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Autores: Évano, Melquiades San Juan. En redac

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Melquiades San Juan, 12 de Marzo de 2014. Respuestas: 3 | Visitas: 1672

  1. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Género:
    Hombre
    Capítulo I

    Autores:
    Évano, Melquiades San Juan.



    Melquiades San Juan.


    Desde la entrada se encuentra esa tierra blanca, dicen que es balastro, de ese que se utilizaba antes en la construcción de los muros de las casas, antes, mucho antes del cemento. Se tiene que llegar caminando hasta aquí, se sube por toda la loma llena de pinos y oyameles, entre piedras cortadas por el cambio de clima y yerbajos necios de los que adoran las cabras. Este rumbo sigue así porque se olvidaron de él todas las rutas carreteras nuevas. Unas pasan muy lejos de aquí y es tan grande la montaña que abre la cordillera, que a medio mundo le da pereza venir por estos rumbos. Sube que te sube hasta que se empiezan a ver todos estos caminantes con las espaldas desnudas y sin rostro. Si lo tienen al menos no lo muestran a nadie, andan siempre lejos de los extraños durante el día pero cuando empieza a caer la noche ya se les ve caminar más cerca. A mi amigo Margarito le da risa cuando le digo que son extraterrestres: "No —dice mostrando su dentadura de burro calabacero (eso lo dice él de sí mismo, se compara a su burro Chus que es un goloso para las calabazas. Por aquí hay muchas calabazas por donde quiera, son extrañas, estas se dan en arbustos, no como las que conocemos nosotros que se dan en el suelo alimentadas por esa especie de cordón que llama guía mi amigo. Cuelgan y de noche parecen enanos que bailan con el viento frío que corre por entre la serranía)— ni son extraterrestres ni fantasmas, son como nosotros que parecemos gente, también quieren hablar, quieren contar cosas, contar". Luego de subir la última loma aparece ese valle blanco, extenso; un poco más adelante se ve su casa, es una casa alargada con techo de tejas blancas, los muros son blancos, hechos de la misma tierra que hay por todo el valle y de cal que por aquí hay mucha. La primera vez que vine por aquí llegué a lomo de burro siguiendo a Margarito, fue porque nos quedamos "picados" platicando en el jardín del pueblo, hablando de cosas sin sentido, chismes de pueblo, cosas de siempre. Cuando le dije que me iba porque no tenía donde quedarme él me invitó. Véngase —me dijo— le voy mostrar mi casa, nunca se la he mostrado a nadie de los del pueblo, esta gente es supersticiosa, aunque los invitará jamás vendrían por estos rumbos, tienen mucho miedo; cuando ven a los que se cruzan por el camino huyendo de la gente durante el día, se espantan, ya sabe: inventan cosas, dicen que son fantasmas, o demonios; eso ha sido muy bueno pues nadie se aventura a venir por estos rumbos por el miedo a no salir vivos de aquí.

    La casa es extraña, tiene una puerta grande y muy antigua, la madera está rajada y todavía se aprecian en su superficie unas figuras de leones y de copas colmadas de vides. Hay unas gárgolas en el marco de cantera de la puerta, figuras horribles con los ojos vaciados, parece que te miran desde el fondo de quién sabe qué infierno, parece que están vivas, impresionan de verdad. Luego se abre a un jardín, ya no tiene flores, hay una fuente de cantera en el centro, rodeada de un piso, también de cantera, que se halla por toda la casa. Unas columnas hermosas e intactas a pesar del paso del tiempo, mucho tiempo. Las habitaciones son extremadamente largas, con techos muy altos. Dice mi amigo que eran de bóveda catalana pero con el tiempo y sin quien le ayudara a darle mantenimiento se cayeron, entonces sus ancestros , sus abuelos y luego sus padres han ido manteniéndolas con tejas de este lodo blanco pegajoso que cuecen para que no se diluya con la lluvia. La primera noche casi no dormimos, me estuvo enseñando sus libros antiguos, es toda una biblioteca de libros manuscritos, difíciles de comprender por la forma de la escritura arrastrada de la época de tintas de pluma de ave, en la que procuraban aprovechar la tinta residual. Muchos son libros de administración, la palabra oro aparece muchas veces, plata... Hay libros que son partes de guerra, listas de nombres de personas y de su origen, dice ahí cuándo llegaron y cuándo se marcharon, también datos de la forma en que murieron. Al día siguiente me mostró un cuarto que parecía haber albergado un arsenal, hay ahí un verdadero tesoro en cosas antiguas: arcabuses, lanzas, algunas ballestas y sus dardos, armaduras herrumbrosas y oxidadas, En el fondo pude ver varios cañones pequeños, propios para andar con ellos por la serranía. Hay mucha ropa antigua, alguna de ella conserva el color y se le ven las costuras hechas a mano. Toda es ropa de hombre, por aquí parece no haber vivido mujer alguna en esos tiempos. Él ha arrumbado todas esas cosas viejas en esa habitación grande. Los libros ocupan otra pieza. Usa unas piedras bofas del rumbo para conservarlas seca, y algunas resinas de árboles para mantener alejadas de todas esas cosas a los insectos.

    Al fondo de la casa hay otra puerta vieja, esta es pequeña y sin tallado, apenas para que salga un vehículo. Esa puerta sale a lo que fue un granero y al lado están los establos. Piedras sueltas, lodo. Por ahí baja un roso de agua que desciende de la montaña y se sigue por el resto del valle. Amontonadas unas junto a otras las cabras y las borregas, unos burros andan sueltos por el amplio corral. Tiene unas cien cabezas de ganado.

    Al día siguiente me llevó a conocer su huerto. Manzanas y duraznos que daba gusto verlos. La hierba crece en abundancia por ahí, tiene lo suficiente para mantener a sus animales bien alimentados.

    Pasé una semana completa en ese lugar y disfruté de la belleza del sitio. Me sorprendía cuando mi amigo lanzaba silbidos a las sombras que de repente aparecían por el valle, siempre mostrando la espalda. La sombra parecía detenerse y levantar la mano a manera de saludo. Ese es Atanasio —decía—, un día, si es que sigue visitándome, a lo mejor le agarran confianza y vienen a platicar.
    ¿Son fantasmas? —le preguntaba.
    No —decía él con desenfado—, son como usted y como yo, y con muchas ganas de contar sus cosas.

    Seguí visitando a Margarito en diversas ocasiones. Le decía a mi mujer que iba a curarme un poco el alma de las angustias de la ciudad. Cuando le contaba cómo era el rumbo, la casa y esa extraña gente que se miraba cruzar a lo lejos, ella abría los ojos y sentía un poco de miedo. Margarito me había pedido que no contara a nadie, y menos a los del pueblo, de cómo era su casa: "No quiero que anden malas vidas husmeando por aquí, de cualquier forma, los que vienen por aquí sin ser invitados nunca vuelven". Esa confesión me hizo temer un poco y en mis siguientes viajes evité encontrarme con él. Un día me lo encontré a la salida del pueblo, yo iba caminando rumbo al riachuelo y él me silbó como solía hacerlo en su extraño valle, pegó la carrera para alcanzarme, cuando estuvo a mi lado me dijo: "Se parece usted a los errantes de mi rumbo, nomás le miro la espalda y hay que silbarle a usted para que voltee a verlo a uno". Esa noche volví a subir a la serranía y a ser huésped de su casa. Esa fue una noche extraña, fue por el mes de octubre, hacía una luna esplendorosa, la luz plateada bañaba todo el valle y rebotaba por los muros del jardín de su casa. La fuente parecía que derramaba un líquido plateado. Mi amigo había colocado muchas sillas en el patio alrededor de la fuente. Unas horas después de que oscureció empezaron los llamados a la puerta. Uno por uno fueron entrando los personajes que se reunirían ahí esa noche. Vestidos en forma muy extraña, a la usanza del siglo XVI, fueron ocupando las sillas y permanecían callados. Yo hacía verdaderos esfuerzos para mirarles el rostro pero no se podía, todos traían amplios sombreros adornados con plumas negras. La luz de la luna producía una misteriosa sombra debajo de las alas de los sombreros, nada se veía de sus caras. Margarito destapó unos toneles de madera de los que no había notado yo su presencia antes. Empezó a llevar vasos y copas. Antes de la media noche los caballeros aquellos se reunieron en grupos alrededor de una larga mesa antigua, hecha de madera muy gruesa. Echaban los dados y jugaban a las cartas, ahí escuché sus extrañas voces, voces incompletas, risas interrumpidas. Sobre las tablas se acumulaban hermosas monedas de oro y plata. Venía la jugada y duplicaban las apuestas. Era la única música: el tintinear de los metales y el sonido hueco de los tacones castigando el piso de granito. Jugaron toda la noche, casi al alba tomó cada quien sus monedas y se fueron retirando como llegaron.

    Cuando partió el último, Margarito me miró con un gesto de burla en el rostro. Esperaba que yo le preguntara sobre sus invitados de esa noche. No hice ninguna pregunta, recordé aquello que me dijo: "los que vienen por estos rumbos sin ser invitados jamás vuelven". Yo era un invitado, eso me daba según yo cierta seguridad; consideré que ser prudente sería la otra, fui prudente.

