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Los X de principios del siglo pasado

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Melquiades San Juan, 1 de Octubre de 2013. Respuestas: 2 | Visitas: 678

  1. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Para las generaciones que nacieron allá por el primer cuarto del siglo XX había cosas muy importantes, más todavía, si nacieron en una población pequeña o mediana, y además, en un país no muy desarrollado. Las familias eran numerosas, de diez u once miembros. Pongamos que 5 mujeres y 5 o 6 hombres, intercalados en la escala de edad que casi siempre era de un año entre los mayores y se espaciaba en los más pequeños en un lapso de 4 o 5 años. Eran familias muy interesantes. Había fuertes afinidades entre algunos hermanos y profundas diferencias con otros. Dos hermanas, por ejemplo, se volvían uña y mugre, y las demás, como una reacción automática, adversarias del dúo. Siempre había un líder natural, uno de los hermanos que no requería la bendición paterna para ser algo así como el mayordomo de la familia, al que se tenía que explicar todo o pedirle su opinión, un ser infalible ante la vista de los padres y hermanos.

    La mentalidad, rescoldo o apogeo, de la cultura victoriana tardía. A las mujeres el requisito social y moral de la virginidad impoluta. La virginidad de cada una de los mujeres de la familia era su honor. Los padres y los hijos varones, guardianes de ese honor. Había conflicto si el primer hijo de la familia era mujer pues al varón, menor que ella, le costaba mucho trabajo establecer su "autoridad" como guardián familiar de su himen. Toda actividad social de la hija mayor, como la de las demás hermanas pasaba por el escrutinio de los hijos varones: chaperones cuando se trataba de los hermanos menores y autoridad censora si eran los mayores.


    La tía Ana.


    La belleza de la tía Ana era un problema para sus hermanos. El impacto de su persona en los muchachos le resultaba encantador, disfrutaba de las miradas, de los esfuerzos y ocurrencias con que los pretendientes intentaban burlar la vigilancia de sus guardianes. Un día, la desgracia y el deshonor llegó a la familia. Anita había perdido su virtud a manos de un mozalbete perspicaz y "malévolo". La familia entró en caos. Las miradas de la sociedad acotaron su buena vida social, era vergonzoso caminar por las calles, saludar a las personas, realizar todas las actividades sociales y económicas que requería la vida. Las miradas, los cuchicheos, eran puñales despiadados para todos y cada uno de los miembros de la familia.

    El hermano de la abuela, párroco del lugar, también vio comprometido seriamente su desempeño ministerial. Le resultaba inútil el escudo de su investidura eclesiástica para escudarse del oprobio involuntario en que había caído. Cuantas veces pensó, desde el púlpito, utilizar su sermón para condenar al petulante burlador o, predicar el perdón cristiano a los débiles de la carne. Uno u otro tema no harían más que atraer el silencioso escarnio de las voces silenciosas, del murmullo criminal ingobernable sobre sí. Como suele suceder en estos casos, el asunto fue de mal en peor: La hermosa Anita estaba embarazada. Un tercero, ajeno a las circunstancias propias de su voluntad, venía al mundo como vienen todos los seres humanos, producto de un ayuntamiento sexual entre un hombre y una mujer, solo que, sin él saberlo, su advenimiento a este mundo venia fuera de los patrones establecidos por los moradores de la vida como correctos, sin matrimonio y bendición eclesiástica previos.

