exportación ya estaba hablando de otros horizontes.

    La noche de la boda el abuelo fue tan feliz por ver a sus dos queridas hijas bien casadas que se fue a dormir tan plácidamente que no volvió a despertar. Cuando la abuela lo fue a despertar al día siguiente lo encontró con un gesto de felicidad en el rostro que no quiso perturbar su sueño. Allá por el mediodía, cuando ya le era imposible postergar el primer desayuno que tomarían los dos solos, porque el tío Juan andaba de viaje por Galicia visitando a los parientes en Lugo, estaba tan prendado de su viaje que no quiso volver para algo tan absurdo como la boda de sus tontas hermanas.
    Aurorita, la sirvienta de toda las vida de la casa de la abuela, la que le dio de su pecho a las tías cuando eran niñas, fue la que se dio cuenta que el abuelo no despertaría jamás.

    Ese evento fue terrible para las dos mujeres. Sus dos hijas ya volaban al viejo continente para pasar por esos sitios su luna de miel, y el tío Juan en Galicia, enamorado de una hermosa chica gallega, sin querer saber nada del otro lado del mundo.

    Las dos mujeres se abrazaron y tomaron a decisión de no enturbiar la felicidad de sus hijos. Ellos harían todo el ritual del sepelio, el velorio, la inhumación y los rosarios, acordaron con los nuevos familiares no comunicarlo a sus hijos, no tenía caso -decía la abuela- el fue un hombre muy feliz y así murió, no le gustaría perturbar la felicidad de los seres que más quiso en el mundo.

    Bueno, por esos tiempos no había todo el sistema de comunicaciones actual. Las llamadas eran por larga distancia y por cable, no existían los satélites aún. Los vuelos eran tediosos y lentos en aviones con motor de hélice. Así que nada hubiera cambiado, si les hubieran podido avisar tardarían al menos una semana en volver.

    La casa de la ciudad se volvió lúgubre. La abuela decidió cerrarla por un tiempo y refugiarse en la casa del campo donde el abuelo era tan feliz mirando sus sembradíos de maíz y contemplando las montañas verdosas siempre, como pintadas bajo un cielo colmado de nubes. Allá se fueron la abuela Sara y su fiel amiga Aurorita. Se consolaban mutuamente. Aurorita tenía dos hijos varones aunque nunca se casó, los dos eran de la misma edad de los tíos, el abuelo los había mandado a estudiar, uno era maestro y el otro era músico. Eran buenos chicos y vivían decorosamente.

    Aurorita y la abuela compartían un secreto que no se habían confesado nunca, pero que, tácitamente, mantenían como algo muy personal y humano. Pese a esto, eran como hermanas. Eso ayudó mucho a la abuela, pudo soportar el gran dolor y sobrevivir bien acompañada y apoyada esos días terribles.
     
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  2. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Hay una noche que es para mí lo más importante que sucedió en mi vida. Esa noche solitaria que pasó la abuela en esa casa del campo. Ella estaba embarazada por primera vez y ya en vísperas del parto. Esa noche estaba sola. Bueno, ella creía que estaba sola pero no, todos nosotros estábamos ahí, mirándola y esperando nuestro momento.
    Bueno, esto que voy a contarles ustedes no lo saben, o más bien no lo recuerdan, pero antes de que la abuela pariera a su primer hijo ya todos sus descendientes estábamos ahí. Uno tras otro, esperando a que el desenlace de las cosas nos llevara a seno de esa familia. Y la espera, les cuento, no es larga, ni es pesada, no es como en el otro lado, que todo se cuenta en minutos y segundos y produce cansancio, no. Aquí de este lado el cansancio no existe, ni existe el día ni la noche. Es un estar en espera despierto siempre.
    Pues esa noche, todos estábamos ahí, mirando la cadena de la carne en la que ocuparíamos nuestra eternidad por un instante breve.

    Esa noche hubo una tormenta espantosa y la abuela se asustó, se levantó y fue a la cocina a cerrar las ventanas, y en el camino el viento trajo algo que la hizo caer. Rodó por el piso y sintió como la fuente se le rompió. Como pudo se regresó a la cama y trató de tranquilizarse. Papá no pudo nacer.
    La abuela sobrevivió porque a la tía Aurorita la logramos "inquietar" entre todos, para que pensara en la casa grande. En nuestra desesperación rompimos en muro que nos separa de ellos y ella nos escuchó, desde entonces nos ve y nos escucha.

    Corrió a la casa bajo la lluvia y cuando llegó encontró que la abuela ya había abortado a mi papá y estaba tan fría que parecía un cadáver. Tía Aurorita sabe muchos remedios, muchas cosas sabe, de esas que la gente no sabe. Y con tés y "llamados", hizo que la abuela se recuperara. Al otro día mi abuelo volvió a la casa y mandó por el médico: La abuela sobrevivió y desde entonces la tía Aurorita vive en la casa grande, es como de la familia.

    ***

    A mí me gusta volverme remolino. Cambio la temperatura del viento y subo y subo y subo. Desde arriba miro el techo de la casona de mis abuelos, doy vueltas en círculos como los pájaros y la miro desde todos sus ángulos. Es hermoso hacer esto, pero aburre, a la larga aburre, aburre cuando todo esto lo puedes hacer siempre y no te cuesta hacerlo.

    Cuando me aburro de hacer esto bajo y entro a la casona por el techo. Recorro todas las habitaciones y miro a los parientes que están del otro lado hacer todas esas cosas que hacen todos los días. Me siento a ver a la abuela como platica con mi padre. Ellos hablan si hablar, se piensan mutuamente. Mi padre siempre está alrededor del cuello de su madre, la llena de mimos. Hace que no piense en él como el hijo que perdió, y por eso la abuela no llora nunca. Ella lo llama por su nombre: Germinal, así se iba a llamar mi padre de haber nacido, como se llamó el padre de mi abuela.

    Después de la muerte del abuelo, mi padre sintió la cercanía de su madre. Ambos estuvieron a partir de ese momento más unidos, la puerta que los separaba se empezaba a abrir.


    ***

    La puerta. Las puertas se abren y se cierran, así son las puertas.

    El día que las tías empezaron a hablarle al espantapájaros, sin saberlo, estaban abriendo una puerta. Una voz lanzada a un objeto cualquiera es escuchada por alguien si se hace con mucho deseo. Y el que quiere oír acude al llamado. De este lado hay muchos que esperan un llamado. Hay muchos que escuchan y ocupan de esa forma un instante de su eternidad. Se deleitan con esos juegos.

    ***

    Cuando las tías volvieron de su viaje de luna de miel se encontraron con la dolorosa noticia de que su padre había muerto el mismo día que ellas partieron. Fueron terribles las horas que vivieron cuando la abuela les contó cómo habían sucedido las cosas. La más afectada de las dos fue la tía Encarna. Ella sintió muchos remordimientos, pensó en todo lo sucedido y llegó a la conclusión que tenía relación con la quema del espantapájaros.
    Todas las noches se despertaba gritando a las sombras.

    -Artemio déjame en paz, -decía.
    ¡Artemio pedóname! -gritaba.

    Su marido no sabía qué hacer. Ella decía que los ojos pintados en la bola de unicel que era la cabeza del muñeco de paja no dejaba de mirarla con tristeza, con dolor. Al poco tiempo la tía Engracia empezó a tener las mismas visiones nocturnas. Las dos decían que el rostro del muñeco de paja las espiaba apenas caía la noche.

    Los maridos de ambas se asustaron mucho y creyeron oportuno llevarlas a un especialista. Las medicaban con muchos calmantes, pero no funcionaron. No podían dormir porque Artemio venía y las acariciaba. Les hacía el amor, y ellas no podían hacer nada para evitarlo. Tía Aurorita hacia conjuros para alejar al espantapájaros. Los conjuros funcionaban por un tiempo pero cuando volvían a sus casas en la ciudad el espantapájaros volvía a visitarlas. Decidieron que lo mejor era que se quedaran en la casa del campo para que, cerca de tía Aurorita, se sintieran seguras.

    Un día llamó a la puerta de la casa del campo un muchacho que iba de paso, y también pidió trabajo. Cuando las tías lo vieron de inmediato lo identificaron como el muñeco de paja, pero vivo. Corrieron hacia la cocina y a gritos le dijeron a tía Aurorita que Artemio estaba ahí, en la puerta. La tía salió rápidamente para ver quien era ese hombre que asustaba a sus "hijas". Se encontró con un muchacho muy amable. El joven le pidió algo de comer. Le dijo que iba de paso, al norte para cruzar la frontera y trabajar en el país vecino. La tía no pudo resistirse ante la precaria situación del aquel hombre y lo hizo pasar a la cocina y ahí le preparó unas viandas para que siguiera su viaje. Reparó en sus ropajes y encontró que eran muy parecidas a las que tanto tiempo vistió aquel espantajo que estuvo tanto tiempo en medio de la milpa. Era muy extraño todo eso. La abuela se apareció por la cocina y el joven le pidió que le diera trabajo por un tiempo breve, quería ganar unos pesos para continuar su viaje. La abuela se conmovió tanto con su condición tan precaria que aceptó emplearlo.
    Lo llevaron al granero y le dijeron que se acomodara como pudiera.

    Esa noche las tías no tuvieron sus acostumbradas pesadillas. Las dos dormían en la que había sido su habitación desde niñas, estuvieron cuchicheando entre ellas, hablaban del joven, decían que al fin Artemio había venido para vengarse de las burlas que hicieron de él el día que lo quemaron ante todos sus amigos.

    Al día siguiente, antes de despuntar el alba, se escuchó el ruido del tractor del abuelo alejarse rumbo a la zona de cultivo. El joven labriego era muy trabajador. Al final del día la cuarta parte del enorme terreno ya estaba desmontada, la tierra se ofrecía oscura y rica a las pupilas del cielo. Las tías lo observaban desde la ventana de su habitación. La tía Aurorita le llevó el almuerzo al medio día. Cuando volvió les platicó a las muchachas lo amable que era ese joven. Las tías estaban confundidas, esperaban que desapareciera durante el día o que algo extraño pasara entre el peón y la buena mujer. Pero como eso no sucedió, se tranquilizaron. En los siguientes días se dedicaron a espiar a los lejos al muchacho. Una cosa les llamó la atención: las aves volaban en círculos sobre el tractor y escuchaban como él les silbaba y las aves respondían a sus silbidos con graznidos. No era un personaje que inspirara temor a las aves, tampoco a ellas. La primera vez que se les acercó ambas notaron que tenía unos enormes ojos negros que miraban con mucha tristeza, pero amorosamente a la vez. Después de ese encuentro eran ellas las que le llevaban el almuerzo en una canastilla que la tía Aurora les preparaba.
    Las pesadillas ya no habían vuelto y dejaron de tener miedo a las sombras.

    Cuando sus maridos se enteraron que el acoso nocturno del espantapájaros ya había pasado vinieron por ellas para llevarlas a su casa. Una vez en casa las pesadillas volvieron. El muñeco veía a Encarnación con sus ojos llorosos mientras el fuego le consumía todo el cuerpo. Ella se despertaba gritando desesperadamente. El marido no sabía qué hacer, decidieron que volvieran a la casa del campo para que Aurorita les siguiera dando sus tés y sus "limpias".
    A Engracia le pasó lo mismo. Soñaba que el muñeco la desnudaba y lle lastimaba la piel con su pecho de caña seca. No podía conciliar el sueño. Cansado por los desvelos, el marido de ella también aceptó que regresara junto a su hermana a la casa del campo hasta que estuviera bien del todo.
     
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    A la abuela le pasa una cosa, siente que vuela, siente que el techo se acerca y que está a punto de chocar con él, luego, de repente, se deja caer bruscamente sobre la cama, se asusta, grita. Tía Aurorita viene corriendo para ver qué le pasa, la encuentra hablando en voz baja, habla con sus hijo Germinal, el que nunca nació. Aurorita lo escucha, lo escucha en esa forma extraña como ella aprendió a escuchar nuestras voces, una voz sin palabras, solo pensamientos. A veces lo ve, pero no puede ver una figura humana, mira algo como una nube pero no es una nube, es solo la necesidad que tiene su consciencia para materializar algo que siente que existe pero que no existe para sus sentidos, algo que no puede ver porque no refleja luz que rebote en sus pupilas, algo que no puede escuchar porque no tiene forma de elaborar sus propios sonidos para que su oído escuche, pero ella lo percibe porque nosotros rompimos su muro de no existes aquella noche fatal.

    Aurorita va por el té para los nervios, vuelve y se lo da a la abuela. La abuela no la mira, está en otros ámbitos de su pensamiento. Tía Aurorita no escucha pero percibe el dialogo entre dos personajes: mi padre y su madre.

