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la mujer descalza

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Melquiades San Juan, 26 de Noviembre de 2013. Respuestas: 6 | Visitas: 1583

  1. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Cuando miré cómo caminaba me di cuenta que ella era un fantasma. Iba descalza por las calles de la Ciudad de México, allá por al barrio de La Merced, entre las multitudes de comerciantes ocupados en mirar a los puestos de ese enorme mercado, el primero de América, donde se surten todos los días con mercancías llegadas de todos los rumbos del país. Ella caminaba delante de mí y yo la seguía, a veces me era imposible seguirla entre tanta gente discutiendo por los precios de las cosas, se me perdía. Cuando tomaba otro rumbo, olvidando la intención de seguirla, ella aparecía de nuevo delante de mí. Siempre caminando adelante, dejándose ver, luego alejándose poco a poco para que yo lo dejara todo para seguirla. Por eso me di cuenta que era un fantasma, o un "espanto" como les llaman en mi tierra.

    No me dejaba verle el rostro, cuando iba apenas a unos paso de mí yo podía ver el entorno de su cuerpo, sus tobillos rectos y estrechos, de ellos hacia arriba una tela extraña, color crema, de un tejido vaporoso y amplio que dejaba adivinar las formas de su cuerpo. Quise adelantarla, o al menos ponerme a su lado para mirarle el rostro, pero cuando hacia esto ella adelantaba el paso y se me perdía entre la gente. Siete veces se me perdió entre las multitudes agolpadas entre los pasillos, frente a los puestos de verduras, frutas y semillas. La última vez desistí, ella, como las veces anteriores, se volvió a poner adelante de mí pero ya no le hice caso, seguí mi camino hacia el local que vende canastillas de mimbre para los regalos navideños y cuando ella se desviaba dentro del mercado yo me seguía de frente.

    Luego de regatear por el precio de las canastas, durante una hora, doña Cuquita y yo llegamos a un acuerdo en el precio de 300 de ellas y la forma en que me las haría llegar al negocio, la anciana me dijo:
    -Sabe usted, lo noto raro, muy raro, está usted muy pálido, como si se fuera a desmayar.
    ¿Qué le pasa, se siente bien?

    -Sí, un poco cansado nada más, anduve por toda la nave del mercado por acá y por allá muchas veces, eso me agotó.

    La mujer modificó la expresión de su rostro, se mostró amorosa, compasiva.

    -¿Acaso iba siguiendo a una mujer descalza por entre la gente?

    -Sí, se me apareció esa mujer extraña y la seguí, se me perdía y la volvía a seguir, así muchas veces.

    -¿Cuántas veces señor?

    -Siete veces -le dije-.

    Usted está en grave riesgo señor mío -dijo la anciana-. Si la ha seguido tres veces más, usted hubiera desaparecido, ella consume todas sus energías y usted desaparece. Es como ella se alimenta.

    ¡Quién es esa mujer!, -le pregunté intrigado-.

    -Tiene muchos nombres, todos confusos. Nadie la ve a menos que haya escogido ya su alimento. El Mercado está construido sobre unas de las bocas del inframundo, está debajo, una entrada al Mictlán. Ella -se cree- es uno de los guardianes del lugar de los muertos, es una especie de Dios que se alimenta con la energía de la vida de los hombres. Desde que dejamos de alimentarlos con sacrificios rituales ellos vienen y sacian su sed, lo necesitan para vivir.

    Las palabras de la mujer me causaron una doble sensación en mis emociones, la primera fue de incredulidad, no era yo un tipo de persona que se dejara llevar por supersticiones, así que tomé el hecho como parte de las tantas leyendas de un pueblo como el mío, tan dado a los mitos, a las supersticiones, y a autosugestionarse.
    Por otro lado, algo dentro de mí se contrajo, arriba del estomago, bajo la caja torácica. No era ajeno a esa cultura, en algún nodo de mis genes venía -seguramente-, o esperaba, la semilla de las tradiciones de mis ancestros para despertar cuando fuera invocada. Seguramente palidecí porque la mujer me miró con un rostro de angustia. Llamó a uno de sus hijos y le indicó que atendiera el negocio mientra ella me llevaba, ayudada por otro de sus hijos, a unas cuantas cuadras de ahí, al Mercado de los Yerberos para que un brujo, de los antes llamados sacerdotes me viera y dijera si algo podía hacer por mí.