    La familia hizo cuanto pudo para remediar el entuerto. Habló con los padres del burlador para reclamar la reparación del daño sin obtener buenos resultados. Otro tanto hizo el tío abuelo cura, valiéndose de su investidura clerical, de su investidura moral y religiosa, y como personaje notable e influyente de la comunidad, exhortó a la familia a la cordura y la observación de las cristianas y morales normas de la buena conducta. Los resultados fueron pésimos. Era esta sociedad una que ciertamente descalificaba moralmente a un don Juan, pero que a la vez admiraba tales actitudes. La respuesta de la abuela del jovenzuelo, máxima autoridad moral de su núcleo familiar, fue: "cuide a sus gallinas que mi gallo anda suelto". En el imaginario colectivo de la gente del pueblo era mal visto lo que había hecho el joven, pero, rondaba un refrán popular que lo resumía todo así: "Lo que para las mujeres es vergüenza para los hombres es orgullo". No quedaba, pues, para la familia de la tía Anita más que: vivir con eso, y a eso se acostumbraron. Después del año Anita tuvo un hermoso bebé que jamás vio las calles. La maternidad acrecentó la belleza de la joven y los pretendientes se multiplicaron, pero para ella eso se había vuelto tabú. La familia endureció las restricciones para sus miembros femeninos. Escuelas para mujeres y una rígida vida social. Las demás hermanas adoptaron por sí mismas una actitud colaboradora con los demás miembros, conscientes del riesgo que significaban para la de por sí endeble respetabilidad de su familia. Varias de ellas pidieron al tío párroco su auxilio para tomar los hábitos, a lo que el tío accedió con gran satisfacción. La sobremesa era el sitio para planificar las estrategias recuperadoras de la virtud de los X, como se apellidaba la familia. "Seremos la viva imagen de la virtud" -decían las chicas. Los hombres de la familia las observaban como supongo que, Aquiles, el héroe homérico, debe haber observado su talón. Ellos, por su parte, motivados por los requerimientos de convivencia y supervivencia en un ambiente claramente hostil, se volvieron atletas, expertos en las lides boxísticas y de judo, que eran lo más representativo de la defensa personal de la época, los karatecas todavía no hacían su acceso por esa zona del mundo.

    Poco a poco se extendió la fama de los X como jóvenes muy dados a las contiendas callejeras. Cualquier presunto reto era resuelto en las banquetas de manera violenta y certera. Su fama de agresivos se extendió por la zona. Para el tío sacerdote eso fue otro problema. No existía forma de persuadir a los sobrinos sobre la práctica del perdón que tanto predicaba a su grey. El cura tuvo que adecuarse a la situación y acomodar sus respuestas a quienes le señalaban el proceder de sus sobrinos: "la burra no era así" -decía- "la hicieron los palos," "pobres muchachos..." La gente comprendía mejor la sabiduría de los dichos populares que cualquier pasaje del evangelio y eso era para ellos suficiente explicación. Nació una especie de solidaridad y comprensión popular para los pobres muchachos, llamados a ser violentos por la actitud de un perverso. Esa comprensión se convirtió en un cerco peligroso para el joven burlador, a menudo escuchaba las advertencias de la gente que le decía: un día te van a medio matar, estos X son unos verdaderos cabrones. Sus familiares le advertían de cuidarse mucho en las calles, no te los vayas a encontrar, evítalos, o : "un día, tarde o temprano, te los tendrás que encontrar". El jovenzuelo se volvió temeroso, sus amigos empezaron a escasear pues los X se volvieron una especie de héroes, ídolos callejeros. Su familia decidió que lo mejor para él era que se fuera de la ciudad.

    El abuelo Ezequiel.


    Para don Ezequiel, el padre de Ana, la vida es un manto de lluvia. Llegó a estas tierras siguiendo a su padre, un exiliado de dos guerras en dos países diferentes. A fines del siglo XIX, su padre debe huir de su país natal tras la caída de la llamada Primera República, en la época de su más tierna juventud sus ojos miran al nuevo mundo con sorpresa, este es un mundo muy diferente al que conoce, aquí, su sola presencia ya es una especie de aristocracia inconquistada. La estela del barco que lo trae a tierras de América jamás se borra de su mente, en cada burbuja marina se desvanece un rostro de su vida, una calle, una puerta, una casa, un olivar, un viñedo. Los ruidos del vapor en que viaja ensordecen los llantos y las voces que le llaman y le suplican desde el muelle los no olvidos. Esa nube negra de vapor que le dejó nostalgias desde Santander hasta llenar la vista con tierras de América, jamás borró su derrotero en la mente. Siempre nombrando, siempre recordando, pese que allá era un siervo, un hombre común en un mundo con dueños, tras el fracaso de los primeros sueños igualitarios. Aquí, por la pura presencia o apariencia es un señor. El circunstancial señorío se pone en marcha en su provecho y conoce el significado de la palabra fortuna, señorío, poder.
    Más tarde, del otro lado de la moneda social de la vida, un nuevo movimiento social, que ahora no le favorece, le hace cambiar de rumbo. Ahora él ha sido uno de los combatidos por los pensamientos libertarios. La experiencia le enseña cómo actuar en cada circunstancia de la vida y antes de que la desgracia se cierna en su persona y sus bienes toma camino para ponerse a salvo. El abuelo de Ana.