    -Ya vendrá -dice la abuela-, ya vendrá. Siempre fue un buen muchacho, vendrá a despedirse de mí.
    -Y si no viene, no te angusties madre, de cualquier forma nos encontraremos. Luego nos fundiremos en el todo para volver a separarnos de nuevo en alguna forma.

    Aurorita escucha los susurros, la abuela languidece entre sus delirios, se está yendo poco a poco, lentamente, las ligas, las ataduras son muy tenues y ella siente que vuela, y volará.

    ***

    -Tengo miedo Juan, tengo miedo. No me toques, tengo miedo.

    Juan ama a su mujer. Pero desde que tuvo el aborto, ella tiene miedo a intimar, tiene miedo por la noche. La noche se ha vuelto como un antídoto para todo lo relacionado a las relaciones sexuales. Ella no se deja tocar por la noche. Ahora duermen separados. Para Juan es difícil tener el amado cuerpo de Sara, su mujer, y no poder tocarla, hacerle el amor y amanecer con ella. Ella tiene miedo a todo lo que se relaciona con quedar preñada por la noche, siente que si queda preñada en la noche el parto puede ser de noche y puede volver a abortar. Él no entiende las razones de su mujer pero acepta, la busca durante el día, y en el día su mujer es otra.
    Buscan el cobijo de los muebles de la sala para hacerse el amor, pierden la consciencia de todo y se desnudan, y se aman.

    Aurora los mira. No hace ruido. Los espía detrás de las puertas, desde las esquinas de las sala. Entre las cañas de las matas de maíz está su mirada, absorta, en esos cuerpos que solo se encuentran de día y se abandonan a sí mismos.
    Ella los mira, conoce todo el ritual de sus encuentros amorosos, se va a la cama con ellos y se inspira, y se disfruta a sí misma.



    << Las noches se han vuelto terribles para ti Aurorita -piensa, y se repite en su mente-.
    Las noches... Qué frías son tus sábanas Aurorita.
    Qué vacía está tu cama Aurora, qué vacía.
    Hace falta un cuerpo tibio que te haga perfumar en las noches.
    Hacen falta unos brazos fuertes que te aprisionen y que se enrosquen sobre tu frágil cuerpo.
    Una boca que te coma y que se beba tus sales y tus manjares.
    Aurorita... qué apetito de cosas mundanas tienes, se ha despertado esa hambre extraña en ti, y no duermes, no tienes paz. >>




    Las noches en la casona del campo son noches inquietas, Sara duerme profundamente. Sin sus demonios acosándola en su recamara duerme con tranquilidad. Queda preñada pero no tiene miedo, la voz que siempre está cerca, la que no ve, le da confianza.
    Esa voz le dice:

    -El pequeño Juan vendrá de día, no temas, vendrá de día. Ella confía en esa voz interna.

    -Germinal, hijo, no te alejes de mí en ningún instante hijo, no te alejes de mí.

    -No madre, jamás me alejaré de ti, estaremos juntos.

    -¿Y cómo es Juan, puedes verlo?

    -No, aún no tiene forma, se ha vuelto un latido que te escucha, háblale sin palabras, la emoción es nuestro lenguaje, siente tú y el te sentirá, ese es el lenguaje nuestro madre, siente, solo siente, olvida las palabras.

    Sara se duerme, el tibio viento del verano entra por la ventana, trae humedad, huele a naranjo, a limonar dormido. Es dulce el sueño de Sara, es profundo.

    Juan no concilia el sueño, lee. Se incorpora de la cama y se asoma por la ventana, mira hacia la milpa que rodea la casa. Adora ver el maíz. Hay un lenguaje que viene de la milpa y que él escucha, es la voz de la brisa tomando las espigas y haciéndolas volar de un lado a otro. Fecundando -piensa él-. Lo imagina, ya es verano.

    Camina y sus pisadas resuenan en el piso de abajo, justo abajo está la habitación de Aurora.
    Aurora y sus insomnios ardientes. Aurora y sus manos recorriendo su cuerpo. Aurora y ese susurro que brota casi mudo, temeroso de dejarse escuchar, mientras comprime entre sus piernas y sus manos esclavas los ardores de su cuerpo:

    -Juan... juan.

    ***

    <Ay noche, si yo te contara lo que siento, si te contara de mis horas inquietas, de esos extraños anhelos que no tienen nombre, que son oleadas, que son vapores, sudores. Ay noche, noche larga, noche vacía>
    -¿Se marcha usted Aurorita?

    -Sí señor, me voy.

    -¿Alguna mala cara ha visto en esta casa?

    -No señor, ninguna, es un asunto mío, solo mío.

    -¿Y no lo podemos solucionar?

    -No señor, no se puede solucionar.​


    Juan la mira, pone atención en el rostro de la mujer, busca un rasgo que le permita descubrir vestigios de algún resentimiento, un pequeño enojo, algo, algo, algo, pero no encuentra nada de eso.
    La mira a los ojos, son unos ojos grandes, cafés, brilla detrás de esas pestañas enormes que los quieren cubrir.
    Las mejillas no están rígidas como esperaba, son suaves y tersas. Saltan muy poquito sus pómulos, apenas para formar un vallecillo hermoso que cae hacia la mandíbula que salta graciosamente.
    No tiene más remedio que fijarse en la nariz, pequeña, muy recta hermosamente simétrica, apenas respingada.
    Se asombra, es Aurora, nunca la había visto así. Ahí están los labios abultados, componiendo una boca pequeñita. Parece que invitan a pensar en morder, en saborear, en detenerse en ellos largamente. Pequeñito el mentón, resaltado. Ella lo mira, hay tanta ternura en esa mirada. Para esos lenguajes no hay palabras ni razones. No es la voluntad la que habla, habla la naturaleza, las señales que ella puso en cada ser para servir a sus propósitos.

    -Me voy don Juan. Ya recogí mis cosas.

    -Porque no se espera, Sara está embarazada, pronto necesitará mucha ayuda, ella confía mucho en usted, le tiene fe. Si es por dinero, le puedo pagar más, no tiene que hacer más cosas de las que hace hasta ahora, no hay mucho que hacer en esta casa, usted lo sabe.

    La mujer se queda pensativa. Ha pensado en la fuga como una forma de evitar algún descuido con Juan. Lo mira y siente deseos de él, recuerda los encuentros que ha presenciado y en sus pensamientos sustituye a Sara, es ella la prisionera de esos abrazos, ella la que es abatida por ese cuerpo vigoroso, es ella...

    La distancia puede apagar ese fuego. Es mejor partir.

    -Quédese por favor Aurorita, hágame esa caridad.


    Deshace sus maletas. Se prepara para sus labores. Consume su día en atenciones a Sara que se ha vuelto un mar de miedos, ya se le nota el embarazo en el vientre y no quiere ningún contratiempo, se recluye en su recamara, ahí camina, ahí come, ahí consume sus horas. Susurra con Germinal, que no la deja nunca, todas esas pequeñas cuitas, y él sabe apaciguar sus tormentas. La ventana está ahí para mostrar a su pupilas los destellos que llegan de lejos, las cañas verdes danzan con el viento. El limonar está mirando a su ventana todo el tiempo con todos esos ojos color verde.
    Respira y vuelve a la cama. Ella sabe que Juan no vendrá por las noches, se lo ha pedido. Y espera que la promesa de Germinal se cumpla, el pequeño Juan vendrá de día.
    Ella teme a la noche, en esa casa, las dos mujeres temen a la noche.
     
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    -¡Artemio!

    -No me llamo Artemio, ya te dije que me llamo Joaquín.
    -No, te llamas Artemio.
    -Que no, que me llamo Joaquín. Ustedes dos son muy necias, insisten en llamarme Artemio.
    -¿Has hablado con mi hermana?...
    -Sí, anoche estuvimos platicando hasta muy entrada la noche. La tuve que despedir porque yo tengo que levantarme muy temprano. Ella no se quería ir. Te vi espiándonos.
    Voltea con cuidado, lentamente, allá detrás del limonar está tu hermana, nos está viendo.

    -Artemio, quiero decirte algo, es un secreto. Quiero que me perdones por algo que te hice hace tiempo. Era un juego, eras un espantapájaros y nosotros jugamos a que eras una persona.
    Te prendimos fuego, ¿lo recuerdas?

    El muchacho se ríe... su rostro, tostado por el sol, le parece bello a Encarna.

    -Ustedes están locas, qué ocurrencia, yo un espantapájaros, jajaja. Se acomoda el sombrero y bebe lo que queda de limonada en el vaso que la mujer le ha traído junto con los alimentos.

    Ella piensa que no es por ahí como se pondrá en paz con Artemio, sabe que está mintiendo, que sí es él. No sabe por qué se esconde en el nombre de Joaquín, no importa, insiste:

    -Quiero que me perdones, por favor perdóname. Solo di que me perdonas no importa si ahora eres Joaquín, dime que me perdonas. Solo dímelo.

    Él la mira con incredulidad, no sabe si le están haciendo entre las dos una broma pesada, tonta. Las dos le piden lo mismo: perdón. Algo se traen entre manos estas mujeres -piensa-.

    -Perdóname Artemio... Por favor, dime que me perdonas.

    -No, saben qué, ya déjame en paz, no estoy para juegos.

    Pone en marcha el tractor y continúa con su trabajo. Ella vuelve a la casa. Llora. En el camino se le une su hermana.

    -No nos quiere perdonar -dice Engracia-. Debe seguir muy enojado.

    Las dos entran a la casa. La tía Aurorita las ha visto por la ventana. Las recibe con abrazos y las lleva a la cocina, les prepara un té de limón, de ese que hace con hojas que pone a secar al sol.

    Están calladas, pensativas. La tía sabe cómo tratarlas, se sienta a la mesa con ellas y las mira sin que su rostro muestre emoción alguna. Conoce la historia que las atormenta, piensa que todo lo que les sucede no es más que un reflejo de sus consciencias, son muchachas buenas, de buenos sentimientos.
    El día que quemaron al espantapájaros estaban jugando, no tenían intención de hacer daño alguno y no lo hicieron, pero son tan buenas chicas que en algún momento sintieron que sí lo hacían.

    ***

    La tía Aurora sabe muchas cosas pero no las dice, ella ve cosas que los demás no ven, siente y percibe... nosotros rompimos su muro de esas cosas no existen, esa noche, y ella ve, sabe...



    Nos hemos reunido todos los que somos del otro lado, papá está hablando con la abuela, ella nos ve. Papá la deja sola por única vez y se reúne con nosotros. Estamos parados frente a su cama, la abuela sonríe amorosamente.

    -Son tus niños nonatos -le dice mi padre a la abuela. Junto a mí están sentados Tomasito y Baldemar, al lado de mi padre están María y Vicenta. Después de un suspiro de ella yo desapareceré para siempre, me volveré todo de nuevo, hasta que encuentre una circunstancia especial que me haga desear un nuevo intento, un paréntesis de mi eternidad que compartir con otros en una carne que camine en el mundo de las emociones y los reflejos. Ocupar un instante mi eternidad.

    Mis hermanos esperarán, ya irán en camino hacia sus espacios en los otros hijos de la abuela. Ella siente angustia por mí, mi padre le dice que no llore, que no hay razón para llorar. El llanto es por las ausencias y eso no existe en ese lado, es un espejismo que solo se experimenta allá.

    Ella suspira y cesan los latidos. Algo hay ahí que sigue siendo Sara, es como un eco que cada vez se escucha más y más lejos.

    Tía Aurora siente un sobresalto en el pecho. Grita y corre escaleras arriba. Las tías Encarna y Engracia la siguen. Es un instante poderoso y lleno de destellos.

    Tía Aurora se echa sobre el cuerpo de la abuela y llora, se ahoga, la tía Encarna se desmaya y Engracia se jala los cabellos, llora, se le ponen rojas las mejillas, se ahoga en sollozos.

    Esto siempre es así. Es el sabor que nos lleva a ser carne alguna vez, a experimentar todas esas emociones, y enriquecer nuestra eternidad con ese breve alimento que nos hace amar estar vivos y no padecer el tedio de la presencia eterna. Es la sal de la eternidad.

    La abuela no lo comprende bien todavía. Apenas vuelve, apenas recuperará de nuevo la consciencia. Nadie puede hacer nada, ni debe hacerlo, es el último destello de ese momento finito que nos alimenta con sus emociones.

    Es ahí con su emoción.

    -Son mis hijas, es mi hermana -dice-.

    Mi padre le responde:

    -Aún lo son, luego serán lo que todos somos.


    Es el sueño de tía Aurora.

    Despierta y mira al techo fijamente. Ella sabe que es un aviso.
    Ella sabe muchas cosas que otras personas no saben. No está triste.
    Está preocupada, está preparada.