    Sería la sugestión o que verdaderamente estaba en un estado de debilidad tal, que cuando tomamos los rumbos del mercado de San Juan, sentí un pavoroso cansancio. Había que subir una rampa para cruzar al otro lado de la avenida Fray Servando Teresa de Mier y descender desde ahí a la banqueta para entrar al mercado y buscar al sacerdote que me procuraría una "limpia" o algún hechizo liberador.

    Cada paso que daba me hacía más débil. El hijo de mi benefactora me halo hacia su cuerpo cuando ya me era imposible seguir caminando. Las miradas de las personas sobre mí eran muy diversas, unas eran compasivas; otras cargadas de odio. Cuando no pude seguir más, le pedí a doña Cuquita que me permitiera tomar un descanso, ella respondió que no, que cada minuto era importante pues se estaba dando una lucha entre mi propia subsistencia y el apetito de la diosa que reclamaba en mí, en mi esencia de vida, su alimento.

    -Mire como nos ven -dijo-. ¿Los ha visto? Son sus seguidores que nos vigilan, que nos impedirán llegar hasta el curandero. Míreles las miradas, son ellos, los que la procuran de alabanzas y le acercan el alimento. Cuando se sientan solos, cuando vean que nadie se puede oponer a su secuestro, nos atacarán y se lo llevarán.

    Dicho esto, empecé a descubrir esas miradas, muchos de ellos eran cargadores, de esos que recorren los pasillos del gran mercado con sus carretillas llamadas "diablitos", que se ganan la vida siguiendo a los comerciantes para llevar todo lo que van comprando. Reconocí entre ellos a uno que siempre ocupaba para comprar dulce y moldes de latón. Cuando me vio bajó la mirada al piso y dándose la vuelta abandonó el pasillo del puente, rumbo al mercado de las hierbas medicinales. Casi para bajar las escaleras del lado de la calle del Mercado de San Juan, ellos nos rodearon. Empezó el jaloneo. Escuché como doña Cuquita, con esa voz que parecía venir desde dentro de una olla, discutía con ellos. Me halaban de los pies para intentar hacerme regresar al lado de donde veníamos, mientras el hijo de mi benefactora resistía jalándome a su vez con los brazos cruzados sobre mi pecho por debajo de mis brazos. Nada podía hacer para ayudarle a salvaguardar mi propia vida, mi debilidad era suprema. En un momento pude ver, allá, al fondo del puente, la silueta de la mujer dándome la espalda, me llamaba levantando su delicado brazo, como si remara de espaldas. Aflojé el cuerpo para zafarme del abrazo de mi protector y permitir que sus devotos sirvientes me llevaran hacia ella. Fue entonces que sucedió todo. Volví la mirada al cielo y vi como el sol se dividía en muchos soles. Cada uno se acercó desde el infinito hacia mí y cuando los tuve enfrente reconocí los rostros de los seres queridos de mi infancia. Estaba ahí doña Eugenia, estaba Zenaida sonriendo sin su dentadura, uno a uno aparecieron ante mí sus rostros, traídos desde el pasado de mis días. Escuché el sonido de un Teponaztle y las flautas de barro imitar el sonido del viento, el canto de los pájaros. Escuché la voz de doña Cuquita exclamar con mucha alegría:

    ¡Estamos salvados! ¡Ellos vienen, han salido! Las manos que sujetaban y jalaban mis pies se aflojaron. Volví la mirada hacia el lugar de donde procedía el sonido hueco de las percusiones y vi a una hermosa mujer vestida con plumas de muchos colores realizar las evoluciones de una danza. Alrededor de ella unos danzantes formaban un círculo y llevaban en sus manos unos braceros de donde brotaba el humo oloroso del copal. Algo me pasó, que las fuerzas volvieron poco a poco a mis músculos. Me incorporé como pude y juntos, los tres, terminamos de descender las escaleras para llegar a la banqueta, nos metimos al mercado y seguimos el derrotero de los que ya nos esperaban ahí. Al fondo, en una especie de pirámide simulada -según yo- estaba un hombre chaparrito esperándonos.