    Pasaron muchos meses antes de que volviera a encontrarme con mi extraño amigo, la verdad es que tenía algún temor de coincidir con él. Lo que había ocurrido la última noche fue para mí un suceso inexplicable, pensé en tantas cosas pero, al no tener éxito en mis deducciones opté que lo mejor era olvidarme del asunto y del pueblo aquél. Eso hice, Busqué a un propio para que se hiciera cargo de mis negocios en el lugar y desentenderme de todo aquello. Bien dice el dicho que "al ojo del amo engorda el caballo"; mis negocios, antes prósperos, pronto empezaron a dar muestras de quebranto. Pensé en venderlos antes de que las pérdidas significaran la desaparición de todo el capital invertido. Mi mujer estaba confundida, no se explicaba la razón por la cual abandonaba un proyecto en el que había invertido tanto empeño. No le quise decir nada para no preocuparla, pero también, para evitar ponerla en riesgo por tener conocimiento sobre ese asunto tan extraño que me había sucedido por esos rumbos.

    Ese era el escenario previo al día en que recibí una llamada telefónica de mi amigo Margarito. Estaba pensando qué hacer con los negocios. El empleado al que encargué de su administración era el que me hacía una mejor oferta, la hacía a cambio de proveerle de una lista completa de mis proveedores y de ciertos "secretos" que tiene cada negocio, cosas que hasta el momento no había puesto a su alcance y sin las cuales no podría él abrir otro negocio de lo mismo ni manejar solo los que le había encomendado.

    Esa noche había pensado ya un precio y actuar con él como su proveedor para mantenerlo siempre atado a mí. También había pensado abrir el mismo giro en otras latitudes, esta vez, me decía, evitaré meterme con pueblerinos desconocidos. Acababa de cerrar los ojos, dormitaba, ya hacia el amanecer, cuando recibí la llamada.

    —Profesor, ¿es usted...? Soy Margarito, su amigo, estoy en la terminal de autobuses, acabo de llegar a la ciudad, ¿podría usted venir por mí? Hágame el favor, recuerde que muchas veces fue mi huésped; no está obligado, pero es usted la única persona que conozco fuera de mi pueblo, no tengo a nadie más a quién acudir.


    ***

    A mi mujer y a mí nos gusta ir por los viejos caminos del país, esos que quedaron marginados del progreso que proporcionaron las nuevas autopistas a las grandes ciudades. Al principio, los habitantes no se dieron cuenta del efecto que tendría la economía al quedar aislados de las nuevas vías de comunicación. Al contrario, se mostraron felices de que el gran flujo de vehículos dejara a su pueblo en paz. Los que más disfrutaron del cambio fueron los perros, dormitaban en las noches, con la panza pegada sobre el asfalto de la carretera para aprovechar el residuo de calor que quedaba en ella, sobre todo en los meses donde gobernaba el frío. Las bolas de coches y autobuses que formaban un nudo en la entrada ya no están, apenas los autobuses que manejan el pasaje local y, cada seis horas, el que pasa a recoger a los esporádicos viajeros que necesitan ir a la ciudad capital, vendedores la mayoría de ellos. Los nuevos y cómodos autobuses foráneos ahora toman los accesos a la autopista y se pierden entretenidos en un espectáculo para ellos extraño, el ir y venir a velocidades altas, de todos los vehículos que van y vienen por sus ocho carriles. En esa circunstancia sucedió nuestro encuentro con el pueblo. Vimos las casas antiguas de una belleza y romanticismo sin igual. Ella me dijo que sería bueno explorar y, de comprobar que se contaba con los servicios adecuados para poder vivir cómodamente, que buscáramos una casa grande y en buen estado para venir a pasar en ella los fines de semana, o quizá semanas enteras. Como sucede en esos casos, intercambiamos ideas de cómo sería más propiciado establecer ahí nuestra residencia temporal. El pueblo era muy tranquilo, pequeño, apenas un jardín o platica principal y dos iglesias, un panteón viejo y uno nuevo, un río pequeño, dos escuelas primarias, una secundaria federal, una preparatoria particular controlada por el clero local. Según una esporádica informante local, el servicio de agua y luz es bueno: dos cosas que jamás faltan; las calles siempre limpias, lo difícil era conseguir una línea telefónica: no había habido por parte de la empresa una política de expansión pues la población no registraba mayores demandas. Concluimos en que lo mejor era poner uno de nuestros negocios ahí para que los gastos de nuestra estancia se sustentaran con él. Dimos un recorrido breve, platicamos con algunos habitantes, y luego de verificar que el lugar era una verdadera postal, por su belleza, nos fuimos a la ciudad más próxima para alojarnos. Un mes más tarde volví al pueblo a bordo de un autobús foráneo.

    i. La casa de don José Arteaga.

    Frente al jardín principal se dejaba apreciar sombría y temeraria. Largo el Portal antiguo de su frente, la puerta... qué decir, es la de las casas de su tiempo y alcurnia. Una casa con paredes anchas para resistir el ataque de la artillería de su tiempo. Hoy ocupa el corazón del pequeño poblado pero, antes, cuando todo esto era un vallecillo de cactus y arbustos espinosos tuvo que comportarse como un fuerte. Una manzana completa ocupa su construcción. La parte posterior registra algunos derrumbes. La gente, sobre todo borrachos se saltan por las noches para emborracharse con sus amigos muy a gusto. Algunas leyendas se han tejido sobre la casona de don José Arteaga con el tiempo. Dicen que espantan ahí, que se escuchan voces. Eso dicen los borrachos que la usan de vez en cuando para refugiarse en su vicio. Los borrachines no son los únicos que ingresan a la sombra de la noche, también lo hacen algunos ambiciosos que quieren probar suerte picoteando las paredes para tratar de hallarse con las ollas o baúles de oro que la gente cree que aún se encuentra en sus entrañas. Esa casa fue alguna vez fortaleza, en sus primeros años, luego fue casa del encomendero más poderoso de la zona, más tarde fue alhondiga para las cosechas que esperaban su traslado a las ciudades, también fue banco. Este sitio fue en una época centro comercial rural de las muchas haciendas que dependían de él para abastecerse y mover sus productos de primera. Durante las guerras de independencia, de la revolución, y la guerra cristera, la casa fue depósito de todo lo valioso que hubo por estos rumbos. Pocos sabían que de sus habitaciones partían dos túneles de esdcape, uno al convento que quedaba a unos 500 metros, y otro a la salida del pueblo a más de 3 kilómetros, la salida oculta en unas peñas entre el lomerío que inicia la subida a la serranía donde no vive nadie.

    Está ahí sellada, pintada de olvido. La gente de este pueblo es muy lengua suelta, no tienen mucho que platicar, ni mucho que hacer, así que cuando tienen la oportunidad de platicar con un fuereño sueltan la lengua y cuentan más de lo que el extraño quiere saber. Esa casa está en venta. Debe mucho dinero al fisco. El último de los Arteaga se fue cuando el negocio se murió, cuando dejó de pasar la gente por el pueblo, cuando las vendedoras que ofrecían todo tipo de productos a los que pasaban por ahí dejaron de vender porque, al paso de los días, los coches dejaron de aparecer por la carretera. Cuando se le fue pasando la vida y las deudas fueron más grandes que los ingresos, entonces se fue, de repente vuelve, abre los cajones de los armarios, se lleva algunos objetos y se marcha.

    El abogado que contraté para ver la compra de la casa me dijo que no la había embargado el municipio porque aún le faltaban uno o dos años para que el embargo procediera, que se podía hacer un juicio para adjudicarse la deuda y reclamar la propiedad como inmueble abandonado, y que cuando el dueño apareciera se le podría ofrecer la opción de que cubriera lo invertido en los impuestos caídos o, igualar con una suma mínima la diferencia que pudiera surgir entre el valor y sus adeudos. Yo quería que mi mujer viera la casa antes de tomar cualquier decisión, la casa es para la mujer y es ella la que debe decidir si le gusta o no. Una vez dado su visto bueno podríamos buscar el sitio ideal para instalar una de nuestras agencias e iniciar el negocio. Mi abogado en el pueblo se quedó con el encargo de localizar al último de los Arteaga para hablar con él y para que nos mostrara la casa por dentro a mi mujer y a mí, para ver si a ella le parecía adecuada.

    El sujeto vino a nosotros y nos pusimos de acuerdo, en un mes ya habíamos cerrado el trato, cubierto los dineros acordados por la casona y ya estaba lista para su remodelación. Los fines de semana iba a ver cómo marchaba la obra. Pasaba la mañana sentado frente al jardín mirando el movimiento dominguero del pueblo. Junto al pequeño quiosco, en unas viejas bancas de hierro colado, muy gastado y sin ningún mantenimiento, se acomodaba la gente para chismear sobre lo que se podía. Poco había que platicar pero las tertulias siempre tenían un motivo. La presencia de un fuereño no pasó desapercibida, empecé a tener contacto con los lugareños, muy interesados todos en saber quién era yo y qué motivos tenía para comprar la casa. Ahí conocí a Margarito y nos fuimos haciendo conocidos. Los domingos por la tarde conducía de regreso a la casa pues en el pueblo aquél no había hospedaje, los visitantes esporádicos tenían un pariente que les ofrecía alojamiento.

    Una vez comprada la casa adquirimos un predio, que había sido bodega en las afueras del pueblo, para establecer una agencia de nuestro negocio. El negocio empezó a prosperar poco a poco, al término de seis meses ya estaba en marcha.