    ***
     
    #4
    Última modificación: 11 de Octubre de 2013
  5. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Ellas se han vuelto hadas madrinas. Colman a Joaquín con todo tipo de atenciones. Le preparan el desayuno por la madrugada, a la hora del almuerzo le llevan las viandas hasta los terrenos de cultivo, almuerzan con él, El joven ya no sabe qué hacer para librarse del acoso de las tías. Ella ahora actúan como si fueran gemelas. Han ido a la ciudad para comprale ropa nueva, no quieren ver más esos colores y tipos de vestido que les recuerde aquel suceso. Sus esposos ya han conocido a Joaquín. Los esposos ya conocen a Joaquín y saben lo que sus mujeres piensan que él es. El joven les insiste que él no se llama Artemio, los maridos de las tías están de acuerdo con él, pero celebran que sus amadas mujercitas hayan superado sus pesadillas y lleven una vida tranquila.

    Hay algo que, sin embargo inquieta al esposo de Encarnita. Cuando mira los ojos del joven labriego se acuerda de los ojos del muñeco. Con pintura, Encarna, su mujer, que fue la que le pintó los ojos en la bola de unicel al espantapájaros, dejó en los trazos ligeros del pincel un tono de tristeza, y él vio ese expresión ese día, como si al muñeco le pesara, le doliera lo que estaba a punto de suceder con él. La mirada del muchacho tiene eso, un aire de profunda melancolía como si arrastrara tras de sí un pesar terrible que no lo abandona nunca. Pero esa mirada triste se contrapone con una sonrisa muy bondadosa, tímida a veces, que aparece durante la charla, no es muy locuaz cuando habla, las palabras no fluyen con soltura, apenas habla.

    Las actividades que desempeña el joven en la casa del campo se han extendido y relajado a la vez, desde el principio fue él quien estableció muy responsablemente sus actividades, ahora, una vez concluido el periodo de siembra, se ha ocupado en reparar los detalles del techo de la casa, de las paredes de madera, la pintura y todo aquello que ve en estado de deterioro. Auxilia eficientemente a tía Aurorita en lo que ella le solicita, aún antes de que ella lo pida. Las tías son sus ayudantes, su voluntariado es, las más veces un obstáculo, que un aligeramiento de las cosas. Los maridos se sienten incómodos, al punto de celosos porque las dos mujeres hablan y actúan todo el tiempo en función de sus propósitos de halagar al muchacho.

    La tía Aurora le ha dicho al joven que ocupe la que fue su casa de joven, queda a unos cientos de metros de ahí, el joven ahora dedica un tiempo en reparar la casa para hacerla habitable, tiene años abandonada porque los hijos de Aurorita, ahora adultos, viven en otra ciudad.

    La vida parece haber encontrado un ritmo armonioso, todo marcha a la perfección, entonces sucede algo inesperado: Joaquín- Artemio desaparece. Toda la familia resiente su ausencia, las tías encuentran en la que fue la casa de Aurorita, la ropa con la que, el ahora desaparecido, llegó a pedir trabajo y algo de comer.
    La revisan y encuentran en ella huellas de haber estado expuestas al fuego. Se miran, se emocionan y se abrazan. Interpretan eso como un perdón. Se sienten liberadas por fin del cargo de consciencia, lloran. El instante aquel se borra de sus recuerdos, se borra como un hecho de maldad, se transforma y completa con la convivencia posterior, con el trato amable y generoso con que colmaron al que dijo llamarse Joaquín. Antes de que concluya la semana ya han vuelto a sus hogares, sus esposos están felices y ellas también.


    ***

    Me he sentido solitario entre estos muros de madera y granito. Los niños con que jugaba me han abandonado, ahora están en torno de las tías, ellas están embarazadas, las dos esperan sus retoños y ellos ya están apurados en volverse raíces en esos latidos. La tía Aurora se asombra cuando sin aviso, el tío Juan aparece con una muchacha guapa, que también está embarazada, yo lo sé y se lo he dicho a tía Aurorita en sus sueños, ella tendrá gemelos, un niño y una niña. La familia se reúne en la casa del campo para recibir a su hermano, se entera de la muerte de sus padres y se entristece, pero Juan es así, es de una personalidad muy independiente y despegada de la familia, asimila la noticia y también ríe con el asunto de Artemio y Joaquín, siempre ha considerado a sus hermanas un par de mujeres "desquiciadas" e inestables.

    ***


    Han pasado largas noches en vela, él da vueltas y vueltas en su habitación; abajo, Aurorita escucha las pisadas. Lo escucha abrir la puerta, ella se apresura a cubrir su desnudez con un camisón, los pasos de él hacen rechinar la madera de las escaleras, se dirige a la cocina. Ella entra cuando él está tomando unas cosas de la alacena y le dice:

    -¿Quiere que le prepare algo, tiene hambre, le preparo un té o un chocolate?

    El camisón la cubre hasta la mitad de los muslos, está descalza; el cabello negro, siempre recogido en una trenza, ahora está suelto. Él se sienta en la mesita del comedor y la mira moverse para acá y para allá preparando las cosas. Se deleita con sus hermosas pantorrillas, le seducen sus dedos. Ella se sabe observada, siente la mirada sobre su cuerpo, se excita y perfuma el ambiente con su personal aroma. Cuando pone frente a él el chocolate tibio y espumoso junto con la torta rellena con queso, él deja de lado el recato y le mira a los senos, esa mirada provoca en ella un golpe de calor, la sangre pinta sus mejillas, sus carnosos labios se inflaman y entreabiertos se ofrecen a él. No hay razón en ello, hay instinto. La toma de la mano y la lleva a su habitación, ella se deja llevar. La bata desaparece sola, él muerde esa deliciosa y carnosa fruta, tiene un sabor que solo lo percibe los sentidos, se muerden mutuamente los labios, no queda espacio de piel que no lo cubran los besos, las suaves mordidas, el incendio ya está prendido, los ojos de ella, abiertos, miran sin ver a ningún lado, están perdidos en un instante ajeno, en un lugar extraño. Su cuerpo recibe por primera vez la caricia íntima de otro cuerpo. Hay un lenguaje especial con que la pasión se expresa, no son palabras, son alientos, son suspiros que se visten de quejidos, todo los enmudece la noche, todo se queda ahí entre los muros y las sombras, son testigos las sombras y los fantasmas. Los fantasmas que gustan ocupar un pequeño espacio de su eternidad alimentándose con las emociones de los que están del otro lado de las cosas que reflejan sus destellos.

    ***

    continuará...
     
    #5
    Última modificación: 29 de Julio de 2013
  6. Melquiades San Juan

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    Era una niña hermosa y risueña, y como todos los cachorros, apenas aprendió a mantenerse erguida sobre sus pies empezó de aquí para allá córrete que te corre. No paraba. Los piecesillos regordetes deshacían de inmediato cuanto huarachito nuevo le compraban. Se rompían las correas, se rompían los ojales donde las correas se agarraban para mantener el rollizo pie dentro del calzado. Después de las carretas vinieron los saltos, primero desde las ramas de los árboles que rodeaban la casa, después las peñas, los riscos. Saltaba persiguiendo a las chivas, y por eso la familia le empezó a decir como segundo nombre: "La Chiva" o "La Chivis. Luego vinieron las escapadas con los chiquillos rumbo a la poza. Aprendió a nadar y a echarse clavados desde la peña. Competía y le ganaba hasta a los niños más grandes a quienes les deba pánico aventarse desde muy alto a la pequeña poza. Era la heroína de sus vecinos. Luego creció, la pubertad se asomó por su cuerpo con sus botones de rosa oscura sobre el pecho. Ella no se daba cuanta, seguía bañándose semi desnuda con sus amigos. Estos no podía dejar de advertir la transformación. Las otras niñas, menos desarrolladas, pese a tener la misma edad, no le dijeron nada.

    Mamá Chonita, casi ciega, se dio cuenta de lo que le estaba pasando a su tatara nieta y la llamó para explicarle que tenía que taparse esas cosas que le salen a las mujeres porque eso provoca "la rabia" en los hombres. La niña no entendía bien, pero sabía que algo molesto le estaba sucediendo, cuando dormía a menudo la despertaba la molestia del roce de las sábanas de algodón con los erectos y diminutos aún pezones de sus pechos. Se acomodaba y seguía durmiendo, Ahora, Mamá Chonita le estaba explicando que ya mero, "nómas" que llegue "la tía" ya te va a salir novio y tendrás tus chamacos. Mamá Chonita para todo se reía, no se sabía si ya estaba loca por la edad, o si todo le causaba gracia. Se reía y mostraba las encías completamente limpias de dientes, donde la lengua parecía una víbora que salía desde adentro y lamía por igual las encías pelonas y los labios.

    ***

    <<Desde que estoy aquí los fantasmas me rondan mientras duermo. Duermo sobre unos pedazon de cartón todo el día, aquí no se puede hacer otra cosas que dormir. O se duerme a un lado del paso de todo mundo o se camina a lo largo de las largas galeras, desde el fondo hasta la reja principal, ahí donde están los guardias, donde surgen las voces que llaman a los internos para que pasen a recoger su comida, la buena, la que le lleva la familia a los que tienen familia. Caminar de aquí para allá tiene sus riesgos, el encierro vuelve fieras enjauladas a los hombres, un roce involuntario puede dar inicio a una riña mortal. Salen las "puntas" y se blandean frente a los cuerpos intentando vencer a las atentas miradas, buscan los vientres desnudos para anidar en las entrañas, para dejar su huella silenciosa, esa que nunca mancha ni se nota, que no deja huella de sangre y se oculta a la vista. El perdedor solo siente un calor interno que se mueve y se derrama, corren los presidiarios rumbo a la reja dando desesperados gritos a los guardias para que lleven la camilla, todo es inútil, lo único que se logra es que la muerte llegue silenciosa sobre una plancha burda de concreto que sirve de descanso. No hay médico en el penal. Hay solo uno en el pueblo y siempre tarda en venir: son presidiarios, lumpen, gente basura, qué más da que mueran desangrándose por dentro o que mueran mientras el bisturí abre la carne para buscar las huellas del otro metal y procurar cerrarlo. Mueren, siempre mueren>>.

    Echado sobre el cartón que a veces alguien le disputa como cama, duerme, dormita, adormece. Se hace pendejo -dicen muchos-, pero no, él duerme, usa el sueño como puerta a la muerte, él se sabe vencido ante un poder superior a todas sus fuerzas, un poder que siempre tiene que ver con los que están ahí, puestos a buen resguardo para no ser problema para el superior poder que lo ha resumido en este sitio.

    Cuando duerme, adormece o dormita juega a que se va, siempre juega a eso, a que se va y no vuelve, se mira muerto y tieso, y desde algún sito contempla cómo su cadáver es sacado rumbo a la reja para ser puesto sobre la famosa plancha de cemento donde el doctor revisa a los enfermos. <<Está muerto - escucha que dicen- ya está muerto>> Sigue observando y mira a un hombre salir corriendo de ahí para la casa del dueño de ese pequeño mundo, el amo. Mira como aquél mensajero se acerca al oído del hombre más poderoso de la región y le dice: -su hijo bastardo ya está muerto>>. El hombre aquel no hace ningún gesto, no aparece ninguna expresión en los músculos y nervios de su rostro. El mensajero se marcha, lleva instrucciones de enterrar su cuerpo en un lugar del cementerio donde nadie lo note, sin ningún nombre -le dice al lacayo aquel. Que nadie sepa dónde está para que no lo encuentren y se olviden de que existió una vez. Eso mira en el viaje fantástico cuando se induce a soñarse muerto, muerto, muerto. Le gusta explorar ese momento, cuando al violador de su madre le avisan que su hijo bastardo ya ha muerto. Se sueña parado frente a su rostro inexpresivo, y no contento con ratificar lo que siempre ha sabido, que a su padre desnaturalizado no le importa, no le importa y no le importa que haya vivido o que esté muerto. Quiere saberlo todo, quiere ir hasta el fondo de aquel ser para saber si dentro, dentro y requete dentro no hay una pequeña fibra de cualquier cosa, aunque sea de excremento que sienta algo por él. Está parado ahí, invisibles como piensa que son todos los muertos, y después de mirar por fuera decide entrar ahí dentro, donde se mira y se siente todo lo que hay dentro del hombre aquel. Escoge entrar por los ojos. Divide su cuerpo de humo blanco y se mete como si fuera una ráfaga de polvo en esos ojos azules. El hombre siente algo, se asusta, grita, -¡estoy ciego!, alcanza a decir poseído por el pánico. Siente un dolor de cabeza y un mareo, se desvanece, cae y la gente que está a su alrededor se apresura a atenderlo. Vienen las viejas con sus remedios inmediatos mientras llega el doctor al que ya están llamando por teléfono. Le soplan por la nariz, le frotan el rostro, el cuello, la espalda y el pecho con alcohol alcanforado mientras rezan "La Magnifica". El hombre vuelve en sí. Se incorpora y se acomoda en un sillón, siente que le duele la cabeza, es un dolor que va de un lado a otro, como si una mancha anduviera por todos lados de su cerebro. Cuando llega el doctor, que ha cubierto los cien metros de su casa a la casa del amo, el efecto ya ha pasado. Le pregunta por los síntomas y el amo no sabe responder. Una vez que siente que "eso que le pasó ya no le volverá a suceder, corre a todo mundo y se ocupa de sus "asuntos". El soñador cautivo se ha quedado dormido después de dormitar su propio sueño. Y en ese otro sueño que no es inducido se sueña volando por un sembradío de maíz muy hermoso, verde verde verde... Tiene una cosa como ala en cada mano, negras, y una visión aguda que le permite mirar lo que está ocurriendo allá abajo. Unos muchachos llevan un muñeco de trapo relleno de cañas y hojas de maíz revuelto con ropa vieja para colocarlo en el centro del maizal. Él desciende en su vuelo y cuando los tres chicos han terminado de enterrar la base del muñeco en la tierra, y lo han dejado muy firme y recto como si fuera alguien que está mirando hacia la casa grande que queda allá al inicio del sembradío, se mete dentro del muñeco. Una de las chicas lleva un pincel y pinturas. Traza unos ojos que sirven como ventanas para él, ahora la mira. Luego le dibuja la boca y la nariz. Huele y mira. El rostro de la muchacha está muy cerca del suyo. Ella y su hermana, -supone que son hermanos- ríen, festejan la forma de sus ojos. Siente el viento rozar los ropajes que le cubren el cuerpo, siente que se lleva su sombreo de paja, quiere mover los brazos para evitarlo pero no puede, los brazos no le obedecen. Los chicos se marchan y él se queda ahí, en medio de ese hermoso sembradío , mira que mira mientras llega la tarde. Despierta. Se sorprende del entorno en que se encuentra, en medio de todo ese universo carcelario pestilente y lleno de tensiones, de rostros marcados por una ira apenas contenida. Mira los muros, qué fuertes son, los mantienen ahí, entre ellos, porque son más fuertes que la carne del hombre. Mira ese entorno y piensa que él, dormido, adormecido o dormitando ha encontrado una manera de burlar los muros, ha encontrado una salida.
     
