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Diciembrerías urbanas

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por Melquiades San Juan, 26 de Diciembre de 2013. Respuestas: 2 | Visitas: 579

  1. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Dejo de pedalear y las ruedas siguen embobadas en su natural inercia. La calle, la ciudad..., están solas, son los días muertos del fin de año, esos días en que ya se cumplieron casi todos los compromisos que señala la agenda, sin embargo la muerte sigue con su labor interminable recogiendo los restos de los que han concluido la experiencia de acampar en este lado del muro del silencio inescrutable. Antes de llegar a la esquina, por reacción automática reviso el tono de la luz del semáforo, luego me devuelvo a mis pensamientos.

    Ayer, en la mesa, las presencias estuvieron muy activas y las ausencias serenas. Vi a mi padre con su tono sereno contemplar la familia como si fuera su obra inconclusa, pálido ya, tono de cera en sus mejillas, el tiempo deja ver en su rostro los ocho años de muerte. Y a mi madre también, ahora callada y pensativa, componiendo los labios inquietos que le caracterizaron durante toda la vida; un nudo quiere armar para producir, con su resorte, el balbuceo de alguna frase inquieta, pero no puede, no le está permitido, lo dicho dicho está y se ha cerrado el diccionario misterioso que le obsequiaba todas las palabras. Ella está más luminosa, apenas palidez de dos años recientes de haber estado viva.

    Vuelvo mis ojos y lo busco. Él es mi personaje preferido, el que me robó el alma desde niño, el ser que quise más de entre los seres queridos, el modelo de ser que he perseguido siempre. Hace años que no vienen a la mesa, las últimas navidades las ha pasado lejos, distante entre las sombras que rompen su memoria, casi nadie sabe de él, muy pocos lo recuerdan: es el abuelo, tras más de medio siglo de muerto.

    Las calles suelen hablar cuando se sienten solas, al llegar a la esquina que confluye con otra, la bicicleta espera la luz color galante. No es tan larga la espera, pero la mente, sola, suele volver eternos los instantes que dura el pensamiento. Ahí el murmullo. La libertad, hablan, la queja. Siempre fijas al suelo -las dos- hablan de cambiar los papeles. Una quiere mirar al sol desde el oriente; y la otra, quiere sentir al sur en sus caminos.
    ¡Calles! -pienso-, cuando es la mente loca la que les da criterios de absurda subsistencia.

    La luz deseada viene y pedaleo por la argamasa de piedritas y arenas petrificadas de rostro gris y consciencia fría.

    Vuelve la noche a mis cuitas. El abuelo me mira como en gesto de espera. De dónde me habrá salido todo este potencial de ser patriarca de un pueblo reducido -pregunto-.
    Cuando él, el abuelo, me mira, echamos juntos una mirada a todos los integrantes del clan.
    Ahí los peques, embebidos en masticar las frutas secas con su falta de dientes definitivos.
    Una, prendida a la teta mamantera, quiere saciar la gula para seguir dormida. Hay nuevos habitantes en el núcleo materno, dos se nos han unido y Mariana las viste con rostro de cariño.
    Ella siempre me mira, me adivina, sabe robarse todos los umbrales secretos que habita mi conciencia.

    El abuelo escupe los jugos de su pipa, vuelve a inmolarse en suyo, cual ceniza virtual que todo lo provoca. Sabes -le digo-, cómo extraño tus charlas, ese tono de voz tan legendario que, cuando lo practico, suele volverse mío.
    Luego viene la foto. Estas fotos actuales matizan los misterios de un instante perdido ya, entre picos de tiempo: es tomar y guardar; luego, mostrarnos quietos, eternos, congelados.
    La imagen se nos viene a los ojos con un zumm donde Mariana padece la crisis femenina de descubrir arrugas.

    Me miro. Soy ese ser extraño que nunca he reconocido en las imágenes como un ser mío. Luego miro a Mariana y ella se ha quedado guardada, en el mundo de bits, con su mejor sonrisa.
    Veo y reveo a sus pupilas. Sí, hay tristeza, nostalgia. Estos ojos mareños tienen sabor a lágrima de oleaje.
    La miro y me mira.
    Sonríe.
    Ha llegado muy lejos esa riña esquinera sobre la bicicleta que atropella al peatón por culpa de una conductora impulsiva.

    Yo les miro los ojos a todos, ven el arcoiris de bits impresionista y salvan sus recuerdos. Con la ciber máquina que encapsula los tiempos, nos están volviendo recuerdos.

    Un chiquitín me mira como celebridad solemne, es la misma mirada que recuerdo, y que siento, dirigí hacia mi amado abuelo.

    La calle que termina su recorrido recto ha llegado al espacio de la mayor de su género. Es, digamos, como una vena capital, espaciosa y grande, con sus edificios de concepción egoísta a las márgenes de su oneroso caudal.
    Aquí la vida sigue, persiste todo el tiempo, no se agota jamás, absorbe completamente los sentidos y los errantes pensamientos. Vuelvo al pedal para quemar toxinas, rehabilitar neuronas y despertar el flujo sanguíneo.
    Largas telas de un brillo entusiasmado por sentirse diciembre me consumen la mente.

    Ahora la veo, la siento..., es ella: mi bicicleta que cobra vida bajo mi cuerpo. Elegida por mí, rueda que te rueda sobre la calle fina. Parecemos dos almas juntas, y figuras veloces "enruedadas" que se vuelven lúcidas frente a los espejos de los aparadores.

    Es increíble el salto de pensamientos y sentimientos que surgen en los entornos de mi conciencia.
    Siento que la amo, que es mi niña buena y obediente, y ella se deja querer y amar: rueda alegremente, y en un instante casi parece metáfora de la vida mía, del rodar y rodar y dar vueltas y detenerse a veces por algunas esquinas.
     
    #1
  2. Uqbar

    Uqbar Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Es difícil abandonar la sonrisa que se me ha quedado cuajada en la cara, es fácil adentrarse en ese mundo cuasi real, cuasi palpable con esta capacidad que tienes Melquiades de contar historias como si fueran películas que pasan ante los ojos de uno sin el menor esfuerzo.
    Cuántas cosas pueden decirse cuando se sabe expresar, cuando se siente de ese modo.
    Me resulto reiterativa cuando digo eso de ¡qué preciosidad! pero es que no sé decirlo mejor.

    Me pregunto si eres dado a transmitir las historias a viva voz, sólo por curiosidad. Te imagino rodeado de escuchantes que no pierden comba.

    Un abrazo con cariño

    Palmira
     
    #2
  3. Mave

    Mave Invitado

    Es cierto lo que comenta Palmira, yo he tenido la misma impresión al leer tu relato, además deja un poso tierno y suave, gustoso. Un placer de lectura.
    Saludos!!
     
    #3

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