    En este patio interno de su casa, el padre de Ana disfruta del diálogo con el recuerdo del abuelo. El abuelo creó aquí su propio limbo. Un cuadro de un barco de vapor de la Transatlántica Española preside el pequeño corredor. Ezequiel padre solía dormitar inspirado en esa vista y así se quedó dormido para siempre. Ezequiel hijo viene aquí, sin comprender bien a bien a qué viene. Qué quiso construir su padre en ese pequeño corredor del portal interior de la casa. Él aquí no viene en busca de recuerdos, quizá de voces, de suspiros melancólicos inexplicables.

    Ana entra a este lugar y se mece en la vieja mecedora de mimbre de su abuelo. Nada ha cambiado aquí desde el día de su serena muerte. Ella se sienta en esa mecedora y deja que la inercia de su movimiento la transporte a esos dulces momentos en que el abuelo mesa sus dorados cabellos. No le canta canciones de cuna, no le cuenta cuentos. Es un ave poderosa la que la envuelve en sus brazos. Siente el cobijo de un poder que conoce todas las veredas de la vida, los vados de los ríos crecidos y el lenguaje de todas las tormentas. Ana llora ahí por su infortunio, ante la memoria del hombre que con su sola presencia espantó a todos los espantos de sus sueños infantiles. Es una especie de exorcismo el que invoca. Llora y jura a su abuelo que si el viene esta tarde o esta noche, ella con gusto lo sigue a donde quiera que él la quiera llevar. Es un limbo este sitio para las tres generaciones que lo han habitado.

    Un llanto agudo la despierta de su abstracción. Él está ahí, el producto de su desgracia. Chilla, exige, como si tuviera ganado todos los derechos a la vida. Acude pronto antes de que la familia recuerde con los llantos el producto de su pecado, la vergüenza encarnada ha despertado, tiene hambre, busca inútilmente el cobijo de los brazos maternos temeroso de esas sombras inexplicables que parece le acosan por todos lados; de las otras, las que marcarán el resto de su vida, aún no tiene consciencia.

    La nodriza ya le tiene el pecho en la boca. Sara le mira, es el vivo rostro de su abuelo, de su padre, bien pudiera llamarse también Ezequiel.



    Tía "Menguele" es la menor de todas las hermanas. Escucha sin entender el voto de castidad que las mayores, tía "Canuta" y tía "Tecla", han hecho en la sobremesa. Es muy pequeña para tomar una decisión que no le corresponde pues aún está a salvo de tales riesgos. Sus riesgos tienen que ver con esa afición suya a capturar alacranes debajo de las piedras, o de encerrar lagartijas en las cajas de plástico que cubren los sombreros que sobran en la tienda de moda de su madre. Las junta y le pone nombre a cada una de ellas. Nadie lo sabe pero ella es la causante de que en la fuente del patio de la casa siempre haya ranas y sapos. Mamá ya ha pensado en cambiar de casa porque a menudo encuentra víboras, y a ella esos animales le causan pánico. Tía "Menguele" es traviesa con ganas, seguido es descubierta espiando dentro de los nidos de las golondrinas para ver cómo nacen y van echando plumas las avecillas. Tiene un extraño entendimiento con la Shelby, como que nada más se están vigilando una a la otra, la perra collie se echa a observarla justo en la entrada de la casa para evitar que un descuido la deje en esta casa aburrida durante las horas en que la tía sale a buscar sus alimañas. Basta una mirada para que la perra sepa que van a la calle. Un chupete al aire para que se asome a la sala de la casa para ver si alguien está espiando o mirando a la puerta, si no hay moros en la costa la perra vuelve rápido y camina hacia la puerta, espera que su compañera de vagancias se suba en un banquillo de madera para mover la aldaba de hierro que asegura por dentro la puerta, no hay ladridos ni correteos ruidosos que las puedan delatar. Una vez en la calle las dos desaparecen sin hacer ruido rumbo a la vereda que conduce al río. Tía Menguele es una solitaria empedernida, solo escucha lo que los demás tienen que decir y calla. El penúltimo lugar en la lista de los hijos de la familia le ha llevado a pensar que, nada de lo que diga u opine tiene importancia, así que crea su propio mundo y vive en él, con la compañía de Shelby, la perra, a quien los demás hermanos, por su edad adolescente o de mayoría, han dejado de tomar en cuenta.