    #6
    Última modificación: 29 de Julio de 2013
  7. Melquiades San Juan

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    Al despertar recuerda pocas cosas del "sueño-viaje", tal como sucede en los otros sueños, los no inducidos a voluntad. Abre los ojos y quiere acordarse de todos los detalles del sueño pero no lo logra. Apenas pasajes, apenas instantes. Pero hay un instante en que sí se acuerda del "viaje", es cuando se desmonta del corcel de los sueños, y sin soltar las riendas bien a bien, revolotean todos los pasajes del sueño. No abre los ojos aún. Está en el umbral que se transita del mundo real al de los sueños. Está en el sueño pero empieza a escuchar voces, las confunde, las mezcla, una voces son del mundo del sueño y otras del de la realidad, Sabe que el momento de evasión ha terminado y está de vuelta ahí, en ese mundo donde son cautivos de los muros todos los que están ahí.

    En ese inter recuerda los pensamientos del hombre que visita. Se sorprende porque esperaba encontrar en ese ser mucha maldad, mucho odio, y no lo encuentra. Lo que encuentra es una poderosa inconformidad con la actitud de todo eso que considera suyo, de su autentica propiedad, que se rebela a su voluntad. Enojo por la desobediencia. Encuentra que, el viejo, como lo llaman sus enemigos, considera su derecho disponer de lo suyo, y todo esto que es suyo es la multitud de seres que de repente quieren ser sus propios amos intentando hacerlo a un lado de sus vidas. Eso, él no lo puede permitir y por eso es como es. Él no se considera un hombre malo, protege y dispone de los suyo como corresponde a su calidad de amo y señor de vidas y haciendas.

    Suceden dos cosas cuando lo visita. Él lo presiente y le teme. Cuando entra como humo a través de sus ojos, aquel hombre entra en pánico, quiere gritar pero no puede, se desvanece, quiere correr pero no se puede mover. La gente que lo rodea acude de inmediato para ayudarlo pero nada puede hacer. El médico le abre los párpados para verle los ojos y descubre que están en blanco: Catalepsia, dice el médico, el Don padece de esa terrible enfermedad que le ha venido con los años. El fenómeno se repite varias veces al día y en la noche no puede dormir. Ahora padece insomnio. Tiene miedo.

    En las visitas subsecuentes al interno de su padre natural se le ocurre hablar dentro de él. Le dice su nombre, el de su madre y el amo recuerda al despertar la terrible experiencia. Su confesor le dice que es la consciencia la que lo acosa en esas crisis. Le dice que a lo mejor poniéndose en paz con el personaje de sus sueños puede lograr el descanso.

    ***

    La Chiva ha crecido, ahora es una adolescente hermosa. La naturaleza la ha colmado en abundancia con los atributos de la mujer. Ella sigue igual de inquieta, anda de acá para allá corre que te corre. La desnudez de su cuerpo penetra en las cristalinas aguas del la poza. Alguien le avisa al amo que hay una gacelita que ya está madura, es -le dicen- el más rico bocado que hay por estos rumbos patrón, como para usted -dicen los lambiscones ganapanes que siempre lo rodean.

    El amo se da su tiempo, todo es suyo por aquellos lugares. La encuentra por sus caminos, se baja de su Jeep, la toma de los cabellos y se la lleva por entre la maleza.

    ***

    No es costumbre buena enojarse con el patrón, ni se debe ni se puede. Para el padre de la niña no pasa por la mente ir y reclamarle el agravio, no. La meten a la casucha y ahí, en ese cuerpecillo vejado descarga toda su impotencia. Eso te pasa por andar de chiva loca. Quien te lo manda. Gritos iracundos se mezclan con el llanto casi infantil que intenta explicar lo que le pasó pero nadie la escucha. Ha quedado embarazada. La familia, avergonzada, la separa del seno familiar, piden permiso al amo para hacerle una casucha aparte, el amo lo concede. La visita cuando "pasa por ahí". Empieza a trabajar como jornalera para ganarse la vida mientras el embarazo lo permite. Cuando nace el pequeño bastardo, las mujeres del lugar la ayudan como pueden. Cuando el pequeño está próximo a cumplir el año de edad, el amo la vuelve a visitar cada que "pasa por ahí". Luego, las visitas se espacian, hay muchas flores que cortar en su pequeño feudo, otras como ella, jóvenes, vírgenes. En las charlas de cantina se ufanan los empleados de confianza que a su patrón solo le gustan las virgencitas. Estallan las carcajadas ante la afirmación. muchas fingidas, pues muchos de ellos tienen hijas menores aún, ruegan al cielo porque sean feas para que no llamen la atención del amo.


    ***

    Hay dos muertos en vida que se mueren al mismo tiempo. Artemio padre, el Don; y Artemio hijo, el bastardo. Se oye el silbato de doble tono de los celadores, es el llamado a la formación en el patio, bajo un sol tierno aún pero que ya deja sentir el poder de sus llamas sobre las espaldas de los internos, unas desnudas y otras apenas cubiertas con hilachos de lo que alguna vez fue una camisa. Se hace la fila para pasar frente a las tinas de lámina, donde navegan trozos de papa y algunos puntos negruzcos que se supone son carne molida. Vuelan las moscas para dar el visto bueno a la sazón del interno que hace las funciones de cocinero. Artemio Ortiz hijo, sale de la fila después de la lista y se devuelve a su refugio en busca de la libertad del sueño.

    Allá en la mansión de Don Artemio se ha preparado el desayuno, un oloroso café hace los olores a la mañana, los más ricos panecillos están esperando para ser degustados al romperse el ayuno. El hombre está pálido, demacrado, desde la "experiencia" no duerme, está en vigilia, temeroso de sentir esa sombra que no mira pero que percibe. Lo acosa de noche, y también de día, solo tiene breves momentos de libertad, está preso, es cautivo de esa presencia que no lo deja en paz.

    Cuando Artemio hijo se acomoda para salir en busca de otro universo, mental o fantástico, fuera de los confines de la cárcel, el padre siente el anuncio de su letargo tormentoso. Luego viene el sueño del hijo, está frente al rostro del padre, frente a sus ojos, hoy penetrará también por los oídos, llorará dentro de él y pronunciará con furia su nombre y el nombre de su madre muerta.

    El terror se pinta en el rostro de Artemio padre. Su mujer lo observa luchar contra algo invisible, luego lo mira desvanecerse, quedar petrificado en el suelo. Es confesor da un último trago a su café y se hinca a rezar para liberar al Don del acoso de los demonios. Los sirvientes, a una orden de la esposa colocan el cuerpo en la camilla y lo llevan a la recamara para que repose en su suave cama.

    El médico ya ha llegado, el cura le cede su lugar y permanece rezando en segundo plano. La esposa lo mira con preocupación desde un sillon, el médico hace lo que todos los médicos, lo toca por aquí y por allá, le escucha el corazón, le ausculta la zona de los pulmones con el estetoscopio y luego dice a los presentes: -no hay latidos y respiración, está frío, solo queda esperar, esperemos que vuelva a estar consciente. Un tercer personaje entra en acción, la más vieja de las mujeres del servicio, trae consigo unas vasijas con agua casi hirviendo y en bolsas de papel unos yerbajos secos. Echa las hierbas en un pocillo de agua hirviendo y con un trapo gastado empieza a aplicar las infusiones en la frente en el pecho y en la espalda. Hay un conflicto de procedimientos en todos los personajes, el médico y el cura reprueban las acciones de la vieja, contravienen sus personales oficios, permanecen ahí porque mientras el amo duerme la patrona es la que manda, no se pueden ir, ahí está la fuente de su buena vida, si se marchan otros como ellos ocuparan sus lugares y también sus privilegios.

    La vieja sopla entre las fosas nasales del desvanecido y pronuncia unas palabras en una lengua incomprensible. También le habla al oído, primero le susurra cosas en su dialecto; luego, susurra su nombre, tutea al amo: Artemio vuelveeeee.

    Susurra quedito, alarga las vocales: Arteeeeemiiiiiooooo, vuuueeelveeeee. La mujer de Artemio enrojece, siente una ira contenida, a punto de explotarle en las mejillas, esa especie de esclava está tuteando al amo. Cuando está a punto de reprenderla y echarla de la habitación sucede algo, el patrón reacciona, se empieza a mover, parpadea. Los músculos de la mandíbula se contraen para permitirle tragar saliva. El médico se acerca para buscar los signos vitales. El sacerdote llena el ambiente con aves marías y padres nuestros. La vieja se lleva a la cocina sus yerbajos. La mujer se acerca cuando el médico ha terminado su trabajo. Ella ruega silenciosamente que se muera, que no se cure o que se quede dormido. Ruega porque el mal progrese y lo vuelva un completo inútil, en los pocos días de su padecer, ha experimentado las delicias de ocupar su lugar. El mando, la atención de todo mundo, que sabe y espera ganarse los favores de la ama, por aquello de los riesgos futuros de andar en mala situación con la que da de comer.

    Allá del otro lado ha sucedido algo similar. Allá no hay médicos ni confesores ni sirvientas. Allá hay, entre todos los miserables que han sido hacinados en ese pútrido espacio hay también hombres de bien, son una minúscula sociedad secreta que se apoyan entre ellos mismos para sobrevivir entre todas las bestias desnudas por el justo resentimiento que los mantiene ahí. Han visto al chico irse derrumbando, quedarse dormido hasta palidecer en el rostro y en los labios. No son médicos pero son hombres de letras, maestros de escuela que tienen cierta información que los demás no tienen. Gracias a ello han sobrevivido el las galeras. Se acercan al joven y lo tratan de reanimar. Hacen que despierte. Se dan cuenta que está muy débil. Acomodan su espalda en la pared y le hablan: -¿Cómo te llamas hijo? Él no responde, tiene la mirada perdida. Los hombres tienen cierta influencia sobre un círculo cercano de presidiarios que les deben favores. Hay asesinos por ahí, ladrones de casas. Seres expertos en las mañas propias del bajo mundo.
    -Caldo, queremos caldo. Rápido.

    La petición llega al interno que se desempeña como cocinero. Ellos vuelven con una taza con caldo. Se lo dan a beber.
    El muchacho se recupera.

    ***

    Tiene los ojos claros, es morena como su padre pero es muy bonita. Ha venido al penal a visitar a su padre disfrazada de muchacho. Lo hace para prevenir los rumores hacia los apetitos del azote de la región. Viene y lo mira, lo cautivan sus ojos, su sonrisa. Él nunca ha visto a una muchacha así. La visión de su rostro produce un reavivamiento interno inexplicable.

    ***
     
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    Última modificación: 29 de Julio de 2013
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    -Tú te llamas Artemio, no lo olvides.

