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en un lugar cuyo nombre...

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Melquiades San Juan, 24 de Diciembre de 2013. Respuestas: 1 | Visitas: 878

  1. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    "Es como un nido", dicen. Un embudo entre las montañas que le rodean. Desde lejos solo se miran las montañas, las nubes adquieren formas de aves enormes, y los vientos siempre van ahí para vestirse de remolino. La mente loca lo convierte en un sitio místico, a veces le gusta imaginar que ahí, precisamente ahí empieza el mundo; que ahí, precisamente ahí están los viejos esos que lo saben todo sobre la vida y el mundo, de cómo fue aquello y eso otro. Así se ve desde lejos, así vuela la mente cuando mira ese recodo misterioso donde habitan esas personas, al lado de todos los caminos de carrera larga.

    Don Pancho dice que si nunca hubiera llegado el gobierno por aquí ellos serían felices.
    Tenemos cabras -dice-. Tenemos gallinitas -dice-. Tenemos nuestras vaquitas y nuestros caballos -dice-. Las tierritas eran nuestras, hasta que vino el gobierno y nos dijo que no, que todas esas tierras tenían dueño y que no eran de nosotros. Luego vino el gobierno y dijo que los animalitos nuestros eran también de él, que teníamos que darle parte y una parte de todo lo que saliera de ellos.

    Al principio no sabíamos qué hacer, me refiero a nuestros abuelos porque eso sucedió hace muchos años tantos como unos 5 abuelos atrás, eso dicen las palabras que se cuentan de boca en boca desde esos tiempos. Al principio nos quedamos mirando unos a otros, nada decíamos, hasta que un día, cuando el gobierno de plano quiso quitarnos las cosas por la fuerza, nos levantamos e hicimos una matazón.

    La botella de tequila casero recorre varias bocas sedientas de su ardor y luego se detiene, se sienta en el centro del salón y preside desde ahí la palabra que se desprende de los hombres y jóvenes ahí reunidos, escuchando para recordarla y luego, al tiempo, repetirla.


    Ahí cerca está la barranca, es pura cantera gris pardo, a veces surge una veta de color rosado, otra de verde. Desde siempre los muros de todas las casas del pueblo son de cantera, la casa comunitaria es de color rosa, y los salones de la escuela de color verde. Es un pueblo de muchas manos, esto es, toda labor es colectiva: la siembra, la cosecha, el mantenimiento del aguaje, las casas nuevas, las casas públicas, las calles, todo es colectivo. Lo que mira uno lo saben los demás, no hay tantos secretos.

    Don Cástulo hace como que escupe al centro vacío que se forma en la reunión para oír a los viejos. No escupe, es una fibra de la rama de un limón que gusta usar como palillo, hace como si se perdiera en un umbral lejano y desconocido, luego empieza a hablar: Cuando vinieron los del gobierno se llevaron a los más jóvenes y los uniformaron, les dieron un arma y los obligaron a matar. Todos los de por aquí les teníamos miedo a los nuestros uniformados porque se sabían todos los caminos y no había entre los montes por dónde andar en secreto, siempre hallábamos a los soldados en los pasos y en los cruces. Eso pasó hasta que uno de los que se llevaron fue obligado a matar a su propio padre que andaba rebelado. Luego vinieron los ahorcamientos de todos ellos porque se negaban a servir al gobierno, luego vinimos nosotros por la noche a quitarles los caballos y a cortarles a machetazos el cuello. Vinieron hasta aquí y aquí se quedaron muchos años, se adueñaron de las casas públicas y nos obligaron a darles animales para la comida. Estuvieron muchos años pero nadie hizo migas con ellos. Por las noches los hacíamos desaparecer, sobre todo a esos que abuzaban de nuestras muchachas, se los dejábamos por el río desollados, destazados. Ellos venían casa por casa preguntando pero nadie sabía nada. Les decíamos que era el Nahual que andaba por ahí comiendo gente. Trajeron su justicia, sus delegados para quejarse y un juez para juzgar según sus leyes. Todas las quejas eran de los abusos que ellos cometían con nuestra gente, no pagaban los animalitos, robaban las mercancías. Los de fuera, que se decían dueños de nuestras tierras, corrían su alambrada dejando tras ellas más tierras, esas eran las quejas que poníamos a su autoridad y nunca nos hicieron caso, siempre nos negaban la razón.
    Así empezaron las muertes de los terratenientes también. Los colgábamos en la noche hasta que se fueron de aquí y dejaron como encargados a pura gente de afuera, mala, cruel, asesinos.