    -Te miré en el agua Teutli -le dijo a mi amiga Cuquita. Me llamabas. Ellos no se acercarán, mi hija es virgen y danza frente al templo para detener los poderes del Mictlántecutli. Hagamos el ritual.

    Me dio una bebida verdosa y muy amarga que al poco tiempo me hizo perder la dimensión de las cosas, se alargaban o encogían, las paredes dejaban de serlo para volverse cavernas. Solo las voces permanecían intactas, apenas cambiando de color, luego roncas, luego agudas, pero todas se escuchaban con claridad.

    -¿Dónde está ese hombre? -Preguntaba la voz misteriosa y poderosa-.

    -Ahí.
    Está desnudo.
    Ahí.
    Está menesteroso de orgullos. -Respondía la voz del sacerdote brujo.

    -¿Quién es ese hombre?
    ¿Qué hace aquí? ¿
    Por qué han de luchar los dioses dormidos por su causa?
    ¿Por qué no ha de alimentarse el Mictlantecutli de su fuerza para un instante más, mientras los tiempos del reinado vuelven?

    La voz guardó un silencio de varios minutos.
    A punto estuvo la otra voz de volver al universo de los dioses muertos, cuando volvió a tomar la palabra el que le invocaba.

    -Es voz de códice para los nuevos tiempos, es la palabra en su ser, es la herida del tiempo en su pecho con nuestra añoranza.

    Luego hubo silencio.

    Solo sé que un viento fresco me cubrió, venía del norte y del oriente, luego la brisa húmeda y amorosa. Cantos y flautas, voz de agua limpia y alegre danzando en la cascada.
    Lejos, entre el azul de los montes, una voz que pedía ser contada, ser difundida entre los hombres.

    Eso fue todo.

    Vino el sueño hacia mí y de nuevo apareció la silueta de la misteriosa mujer que me había cautivado con su andar. Ahora venía de frente hacia mí, caminaba flotando lentamente, pude ver sus pies, sus delicados dedos moviéndose al caminar como las puntas de las hojas de las palmeras ante la caricia del viento.
    Vino su rostro y la vi, eran sus ojos negros muy grandes y hermosos, la piel de sus mejillas muy morenas y brillantes. Nada hermoso había visto en mi vida como ese rostro. Acercó sus labios a los míos y sopló suavemente de su aliento, era como si bebiera un néctar vaporoso, dulce, delicioso.

    -Te devuelvo mi alimento -me dijo-. Me vuelvo a mi hambre.

    Todo desapareció. Hacía ya rato que escuchaba una tras otra la llegada y salida de las sirenas de las ambulancias. Las escuchaba con los ojos cerrados. Al fin tuve la fuerza para abrir los ojos y lo primero que vi fue el techo blanco de la habitación en la que me encontraba. Quise moverme un poco pero tenía la mano derecha inmovilizada, en ella, unas agujas y mangueras de hule sujetas a la botella de suero que pendía de un mástil, al lado de la cama. Entró una mujer regordeta vestida de blanco que al verme se sonrió conmigo. Volvió su rostro hacia la puerta y con voz fuerte dijo a quienes esperaban afuera:

    -Ya despertó, pasen.

    Ahí estaba mi mujer con los ojos llorosos y señales del desvelo en el rostro.
    -¿Qué pasó? -le pregunté.
    -Una bacteria peligrosa, han hallado a siete u ocho personas muy enfermas. Todas ellas murieron, solo tú has sobrevivido. Si no es porque te desmayas en el local de doña Cuquita y ella ayudada por su hijo, te llevan de inmediato al hospital, a estas horas ya estarías muerto.