    Tía Menguele vuelve por la tarde con sus cajas de plástico llenas de alimañas y animalejos a los que va colocando donde ella cree que mejor se adaptarán al jardín de la casa. Luego toma un baño para prepararse para ir a la iglesia a tomar el catecismo junto a todos los niños que harán la comunión.

    La perra reposa en el lugar más fresco del patio las jornadas esforzadas de la aventura. Más tarde, cuando la tía salga rumbo a las clases de doctrina, la perra no hará ningún movimiento, ni se inquietará para ir con ella por las calles. Se quedará dormida. La tía Prístina, unos años mayor que tía Menguele, es la encargada de llevarla y traerla. Tía Prístina es una solitaria. Entre ella y Menguele hay suficiente edad como para poner una brecha generacional que diferencia bien a una chica adolescente don una que apenas se asoma a la pubertad.

    Qué diferentes son todas las tías. Tía Canuta y tía Tecla se llevan un año entre ellas. Pero son uña y carne. Por las noches, cuando la luz se ha apagado se escuchan los murmullos de sus voces. Todo el tiempo están hablando entre ellas y la comunicación es nula con el resto de la familia. Cuando la madre de ambas se dirige a una de ellas la otra pone tanta atención como si estuvieran dirigiéndose a ella misma. Si reprenden a una de las dos, las dos lloran; si uno de los hermanos se mete con una de ellas ambas responden a la agresión. El colmo de la dualidad fue a los extremos cuando la tía Canuta, la mayor de las dos, reprobó el año intencionalmente en la primaria, para que ambas fueran en el mismo salón. Y la tía Canuta era, hasta ese momento, la más aplicada de su grupo.

    Dos solitarias y pertenecientes a mundos diferentes son tía Menguele y tía Prístina. Entrán en disputa cuando la mayor, Prístina pretende tomar de la mano a Menguele y llevarla por las calles como si esta fuera(!) una niña. Tía Prístina tiene un mundo obstinado en la perfección. Es la más esbelta de las hermanas, de labios delgados y facciones muy finas. Delicada en sus ademanes desde niña y muy dada a las cosas estéticas. Su mundo gira en torno de la danza, de la música, del canto. Es la preferida del tío Sebastiano, el cura, hermano de la abuela. Él se siente muy orgulloso de su sobrina. Canta y toca el órgano de la iglesia. Durante las misas cantadas es su estrella. El sacerdote derrama lágrimas de felicidad cuando su sobrina preferida crea un ambiente mágico con su voz juvenil al llenar el templo con el Ave María de Gounod o de Schubert. Él tiene planes para ella, todos sus ahorros serán puestos a sus disposición en cuanto la tía Prístina decida si en su vida será la danza, el canto, o el órgano, la actividad en que todo su genio y su vocación hacia lo perfecto se encauzara. Tía Prístina no se decide aún, ya se decidirá, mientras tanto bebe las horas de su silenciosa y pragmática existencia en estos manantiales de gozo. Él, Sebastiano, no teme por que la "desgracia" de la tía Ana se repita en su favorita. Sabe, siente que son muy diferentes, Prístina tiene un romance sagrado que culminará, más temprano que tarde, en una consagración tan sagrada como la religiosa: la música, el canto.