    La alegre muchacha acerca su rostro al espantapájaros y le da un beso apasionado en esa boca de pintura roja. El muñeco parece que la mira sorprendido. Ella responde a la mirada y le dice en susurro:

    -Artemio, me estoy enamorando de ti, te amo. Lo besa largamente.​




    Desde aquella visita, el joven prisionero ha dejado de hurgar en sus sueños el interno del hombre que es su padre. Ahora tiene un padre putativo que ha dedicado muchos espacios de ese interminable tiempo libre en enseñarle a leer. Charla con él, le explica por qué están ahí. La llama hijo. Eso solo se lo dijo su madre tantas veces y con tanto amor. Su madre... La Chivis, la que cargó con él desde que sus adolescentes pechos evitaron que muriera. La que se secó para que él viviera. Un reflejo de rostros ilumina sus mañanas, apenas brota su llanto temeroso a la luz y ella viene. Le mira cariñosamente. Abre sus ropas para que brote el seno, quizá no ha comido bien pero la leche fluye y de un pecho se muda al otro.


    Le llama hijo y él calla. No prorrumpe desde el interno esa furia contra el que sabe es su padre. Es otra voz, voz amiga y solidaria, hermana del valle donde mora desde siempre el infortunio.

    <<Padre>>...

    Vuelve el eco a la voz del hombre que azota la puerta por la madrugada. Él duerme en el miserable catre con su madre. Ella reconoce la voz. Se levanta y le abre la puerta. Es una mala noche, el amo, su padre, ha pasado por aquí, viene ebrio de algún sitio donde estuvo bebiendo, él no usa putas para saciar sus necesidades, tiene tantas por todos sus dominios que para qué tirar unas monedas de cobre -dice, presume-.

    Apenas cinco o seis años, ya no llora, conoce al sujeto que viene por las noches. Entre las sombras adivina el cuerpo del hombre acosando al de su madre. Apesta, huele a vino. Eructa de vez en cuando. La madre está al pendiente de su pequeño, lo toca con sus amorosos dedos en el rostro, le acaricia el cabello para infundirle calma. El hombre se queda dormido. Afuera se escucha un silbido agudo que lo despierta, son sus secuaces que le avisan que va despuntando el alba. El tipo se levanta y se ajusta la ropa, se marcha.

    La mujer no asegura la puerta, nadie vendrá a perturbarla, todos saben que ella es intocable, es una de las... del amo, ni como querida ni como mujer, esa... tiene su dueño hasta que se vuelva vieja.

    Apenas vienen la luz asomándose en el horizonte como una luminosa lágrima, el cielo llora y la mujer también, ha bebido el preparado que le dijeron era bueno para matar el vientre, para que no vuelva nunca a dar a luz. Lo bebe mientra mira al pequeñito: << Sos la luz de mis ojos -le dice->>, el bebé sonríe, comprende ese lenguaje íntimo de las miradas y los sonidos, todo el amor del mundo está ahí, derramándose en esa pura y amorosa mirada.



    -Hijo -le dice, él responde con firmeza para establecer con claridad los patrones del trato: Maestro.

    Ha aprendido a escribir y a leer, ambas cosas con dificultad. Otro de los hombres del clan le dice, para qué le enseñas, morirá aquí como nosotros.

    -Nunca se sabe, hay que estar preparado para todo.


    ***


    Ella viene de noche entre los sueños, hay vestigios de lluvia, es un cielo nublado.

    Viene y se desnuda. Le declara su amor. Es extraña la influencia del calor en un cuerpo de cañas de maíz. Como si se prendiera con cerillas, como si de repente, la paja quisiera tomar vida y latir y amar.

    Allá entre las hojas la otra, la de la mirada extraña. Se va una y viene la otra, esta es más atrevida, esta toma su mano y se masturba con los tallos de la caña.


    Ahí, entre las tinieblas del mundo donde habitan, surgen sonrisas.

    -Ya está sano, quiere mujer... todos ríen. Le han sorprendido masturbándose.
    Él se apena, se acurruca junto al muro.






    La "muchacho" no viene todos los días de visita. Solo algunos, para que la vea su padre. Es mucho riesgo para ella. El padre sueña con que un día pueda marcharse a cualquier otro sitio para que sea feliz, o la menos lo intente. Ya va siendo tiempo de que se vaya -piensa-. Lejos de estos rumbos malditos. Fuera de esta zona maldita.

    Cuando la ve venir, él se emociona. Disfruta de su rostro casi infantil. Cómo quisiera estar fuera, ser libre para llevarla por esos paraísos, talvez inexistentes, con los que el padre sueña para que haga su vida.
    Pero está ahí, preso, cautivo por voluntad de su padre que le acusa de haber asesinado a su madre. Está ahí porque es testigo de la golpiza que le dio por resistirse, porque no quería que la avergonzara ante su hijo que ya era un hombrecito.
    Está ahí, porque en mala o buena hora se escuchó el silbido de los secuaces, el de alguien viene, necesario para quien tiene tantas cuentas pendientes, tantos odios, tantos enemigos mortales. Esta ahí porque la pistola se le encasquilló cuando iba a matarlo y no hubo más que largarse de ahí para evitar ser cubierto en emboscada por algún enemigo potencial; entre la noche, todas las sombras se vuelven asesinas. Por eso está ahí, porque cascos de cabalgaduras irrumpieron en la calma de la noche. Porque llegaron atraídos por la luz de la vela, porque andaban perdidos entre la sierra, porque llamaron a la puerta en el nombre de Dios, porque tenían rostros blancos y pecosos y hablaban en inglés, porque los llevaron a su refugio para que la joven mujer no muriera, porque escucharon de labios de la moribunda el nombre de su asesino, porque hablaron con el asesino y le pidieron todo lo que querían para su templo a cambio del silencio, porque comprendieron que él era moneda de cambio importante para no ser perseguidos ni limitados por la otra religión, porque ellos le dijeron que aceptaban que lo silenciara en una prisión pero que si lo mataba hablarían y él tendría muchos problemas con su embajada. Por eso estaba ahí, muerto o muriéndose en vida como aquellos otros fantasmas que moraba entre los mismos lamentos y hubiera seguido así, deseando morir si no lo hubieran visto y él hubiera visto los ojos y el rostro lindo de aquella "muchacho" hija adolescente de aquel profesor preso por hablar lo que no se debe hablar por estos rumbos con dueño y amo y prisión particular.

    Ahora quería vivir. Salir de aquí con cuerpo para vivir y sentir ese otro cuerpo que le llamaba con su lenguaje extraño.



    ***


    La somnolencia terminó con un grito agudo, doloroso.
    Abrió los ojos y les dejó las cuencas disponibles, las puertas de párpados de par en par.

    -Me estoy quemando -gritó-.

    -Cuáles llamas, es solo un sueño, una pesadilla. Jajaja.

    En lugar de dormir tanto deberías hacer ejercicio, habilitar los músculos, alguna vez se puede ofrecer fuerza en los brazos, en los pies.

    Ese fue el último sueño dentro del muñeco. Estaba triste, el sueño le enseñó la diferencia entre el capricho de una adolescente mimada y el amor. ¿El amor?, él no sabía qué era eso. Sí sabía, su madre se lo enseñó. Hasta el último instante lo amó. Sus últimos alientos los ocupó para pedir caridad en el nombre de Dios, para él: su amor, su retoño. Eso era el amor -pensó-.


    Ahora lloraba. Los demás lo miraban. Se explicaban el llanto como una forma de locura. Aquí se llora mucho, el llanto se calla un momento, mientras se come, mientras se mira al de al lado, mientras se odia. Se adormece un momento pero siempre está ahí.




    ***

    AHORA SARA YA PUEDE DORMIR; AHORA SARA NO PUEDE DORMIR.

    Juan ya no viene de noche a buscarme, a despertarme el miedo de quedar preñada. Ahora Juan me deja dormir todas las noche y todo el tiempo que quiera, ahora Juan ha comprendido mi pánico y ya no me pide cosas dolorosas y terribles, ahora Juan viene y se queda sentado en ese sillón leyendo cualquier cosa que se pueda leer y no me mira a los ojos no me busca a los ojos no me toca como antes ni me lame con su lengua mojada los lóbulos de las orejas. Ahora Juan anda en otro mundo, en otros pasos, ya no se escuchan pasos por la noche, ya no cruje la madera debajo de sus pisadas. Ahora Juan me ha dejado dormir plácidamente todas las noches, y ahora que me deja dormir no me viene el sueño por nada del mundo. Ahora que Juan ha desaparecido en las noches dejo abiertas las cortinas de mis ventanas para mirar las sombra inmensa del sembradío. Cuando hay luna llena miro las matas bailoteando suavemente con el viento como si un vals silencioso que solo ellas escuchan llenara todo el espectro brillante que aparece con el baño de luna. Ahora que Juan ha dejado de venir por las noches ya no puedo dormir. Mi oído se ha vuelto como oído de rata, escucho las pisadas suaves de los roedores, escucho como la madera va abriendo sus poros poco a poco para dejar salir los últimos vapores de su incienso, escucho las pisadas suaves y al viento cruzando por los portillos que dejan las comisuras de las puertas y de las ventanas, escucho un quejido suave que dice:

    -Ay Juan, ay Juan, y se calla, y suspira hondo y se amarra a su cuerpo con sus manos suaves y regordetas, escucho como le dice mi Aurora, como le chupa los pechos como si fuera un bebé, escucho como se tallan los cachetes y se encuentran los labios y se mascan mutuamente las comisuras de la boca, escucho como le chupa el dedo enano del pie y como gime cuando se lo muerde, escucho y no dejo de escuchar. Ahora Juan ya no viene a despertarme por las noches, ni a dejarme las orejas llenas de su saliva, ni a buscar anidar con su cuerpo en el mío, a lastimarme las paredes secas secas secas, secas de tanto frío que se me metió con ese miedo de quedar embarazada de nuevo. Ahora Juan ya me deja dormir todo el tiempo que quiera, pero ahora ya no puedo dormir.


    ***



    EN LA CASA GRANDE, GRANDE


    El rumor ya se extendió por todos lados, como todos los rumores, vienen y viajan por los morbos en diversas versiones.
    Pero al final todos coinciden: Al Patrón don Artemio <<al fin se lo está llevando la chingada>>. No duró nada, apenas la mitad de los años de vida que jodió y jodió su padre, y su abuelo, y su tataraabuelo. Este la vino a joder muy pronto y de paso la jodió con la descendencia. Aquí se acabaron los malditos Ortiz, este no tuvo ningún hijo, puras "viejas", ahora les sobrarán pretendientes, a ver quién es el que viene quedándose con todo lo que tiene el patrón.


    ***
    Ya le avisaron a Don Joaquín que su mujer está pariendo al primer hijo. Andaba quién sabe dónde pero ya va para allá. Se ve sonriente. Entra al hospital, el director ya lo está esperando, lo lleva con toda clase de cordialidades a la sala de parto donde los mejores médicos están atendiendo a su mujer.

    Espera desde afuera, esas cosas no le gustan. Le avisan que ya puede pasar a ver a su "hija". Hace un gesto de desencanto y entra, se va directo a donde su mujer descansa.

    -Artemio, fue una niña, está muy linda...

    -Ya será para la próxima "mija", habrá más suerte.

    La mujer no oculta su preocupación.

    -Sí mi amor, ahí será a la próxima. Pero asómate, está rete chula. Tiene la sonrisa igualita a la de tu madre.

    El Don apenas se asoma a mirar en el envoltorio que cubre a la recién nacida. Es un rostro sin mayores rastros de las facciones de su madre, saca la lengua y no deja de tener el dedo en la boca.

    -Bueno, ya me voy, tengo cosas pendientes. No le pienses mucho, ponle el nombre de tu hermana.


    Un año más tarde, se repite la misma historia. Otra niña ha nacido, el amo apenas si se ocupa de mirar a la recién nacida.
    Ya no hace votos para que el próximo año les vaya mejor con un varoncito. Se marcha y la mujer se queda en un mar de llanto.


    Cuando al tercer año le avisaron que su mujer estaba dando a luz, don Artemio ni siquiera se molestó en ir a ver qué era lo que había tenido.
    Fue otra niña. Entonces dejó de visitar la alcoba las pocas noches que andaba por la casa.

    Vinieron las reclamaciones de parte de su mujer.

    -El doctor dice que el sexo lo dan los hombres.
    -Entonces porque por allá afuera tengo tantos hombrecitos.
    -Pues en lugar de andar repartiendo los hombres por todos lados déjalos aquí.

    Se hace el silencio. Las pocas noches que llega temprano llega con unas copas de más. Se va directo a su habitación, ahora tienen recamaras separadas.

    Doña Leonor ha tenido tres hijos más, todas son mujeres. Las niñas no se parecen. Como que doña Leonor le ha buscado por otro lado. Y de repente amanece en la cama de su marido para que luego le pueda decir que estaba tan borracho que ya ni se acuerda de lo que hicieron.