    Pues no, por este pueblo no pasa ningún camino. Esta encerrado como en una herradura que forman las montañas, el agua baja y se llena una enorme laguna que volvieron presa. Allá en le centro hay una isla como de trecientos metros de diámetro. Hay muchas ollas antiguas rotas, luego vienen a pedir permiso para tomar fotografías, para juntar cosas. El pueblo es muy desconfiado, luego no da permiso, tienen miedo de que el gobierno venga y encuentre eso como motivo para venirse a meter en sus vidas.
    Doña Narcisa dice: Una vez vinieron a cobrarnos por el agua de la laguna, porque el agua es del gobierno, porque lo dice la Constitución, pero fueron los del pueblo los que hicieron el acueducto, casi 500 metros de caída con pura cantera, hasta el centro del pueblo con el agua cayendo en todas las casas al abrir las rejillas. Ellos no hicieron nada, solo querían que les pagáramos por toda el agua de la laguna.
    Cómo fue difícil sacarlos de aquí. Vinieron los de a caballo y tras ellos muchos trabajadores, querían derrumbar el acueducto para meter tuberías con medidores. Ese fue un tiempo muy duro, cuántos murieron defendiendo el agua, casi medio pueblo, hasta que por fin se fueron de aquí. Se van por un tiempo pero siempre vuelven, siempre vienen a querernos joder, a que les paguemos, solo porque son del gobierno.

    La mujer se queda callada, revisa sus recuerdos, los ordena y luego habla:
    Esto no es tan antiguo, una vez vino un hombre, era un hombre viejo, vino a morir aquí, estaba muy enfermo. El quinto abuelo de Juspio, que era curandero lo estuvo "viendo", con sus hierbas y unciones le ayudó un poco a detener su muerte. Vivió así varios años en el pueblo, él fue el que enseñó a leer a los muchachitos pequeños, luego el pueblo dispuso que se fueran a estudiar afuera, así tuvimos nuestro primer doctor y nuestro primer abogado, los otros fueron maestros, así el pueblo hizo la escuela y el consultorio. Uno de ellos, el que era médico volvió con mujer, la mujer nunca estuvo feliz aquí y un día se fue. Cuando se fue, el médico fue por ella pero ella ya no quiso volver; él tampoco volvió, dicen que terminó muy mal, borracho y perdido por las calles del mundo. Ya el pueblo, para entonces, había mandado a otros a estudiar, los mandó con su mujer que también iba a estudiar, así ya nunca se fueron de aquí. Desde entonces todos los que se van a estudiar deben irse con su mujer aunque estén muy jovencitos.


    Don Juspio también es narrador, viene y cuenta su historia, él tiene ojos azules y rostro blanco, es muy alto, aquí le dicen de apodo "El Francés."

    -Mi segunda abuela, dicen que era muy bonita. Era muy alta y tenía el cabello negro, muy largo, le llegaba abajo de la cintura. Tenía unos hermosos ojos negros y las piernas muy largas decían que parecía hija de venada. Las mujeres se bañaban desnudas en el río. Así fue cuando llegaron los franceses. Cuando llegaron los franceses los del gobierno estaban aquí. Fue cuando nos querían quitar las tierras que están junto a la laguna para dársela a un señor de por aquí cerca. Ya nos estaban matando mucha gente cuando de repente se fueron de aquí. Hubo mucho jolgorio por su partida, pero no sabíamos las causas de su retiro. Luego supimos que llegaron los franceses cuando los vimos pasar huyendo de ellos. Los franceses vinieron al pueblo a pedirnos comida y les ayudamos mucho para que acabaran con nuestros enemigos. El jefe de todos ellos nos dijo que cuando los vencieran nadie, nunca más iba a molestar a este pueblo, lo firmó y los firmaron los principales del pueblo. Estábamos muy felices porque nuestro enemigos de siempre ya no nos vendrían a robar y a querer quitar nuestras cosas. Tan felices que los principales del pueblo no se opusieron a que muchos jóvenes se fueran con los franceses a perseguir y a acabar con nuestros acosadores de siempre.