    La Familia X no ha hecho fiesta. Han llevado al registro civil al bastardo de Ana. Le han puesto el mismo nombre de su presunto padre, un nombre un tanto extraño, como Samir, de origen libanés y Armando para que por este último la gente le reconozca y llame. La familia del seductor es libanesa, de buena posición social en la comunidad, antes amigos cercanos de la familia X. Circunstancia que aprovechó el joven para ganarse la confianza de la hermosa Ana, hija mayor de la familia. Luego del contratiempo las cosas han ido de mal en peor. Parece que el muchacho tiene un compromiso previo con una muchacha de su círculo cercano, o al menos, el de su comunidad. Alianzas económicas muy importantes han prevalecido por sobre cualquier otra circunstancia para los dueños de El Nuevo Líbano," y estas pueden ser tomadas como referencia para explicar su actitud. La bella tía Ana no acude vestida con sus mejores galas, es un día ordinario, va ella y la nodriza en el gesto simbólico de una maternidad ajena. Todos esperan a que ellos vuelvan de la oficina gubernamental, en esa pequeña e íntima ceremonia el padre Sebastiano derrama las aguas bautismales en el pequeño Samir Armando y el pequeño no llora. Fija los ojos infantiles en el cielo como si una nube con cuerpo de borrego le estuviera llamando para jugar con él. Las tías Canuta y Tecla, agarradas de la mano contemplan el acto; Tía Prístina, cobijada con las sombras del portal interno de la casa, también observa con un gesto indiferente. Ana no puede más, estalla en llantos largamente reprimidos porque entre Samir y ella hay un lazo desgraciado e indisoluble. Acerca su rostro al del pequeño y le declara todo su amor materno, todas las palabras amorosas contenidas en su pecho brotan, se hacen bolas en sus labios. El rostro del pequeño no reaccionó ante las aguas dl bautismo pero sí lo hace ante las lágrimas de su madre: llora, se asusta; esa voz, esos tonos amorosos le son ajenos, extraños. Llora, manotea y patalea sin control hasta que la nodriza acude y le ofrece el pezón lleno de leche. No tiene hambre pero reconoce una relación íntima con ese pecho, con ese calor corporal, con ese olor... y se calma, se aquieta, toma el pezón, lo chupa y se duerme. La nodriza ha tomado asiento en alguna parte, tía Menguele está de pie a un lado de ella y mira el rostro mofletudo del pequeño saborear el alimento, toca su rostro con la punta de los dedos, se detiene en la nariz, le cierra los orificios aprovechando la distracción de la nodriza que dormita, el pequeño siente la falta de aire y deja el pezón, la tía abre la pinza de sus deditos y el bebé da un largo suspiro, luego ríe. Tía Menguele interpreta esto como un juego y vuelve a cerrar con los dedos los orificios de la nariz del infante, el bebé se queda quieto y ríe, parece estar muy divertido, cuando la tía suelta la nariz el pequeño la busca con la mirada, parece que la invita a seguir jugando. A partir de entonces se establece entre la tía y el sobrino una extraña relación que durará toda la vida.

    Son los años 50, la vida de la familia X ha vuelto a la normalidad. La fama de gallitos de pelea de los muchachos, y de vírgenes consagradas a algo, ha funcionado. Las tías Canuta y Tecla han hecho correr la voz de que pronto ingresarán al convento. La bella Ana se ha convertido en un portento de belleza, basta su presencia en la calle para que todas las miradas se posen en ella, pero ella muestra un recato y una virtud propios de una beata. Nadie osa lanzarle un piropo ni dirigirle una sola palabra so pena de enfrentar a los hermanos y perder los dientes o resultar con la mandíbula rota. A la tía Menguele la han sorprendido llevando alimañas a la casa y se le ha prohibido en adelante hacer esas cosas horrendas, a cambio se le ha autorizado hacer todo ese tipo de cosas en el rancho de la familia, debe esperar al fin de semana para jugar con sus especies raras. La tía Prístina por fin se decidió por el canto y un maestro le dedica todas las tardes para ayudarla a ejercitar la voz. El tío Sebastiano celebra a menudo misas cantadas para que la sobrina luzca, llene, con los maravillosos matices de su privilegiada voz, la nave de la iglesia, casi todos los domingos, ante una feligresía extasiada que abarrota el templo para deleitarse con ella.