    Antes de que le pasaran las cosas raras que le están pasando habían discutido fuertemente. La amenazó con divorciarse y de buscarse una jovencita para que le diera el hijo que necesitaba. Todo ese dinero tenía que quedar en manos de un Ortiz y si no lo tenía la otra mujer, pues reconocería a cualquiera de sus bastardos, con que se pareciera un poquito a él o a sus padres, con eso era suficiente.

    La mujer andaba pensativa.



    Ya va para un año que el Don no duerme. Ya no le han dado los ataques, pero dice el doctor que luego le darán, que esas cosas no se curan.

    La vieja cocinera no ha recibido la recompensa que esperaba luego de que sus rezos y sus "invocaciones" al espíritu de don Artemio lo devolvieran a su cuerpo. Esperaba todo genero de atenciones, pero no, no le han agradecido nada. Anda ardida la vieja sirvienta, y más ahora que la patrona es la que manda en todo porque don Artemio no duerme, se está secando, todo eso por el miedo que tiene de esa "cosa" que viene y lo acosa y se le mete y le grita y le grita en el cerebro. El cerebro le revienta.
    No. Ya no viene pero él lo espera, no duerme, quiere estar listo para ver qué diablos hace cuando se le está metiendo.
    No viene pero se le quedó ese eco que lo pone nervioso y no lo deja dormir.
    No viene pero lo atormenta todo el tiempo con su nombre, con su propio nombre y el de La Chivis. La muchachita aquella tan chula que tuvo al único hijo varón que ha podido tener de mujer alguna.
    No viene pero no puede dejar de pensar en ella, en la mujer o en el hijo.
    No viene pero piensa que ella ha vuelto de entre los muertos para no dejarlo descansar en paz hasta que pague sus culpas.
    No viene pero no se va, no se va no se va no se va.

    Ahora al amo le ha dado por hablar a solas, le tiemblan los dientes cuando murmura sus diálogos incompresibles.
    Ahora que la patrona no puede tener más hijos, anda vueltas y vueltas por la casa, anda piense y piense. Ella no quiere que el patrón se recupere. Ahora ella es la que manda. El notario le dijo que ella es la única persona que queda como dueña si su marido se muere. Así está en el testamento.
    Ahora anda pensando que mejor es que no se cure para que las cosas se queden así como están.
    Reza y reza al Justo Juez para que le haga justicia.
    Reza y reza a la sombra del señor San Pedro para que le vuelva a hacer el milagro de ser la de todo en la casa de los Ortiz.

    La vieja cocinera se quedó pasmada cuando la patrona vino y le dijo: ya no lo cures, déjalo que se muera. Cuando puedas dale para el otro lado. No lo llames, déjalo que se quede dormido.

    Esta mujer se está volviendo loca. Ya aprendió a mandar y le gustó sentirse la ama y señora de todo esto. Cuando aprenda a matar, quien sabe cuántos mueran. Se asusta de pensar en eso. De repente se da cuanta que corre un gran peligro, el favor se ha vuelto una especie de culpa, por culpa de ella sigue vivo. Siente un escalofrío que le recorre el cuerpo. Qué haré -se pregunta-. No, pues no. No se le ocurre nada. Se soba la cabeza con ambas manos y como no se le ocurre nada, solo musita su Dios Ampárame, Ave María Purísima asísteme en este momento.

    Un día sube las escaleras para llevarle la comida al patrón. Cuando le está poniendo el babero el hombre la mira y le habla, ella se espanta mucho.

    -Anda mujer, ve y me traes aquí al licenciado fulano de tal. Que no se entere ni mi mujer ni mi abogado. Ándale córrele que se me está acabando el tiempo para lo que tengo que hacer.

    La mujer le deja la comida y se va caminando a donde le han ordenado. Vuelve con el notario y lo deja solo con el amo. El notario abre la puerta y la llama.
    -Búscate a dos mujeres en las que confíes porque esto es muy secreto.

    La mujer vuelve con las dos muchachas que trabajan con ella en la cocina. Nadie se aparece por las habitaciones, es como si todo fuera "propiciatorio", como dicen.

    El notario se marcha y el hombre más poderoso de la región le da unos sorbos a la sopa. Siente el descanso en su alma, un descanso que le da una paz como jamás la había experimentado.

    ***

    Y no hay nadie en casa a esas horas porque doña Leonor también anda en lo suyo. Ella y su confesor han ido a la prisión para poner en libertad a un tal Artemio Ortiz, único hijo bastardo de su marido. Acusado de matar a su propia madre.
    Llaman al muchacho y le dicen que puede irse, pero tiene que irse pronto porque si se queda por esos rumbos lo vuelven a apresar y entonces no sale, y entonces quién sabe lo que le pase.

    Abrazos y palabras de buenaventura de parte de los amigos componen la despedida. Solo viste con harapos, la mujer le entrega unas monedas y unas viandas para que no se detenga a comer por ahí. Lo lleva a la estación de ferrocarril y le compra un pasaje de tren, el boleto cubre el costo del viaja hasta la frontera del país vecino. El Cura ha ido a conseguirle una muda de ropa. El muchacho no lo puede creer. Pero ya está ahí. Cuando el pesado transporte de hierro hace crujir las ruedas del tren, él siente que su destino es como un cascarón de huevo, que se está rompiendo, que está volviendo a nacer.


    -Hija mía. Has salvado tu alma y has salvado su alma. La mujer está muy pensativa. Tiene en la mente el rostro de este jovenzuelo que es el rostro mismo de su marido. La cara del joven le da vueltas y vueltas en la cabeza. Está pensando que tal vez hizo mal al dejarlo con vida. Siente ahora un odio tremendo por ese muchacho, es un peligro para ella y sus hijas si su marido cumple la amenaza de modificar su testamento. Todavía no sabe matar por ambición o por lo que sea, pero ya está en su mente, latente, esa posibilidad. Si no eliminó al único hijo varón que su marido tuvo por ahí, solo le queda eliminar al marido antes de que pueda modificar su testamento, como dijo.



    ***


    Taca traca traca, tran traca tran... Duerme cansado de tanto mirar. Duerme cansado de tanta cosa nueva que ha visto al paso del tren. Duerme en un vagón casi solitario. Entre el sueño, las recomendaciones del presidiario que fue su profesor, cobran vida.

    Cámbiate el nombre, búscate un nombre familiar para que no se te olvide.
    No te quedes aquí, en este país, el patrón se puede arrepentir, y mandarte matar. Este lugar está lleno de hombres como él, se ayudan entre ellos, se hacen favores.
    Cruza la frontera y cambia de nombre, olvídate que te llamas Artemio Ortiz.

    Me llamaré Joaquín como mi abuelo, aunque fue un viejo desgraciado que nos desamparó a mi madre y a mí.

    Luego lo piensa mejor: No, pues pobre viejo, la prisión donde estaba está llena de gente que se le rebeló al viejo terrateniente. El abuelo solo sobrevivió. Me llamaré Joaquín.


    El tren ha llegado al final de su destino. Unas cuantas casilla pintadas con cal son el último poblado antes de entrar al país vecino. Ahí adormece "La Bestia de Hierro", ha dejado de suspirar ese humo negro negro. Se apea y camina hacia el enorme río que le espera con sus voraces corrientes. Enormes piedras blancuzcas sobresalen del lecho cristalino que corre entre la selva como serpiente viva. Allá del otro lado se miran las montañas verdes, tupidas de árboles que han crecido peleando rama a rama un espacio de tierra. Es como una muralla de hojas verdes verdes verdes, hermana de la de este lado. Son lo mismo. Solo Dios sabe por qué de aquél lado es un mundo y de este es otro. Eso no lo descubre la vista, eso es cosa de quién sabe quién...

    Es difícil pasar a nado. Rugen poderosas las aguas al enfrentar a la roca. Surgen, como alas de gallo de pelea, las crestas que nacen del golpe. Quién fuera pato silvestre como esos que están aquí, como esos que vuelan de un lado a otro sin que nadie les pregunte de dónde son, de dónde vienen y a dónde van.

    Es buena hora para pasar del otro lado. Ahí en la orilla hay unos hombres con unas cosas raras como balsas hechas con cámaras de rueda de auto o camión. Ellos te llaman para ofrecerte el viaje al otro lado. Cobran mucho. Quizá es poco pero para las monedas ahorradas aguantando el hambre es demasiado.

    Hay un hombre viejo sentado bajo la sombre de un árbol que le mira. Cuando pasa por ahí, el anciano lo interpela: ¿sabes nadar?
    -Sí.
    -Vete por toda la orilla del río. Camina hasta que llegue la noche, hasta aquellas montañas, más allá. Ahí el río se hace estrecho y profundo antes de caer como cascada. Si sabes nadar bien por ahí puedes cruzar, solo cuida que nadie te siga, hay mucho malviviente en estos los alrededores.

    -Gracias señor.
    -Anda hijo, que Dios te bendiga.


    ***


    La frontera quedó días atrás. Recolectando café o frutas ha tenido qué comer. Se ha internado al país vecino caminando o pidiendo "aventones". Hay un punto en donde la gente tiene un aspecto diferente. Se nota el cambio. Es difícil por esos rumbos conseguir trabajo, conseguir comida, agua. La piel criminaliza al hombre. El clima ha dejado de ser caluroso y se ha vuelto templado. Templado o frío. Camina y camina y se acaban los zapatos. Es terrible la sensación del hambre de días. Toca las puertas, se hinca, suplica, llora, solo una tortilla -pide-.

    Ellos no ven al hombre, ven el estigma, la piel y los rasgos del bandido, del ladrón. Le echan los perros y en ocasiones le amenazan con llamar a la policía.

    Hay caridad sí, pero no es para esos andrajos. La necesidad es cruel, vista al hombre con la indumentaria prejuiciosa del crimen.

    Se aleja de las poblaciones buscando que la naturaleza lo alimente, pero los alimentos silvestres no tienen dueño.

    Hay un incendio forestal en su camino y mira a los hombres desfallecer tratando de sofocar las llamas que avanzan. Si pedir autorización se suma a ese esfuerzo, se queda atrapado enmedio de un giro repentino de viento vestido de llama. Los demás los descubren y de inmediato se organizan para rescatarlo.

    Cuando lo logran sacar de ahí no ven al extraño, ver a un hombre vestido con el hábito de la desgracia, que los viste a ellos de héroes. Cuantos ropajes y vestiduras tienen las circunstancias para vestirnos a unos y otros. Le hidratan y el alimentan. Él se deja querer, vive ese instante. Pero el instante pronto se consume y una vez rescatado y asistido, es echado de ahí. Su ayuda es despreciada, es puesto fuera del escenario de la tragedia. Le han cambiado los harapos por otros menos viejos. Camina hasta que el sol se cansa de mantener el día entre los hombres. Duerme. Sueña. Él es un soñador.


    ***

    -Estos pasos que sigo no sé dónde me llevan. Desde que yo nací he andado sin ruta en mis pasos.

    Es él el que habla solo, desde la rama de un árbol. Su propia voz le despierta. Hay un párpado abierto al oriente, donde surge el sol. Es hora de emprender la marcha -se dice a sí mismo-.

    Laderas van y vienen. De repente el escenario la parece conocido. Allá al fondo la casa que miraba entre sueños con sus ojos de espantapájaros. Y rodeándola, el sembradío.
    .
    No hay muñeco en el centro. Él se vio entre las llamas.

    Camina hacia allá, llega a la puerta y toca con los nudillos, suavemente.

    Una emoción interna lo embarga, le parece increíble estar en el sitio de sus sueños.




    -Tú te llamas Artemio...

    -No, yo me llamo Joaquín.
     
    #8
    Última modificación: 29 de Julio de 2013
  9. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    EPÍLOGO​


    Yo me aburro entre estos viejos muros solitarios. Mamá Aurorita se está volviendo vieja. Teje que te teje y sigue tejiendo. Mira como el ojal se envuelve en la aguja, y aunque es de metal con su lengua de gancho, bien que se dan un beso, bien que tejen y tejen los caprichosos pensamientos hilo-arágnidos de mamá Aurorita. Se está quedando ciega, yo lo sé porque juego con sus pupilas morenitas. Cuando llora vengo a tomar sabor a esa agua saladita, me siento en su párpado de abajo como su fuera playa. Le miro el iris de su ojo, es como una de esas galaxias que no tienen principio ni fin. Sí, de verdad, así es... uno puede mirar todo ese universo y adivinar lo que hay allá en el fondo. Mamá Aurorita me siente y me pregunta, qué travesura anda usted haciendo en mi ojo mi niño. Yo le platico lo que veo y ella deja de sentirse triste.
    Sí, yo sé por qué llora mamá Aurorita. Es de felicidad y de tristeza a la vez, ella se apega a todos los cariños que tuvo en esta vida, en esta casa, y ahora que estamos solos, que Artemio y los muchachos se han ido, que los hijos de Aurorita se han ido también, lo que nos queda es el llanto por todas esa nostalgia. Ella se quiere ir ya. Quiere volverse recuerdo como todos sus recuerdos. Yo le digo que me espere un momentito. Un momentito en lo que Artemio-Joaquín vuelve, que me espere y que me cargue en sus bracitos morenos, siempre he deseado eso, que me suceda lo que a mis amiguitos les sucedió. Ella dice que espera, que lo promete, que espera. Pero eso nadie lo sabe. Yo vigilo su sueño para que no se vaya volando. Ella es un árbol grande grande, pero sus raíces se han ido secando poco a poco, yo lo he visto. Mamá Aurorita ya quiere volar.