    Mariana quedó fascinada con los avances de la remodelación. No quiso cambiar los muebles porque hacían un juego perfecto con la casa. Ayudada de dos de sus mejores muchachas fue aderezándolo todo en espera de poder disfrutar pronto de su casa de descanso para breves temporadas. Luego decidió dejar de visitarla. Cuando le preguntaba cómo iba con sus arreglos se quedaba callada, pensativa. Me dio la impresión de que algo la había hecho cambiar de opinión, sentí que había cambiado de opinión, después sencillamente me dijo que ella jamás viviría en ese lugar.

    La obra seguía su curso y por alguna razón no sentía interés en quedarme a pasar las noches en la casa. Quizá el desinterés de mi mujer influyó en ello, así que seguí con la costumbre de ir al pueblo los fines de semana, me hospedaba en un pueblo vecino y luego de chequear los asuntos del negocio me devolvía a la ciudad los fines de semana. Las primeras veces que pernocté en el pueblo fue a invitación de Margarito, en su extraña casa alejada del lugar.


    ***

    -No me gusta ese sujeto —me dijo—. No lo traigas aquí.
    Luego de salir del baño para ir a recoger a Margarito en la terminal de autobuses, mi mujer se acercó a mí preocupada. Algo tiene esa casa, no me gusta, hay que venderla una vez que esté terminada la remodelación.

    Luego te platico.


    Las calles de la ciudad estaban desiertas a esa hora de la mañana, durante todo el trayecto fui pensando en lo raro que era todo ese mundo pueblerino. La gente charlaba con uno pero se sentía siempre esa mirada misteriosa y canalla que no dejaba lugar a dudas de que detrás de lo que decían estaban muchos pensamientos, quizá los más verdaderos, que no expresaban. Qué diferente era toda esa gente a mi amigo Margarito, cuando menos su mirada no mostraba ese doblez, era una mirada sincera aunque su mundo era muy extraño, temerario. Se me quedó grabada en la mente esa noche de octubre con esa extraña fiesta, hasta yo me volví un extraño, contrariamente a mi hábito de socializar me quedé mudo, algo me decía que no debía hablar, solo observar. Ninguno de los participantes se dirigió a mí, tampoco a Margarito, era como si no existiéramos, como si en ese lugar y ese momento solo estuvieran ellos y los dos extraños fuéramos algo inexistente: un muro, una silla, la fuente o quizá la luz de la luna inundándolo todo. Sí, no sé por qué, quizá fue mi intuición la que me hizo actuar de esa manera, me quedé ajeno y callado. Talvez los ropajes de los sujetos, talvez el interés en su juego, se miraban tan interesados en sus juegos de azar... Iba pensando sobre esos temas durante el trayecto y tomé la decisión de hablar directamente con mi amigo sobre el tema, no permitirle evasivas o respuestas a medias. En esas conclusiones estaba cuando la estructura de la terminal de autobuses apareció ante mí, dejé el auto en el estacionamiento y me dirigí a los andenes para buscar a mi amigo.

    Estaba ahí, solo, en una terminal completamente desierta. Cuando me reconoció vino rápidamente a mi encuentro.

    —¡Amigo... cómo está, qué gusto! Hace tanto tiempo que no va usted por mis rumbos que llegué a pensar que no volvería. Perdón por la molestia pero, sabe, es causa de fuerza mayor, no me quedó más remedio que acudir a usted, su teléfono me lo proporcionó su encargado, tuve que inventarle un buen motivo, pero, en fin... ya estoy aquí. Sabe, él al principio pensó que quería comprar el negocio, pero lo convencí de que un pobre miserable como yo, pastor y ermitaño, de dónde va a sacar para comprar un negocio así, se me quedó viendo con recelo pero al fin accedió. Ya estoy aquí, y sabe, no quiero causarle ninguna molestia, solo ayúdeme porque yo no sé conducirme en estas ciudades grandes, si no es mucha molestia lléveme a una posada y yo cubriré mis gastos. ¿Posada...? En qué época vivirá este amigo, bueno, ahora les conocen más como hoteles, pero en fin. Lo hospedé en un hotel de regular clase en el centro de la ciudad, no llevaba más equipaje que la ropa que traía puesta, cuando lo inscribí, el empleado del mostrador le pidió alguna tarjeta de credito para llenar la tarjeta del hotel, mi amigo encogió los hombros y por toda respuesta metió su mano en el morral que siempre traia consigo y saco dos monedas: "Es oro —le dijo—, no traigo ningún tipo de moneda, solo esta. Cámbiame estas dos y te quedas con el cambio". El empleado revisó minuciosamente las dos monedas, las tanteó y luego las arrojó al piso. El sonido característico del preciado metal se hizo escuchar. Pese a eso el hombre aquel desconfió. Lo siento, le dijo, no puedo aceptarlas, necesita dejar dinero e efectivo, más tarde podrá cambiarlas o venderlas, por aquí hay muchos compradores de oro. Ahora solo le recibo una tarjeta o efectivo. Cubrí el monto de la habitación y Margarito recogió sus monedas. Son suyas me dijo, tómelas y cámbielas, más tarde cambiamos otras que traigo por aquí. La situación era incómoda, me parecía una descortesía de mi parte, duramos unos segundos discutiendo sobre el asunto pero él fue terminante: son suyas. Una vez alojado en el hotel quedamos en que volvería por él a media mañana, desayunaríamos y ya entonces me contaría sobre el asunto que lo había traído por estos rumbos.


    Cuando volví a la casa mi mujer ya estaba tomando el desayuno. Me di cuenta de que quería decirme algo pero no sabía cómo empezar. Me ofreció un café y mientras lo saboreaba me dijo:

    —Esa casa, ese espejo, los pasillos, las ventanas. Sabes, no voy a volver ahí. Hay algo malo en ese lugar..., bueno, no malo: extraño.

    No respondí nada, siempre había sido esa la mejor forma de permitir que ella me dijera sus asuntos, así, sin interrumpirla en los más mínimo.

    Sabes... en los espejos aparece gente mirándote cuando miras a otro lado, si los miras directamente no se refleja en ellos el mobiliario de la casa, se ven muebles y cosas extrañas, inusuales. Cuando dejas de ver por el espejo y miras el sitio que estaba reflejado en él no puedes ver bien qué es lo qué está ahí. Hay ventanas que no se ven cuando miras por el espejo, en su lugar ves cuadros borrosos, incomprensibles. He llegado a ver armaduras en los pasillos, como si fueran guardias apostados ahí, inmóviles. Cuando recorro los pasillos para ver cómo va la restauración aparecen piezas y piezas, es como un laberinto. Ya no sé si los trabajadores son los mismos, he visto hombres viejos trabajando en los muros y yo sé que contratamos puros albañiles jóvenes.

    Se quedó pensativa una vez más. tomó un sorbo de té y siguió contándome sus preocupaciones.
    —Una vez vi a Susana con la falda recogida arriba de la cintura, masturbándose delante de los trabajadores. La miraban con mucho morbo, como miran los que nunca han visto a una mujer desnuda. Eran muchos trabajadores, pensé que se habían subido al techo desde las casas vecinas, los había en el techo, todos hombres adultos, unos ya mayores, con barbas encanecidas. Tomé a la muchacha del brazo y la metí a la casa, los hombres nos siguieron dentro de la casa, no dejaban de mirarla, ella seguía tocándose en la entrepierna. Le di dos bofetadas, les ordené a las dos recoger todas nuestras cosas y nos regresamos. Tú andabas por los cerros con ese amigo tuyo.

    No quiero que venga a la casa, no me gusta esa gente, es extraña. No me gustaría vivir en ese lugar después de lo que pasó.

    No vendrá, se ha quedado en un hotel, más tarde iré a ver qué se le ofrece, por amabilidad, luego veré cómo me deslindo de él.


    Cuando volví Margarito ya me estaba esperando en la sala del hotel. Le brillaron los ojos de alegría cuando me vio.

    Descuide amigo, le pagaré muy bien por sus atenciones y su guía. Ayúdeme amigo, tengo encomiendas que cumplir, por eso estoy aquí; por lo pronto le pediría que me ayude a cambiar mi aspecto, quiero cortarme el pelo y vestir como gente de la ciudad. Para lo que tengo que hacer hace falta cambiar mi apariencia campesina, más que pueblerina.

    El recepcionista del hotel nos informó de una muy buena estética que quedaba en la misma cuadra. Fuimos ahí y las muchachas que la atendían le quitaron los zapatos para arreglarle las uñas de manos y pies, más tarde una de ellas le hizo un buen corte de cabello. Cuando terminaron con él era un tipo de un aspecto diferente, de aspecto maduro pero muy bien parecido: ojos muy azules, cejas muy pobladas y un mentón ancho, con la quijada partida, como si hubiera sido sacado de una pintura. Una de las chicas no se contuvo y le dijo que era muy guapo, precioso, lindo. Cuando íbamos por la calle rumbo a una tienda de ropa le avisé que había un sitio donde podía cambiar alguna moneda de las que traía en el morral. Entramos y el dependiente se dirigió a mí como lo hacen los compradores de antigüedades.