    Algo más ha sucedido. El padre de Ana, don Ezequiel, ha abierto el primer cine del pueblo, Pedro Infante y otros personajes del cine mexicano muestran sus fantasmas luminosos en una pequeña pantalla en lo que luego se conocerá como La Época de Oro del Cine Mexicano. Es un mundo de sueños y fantasías que se desbordan en la mente de los pueblerinos. Por todos lados se ven escenas que reproducen los dramas cinematográficos, la familia X no escapa de la influencia de su época, nos encontramos con el tío Valeriano llevando serenata a la señora X, la madre de la numerosa familia. Ella participa también reprendiendo a sus parranderos hijos, ya en la edad adulta, como si fueran unos chiquillos traviesos. Un suceso viene a trastocar la vida de los X, a Ana le surge un pretendiente de los que se denominan muy buen partido. La carretera transcontinental está construyendo el tramo que ha de cruzar por la zona para ligar al norte del país con Centroamérica. El pretendiente de Ana es un ingeniero del centro del país que queda prendado de ella. Las cosas suceden rápidamente, se comprometen y ponen fecha para celebrar su matrimonio. La noticia corre como reguero de pólvora por la ciudad, las muchachas casaderas no se tardan en poner al tanto al joven del pequeño desliz de Ana, le dicen que tiene un hijo ilegitimo producto de un amorío pecaminoso. Al joven no parece importarle el asunto y reafirma su voluntad de hacerla su esposa, cuando la obra termine -dice- Ana se irá a vivir con él a donde él vaya. De repente aparece el padre del hijo natural de Ana y quiere arreglar las cosas. Acompañado de su abuela acude a la casa de los X para pedir la mano de la bella. Los padres de Ana lo piensan, es una forma de reordenar como Dios manda la vida de su hija y de su nieto, pero Ana se opone a la intención del muchacho, ella está enamorada de su nuevo pretendiente y quiere intentar una nueva vida, confía en la fortaleza de sus intenciones. La comedia termina en una riña pública del Ingeniero con Samir, quien resulta perdedor de la contienda a puños. La boda se celebra, Prístina canta en la ceremonia matrimonial. Todos están felices.

    Seis meses después las tías Tecla y Canuta deciden que siempre no tomarán los hábitos. Que vivirán una vida civil como todo mundo, pero el incidente de la tía Ana ha formado un hábito en sus comportamiento con el sexo opuesto y, pese a ser mujeres hermosas no pueden relacionarse con el sexo opuesto. Se les ve siempre juntas por la plaza, por las fuentes de sodas, por la playa. Son muy bellas pero, no voltean a ver a sus pretendientes y estos se cuidad de no provocar la ira de sus celosos hermanos. El padre opta por mandarlas fuera de la ciudad. Compra una casona en la ciudad capital y le pone un negocio de ropa para que ambas vivan cómodamente.

    La tía Prístina no vuelve a poner los pies en su pueblo, su carrera llega a ser todo un éxito, es una diva reconocida y son los familiares los que tienen que ir a visitarla cuando se presenta en algún lugar cercano. La apreciación del tío abuelo Sebastiano es correcta, su sobrina favorita ha escogido una consagración consigo misma que llena y ocupa todo el poder de su espíritu. Sujeto a sus impulsos paternales no realizados solicita su reubicación a la ciudad reconocida como la catedral del arte para mantener una relación más cercana con su sobrina preferida.

    La tía Menguele tampoco se ha casado. Se muda definitivamente al rancho familiar y ahí pone en práctica sus vocaciones innatas de bióloga. Llena el lugar con árboles con los injertos más extraños, auxiliándose para ello con los libros que le han llegado desde la ciudad, con ella se muda Armando a quien le han cambiado de nombre quitándole el de Samir tras engorrosos trámites burocráticos. La abuela paterna del muchacho ha reclamado la paternidad de Samir, se ha ofrecido para criarlo y darle educación, su hijo se ha vuelto un hombre triste y meditabundo; piensa con ello poder devolverle algo de la mujer que, sin saberlo a tiempo, fue el amor de su vida. La tía Menguele se ha opuesto terminantemente. Armando (Samir) es el hijo que no ha tenido ni tendrá, comparte su locura, Juntos han creado una extraña granja.

    La tía cambia los huevos en los nidos de las aves. Pone, huevos de pato revueltos con los huevos de la gallina y viceversa. Reparte la mitad de los huevos del guajolote con los de ganso. Una vez consiguió un huevo de avestruz y lo acomodó para que lo empollara una guajolota. Cuando uno visita su granja se asombra cuando ve que a la gallina la siguen una fila de polluelos en los que están revueltos pollitos y patitos que imitan a la madre rascando la tierra para hallar gusanos. Es raro escuchar piar a un pato.

    Mamá pato se impacienta con los desesperados esfuerzos de su hijo pollo para no ahogarse en la charca. Después del primer intento viene y empuja hacia el agua a un polluelo temeroso. Los gansos bailan como pavos (guajolotes) y se ven tan ridículos tratando de imitar el rutinario y golpeado gara gara gara de su "padre". Sin embargo esa mescolanza de hábitos naturales y lenguajes silvestres de los animales parece dar sus frutos. Es una granja donde parece que todos se comprenden, o al menos lo intentan. El ejemplo ha cundido en los demás animales. Se ven perros amamantando gatos, y a una gata haciendo esfuerzos titánicos para tomar del lomo a una nieta de Shelby, la collie, para llevarla a su madriguera. Acepta ayuda, pronto viene la madre y hace el trabajo imposible para la gata, toma al cachorro por el lomo y sigue a la felina que con la cola en alto y maullando va adelante señalando el camino.

