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Marlene Dietrich y los dos créditos al diablo

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Melquiades San Juan, 23 de Febrero de 2014. Respuestas: 1 | Visitas: 604

  1. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    MARLENE

    -Bella Marlene deslumbras de verdad.
    Los dos contemplamos los candiles del salón. "Tango" se llama la obra. Ella y él juegan con ese lenguaje exquisito de sus cuerpos y los rastros dejados en la penumbra por sus cuerpos. Me gustan las piernas de ella, son largas, bien torneadas, generosas. De él nada puedo decir, no es mi atención tan cautiva como lo es al cuerpo de ella. Marlene mira a ambos, tiene fija la mirada en las figuras que luchan con el débil destello de la luz y en algún instante ya viejo que renace de vez en cuando al mirar hacia dentro, y cuando se mira hacia adentro siempre se mira hacia atrás. Yo veo a esa neblina plateada, diseñada para la evocación platense, posarse en sus cabellos plateados, destella. Ella me descubre observándola y me mira, me sonríe, yo le digo Marlene, pero la música y el escenario lo silencian todo. Ella, mexicana, se envuelve con los brazos de él, español. Ambos recrean con sus cuerpos, en su mejor esfuerzo un tango en un restaurante argentino sobreviviente de la crisis turística que asola al otrora primer destino vacacional.

    Ayer la vi por primera vez, coincidimos en el elevador, venía de echarse unas copas, traía, al entrar al cubículo ascendedor de vivientes, la mente aturdida y el resto de las hormonas alborotadas por los somníferos del tiempo bebidos en uno de los tantos sitios sobrevivientes a las recurrentes crisis de la época . Me lanzó la mejor de sus pasadas glorias y esperó alguna respuesta. Subimos en silencio y nos separamos en el piso correspondiente. Por la mañana nos encontramos en un restaurante de marca muy anunciada. Me vio y le sonreí, estaba sentada junto a un rubio de avanzada edad, regordete, con mirada de santo. Mi mujer también le sonrió, luego me preguntó cómo la había conocido. Nos volvimos a encontrar en el bar argentino y se unió a nuestra mesa. Cuando el show terminó nos contó que en su juventud había sido cantante. Me enternecieron sus ojos azules tanto como la breve historia en que resumió su vida.

    Se parece a Marlene Dietrich -le dije-, sonrió complacida, en un complicado español con acento alemán me dijo que sí, que mucha gente la comparaba con ella, pero los años -dijo- los años son lo que son. Subimos a nuestras habitaciones y ella se despidió efusivamente de nosotros, -me voy, dijo, a beber tragos de soledad mientras acude el sueño. Antes de desaparecer tras los pasillos de su piso nos dejo ver su hermosa silueta, coronada con su cabello corto, platinado donde el plata y el tono dorado se dejaban querer por la débil luz que combate las tersas sombras de la noche.

    ***

    LOS DOS CRÉDITOS AL DIABLO.


    Junto a la Glorieta de la Diana está el mercado de artesanías, llegamos caminando por La Costera. Mi mujer busca unas sandalias regionales, de esas de cuero, que no sean chinas, dice, porque hoy todo es chino. Se entretiene escogiendo dulces tradicionales, de los de tamarindo con chilorio, las cocadas sabor cajeta (leche quemada), esos higos cristalizados o aquellas hojuelas de amaanto. Seducida por tantos artículos se pierde al fondo de los puestos. Yo vegeto mil instantes controlando la desesperación habitual y sin sentido para ese momento de esparcimiento, hay un hombre sentado en una silla de mimbre que me ve con mirada aguda de vendedor. Porta la indumentaria porteña, una guayabera luida por las lavadas y un pantalón de dril que aún luce verdozo. Me habla, me ofrece. Mire -me dice- es ua guayabera yucateca de hilo de lino, de las buenas, de las auténticas, ándele, llévesela, se la doy a muy buen precio, la mitad de lo que cuesta en las tiendas de ropa de la zona turística. Me río, no tengo intención de comprar pero miro la prenda como un recurso para pasar el tiempo de espera. El hombre insiste, ya ha bajado varias de ellas, efectivamente son de lino como las que usaba mi padre. Me da pena con el hombre, freno la intención de decirle que esa ropa casi no se usa, luego lo pienso mejor. Parece que la temporada de calor se vendrá infernal como estuvieron los fríos. El hombre descubre mis intenciones y emprende una nueva embestida de ofertas. Ante el acoso me atrinchero en el "no por ahora", si no es ahora cuándo, contraataca el hombre. Mi mujer no aparece, debe andar curioseando todavía, comprando cosas que jamás usará, que terminarán siendo regalo.

    El vendedor juega una carta inusitada. -Llévesela a crédito -me dice-, se ríe.
    -¿Cómo que a crédito?... ¿Y si me voy mañana y no le pago?
    No responde a mi afirmación pero sale con una anécdota. Fíjese que así he vendido... Una vez vino un cliente y me preguntó por estas (señala a las guayaberas) tenía acento extranjero. Se interesó tanto por ellas que se las ofrecí a crédito, no lo podía creer... te sostienes -me dijo-, sí le respondí. Echamos la cuentas y era algo así como unos 800 dólares, aunque no lo crea usted, vino al día siguiente y me las pagó al "chas chas" (billete tras billete). Lo he hecho dos veces y ahora se lo ofrezco a usted, es cosa de suerte, sabe. Algo siento, algo miro en los ojos cuando me nace desafiar a la mala suerte, sé que volverá mañana y me las pagará. Echó en una bolsa las tres guayaberas que me habían gustado más y me las ofreció con un gesto de desprendimiento. En eso apareció mi mujer y se unió a la charla. Se conmovió por la determinación de aquél hombre y me sugirió comprarlas. El hombre nos invitó un café y charlamos de lo difícil que está la situación, antes de que nos despidiéramos me dio: mire, le voy a confiar un secreto. Ese hombre al que le ofrecí esas guayaberas era El Diablo, le di dos créditos y él agradecido hizo un pacto conmigo, ofrécelas a desconocidos y te prometo que te comprarán.

    Calle abajo mi mujer me dijo: pues sí, debe ser el diablo, si no es como un personaje lo es como necesidad, es como si se os estuviera llevando el diablo.
     
    #1
  2. Uqbar

    Uqbar Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Que bien sabe viajar por estas historias amigo, la de Marlene la he podido revivir, y en cuanto a la segunda creo que, yo también he visto al diablo jajajaja. Me encantan las descripciones que haces, envuelven y con dos historias tan dispares uno puede engancharse como si estuvieran enlazadas, casi esperaba ver a la rubia detrás del vendedor!!!!

    Gracias por el buen rato

    Un abrazo

    Palmira
     
    #2

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