    —Oro —dijo Margarito—, quiero que me cambien oro por moneda. Cuando salimos del lugar mi amigo traía en sus bolsillos y en el morral una enrome cantidad de dinero.
    —¿Las vendió bien? —le pregunté.
    —No importa —me respondió—, tengo muchas, pero muchas de estas, y más que iremos a traer a mi casa antes de hacer el viaje que quiero hacer. Llegamos a la tienda de ropa y un encargado inmediatamente se acercó a mí. Me empezaba a gustar el juego de transformar a Margarito en un ser extrañamente citadino:
    —Búsquele lo más elegante y moderno que tenga para este caballero, no se fije en el precio, muéstrele lo mejor que tenga.
    —¿Como cuántas prendas? —preguntó el empleado—. Lo pensé un momento, luego le dije:
    —Para vestirlo bien una semana completa.

    Margarito se me quedó mirando, estaba confundido.
    —¿Cómo que una semana?
    —Sí, amigo, con todo ese dinero iremos mañana a ver a un buen sastre para que le tome medidas y de ahí en adelante...

    Al vendedor no le pareció la idea de perder al cliente y empezó una perorata entre la inconveniencia de esperar tanto tiempo por la ropa, además... la marca, la diferencia es la marca.
    Margarito estuvo de acuerdo con el vendedor, para lo que tenía que hacer no hacia falta tanto tiempo ni tanta ropa, una vez concluido el asunto él volvería a su vida, que tanto amaba, y san se acabó.

    El personaje que tenía frente a mí no era el mismo que había conocido en el jardín de ese pueblo extraño. Era un tipo que más parecía un europeo de visita en el país, que alguien que apenas llegaba a la ciudad. Si mi mujer conociera a este tipo, que no lo conocía más que por referencias mías, seguro que disipaba todos los prejuicios que le habían surgido sobre él por mi causa.

    Una vez ajuareado al estilo de la vida citadina nos fuimos a comer al restaurante del hotel donde se alojaba.

    —Y bueno, Margarito, qué es lo que lo trae por aquí.

    Mire usted, la historia que le voy a contar es un poco larga... Primero le hablaré de la casa que compró usted en el pueblo. Las casas no son como nosotros, antes de hacerlas se piensa bien para qué van a servir, nosotros nacemos al garete, la mayoría por accidente inesperado, pero las casas no. Y esa casa de usted, cuando se hizo esto no era más que llanos y cerros, zarzales por donde galopaban los caballos persiguiendo a los nativos para ponerlos en paz y para capturarlos, para tener quién trabajara tierras y minas. Esa casa fue pensada y hecha para ser varias cosas a la vez: cuartel, depósito de bienes y casa de gobierno. En sus patios internos hay todavía unas argollas donde se colgaba a los cobardes, a los ladrones, a los que había que castigar como ejemplo para los demas. ¿Sabe que costó muchas vidas hacerla? Pues sí, muchas, era necesario hacerla, este sitio no era destino de nada, no había suficiente agua, era un valle muy abierto y en esos tiempos albergaba a los nativos más feroces que ha tenido este país. Venían de todas partes y sorprendían a los soldados, nunca eran suficientes los defensores del lugar, pero era necesario para pacificar y avanzar rumbo a la ciudad Q y de ahí a todo el norte del país. Cuando vaya fíjese bien en cómo está construida y se dará cuenta que tiene forma de cuadros desde el jardín.

    —Bueno... y qué tienen que ver esa casa con su viaje.
    —Pues su casa y mis rumbos están muy relacionados. Desde su casa se ejercía el poder en toda esta zona, los desertores eran llevados ahí para ser colgados en el portal. A los nativos se les colgaba enfrente, ellos venían y atacaban el fuerte y se llevaban a sus muertos, dejaban en ese intento más cuerpos de los que rescataban. La gente de por mis rumbos era desertora, gente que huía del mando feroz de los capitanes, era morir a manos de los nativos o a mano del sus capitanes. Hubo ahí un capitán maldito, un tipo cruel. Si usted lee los libros de mi casa, en uno de ellos hallará testimonio de sus atrocidades. La gente huía del cuartel y se venía a refugiar en la serranía. Aquí logró sobrevivir cazando venados y por los árboles frutales. Hicieron amistad con algunos nativos que vivían por aquí y nada les faltaba, pero vivían con miedo, temían que una avanzada cruzara por aquí y los llevara presos por desertar, sabe, la pena era de muerte, lea los libros, ahí están los nombres de los capturados y de los que llegaban huyendo de una muerte segura. Cuando pasó el tiempo y todo se pacificó, cerca de aquí pasaba el camino de la zona minera. Los descendientes de los desertores se dieron cuenta y se volvieron asaltantes. Sabe, estas serranías, además de ser prácticamente intransitables, tienen cavernas muy altas. Se comunican desde el camino real, que había en aquellos tiempos para la vía del oro, con el vallecillo; salen a este y otros valles pequeños. Esos caminos de túneles nadie los conoce, la montaña es desafiante por eso hicieron las carreteras nuevas por otros rumbos, por eso por aquí nunca pasó nada. Un día, después de que haya hecho "esto que tengo que hacer", si se anima, lo llevo a recorrer esos túneles, verá que hermosos y cómodos de andar son, tienen ríos subterráneos y una pequeña cascada. Hay más cosas ahí, pero por ahora no le contaré más. Con eso es suficiente.

    Sé que anda vendiendo de nuevo la casa, le diré algo, ahí hay oro enterrado, oro que trajeron los terratenientes en una época de las revueltas, esa vez murieron todos en esa casa, pero los salteadores no hallaron el oro, sigue ahí. Sabe, si me ayuda en lo que voy a hacer, le muestro los planos de su casa, están en los libros que vio en la mía, ahí hay mucha información de esos tiempos pues todos los que huían de ahí se refugiaban en la sierra y, ya moribundos, eran llevados primero al refugio.

    Mientras conducía rumbo a casa digería toda la charla, el personaje siempre me había parecido un sujeto parlanchín y misterioso, largo en sus fantasías, pero esas monedas de oro que cambiaba como pesos... bueno, era cosa de pensarse mucho y descubrir qué era una mentira o una fantasía y qué tanto de todo ello era real.

    Cuando llegué a casa encontré a mi mujer muy inquieta, estuvimos charlando un buen rato sobre el personaje que nos visitaba. Cuando supo de las monedas de oro se ofreció a cambiarle todas. Me apuraba: "Nada, háblale, dile que nos las cambie, yo se las compro todas". Lo mejor fue cuando le conté que en su casa ( las casas son de las mujeres) había un tesoro enterrado. A esa hora llamó a la persona que había encargado la venta de la casa y le dijo que ya no la ofreciera, que había cambiado de opinión, que luego se ponían de acuerdo con sus honorarios. Así es ella, desinteresada para las cosas y situaciones inconvenientes, pero un buen motivo la hace cambiar de actitud y enfrentar lo que sea para conseguirlo.

    Esa noche yo no pude dormir, en mi mente aparecieron imágenes sucesivas que reproducían todo cuanto me había contado Margarito. Imaginé ese lugar inaccesible con puestos de guardia apostados para poner en alerta a los demás ante la presencia de las tropas. Imaginé una cabaña de madera en un risco elevado donde unos hombres jugaban a las cartas y a los dados para matar el tiempo, echado a sus pies imaginé a un hermoso perro dormitando al cobijo de sus amos. Una estela de humo partía de una probable chimenea , aunque el humo - pensé- debía ser manejado cuidadosamente pues en esos tiempos delataría la presencia de los forajidos, salteadores, seguro estoy de que así han de haber sido considerados en esos tiempos. No pocas partidas han de haber sido mandados en contra de ellos, me explicaba entonces el color blanco de la casa de Margarito, que a lo lejos se confunde con el suelo de esa parte del valle; imaginaba a la gente huyendo a refugiarse en las cavernas, atravesando hasta otros valles como si fueran una autopista natural. Una que otra vez me interrumpieron los ronquidos de mi mujer, nunca roncaba aunque tuviera el sueño muy profundo, pero ahora lo hacía, encendí la luz y no se despertó, la estuve observando a la luz de la lamparilla de noche y su rostro era el de una persona muy satisfecha, seguro que soñaba con su casa, albergando en ella, en su lugar secreto, todo ese oro colonial dejado en sus entrañas.


    ***

    —Le compro lo que traiga, al mismo precio que le ofrecen los compradores de por aquí.

    Margarito lo pensó un momento, luego aceptó. Subimos a su habitación y ellos se entendieron con el precio. Le solicité a mi amigo que me esperara, pues no podía permitir que mi mujer anduviera por ahí cargando el pesado fardo, con el riesgo de perderlo a causa de un asalto. Ella tuvo una mejor idea: "Por qué no nos acompaña, sirve que conoce nuestra casa. Si le gusta puede alojarse ahí (¡¡¡ !!!)". El amigo aceptó y durante el trayecto él y mi mujer mantuvieron una muy interesante plática, que a mí se me antojó el interrogatorio perfecto. En algún momento de la conversación se me antojaba una pregunta, ella la hacía de inmediato, no dejaba huecos, dudas en lo que quería saber; interrogaba perfectamente a su interlocutor para saber cuanto le interesaba. Sí, ella es así: maneja todo tipo de recursos a su favor, recuerdo que en una ocasión, ante un trato comercial de palabra que consideró inconveniente, sencillamente se echó para atrás y cuando el marchante le dijo: "Qué no tiene usted palabra", sencillamente respondió: "Señor, las mujeres no tenemos palabra". El hombre aquél no supo qué decir, por un tiempo dejó de comerciar con nosotros, pero ella, con su habilidad nata le convenció de que en los negocios no hay cosa más importante que la ganancia.