    ***


    El viejo ha muerto. La noticia se ha esparcido por todo el lugar. Hay un gran pleito por la herencia, la herencia es muy grande. Es un mundo que comparte con tan pocas personas, todas ellas seres pusilánimes como el difunto. El amo ha muerto. Pero a su testamento viejo se ha interpuesto un testamento nuevo, uno "secreto". El notario ha colocado a buen resguardo a las mujeres que signan como testigos con la huella del dedo y con la cruz. Doña Leonor pelea como fiera por sus hijas y por ella.
    Hay un caos tan grande que las cosas se están saliendo de control mientras se establece quién manda.


    ***

    Llaman al profesor a la reja de la prisión. Ahí está el muchacho. ¡Ah muchacho tonto! ¿A qué has vuelto? Piensa mientras lo mira.

    El joven lo mira con esa mirada dulce que tiene. Está nervioso.

    -Soy yo.
    -Sí lo sé, tonto, ¿a qué has vuelto?

    Se muerde el labio inferior y mira hacia el piso; luego, levanta la vista.

    -Mire. Quiero llevarme a su hija conmigo, casarme con ella, vivir allá donde ahora vivo, tener una familia y una vida como usted dijo, allá puedo, y si un día sale se va con nosotros.

    -Ahora no, ahora corres un gran peligro. El viejo maldito murió, pero antes de morir hizo algo que ha revuelto las aguas por todos los rumbos del feudo. Mandó a llamar al Notario Fernández, enemigo suyo de toda la vida, hombre idealista y de muchas luces y famas por su actividad periodística y literaria, y le ha dictado su última voluntad. Y esa voluntad es que usted, jovencito, es ahora el amo Ortiz. La mujer, la que vino a ponerle en libertad para prevenir un cambio en la voluntad del viejo, ahora le está buscando por todos lados para ponerlo fuera del "juego", para matarte, para que me entiendas.

    Vinieron aquí para interrogarnos a todos, pero el notario Fernández se le adelantó. Le ha dicho a las autoridades que ella no tiene ningún poder, que mejor se abstengan de obedecerla, de hacer cosa alguna en su favor porque cuando usted aparezca las cosas cambiarán y que él no les asegura cómo diablos les vaya.
    Todos estos oportunistas se han disciplinado a este hombre que es también el albacea del testamento.

    El muchacho está confundido, para él todos estos asuntos son tan ajenos que, más que emocionarle, le preocupan.

    -Mira hijo, lo mejor es que te vayas. Si te acercas al notario y tomas posesión te vas a pasar la vida defendiéndote de los zorros que quieren el gallinero. Tú no sabes nada de ese mundo de lobos y chacales. Yo creo que es mejor que te marches de aquí cuanto antes, hay gente que ya debe ir a dar aviso a doña Leonor para que mande a un matón por ti. Muerto tú, ellas son las únicas sucesoras, así es la ley por acá. Al notario le eres más útil vivo que muerto; como albacea, es, por ahora, el del &#8220;teje y maneje&#8221;. Anda, vete ya.

    -Sí, pero sí me autoriza para casarme y llevarme a su hija.
    Sí, pero cuídala y cuídate. No te cases ahora, llévatela ya. Váyanse de noche, aléjense lo que más puedan. Ya por allá se casan. Cuídala mucho, eso sí, cuídala por lo que más quieras.

    Lo haré, con mi vida si es preciso, lo haré.


    ***

    Las sombras no son suficiente capa invisible para los jóvenes que huyen. Un grupo de hombres los rodean y los hacen prisioneros. Son muchos, casi treinta hombres armados.

    El joven intenta poner resistencia pero es sometido, pide que dejen partir a la muchacha, pero los salteadores no atienden a sus ruegos. Van con ellos por los callejones oscuros de la población. No se cuidan de ir en secreto. Se han distribuido en grupos, diez adelante y diez detrás del grupo de diez hombres que conducen a los muchachos a un rumbo desconocido. Los faroles de las esquinas manchan con su pálida luz amarillenta los ropajes campiranos de los secuestradores. Los perros ladran desde las sombras, como en un concierto canino responden los que cuidan las casas desde los patios tras las puertas de madera o de herrería.
    Llegan por fin a su destino, es una casa con portal antiguo, con una enorme puerta de madera. A un lado se puede leer un anuncio de madera que tiene prisioneras unas letras de cobre:

    General Lutelio Fernández Corona
    Notario Público

    A las dos de la madrugada, el jefe de la gendarmería está presente en la oficina, está también el Presidente Municipal y otros personajes importantes para la vida pública del lugar. Todo el sitio está fuertemente resguardado por los hombres que capturaron a los jóvenes, aumentado con los activos de las fuerzas municipales. A esa hora arriba al lugar doña Leonor y sus seis hijas, quieren enterarse de lo que su difunto marido dispuso antes de morir.




    ***



    -Mamá Aurorita, venga, venga, ahí viene llegando Artemio-Joaquín y viene con una jovencita muy linda que parece un muchacho por el corte de pelo y las ropas de hombre que viste.

    La vieja contempla el paisaje desde la puerta, allá a lo lejos se ven dos pequeños bultos que vienen caminando. Regresa a su cocina y empieza a preparar agua fresca y comida.

    -Deben venir cansados -dice-.
    Canijo muchacho has de haber ido volando a verlos y volando volviste a decirme.

    Nadie le responde. La casa está sola. Aurora habla sola.

    Cuando Artemio se asoma por la puerta la vieja viene a abrazarlo.

    -Qué hermosa muchachita, ¿quién es?
    - Simona, mi mujer.

    La chica mira a la anciana y le obsequia una tímida sonrisa. Aurora se queda impresionada al ver sus hermosos ojos negros. La sonrisa forzada jala desde la comisura de los labios a su hermana tristeza, que se ha posesionado ahí, en el eje donde la boca expresa los sentimientos.
    Aurorita piensa, siente, que todo lo que se relaciona con este joven tiene un matiz de tragedia, ahora que mira el rostro de la chiquilla que ha traído consigo, encuentra en ella lo mismo.

    -Pásenle, pásenle.
    Les hice algo de comer.


    ***



    En la casa, las voces infantiles han desaparecido. El último ser inquieto que andaba por ahí, hablando entre las sombras y los recuerdos, ahora anda pegado al vientre de la muchacha. Ya no escucha ni puede hablar a mamá Aurorita. Está en ese umbral que media entre un espacio y otro de la existencia. No volverá a escuchar su voz hasta que dé su primer llanto. Después de eso a esperar y respetar el proceso que experimenta el silencio y la voz.

    La buena vieja se siente cansada, solo espera que le alcance el tiempo para cumplir la promesa de abrazar y besar al querido retoño de Artemio -Joaquín.


    ***



    Adoro el cielo cuando se viste de tarde. Se pone azul amoroso, y las borreguitas voladoras que flotan y flotan por ahí, corren y corren por los caminos del viento de la tarde. No se van, se esconden. Se les estiran las patas y se les tuerce la panza y juegan como yo a volverse barco, a volverse ballena, castillo. Luego son ventana, ventanal de nube. Por ahí parece que se asoma un hombre barbado, viejo, viejo, viejo; con pestañas, bigote y barba de algodón. Juega conmigo a las escondidas mientras llega la tarde, luego cierra sus puertas para que la luna no se enoje con él porque desatiende sus quehaceres. Yo sé que las nubes son de azúcar como las que venden en la feria del pueblo donde tía Encarna y tía (Engracia) me llevan a comer dulce de algodón.
    Adoro los tallos largos y verdes del maizal antes de que se vuelvan amarillas. Papá no pone ningún espantapájaros en medio de la siembra, le dice a mamá que los espantapájaros tienen alma. Mamá se burla de él y él la corretea por entre las matas. Ahora ya ríe, ríe cuando le llegan cartas de lejos, se queda mirando a los muros como si en ellos le estuvieran pasando una película. A papá no le llegan cartas, él no tiene quien le escriba. Todo su mundo somos nosotros. Mamá lo sabe y me aconseja que no le haga preguntas a papá, ella me dice que un día, cuando esté más grande, me lo contará todo, todo, todo.
    Los domingos subimos a la loma donde está el camposanto. Hay tumbas ahí, la de Abuela Aurora, la del abuelo Juan, la abuela Sara y Germinal. Papá trajo los huesitos de la abuela &#8220;Chivis&#8221; y los puso también ahí. Mamá pone unas velas y enciende un fuego para calentar la comida que lleva preparada, dice que así parece que estamos juntos. Y sí, estamos juntos, yo lo sé, ellos vienen y se sientan en sus tumbas, esperan a que la comida empiece a oler. Yo presenté a mi abuela &#8220;Chivis&#8221; con mis otros abuelos y ahora ya se conocen.
    Se lo conté todo a mamá y se quedó pensativa, muy pensativa. Dice que sí me cree, que cuando ella estaba chiquita también miraba a los que los demás no ven, dice que cuando crezca ya no los veré, que solo veré a los que andan aquí. Ella nos quiere mucho. Tiene un extraño poder sobre nosotros, lo llena todo, y es la respuesta de todo. Así parece. Hasta papá espera sus respuestas cuando algo grave le preocupa. Yo extraño los brazos de mamá Aurora. Ella siempre me mira desde la ventana de la casa del campo. Ahí está con el tío Juan todo el tiempo. Luego los escucho. Solo ellos se han quedado en la casona que ahora está deshabitada todo el tiempo. Antes los iba a espiar para ver lo que hacían pero pronto me aburrí, siempre hacen lo mismo, lo mismo todo el tiempo, dicen las mismas palabras y se dan los mismos abrazos. Mamá también los ve, lo sé, aunque diga que no para que yo no siga con &#8220;eso&#8221;, los con esos ojos grandes y melancólicos con que mira siempre. Ya no tiene ese gesto de tristeza, cuando mira a papá es cuando más alegre se le ve el rostro. Ella dice que al abuelo Juan y a la Abuela Aurorita les sucede lo mismo que me pasa a mí con los algodones de azúcar, que los lamo y los lamo hasta que se les termina el cuerpo y el sabor.

    Las tías Encarnita y Engracia vienen cuando papá levanta las primeras mazorcas tiernas. Cuecen los elotes y hacen tamales. Cuando llega la tarde todos se reúnen junto a la fogata y empiezan a contar sus historias. Luego lloran, luego ríen, depende del rumbo que tomen los recuerdos. Pasan la noche en la casona y al día siguiente se marchan y no vuelven hasta la próxima cosecha.



    Estoy empezando a ir a la escuela, a jugar con otros niños.
    Me han llamado Joaquín, Joaquín Melea como se apellidaba mi abuela &#8220;La Chivis&#8221;, a la que no conocí porque murió antes, mucho antes de que yo naciera.


    ***



    Hace 20 años que esos campos están sin sembrar, las tierras están &#8220;alzadas&#8221;, dicen que eran buenas tierras. La casona está deshabitada desde esa misma época, el techo golpea y golpea como si quisiera volverse ala. Las ventanas están destruidas, las golondrinas han llenado con nidos sus paredes. En las noches de tormenta, el viento quiere llevarse el techo, y las puertas parecen manos llamando a los viajeros que cruzan por ahí, para que se internen en sus habitaciones oscuras. Los que se han atrevido a entrar no pueden dormir, se escuchan voces muchas voces, en la planta alta una mujer le dice a su hijo pequeño:
    -Ya escucho sus pasos ir hacia la escalera, ella ya lo está esperando. Cruje la madera cuando las plantas de sus pies andan sobre las duelas procurando no hacer ruido, delatan las maderas
    <<en el andar están las voces que confiesan su falta>>,
    <<cada paso una culpa>>.
    Los pensamientos se vuelven susurros, son voces fuertes que nacieron sin palanca de lengua o de aliento.

    Pero cuánto duran las culpas en brazos del placer.

    <<No debo hablarte a ti de estas cosas hijo mío, eres muy pequeño, más pequeño que cualquier niño porque no has nacido, nunca naciste, y con tu muerte te llevaste algo mío, lo que más siento haber perdido>>.