    Al jefe francés le gusto mucho mi segunda abuela, la hizo su mujer y tuvo con ella dos hijos, un niña y un niño, igualitos a él. Mi abuela se fue del pueblo con él hasta que los franceses, derrotados, se fueron definitivamente; luego se regresó y aquí ya no se casó con nadie. Los del gobierno volvieron con los años, siempre a lo mismo. Los hijos de mi segunda abuela ya eran mayores y ellos, por ser diferentes a nosotros se entendían con ellos, los del gobierno les tenían mucho respeto por su piel, por sus ojos.

    Dicen mis parientes viejos que la segunda abuela sabía hablar el francés y se lo enseñó a sus hijos. Los del pueblo también los mandaron a estudiar y mi abuela fue doctora también, y el abuelo estudio para inventar cosas. Los del gobierno estaban muy enojados porque en el pueblo tuvimos luz eléctrica antes que todos los pueblos de al lado. Un día vinieron a querer destruir la planta y llevarse los cables que llegaban al pueblo, pero el abuelo hizo un trato de venderles luz a los vecinos a cambio de que nos dejaran en paz. No era mucha la luz eléctrica, a penas una decena de focos chillones, pero por las noches el pueblo parecía un árbol de navidad entre la oscuridad de la sierra.



    Hay algo que ustedes no saben sobre ese pueblo que se mira como si fuera un nido entre los brazos de la montaña. Es una cápsula del tiempo que se renueva a través de su hábito de contarse su propia leyenda para recordar su historia. Todo lo que ha pasado en este mundo tiene que ver con ellos y ellos lo cuentan por las tardes a sus hijos. Se mira ahí, como si no existiera, como si fuera el nido de una ave descuidada. La gente de fuera puede ir y dar vueltas por ahí, pero al llegar la tarde se tiene que marchar porque no hay lugar para quedarse. Algunos pasos curiosos han podido integrarse por algún motivo a las crónicas del pueblo, como la de aquél anciano que un día vino y se echó a dormir en una banca del jardín, los principales del pueblo mandaron a los jueces para que vieran por él. Cuando le preguntaron a lo que había venido el hombre les respondió: vengo a morir, no sé por qué, pero quiero morir en este lugar que parece un nido desde lejos, siento la necesidad de agonizar aquí.

    Las mujeres vinieron con sus mantas de cielo y le envolvieron para que los hombres lo cargaran rumbo a la casa del quinto abuelo de don Juspio, se hicieron muy amigos, charlaban por las tardes mientras bebía los tés de hierbas que el sabio curandero le prodigaba. Una de sus hijas mayores lo uncía con los untos que su padre preparaba. Cuando el fuereño murió, el quinto abuelo de don Juspio le lloró mucho, le quería, y su hija llevaba, de su querido amigo, un retoño en el vientre.
     
    #1
    Última modificación: 24 de Enero de 2014
  2. Uqbar

    Uqbar Poeta que considera el portal su segunda casa

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    ...De cómo un paraíso puede transformarse en un infierno, de cómo el mundo cíclicamente destroza al mundo.
    Me adentro en el maravilloso pueblo de naturaleza espléndida y seres que intentan por todos los medios sobrevivir a invasión tras invasión. Esos abusos consecutivos e infinitos. Qué asco de gente sin escrúpulos aaarrrggghhh!!!
    La historia está narrada como un cuento para niños que embelesa aunque el mensaje sea tan duro y tan real.
    Además, he aprendido el significado de la palabra "fuereño" que no la había escuchado nunca.

    Un placer este regalo Melquiades. Gracias

    Palmira
     
    #2

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