    Cuando le contó de los pasillos, de los espejos, de la gente en el techo mirando a la muchacha tocarse entre las piernas, el amigo le dijo que todo eso que miraba era una visión entremezclada de una realidad antigua y la moderna. Me asombraban las respuestas del amigo, lúcidas e inteligentes, tras su antigua apariencia de un rudimentario anacoreta campirano siempre aparecía la otra faceta, la de un personaje inteligente nada ignorante. Alguien habituado a pensar.

    Entiéndase señora que esa casa, en sus primeras épocas, cuando era más piedra que otra cosa, fue habitada por hombres. Por estos rumbos, por la peligrosidad de la zona, durante décadas no hubo mujeres, la mujer era un anhelo para todos esos personajes. En los libros que están en mi casa se cuenta de cómo los sacerdotes condenaban la práctica de vestir como mujer a los soldados más delgados del capitán Tinajero. Dice que hacía fiestas y los soldados esbeltos bailaban para la tropa, también los utilizaba como mujeres, y cuando se negaban a acceder a sus caprichos los colgaba por cualquier motivo, a los clérigos molestos los hacía desaparecer. En mi valle encontraron refugio algunos de ellos, pero algo sucedió con la moral de la gente que rodeaba a este personaje, también allá se hacían fiestas y algunos soldados se vestían como mujeres, a veces por oro, o quizá lo disfrutaban.

    Mi mujer volvía la charla al asunto del tesoro, quería saber qué tan confiable era la historia; yo en cambio pensaba en los libros de las casa del amigo, cómo lamentaba no haberlos leído a fondo durante mis contadas visitas.
    Sin sentirlo, ambos estábamos siendo atraídos mediante la charla a lo que más nos interesaba. Me pareció que leyó mi pensamiento cuando me volteó a ver y dijo: "Bueno, los libros y el oro están ahí, uno puede o no interesarse en ellos, si no se involucran con ellos no pasa nada, siempre es decisión nuestra, como todo en esta vida".

    Me di cuenta de que Margarito estaba involucrándonos en un asunto muy interesante para él, que el dinero y toda la historia era solamente el anzuelo para atrapar nuestro interés. Una vez en casa mi mujer le mostró una de las habitaciones disponibles para los visitantes, a Margarito le gustó. Luego bajamos a la sala para continuar la charla. Mi mujer le ofreció comprar un poco más de monedas, las que él quisiese vender. Él lo pensó un rato y, luego, acomodándose de tal manera que entendiéramos que se dirigía a los dos nos dijo: "Miren, no tengo interés en vender ni las monedas ni los tejos, es más, les ofrezco una gran cantidad de ellos si me ayudan, no tienen que comprarlos, se los doy gustosamente, digamos que un porcentaje de lo que tengo en mi poder, o en mi conocimiento. A usted, señora, le permito mirar la información antigua que poseo para que conozca todos los sitios especiales para ocultar cosas en su casa, son varios, eran época muy difíciles en las que se construyó esa casa. Los centros de gobierno que apenas se establecían quedaban a semanas de caminos malos y poblados de nativos en plena rebeldía, el dominio de esa zona del país tardó muchas décadas, y después fueron los que quedaron fuera de la ley, soldados frustrados por no haber logrado la fortuna que esperaban. Como usted sabe, siempre hay favorecidos o desalmados que vienen a ser lo que se apoderan de todo lo que es valioso. Esa es la historia del lugar, tanto de la casa como del valle y sus misterios. Y lo que tengo que hacer está relacionado con ello. Mucha gente que vivió por esos rumbos era, en su mayoría, originaria de una zona de su país de origen. Yo soy descendiente de esa gente. Por su rango militar, mis ancestros heredaron tanto la confianza como la propiedad de ese fuertecillo donde vivo, se quedó latente el propósito, al paso de los siglos, de volver a su lugar de origen que es un pequeño pueblito en la madre patria, volver con la fortuna soñada para mejorar las vidas de sus habitantes, familiares todos ellos de nosotros. Ahí, en las montañas, hay suficiente metal guardado para cambiar las vidas de todo un pueblo".

    —Y por qué sus ancestros no lo hicieron antes.
    —Lo intentaron muchas veces, y no fue posible. Unas veces porque se involucraron con personajes ambiciosos, y otras por lo difícil que es encontrar personas que puedan ayudar en el intento pues el mecanismo es extraño.

    Cuando dijo ambiciosos, mi mujer se mostró incomoda. Él, amablemente, le tranquilizó:

    —Señora, si su marido me ayuda, le daré en recompensa oro suficiente para llenar esta habitación.

    La vi hacer sus cálculos, la conocía, sé que pensó que eso era un terrible exceso, ella se conformaría con una buena cantidad, la suficiente para pasarla muy pero muy bien. Qué hacer, dónde meter tanto oro —pensaba—, cómo integrarlo a la economía cotidiana, cómo explicar su origen.

    También Margarito le leyó el pensamiento.

    —Señora, el oro se entierra, nunca deja de valer como cualquier otra moneda; se entierra y se hereda de generación en generación. Así le hace alguna gente del pueblo aquel. Tiene sus enterraditos por ahí y, para guardar las apariencias o matar el tiempo, tiene un oficio.
    —Bueno, y qué es lo que tienes que hacer. Llevar todo ese oro a ese pueblo..., eso será más que difícil. Es como llevar droga de un país a otro. ¿Cómo pasarlo por las aduanas? ¿En qué: en avión, en un barco... cómo?
    —No, no no no no... —dijo el hombre—, lo único que tengo que hacer es buscar un sitio en ese pueblo, un sitio que no haya sido trastocado al paso de los siglos, que haya permanecido sin cambios, donde exista una construcción amplia y resistente hoy en día, desde ahí entregar a las familias que son descendientes de los deudos que aparecen en una lista. Hay otro aspecto, también, que más tarde les contaré; ahora no es tiempo, no comprenderían muchas cosas.
    —Creo que el verdadero problema no es ese. Es llevarlo hasta allá pero, en fin, usted sabrá.
    Y, ¿cuál sería la labor de nosotros que mereciera tan grande recompensa?

    La tarde nos sorprendió en medio de la charla, Margarito agradeció la invitación pero la desechó amablemente. Necesitaba más gente para "el proyecto", la habitación del hotel era más apropiada para ese propósito que quedar marginado en el ambiente familiar de una casa. Él —dijo— necesitaba reclutar a más gente de confianza.
     
    #1
    Última modificación por un moderador: 27 de Marzo de 2014
  2. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Capítulo 2
    1.- El Asturiano. 2.- Un viaje a León. 3.-
    Cartas abiertas para cuando llegue el tiempo. 4.- El Ave de las tormentas. 5.-Los dos tiempos sin reloj.


    El Asturiano

    En los siguientes días no acudí a visitar a Margarito a su hotel. Para mí fue un espacio apropiado para meditar en toda la información que hasta ese momento tenía del asunto que lo había traído a la ciudad. Para mi mujer, en cambio, cada minuto era desesperante. La conocía, era una persona que no dejaba escapar una sola oportunidad. A la hora de la comida no aguantó más y me soltó todas sus inquietudes.

    —Mira, sabes que estamos en época de crisis, que hay una terrible estabilidad de todo tipo de moneda, debemos lograr que ese hombre nos venda todo el oro que podamos comprar pues es más firme que cualquier divisa. Ya ves que las inversiones tienen muchos parásitos, impuestos..., Tener dinero en la bolsa es como vivir con el futuro puesto en las manos de los tahúres de un casino. Lo que él dijo es cierto, lo podemos enterrar y jamás pierde su valor, y si lo pierde tarde que temprano lo recupera. Sabes, estoy pensando mandar a traer a un arquitecto para que me haga una cisterna debajo de la casa, le diré que es para captar el agua de lluvia, luego contrato a otro para que selle los colectores del agua y lo modifique de tal forma como si fuera una habitación sellada, dejaré la entrada debajo de la cama. Hoy en día se pueden hacer muchas cosas que la pueden hacer muy segura. Es cuestión de ir cambiando arquitectos para que ninguno de ellos tenga idea de qué o para qué se usará ese espacio.

    —¿No crees que lo mejor sería conocer esas cuevas de las que habla este hombre y dejarlo ahí?

    Los dos somos expertos en el otro, nos conocemos bien. Es como un juego el neutralizar los placeres discordantes del otro para que al final sean los de ambos, mutilados talvez, pero producto de un mutuo acuerdo, los que prevalezcan.

    —Lo que tú quieres es conocer todo ese mundo extraño. No, lo que no está en mi poder no es mío, no lo considero así, mío. Me gustaría tener todo ese precioso metal a mi disposición todo el tiempo. Bajar y mirarlo.

    —Tus genes judaicos resucitan.

    Sus padres son descendientes de judíos conversos al cristianismo para evitar la deportación, así que la ocurrencia le hace sonreír y la acepta de buena gana.

    —Si tú no vas a buscar al tipo ese voy yo. Estoy dispuesta a retirar lo que tenga para comprarle oro. Además será una buena inversión pues no le importa tanto negociar. Me lo ha vendido en un precio muy favorable para mí. Creo que está loco, todas esas cosas que dice, eso es una locura. Se escucha mal pero, creo que debes ir a verlo aunque no te llame, no puedes dejar pasar esa oportunidad que es nuestra. Si lo dejas, este tonto venderá todo a un desconocido. Quizá hasta le haces un gran favor, alguien puede matarlo o hacerle algo para descubrir dónde tiene escondido lo demás. Si este tonto cuenta que tenemos una casa con oro hasta nosotros corremos peligro.