    La obra maestra de la tía Menguel es el golondrinero. Una especie de palacio para la crianza y el regocijo de las golondrinas. Se parece al portal del abuelo. Múltiples columnas sostienen un medio techo en forma de pentágono, construido en torno a una enorme fuente, rodeada por un jardín con todo tipo de árboles frutales. Los muros altos que prodigan un clima delicioso y acogedor, templado. Las golondrinas van y vienen de sus largas emigraciones. Llegan cansadas, hambrientas, muertas de sed. Saben que tienen en todo el globo terráqueo un hogar para volver y reproducirse. Hay algunas palomas que irrumpen en su palacio pero la tía les ha construido su propio palomar, se ha cuidado mucho de no trastocar los hábitos de las palomas y que esto pudiera generar una extraña generación de palomas migratorias como las golondrinas. Algunos fines de semana ella y Armando toman llenan una jaula con palomas,las meten en su camioneta y se marchan a cientos de kilómetros de distancia de su rancho. Allá las sueltan. Las palomas vuelan en círculos y emprenden el vuelo de retorno a casa. Ella y su "hijo" reconocer los caminos invisibles de los cielos para volver a casa.

    La cualidad socializadora de la tía Menguele hizo que la abuela de Samir se volviera una asidua visitante de su casa campestre, la visita casi todos los fines de semana acompañada de su hijo, el padre del muchacho. Poco a poco la relación entre ellos ha ido mejorando, abuela, padre y nieto han emprendido peregrinajes breves a otros rumbos. Ella y Armando también visitan a Ana, allá en la capital del país. Ella los recibe siempre con los brazos abiertos, sus heridas sangrantes han ido desapareciendo conforme avanza el tiempo, y las vivencias y la mentalidad de una época donde lo que debía ser absurdo se volvió forma de vida va volviéndose un ocaso en sus consciencias, un fantasma lastimero y cruel que dejó sus terribles huellas imborrables en varias generaciones de seres humanos.
     
    #1
    Última modificación: 10 de Octubre de 2013
  2. Uqbar

    Uqbar Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Deleite descriptivo de todos y cada uno de los personajes.
    Uno se ubica sin dificultad en ese transcurrir de juicios de moral de la época y la supervivencia de la familia que hace piña para proteger a los suyos de esa "vergüenza" tan traumática. Aún hoy, quedan reminiscencias de esas conductas sociales.

    Me ha trasladado a "Macondo" el modo de narrar, y he descubierto con mucho agrado, palabras que nunca hubiera usado en el modo en el que han sido expuestas en el texto; ayuntamiento, banqueta, grey...

    Y expresiones como "cuide a sus gallinas que mi gallo anda suelto" o "la burra no era así" "la hicieron los palos," tan contundentes y esclarecedoras.

    Provengo de una familia numerosa aunque mucho menos numerosa, pero puedo reconocer perfectamente las conductas de acercamiento entre hermanos, la de los protectores, la de la que va a su aire y en su mundo, con ésta última me identifico más, la Tía Menguele, puede que por eso me haya gustado tanto su personaje.

    Disfrutar esta prosa ha sido una grata satisfacción, me ha dejado un sentir "entrañable".

    Gracias por la aportación, un verdadero placer.

    Palmira
     
    #2
  3. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    El relato surge principalmente de este personaje, la tía Menguele. Y nace un amanecer cuando la mente está charlando a todo lo que da sin que haya nada que la interrumpa. Es maravilloso ver cómo habla ese almacigo de neuronas despreocupadas cuando se suelta a hablar en su lenguaje; y su lenguaje es intachable, abundante e ilimitado. Usa de todo, voces, sonidos, imágenes. Juega con la realidad como si ella (la mente) fuera la creadora de todo el universo que descifra todos los días.

    Cuando tecleamos, más tarde, parte de aquello se ha disuelto en el olvido. Entre las actividades cotidianas y los apuros por esto y lo otro, algo se rescata. Pero es nada. Abrazos amiga. Gracias por tu comentario.
     
    #3

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