    -Doña Cuquita, sí, ahora lo recuerdo todo.

    -Vámonos -le dije-, quiero irme a la casa.

    El médico me informó que me darían de alta hasta el día siguiente. Ha estado dos meses aquí hasta que cedieron las fiebres. No pudimos descubrir a la bacteria causante de su padecimiento y la muerte de los otros. Espero que no vuelva de nuevo a invadir su cuerpo, por lo pronto esto le servirá de advertencia para que nunca vuelva a comer en los puestos del mercado de La Merced.

    Cuando pude volver a mis actividades visité a doña Cuquita y quise darle las gracias por su ayuda. La mujer se mostró ajena a todo cuanto yo le decía. Al final se me quedó mirando como una piedra. Cuando nadie nos escuchaba me dijo:

    -Olvídese de todo esto, que le sirva de experiencia para no volver a mirarle las nalgas a ninguna mujer. Confórmese con la suya que es tan bonita. Ya no recuerde nada de eso aquí, no lo cuente a las personas de aquí, cuéntelo a los desconocidos, a esos que están lejos de aquí para que "ella" vaya por ellos y sacie su hambre con sus energías, para que nos deje en paz a todos nosotros.



    Ella es alta, de piernas largas y nalgas respingadas, va descalza siempre, los talones de sus pies son perfectos, viste o parece que viste con una prenda de una sola pieza, transparente. Tiene el cabello lacio y largo, negro, muy brilloso, se le mueve de un lado a otro cuando camina. No la puedes dejar de seguir, cuando la pierdes de vista reaparece casi al instante frente a ti. No deja que le veas el rostro, a cada paso pierdes tu energía de vida, hasta que desapareces.
     
    #1
    Última modificación: 3 de Diciembre de 2013
  2. Uqbar

    Uqbar Poeta que considera el portal su segunda casa

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    La moraleja es peleona, infidelidad igual a muerte guauuu no se andan por las ramas con los cuentos!!!, claro que ese tipo de ángel disfrazando a la muerte tampoco es muy común en las calles...
    Es una historia que atrapa, se lee fácil porque te lleva por esas callejuelas coloridas y cargadas de historias fantástias que ciertamente atraen.

    Un placer la lectura amigo.

    Palmira
     
    #2
  3. elena morado

    elena morado Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Como le ha dicho Palmira atrapa el relato, asi que vd ya sabe no puede mirar a otra solo a la capitana, jajaj. Y aparece otra vez Zenaida, me he enamorado de ese nombre, me encanta. La verdad me he metido en la historia y sí ví a un señor persiguiendo a una diosa de ébano. Un abrazo don.
     
    #3
  4. tyngui

    tyngui Poeta que considera el portal su segunda casa

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    espeluznante historia amigo, con un relato que atrapa al lector ni bien deshoja los primeros renglones del escrito.
    excelente!!!

    la muerte en sus diversas formas, cada tanto ronda el corazón de los poetas.
    abrazo
    tyngui sanchez
     
    #4
  5. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Le hallaste un sentido psicológico, qué bueno que te gustó. Abrazos.
     
    #5
  6. Melquiades San Juan

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    Abrazos Elena. El personaje del cuento es recurrente en las tradiciones y leyendas de nuestras raíces. Un ser que busca perder al hombre vía la seducción. Para alimentarse con su miedo, con su sangre o, como en este caso, con la energía vital de la victima. Cuando ocurre al fin la resultante de la historia, los personajes involucrados niegan al mito, aunque después lo reconocen como existente. por eso a las leyendas e idiosincracia de los mexicanos se le reconoce como surrealista
     
    #6
  7. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Amigo tyngui, plasmando las locuras que uno lleva en el gen autóctono, que no cambia de los que nos son ajenos, pues nuestros son vampiros de alguna forma. Abrazos,
     
    #7

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