    Ante tanta insistencia no hubo más que ir a ver cómo estaba mi amigo. Mi mujer no quiso quedarse en casa, así que fue conmigo al hotel.

    Margarito estaba platicando con el recepcionista en el restaurante del hotel. Era este un individuo de mediana edad, por los 40 años quizá, de mediana estatura, un poco calvo, de piel muy blanca, rechoncho, de mirada muy gentil. El rostro muy similar al de los curas originarios de su país de origen, con un hábito bien parecería un nuncio apostólico.

    En cuanto nos miraron dejaron de platicar. Margarito se levantó de la silla y nos invitó a sentarnos a la mesa. El recepcionista del hotel no nos miró con mucho agrado, en especial a mi mujer. Tal parecía que nuestra presencia no le era grata. Para poner las cosas en su sitio, al momento de saludarle, le dije:

    —Hola amigo, qué bueno que ha hecho amistad con mi amigo; yo lo traje a este hotel, sabe; qué bueno que ha hecho amistad, así estaré seguro de que no está solo cuando yo no pueda venir.

    Margarito se apresuró a intervenir para informarme de ciertos cambios.

    —Él ya no trabaja para el hotel, ha renunciado, le pagaré muy bien; de hecho, le he ofrecido una parte del oro para que me acompañe en el viaje que tengo que hacer. Usted también tendrá una parte, y usted señora... necesitaré ayuda de ambos para lo que debo hacer.

    Un puntapié en la espinilla me dio a conocer el enojo de mi esposa, era como un te lo dije imbécil. Ya ves...

    El ahora empleado de mi amigo se presentó con nosotros, serio, como un buen mayordomo:

    —Mi nombre es Juan Fernando, encantado de conocerlos. Mi familia es originaria de Asturias.

    —Este muchacho ya me había conseguido un buen cliente para mis monedas. Él se iba a hacer cargo de cambiarme lo que pudiera necesitar, pero como ya la señora me hizo el gran favor de cambiármelo todo, pues en ese sentido ya no son necesarios sus servicios. Este muchacho conoce mucho sobre el viaje que debo hacer, me servirá de guía por aquellas tierras, tramitará todos mis documentos, me abrirá una cuenta para disponer de efectivo. Sabe señora, le voy a encargar que usted se ocupe de aplicar los pagos a la tarjeta que me acaba de tramitar, él se ofrecía a darme ese servicio de estar pendiente a través de su esposa, pero yo le he dicho que quiero involucrarla a usted en eso. Le dejaré el dinero en efectivo que no me permitan llevar para que usted cubra mis gastos con ese capital.

    El asturiano no podía disimular la molestia en sus facciones. Pero, como todo buen sirviente, aceptaba dócilmente la decisión de su patrón.

    —Habrá necesidad de comprar un inmueble tal y como le digo, uno que sea apropiado para lo que voy a hacer —concluyó Margarito.

    Dejamos la mesa del restaurante y nos fuimos a su habitación. El Asturiano había trabajado muchos años en ese hotel, así que los empleados aún le veían como uno de los suyos. Habían mudado de habitación a mi amigo. La nueva era muy amplia, con un balcón con vista a la calle. Sobre la cama estaba amontonada toda la ropa que había comprado. Una camarera hacía la labor de acomodarla en el armario y, la sobrante, en unas maletas de viaje que seguramente había adquirido en las últimas horas.

    Cuando la mujer nos dejó a solas, Margarito, nos pidió que le pusiéramos mucha atención en lo que iba a decirnos. Hicimos silencio y él empezó a explicarnos lo que esperaba de nosotros.

    Para empezar
    —nos dijo— el viaje es para buscar, como ya les dije, un inmueble para trasladar el metal a ese pueblo. Buscar a los descendientes de las personas que quedaron aisladas en Sierra ... , como le llamaron a mi lugar de origen. Una parte de ese bien lo voy a entregar para beneficio del pueblo, escuelas, albergues o asilos, servicios a la comunidad más desfavorecida, ya que de esa circunstancia partieron los que vinieron en los tiempos antiguos en busca de fortuna a estas tierras. En esto deben ayudarme, esa será su colaboración para conmigo y la gente que tuvo ese deseo. Quiero advertirles y que quede muy claro que, por ello, recibirán tanto como no imaginaron en oro pero, si traicionan ese propósito, mal les irá, se los aseguro, pues este tesoro tiene guardianes muy celosos; hay muchos y muy poderosos sentimientos involucrados en este metal, ellos están dispuestos a compensar toda ayuda con gran generosidad, pero con esa misma pasión protegerán la consecución de sus deseos.

    El asturiano, cabizbajo, como si recibiera una orden, escuchó el discurso de mi amigo y al final dijo estar totalmente de acuerdo, según me enteré más tarde, ya había recibido una buena cantidad de dinero como pago adelantado a sus servicios y habría de recibir más como sueldo por sus servicios.

    Yo estaba pensando, en esos momentos, en que a mí no me interesaba involucrarme en ese asunto. Además no podía, tenía un negocio que atender, aunque nuestro hijo y los sobrinos formaban parte del consejo de dirección de la empresa desde hacía ya algún tiempo, siempre era pertinente y necesario estar ahí en circunstancias en que una decisión delicada requería de experiencia.

    Es esos pensamientos estaba cuando escuché la voz de mi mujer responder al discurso.

    —Mire, le agradezco mucho su invitación pero yo no soy empleada de nadie ni me pongo al servicio de nadie. Cuente conmigo para cuando desee vender moneda, pero solo para eso. Si necesita a alguien que le lleve sus cuentas le recomiendo a mi contador y él se encargará de todo lo que necesite, pero yo no, no me lo tome a mal pero no necesito un empleo, por muy bien pagado que esté.

    Jajaja, la orgullosa de siempre
    —pensé. Apenas digería la emoción que me procuró lo descortés de su respuesta cuando Margarito ya estaba hablando con ella, interrumpió, al hacerlo, la propuesta de El Asturiano de que su mujer, con todo gusto, podría hacer ese trabajo.

    Mire señora. No le ofrezco ningún sueldo. No se considere empleada mía. Piense solo en una ayuda mutua. Usted me ayuda con este propósito y yo, con gusto la ayudo a usted guiándola al sitio secreto de su casa donde está enterrado todo ese metal que espera ser liberado por el benefactor apropiado. La casa está ligada a este deseo, si usted colabora, "ellos" le dan derecho a tomar eso como suyo.

    La plática era muy extraña, ambos, mi mujer y yo, no éramos gente que creyera en cosas de tesoros encantados ni anhelos de fantasmas. A mí me interesaba más conocer toda la historia del fenómeno social que llevó a esos seres a aislarse en ese lugar, y a mi mujer el tesoro que estaba en su casa. El croquis. Yo la conocía, era capaz de tirar todos los muros y arrancar los cimientos hasta hallar lo que quería, no porque le faltara, ella era así, esa era su naturaleza. La casa estaba considerada seguramente como un patrimonio histórico y no le permitirían destrozos por ningún motivo, al menos no por fuera, necesitaba esa información, por esa razón tendría que aceptar el trato.

    La escuché decir:

    —Ok, le ayudaré en su asunto para que lo que anhelaron en vida esas personas se pueda cumplir.

    A mí no me importaba mucho el metal, con uno que tuviera era más que suficiente, yo iba por la curiosidad.

    Pasado el desconcierto que nos mantenía alejados de aquel pueblo, limadas las dudas en torno a la persona de Margarito y su mundo extraño, decidimos que el próximo fin de semana iríamos a visitar la casa y a darle vuelta a la agencia para informarle, de paso, a mi encargado que había cambiado de opinión. Le comunicamos nuestra intención a nuestro amigo por si se le ofrecía ir por sus rumbos a traer algo que hubiera olvidado, él respondió que no, que no volvería hasta que hubiera hecho todo lo que tenía planeado hacer. Me quedé sorprendido cuando me dijo el sitio donde dejaba las enormes llaves de hierro con que se abría la enorme puerta de su casa, me dijo también el lugar donde estaban llaves y baúles, las que abrían los cuartos. La puerta de la biblioteca no tenía llaves, solo había que empujarla y ésta se abría. me recomendó que no hiciera nada con las de los establos, que las dejara abiertas como él las había dejado, que los animales salían a recorrer todo el valle por la mañana y solos regresaban a su corral por la noche.

    Le aclaré que no tenía intención de ir, que nos habían avisado que la casa de mi mujer ya estaba habitable, que ya podíamos pernoctar ahí. Él insistió en que fuera:
    —Vaya y lea los libros, seguro que le va a gustar, le va a conmover lo ahí escrito.
    Nos despedimos con un abrazo, me anunció que sus documentos ya estaban listos para el viaje, que era muy posible que el próximo inicio de semana ya estarían partiendo a su destino.


    i.- Las hermanas del Jen Shui.