    Luego se escucha un chillido, es como un niño que llora. El llanto infantil vuela, vuela y vuela por todos los rincones de la casa, llora como un alma de esas que andan en pena, y es que, este, sin nacer, le robó a su madre la vida.
    No, hay cosas que suceden y solo suceden; cosas para las que no hubo intención de alguien, cosas de la vida, de la naturaleza; aunque por el dolor que causan se piense en que alguien hizo daño, y se piense en otorgar un perdón, un perdón un perdón unperdónunperdón.

    -<<Callate Germinal, no me dejas oír los pasos>>

    Luego se hace el silencio, todo es silencio, pero es un silencio que no deja dormir a nadie, es un silencio que llama la atención de todos los oídos, los hace poner atención, los hace esperar algún sonido. Todo guarda silencio. Sin tener ojos u oídos, las paredes, los techos, las escaleras están atentas. Los intrusos sienten esa espera: entumidos, paralizados.

    Al fin la puerta se abre y el rosal dispersa su aroma.

    -Ven amado -dice la mirada encendida-, ven. Hambrientos poros que se beben la lluvia sudorosa. Piel a piel camina la serpiente del deseo. Un abanico parecen las manos cuando buscan con los dedos abiertos, un cascabel suena y resuena de nariz a nariz. Chasquean los labios al encontrarse, y la piel interna también, cuando la otra entra y la fecunda.

    Todo eso se quedó así, muerto, desde que se incendió la casa donde vivía el peón que trabajaba la tierra, también murió su esposa y su pequeño hijo de 8 años. Las hijas de los dueños no han querido venderlas. Ahí moran sus recuerdos más hermosos. No han buscado quien siembre de nuevo el maizal porque dos fantasmas se les vienen a la mente con sus miedos: la del espantapájaros aquél que quemaron un día y sintieron que tenía algo de vida. Y la de su resurrección, cuando de la nada cobró vida y se ganó el cariño de ambas con su corazón noble y bondadoso. Luego la tragedia terrible. Los cuerpos de Artemio Joaquín, de nuevo calcinado, el de su esposa y el de el adorable Joaquincito, ahijado de ambas.

    Desde la lejanía contemplan a La Casa del Campo, con tristeza ven cómo se deteriora lentamente.
    Ellas no escuchan voces de fantasmas porque las llevan dentro, son sus voces amadas.
     
    #9
    Última modificación: 11 de Octubre de 2013
  10. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Aquí, en este relato magistral suyo, se hace evidente que le encanta "Pedro Páramo". Su lectura me lo ha recordado. Es una narración extraordinaria, donde se denuncia el abuso de los caciques del pasado indirectamente y de manera muy sutil, que eran dueños de haciendas y vidas humanas, y es de agradecer que se escriba para que no se olvide. Detalla excelentemente la vida de entonces, como todo giraba entorno a estos caciques. Me ha encantado esa mezcla de lo fantástico con lo real, de las creencias de un pueblo con la cruda verdad de la vida diaria, algo que por desgracia se está perdiendo en España. La "fuga" hacia el espantapájaros desde la cárcel es una trama magistral, así como "las visitas" a su padre, violador de su madre; espléndida, igualmente, la lucha por la herencia; y la incursión de los no natos en la convivencia diaria de las familias (algo que ocurría donde yo nací y que, como dije antes, ya se está perdiendo o se ha perdido). El inicio es fabuloso y engancha, te introduce en la historia y ya te lleva hasta un final excelente. Tiene acción, personajes bien caracterizados por sus movimientos, o su pensar; tiene intriga y sorpresa, y escenas con imágenes originales y naturales. Lo dicho, un relato genial. Ha sido todo un placer haber paseado entre sus letras. Muchas gracias por compartir gratuitamente una obra tan elaborada, de tantísimo trabajo. Se le saluda afectuosamente.
     
    #10
  11. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Muchas gracias a usted por leer y hacer un comentario tan detallado. Se lo agradezco como le agradezco que comparta generosamente tantos temas de su inagotable capacidad narrativa. Le aprecio mucho y es muy honroso compartir con su talento este sitio de letras. Abrazos amigo.
     
    #11
  12. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Hola Melquiades. He leído la primera parte de tu relato; iré así porque es muy largo y así lo leo con calma.

    El relato por ahora me está gustando mucho, sobre todo la locura de las tías (XD); tiene un estilo bastante fluido, pulcro y muy bien escrito. Es interesante la historia. Si eso me pasaré cada día a leer un trozo, porque además hace poco me cambié de gafas y cada diotría por ojo (a pesar de casi adaptarme ya) aún me afecta.

    Un saludete de Samuel.

    Mensaje siguiente:
    Bueno, he estado en la universidad y no he podido leer la segunda parte :D; la acabo de terminar ahora mismo.
    La verdad, el estilo me ha recordado a G. G. Márquez, aunque quizás como dice Évano, por la manera de relatarlo el protagonista (que es un "no nato", como en el limbo). Es interesante, un poco extraño lo del "nieto no nacido", extraño como deben de ser los relatos de realismo mágico, vamos.

    Un saludete de Samuel.
     
    #12
    Última modificación por un moderador: 11 de Octubre de 2013
  13. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Gracias por tomarte tus tiempos para leer. Uf, qué lejos de GGM. Hacemos la corte al placer de escribir que suele ser tan placentero como leer porque queda en nuestras manos toda opción para los personajes de acercarse un poco a la realidad o a nuestras huellas costumbristas. Abrazos, un placer hallarte por aquí. Nos leemos amigo.
     
    #13
  14. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    ¡Ah!, perdóneme el tiempo sin comentar; he estado con la universidad que casi no he tenido ni tiempo, y el poco, lo uso para relajarme un instante. Quizás debido al tiempo he perdido el hilo, pero intentaré reengancharme.
    En general, la historia sigue su intriga y en líneas generales me es interesante. En este trozo, eso sí, la única pega es que creo que a veces abusa de la coma, aunque hay que decir que depende del momento, queda a mi parecer perfecto, quizás en otras quedaría bien un punto y coma; pero, ya se sabe, eso es cosa de gustos, formas de escribir también... Y como lector, jaja, chitón.
    Espero que mañana si puedo me vuelvo a pasar y leo otra parte; acabo de llegar de Valladolid y los huesos me gritan que me vaya a la alcoba (que por esta parte del mundo son la 1 de la mañana), me meta en la cama y duerma hasta un estasis de ronquidos infernales jaja.

    Un saludete de Samuel.
     
    #14
  15. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Jajaja, fíjate que trato de reducir el uso excesivo de la coma, al menos las que son obvias, pero siento eso que llaman contrición comatosa y regreso y las pongo. Cosas de aficionado.
    Saludos amigo, gracias por tus comentarios.
     
    #15
  16. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    cómo
    Es la única falta que vi en el texto. Por lo de las comas, en éste lo he notado menos. Mucho menos.
    En cuanto a la historia, no sé si este costipado me está afectando, pero la abuela muere, ¿no? ¿O es el sueño de una de las tías? ¿Y lo está viendo todo, con los familiares "no nacidos" y demás?
    Mañana continuaré con la historia, a ver si con los pocos ratejos que saco y demás, la acabo jeje.
    Un saludete de Samuel.
     
    #16
  17. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Atrás le encontré tres más. Ya los corregí, lo tecleo siempre aquí mismo y siempre le falta una revisada minuciosa. Gracias.
     
    #17
  18. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Él.
    Me ha gustado mucho esta parte también, a pesar de que lo leo de tanto en tanto (perdón por la demora; la universidad no me deja otra). Sobre todo me ha gustado el final. Narra muy bien el deseo y el erotismo, y es lo que más me ha llamado la atención, y esa última frase de los fantasmas, aquel voyerismo sentimental de éstos: ¿acaso no es el mismo que el que buscan los lectores en gran parte? A ver si logro acabarlo sin hacer un record en lentitud :D.

    Un saludete de Samuel.
     
    #18
  19. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Hola de nuevo Melquiades. Ya he venido de la universidad y en este rato terminé el siguiente capítulo (el VI). Voy a cachos :D..., perdóname jejeje. Espero terminalo; prometo terminarlo. Espero no perder con la historia por tanto desface de tiempo entre lectura y lectura.
    En cuanto al relato, ha sido interesante, contando el misterio del espantapájaros y lo de la niña.
    Un saludo de Samuel.
     
    #19
  20. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    quién
    cada vez que "pasa por ahí"
    ante la afirmación, muchas fingidas. Yo creo que deberías poner un que después de aún, como nexo para la oración.
    Hay algunos errorcillos por ahí además, creo; míralos porque son nimios.
    Perdón por tardar tanto en comentar :D. Creo que ya me pierdo con el argumento por eso, pero seguiré leyendo el relato en estas navidades; a ver si me da tiempo un capítulo cada día por lo menos.
    En cuanto al relato, por lo que te he dicho antes, creo que ando algo perdido, pero me ha "gustado" la parte en la que describes el trato de la pobre muchacha; creo que relatas muy bien el ambiente del momento, llena de injusticias.
    Un saludo de Samuel. Nos leemos.
     
    #20
  21. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Ha dejado de hurgar en sus sueños, ¿al interno o interior del hombre que es su padre? "Le llama hijo", no la llama hijo...
    Tal vez
    Creo que falta una -, y además yo pondría punto y coma más en toda esa repetición de escucho.
    ¿Entonces por qué por allá afuera tengo tantos hombrecitos? sería.
    quién sabe. Por cierto, debe ser un mejicanismo eso de cuántos mueran, pues se dice cuántos morirán. Se dice a veces, creo y es curioso, por la zona de acá de Palencia-Burgos una cosa parecida. "Si tuviera una escoba, cuántas cosas barriera", o algo por el estilo porque yo eso sí que nunca lo he dicho :D.

    Bueno, mañana acabo con el epílogo. Ha estado muy bien el relato, aunque me he sentido algo mareado :D. Me ha dado la idea de cárcel; todos de una manera encarcelados en algún lugar incluso metafórico como el del limbo de los "no nacidos". Jaja, en algún momento me sonó algo telenovelesco, pero creo que esos días, igual que en España, con las novelas realistas, la cosa era así: el abuso de los patrones. Me ha recordado sin dudas a Gabriel García Márquez, y algún toque norteamericano de Faulkner como dije. Está claro que son estilos diferentes, pero G. G. Márquez bebió de él; mientras Faulkner es más anglosajón, lo suyo y lo de Márquez es más "hispano", más "latino" (en sentido más amplio al que se entiende: incluyo a Francia, Italia, Iberia; luego hispanoamérica y las colonias francesas).
    El caso, aunque hay algún error ortográfico o demás, es que no está nada mal. Me gusta, me está gustando (pues me queda el epílogo). Tiene una joyita para ser explotada.
    Un saludete de Samuel.
     
    #21
  22. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Gracias por ayudarme con todos esos detalles dejados al paso en la narración.
    Sí, por acá, sobre todo en lenguaje coloquial, que es el que tratamos de poner en los labios del personaje, se usa eso de "quién sabe cuántos mueran". De cualquier forma lo pensaré (por lo coloquio-regional del lenguaje de los personajes) y quizá lo arregle para que sea apto para otras regiones. Lo pensaré. Gracias.

    Ojalá puedas, en las próximas observaciones, dejar el dato del capítulo para hallarlas más rápido.

    Una sugerencia. Para que no escribas mensajes consecutivos, mejor edita el anterior y me avisas por mensaje privado lo que encuentres, así evitamos romper el orden de espera para otros textos de nuestros compañeros que también quieren ser leídos.
    Abrazos, Gracias.

    Nota:

    la ropa con la que, el ahora desaparecido, llegó a pedir trabajo y algo de comer.


    Él.
    "EL" funciona ahí como artículo, no como pronombre. Lo dejé así.



    ha dejado de hurgar en sus sueños el interno del hombre que es su padre...

    le dejé así pues para mí está correcto.



    He corregido la llamaba por le llamaba,



    Talvez
    es correcto, te dejo la liga:

    Según el DRAE en América [​IMG]



    talvez.
    1. adv. duda Am. quizá.
    Real Academia Española © Todos los derechos reservados



    1. adverbio de duda América quizá

    http://forum.wordreference.com/showthread.php?t=1074828

    Muchas gracias, sin tu ayuda talvez no los hubiera hallado, aprecio mucho tu esfuerzo y el deseo de ayudarme con esa minuciosa revisada. Feliz año amigo.
     
    #22
    Última modificación: 28 de Diciembre de 2013
  23. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Ya acabé. Aún me siento en esa nebulosa. Creo que es la mejor manera de decirlo; pues además con eso de que he ido leyéndole a "golpes" me he perdido poco a poco. A pesar de ello, es un gran relato. Alguna falla con las frases, y con tanta fragmentación de las narraciones que arrullan un poco, pero en general me ha parecido bueno.
    Sí, perdón por el doble post pero me era más sencillo hacer respuesta rápida, porque voy tomando notas aquí abajo si veo algo que me llama la atención.
    Un saludo de Samuel. Y mi rep.
     
    #23

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