    Tienen una forma peculiar de pasar el tiempo juntas, juegan canasta, se van de compras, se prestan prendas... en fin. De repente llevan sus aficiones al extremo. No hace mucho derrumbaron una de las paredes de la casa para procurar los vientos que favorecen la armonía. La siembra de árboles de buena vibra estuvo a punto de desaparecer al limonero que tanto quiero. Mi mujer no cree en esas cosas, concede en ellas por fortalecer la afinidad que existe entre viejas amigas. Ella las acompaña a tomar los baños de energía a las pirámides para después reírse conmigo cuando me relata las locuras de las demás: que llegaron bien quemadas, que los calzones rojos de Marian son los terceros ya, y que no han surtido efecto, porque ese amante salvaje no ha llegado aún a su vida.
    Marian, su amiga de siempre, es divorciada desde hace 10 años, no tuvo hijos y parece que su matrimonio no fue lo que ella esperaba. En los primeros años se volvió inseparable de mi mujer, unos meses vivió en la casa, salía de viaje con nosotros a los pueblos. Marían es tan su hermana que un día mi mujer me pidió de favor que fuera más cariñoso con ella, que la apapachara porque estaba muy falta de cariños. Ella y Marian tienen la misma edad, cuando conocí a mi mujer la conocí también a ella, si no hubiera conocido a mi esposa antes, pienso que entre Marian y yo se hubiera dado algo, lo sé por la forma en que nos miramos, ella y mi mujer se parecen mucho, son casi idénticas. Marian es un poco más delgada, tiene el pelo rizado y los ojos oscuros y muy grandes, en eso son diferentes. A veces pienso que mi mujer y su amiga son almas gemelas, aunque sean personas de familias diferentes. Una vez le dije a mi mujer que talvez su papá y la mamá de Marian algo habían tenido. Pero no, no se conocieron nunca. Mi mujer me dijo que a ella le hubiera gustado que su amiga fuera su hermana. Son diferentes también en que Marian es frágil y temerosa ante la vida, por eso recurre a cosas como el Jen Shui, a la lectura de cartas, a los cursos de superación personal, al espiritismo y a todas esas cosas que brindan protecciones y guardianes.

    El día que mi mujer me pidió que apapachara a su amiga porque estaba con la autoestima muy baja, se marchó y nos dejó solos en la casa. Nos tomamos unos vinos generosos y nos pusimos a platicar. Cuando la abracé sentí esa fragilidad suya que se prolongaba más allá de su cuerpo. Le escuché latir el corazón como si fuera uno de esos relojes silenciosos cuya áncora parece invisible.

    —Marian —le dije— eres como una pluma de ganso entre mis brazos. Creo que ya no me escuchó, tenía los ojos cerrados y el rostro extasiado mientras desde mi cuerpo hacía el suyo fluían los torrentes vigorosos de esa peculiar energía que parece que da vida, o que al menos, la devuelve un instante.



    Este fin de semana arrancamos junto con Marian rumbo a la casa del pueblo. Experta en cosas esotéricas, Marian, iba equipada con todo tipo de artilugios propios para arrancar los más íntimos secretos del mundo místico.
    Vasos, velas, inciensos, oraciones secretas y legendarias. Todo para devolver a esa casa la armonía necesaria. Mi mujer le fue mostrando uno a uno los sitios que la llenaban de espanto.
    —Mira en este espejo, vas a ver cómo aparecen en los muros cosas que no están.
    Nuestra amiga se esforzaba por hallar esas cosas extrañas pero las cosas se reflejaban tal cual aparecían ante nuestra vista. Se internaron por las enormes habitaciones olorosas a pintura nueva y estas no de alargaban ni mostraban sombras. Se sentía una maravillosa quietud en toda ella. Salieron al jardín y nunca aparecieron los personajes asomados en el techo. Mi mujer le sugirió a Marian que se levantara la falda y se tocara sensualmente entre las piernas para provocar el fenómeno aquél, nada sucedió. A la hora de la comida, en la charla de la sobremesa, ante el total desencanto de ambas se me ocurrió sugerir que su sola presencia mística hacía que todas las energías perturbadoras se mantuvieran alejadas de nosotros y de la casa. Nos cobijó la tarde en una maravillosa charla de los mundos invisibles que nos rodean y que solo algunas personas muy perceptivas son capaces de percibirlas.





    Un Viaje a León

    A media semana estuvo todo listo para el viaje a León. El Asturiano se encargó de realizar todos los trámites para el viaje. Estaba más emocionado que Margarito pues siempre había deseado conocer la tierra de sus ancestros. Su madre había emigrado a nuestro país en busca de una mejor forma de vida. Habían acordado ambos que antes de llegar a su destino pasarían a Asturias donde el ahora guía de mi amigo tenía algunos parientes con los cuales no mantenía ninguna correspondencia. Llevaba algunas cartas que le había dejado su madre para tratar de localizar a su familia. Para él era una oportunidad única ese viaje, tal parecía que lo que le llevaba ahí era un asunto secundario.
    Antes de la fecha de su partida conocimos a su esposa, tenía una linda niña, de unos 8 años de edad, a la que abrazaba con mucho cariño. La mujer era muy agradable, simpatizó de inmediato con mi esposa y quedó en visitarnos con frecuencia para estar al tanto de las noticias del viaje de ambos.

    Margarito me mostró un paquete de papeles que llevaba, eran cartas escritas casi tres siglos atrás, cartas dirigidas los parientes que habían quedado allá. Manuscritas, algunas poco legibles ya, con el tono de la tinta deteriorada por el tiempo, pero que, a pesar de los años pasados, mantenían la fuerza del mensaje con que fueron redactadas. Todos los destinatarios ya estaban muertos, los lectores que las tendrían en su poder, seguramente, no encontrarían un punto de identidad entre sus vidas y las cuitas y sentimientos contenidas en ellas, quizá al leerlas se emocionarían un poco con esa voz tardía que jamás llegó a los seres amados que murieron esperando tener noticias de ellos.



    Évano.


    Escritor coautor del relato.


    Hubieron de hacer transbordo en Madrid para dirigirse a Oviedo, el único aeropuerto de Asturias y el más cercano a León. El Asturiano viajó de Madrid a Oviedo con la cara pegada a la ventanilla. Deseaba observar desde el aire la tierra de sus ancestros, pero solo de vez en cuando, un claro entra las espesas nubes, mostraba las altas y nevadas montañas. Al llegar al Mar Cantábrico, el avión viró ciento ochenta grados y aterrizó entre la llovizna que caía, ese sirimiri adherido a los astures, gente acostumbrada a soportar meses y meses a esa cansina lluvia entre la niebla y el frío.

    Alquilaron un coche allí mismo y dejaron atrás al tenebroso Oviedo, y a los pueblos de olor y color de hollín, mientras ascendían el Puerto de Pajares en dirección a León. En mitad de la gran montaña se hallaba una aldea próxima a Mieres, pueblo antaño grande y fructífero, como todos los de la zona, gracias a la minería del carbón, hoy abandonada.

    Se desviaron por un camino de tierra embarrada que ascendía zigzagueante entre los innumerables robles, ensombrecidos por la oscuridad del día. Les habían advertido que no valía la pena desviarse hasta allá, que todas las pequeñas aldeas estaban abandonadas hacía muchísimo tiempo. Pero aún así, Margarito, por contentar a su empleado, quiso comprobarlo por sus propios ojos. Al llegar a la aldea de los antepasado de el Asturiano, miraron apesadumbrados las casas de piedra cubiertas por la hiedra, con sus muchos tejados derruidos. En las calles crecían libremente las hierbas y no se oía más que el rumor del agua débil cayendo.

    Salieron del vehículo y se abrocharon los abrigos, dos grandes chaquetones, que les llegaban hasta las rodillas, con solapas en el cuello que se levantaban para abrigar a este. Sonrieron, ya que parecían dos espías de mitad del siglo pasado. Pero rápidamente, al volver a mirar a la desolada aldea, los rostros entristecieron. No había tiempo que perder y nada que hacer allí. Ni un solo habitante, como les dijeron. Inútil fue preguntar por los parientes del Asturiano ni de ningún otro. Más de cincuenta años después de que se marchara y muriera el último aldeano, no volvió ninguno; unos emigraron a francia, Alemania o Suiza. Otros a Latinoamérica.

    Se montarse en el vehículo y retomaron la carretera del Puerto de Pajares.

    La distancia que les separaba de la comarca de Omaña a penas arribaba a ochenta kilómetros, pero la empinadísima carretera, el aguanieve de esta, la poca visibilidad y algún camión lento, los retrasó tanto que les vino la noche. En el alto del puerto se les taparon los oídos por el cambio brusco de alturas. En muy poco espacio subieron más de dos mil metros para volver a bajar a mil, y otra vez a subir, y a bajar. Ninguna población en el camino.

    Al llegar a la provincia de León cesó de lloviznar y se dieron cuenta que, de pronto, como si hubieran trazado una separación con una regla enorme, los árboles de un lado eran de un verde seco mientras los del otro lucían el verde húmedo de Asturias.

    Se desviaron por un sendero aún más estrecho, sin pintura en el asfalto ni arcén, y pasaron varios pueblecitos con a penas cuatro luces saliendo de las ventanas. Al llegar a Riello, el ahora cabeza de municipio, se detuvieron ante el letrero de un bar. Era el único establecimiento que habían visto desde Oviedo. Bajaron del vehículo con la sensación de haber descargado de sus espaldas todas las montañas del mundo.

    A pesar de ser el único bar en tantísimos kilómetros, solo había un camarero gordo y bajito, pero fuerte, aunque viejo. Los dos se sorprendieron por su camiseta de mangas cortas.

    —Buenas noches, señor —dijo Margarito mientras el Asturiano reafirmaba las buenas noches.

    —Buenas noches, señores. ¿Se han perdido, verdad? —aseveró apoyando los codos tras una barra de madera carcomida y desconchada.

    —No, venimos a esta comarca, a preguntar por unos antiguos familiares, y a ver, cómo no, la tierra de mis antepasados —contestó Margarito, mirando de reojo las cuatro mesas de mármol rajado y los estantes con unas cuantas botellas de licor. Él mismo tenía más bebida en el mueble bar de su casa.

    —Y tan antiguos deben ser esos familiares, porque poca gente queda por aquí, y los pocos que quedan tienen un pie en "el otro valle". Pero pregunten, que lo que yo sepa lo sabrán ustedes. Este tasca lleva toda la vida conmigo, y por aquí han pasado todos los habitantes de estas aldeas desparramadas. Menos para despedirse, para eso no pasaron, no fuera que les reclamaran las deudas.

    Se sentaron los tres en una de las mesas de mármol rajado, con una botella de orujo y unas cortezas de tocino. El tabernero se sorprendió cuando Margarito le preguntó por personas de casi tres siglos atrás.

    —¡Ahí va la Virgen! —exclamó Ovidio, el tabernero, mientras bebía de golpe su copa y la dejaba con fuerza en la mesa— Me está usted preguntando por gente que vivía cuando vino la desgracia a estos montes. A partir de entonces esto no levantó cabeza. Y ahora ni se molesten, las cientos de aldeas que hay repartidas a lo largo y ancho de estos fríos montes no albergan a nadie. En alguna hay unos o dos, pero no saben nada de aquellos tiempos, y si van a estas horas, lo más probable es que le peguen un par de tiros. Entiéndanlo, viven solos todo el santo año, aquí no viene ni Dios. Yo aun, cada dos o tres días, veo algunos de paso, como ustedes.

    Cuando le preguntaron por un hotel donde pasar la noche, el tabernero se rió a carcajadas y les ofreció su casa, no fueran a matarse por las carreteras heladas, que la capital quedaba muy lejos y era la única con hoteles . Margarito le preguntó si le traía a cuenta abrir el negocio, por lo que Ovidio volvió a reír mientras le decía que allí, si no acudía ni Dios, menos lo harían los de hacienda; y qué iba hacer, tenía setenta años y adónde iba ya. Si viene alguien, como ustedes, por lo menos hablo con ellos y no estoy solo siempre.

    Cerraron el local y marcharon a la casa de Ovidio. No hubieron de ir muy lejos, sino a la planta de arriba. Les prometió que por la mañana los acompañaría a visitar a un anciano que vivía en el Valle Chico, uno de los cuatro valles que conformaban la comarca de Omaña. Era un hombre solitario de montaña, huraño, pero muy aficionado a la historia del lugar y sociable. Él sabría informarles mejor, les dijo, volviéndose a reír ante la pregunta de si no debía abrir el negocio ese día.

    Al amanecer despertaron y disfrutaron de un tazón de leche con rebanadas de grandes hogazas de pan con mantequilla y miel de monte, bastante espesa. Los alimentos eran caseros. Al dueño del bar y del hotel circunstancial, le sobraban tantas horas que se dedicaba también a estas tareas.

    Caminaron, pues el deseo de Margarito era disfrutar tranquilamente de aquellas tierras de alta montaña. Ovidio le repitió que había un buen trecho hasta la casa del anciano, casi diez kilómetros, y eso atajando por los senderos de antaño. Pero Margarito no cedió ante las ganas de dar un largo paseo.

    Al llegar a la primera cima, que se hallaba invadida de la niebla matinal, la del norte del pueblo de Riello, vieron que el día despertaba como si retirara lentamente una inmensa sábana blanca. Ante ellos, una vez la luz se adueñó de los horizontes, las montañas se mostraron de tal manera y en tal número que se sintieron empequeñecidos. Los cielos los recorrían milanos y cigüeñas tan diminutos como ellos. Berridos de corzos, mugidos de vacas y toros; relinchos de caballos, cacareos de gallos revoltosos y un sinfín de ruidillos los acompañaban mientras subían y bajaban laderas entre innumerables robles adornados de líquenes, fresnos, manzanos, cerezos, nogales; y los álamos, alisos, sauces, paleros y multitud de flora de las riberas. El Asturiano y Margarito caminaban sorprendidos, tanto porque todavía quedaran sitios de tan vivo hábitat en la vieja europa como por la ligereza del viejo Ovidio en el andar, pese a la cojera de su pierna izquierda.

    La mañana calentaba los entornos de los bosques, por lo que pasear era agradable y triste a la vez. Triste porque las aldeas que se encontraban por el camino estaban despobladas. Grandes caserones de anchas paredes, construidas con piedras, cantos rodados y pizarra para los tejados, estaban recubiertas por hiedras y plantas enredaderas, lo que les otorgaba un aire fantasmal. Muchas se habían derruido con el paso de los años, arrojando parte de sus piedras a unas calles de hierbas y barros, como en muchas aldeas asturianas que vieron.

    Arribaron al Valle Chico, a una casa junto a un río truchero de aguas cantarinas, claras y gélidas. En la puerta de ella, sentado en un trozo de tronco de árbol talado, un anciano, de largas barbas canas y rizadas, oteaba las montañas del alrededor y parecía meditar, tanto que los visitantes creyeron que no los había visto.

    El anciano les invitó a orujo de hierbas fabricado por él, y les explicó amablemente la historia de aquellos lugares, una mezcla de leyendas y verdades, como les advirtió, pero nadie más les podría explicar más, debido a que, después de tres siglos, y casi sin documentos, la historia pasó de boca en boca a través de los años, de las pocas bocas que iban quedando hasta hoy, donde ya no habían más oídos que recogieran la historia.

    Hace trescientos años —narraba el anciano de barbas blancas—, en aquellos parajes se convivía más o menos tranquilamente, aunque eran muy muy pobres, como el resto de España; un imperio donde nunca se ponía el sol, pero donde su gente vivía en la sombra. Las enormes riquezas que se expoliaban en América se gastaban en los enormes ejércitos, en armarlos de cañones, barcos, armas... Se despilfarraban las riquezas robadas en las interminables Cruzadas contra los infieles de Tierra Santa, en mantener el reino de Nápoles, Holanda, Filipinas, las Américas, en las cortes y las guerras contra franceses, portugueses e ingleses. Era tanto oro lo que necesitaba el vasto imperio que ni las migajas llegaban a los ciudadanos de a pie. Ya no es que no llegara nada, sino que se obligaba a jóvenes y hombres a alistarse para luchar en la infinidad de frentes abiertos mientras se machacaba con impuestos a los tullidos, viejos, mujeres y los sinvergüenzas, que eran los que quedaban al mano de ciudades, pueblos y aldeas. El reino de España era un gigante con pies de alambre —les aseguró el anciano mientras volvía a rellenar los vasos de orujo y veía los ojos achispados de los extranjeros ante los más de cuarenta grados de alcohol que poseía la bebida.

    De esa debilidad —prosiguió narrando el anciano— se percató el conde de Luna, señor de las tierras que limitaban con Asturias y Cantabria, al Norte, tierras donde marqueses y condes eran afines al ambicioso señor del condado de Luna. El rey de España, alertado por sus espías, y ante el enorme riesgo del crecer de tan peligroso noble, otorgó a su Mayordomo, el Marqués de Quiñones, el señorío de Inicio, este en el que estamos —señaló el anciano extendiendo su brazo a los alrededores—. Los mayordomos eran nobles, los de mayor confianza del rey, para evitar envenenamientos y traiciones. A este señorío lo libró de impuestos, al creer que, dotándolo de más capital, contendría en su flanco sur, al conde de Luna. En el flanco del Norte y del este regaló una franja enorme al duque de Alba, su mejor aliado, y digo bien, aliado, pues tal era el poder del duque de Alba y de sus ejércitos, amén de los títulos nobiliarios que poseía, más que los mismísimos reyes de Europa. El duque era el único capaz de hacer frente a la alianza que se estaba forjando entre el Conde de Luna, astures y cántabros, además, según los espías, de algunos reinos germanos que los apoyaban. El rey sabía que no debía menospreciar a tan poderosa alianza, fueron ellos los héroes de la reconquista de la península ibérica a los árabes.

    Margarito, Ovidio y el asturiano escuchaban con atención, sentados en unos troncos a las puertas de la casa de piedra, mientras proseguía el anciano.

    Aun así, el rey de España no estaba seguro de frenar al conde. Una revuelta interna en su reino sería su fin, y la del imperio, por lo que rogó la ayuda al Papa de Roma, sabedor que este eran enemigo del conde de Luna por la leyenda de hereje que lo rodeaba. El Papa mandó al frente del obispado de Oviedo a un cardenal con fama de mano de hierro, y, junto al obispado, las tierras fronterizas con el condado de Luna y Asturias. Asimismo, otorgó al obispo de Astorga las tierras del Oeste y puso a la Orden de los Templarios de Ponferrada bajo su mando. Cercaba así el rey al poderoso y temible conde de Luna. Desechó la idea de atacarlo, la orografía del terreno y las temibles tropas del conde de Luna diezmarían demasiado las fuerzas del imperio, ya enfrascadas en muchos frentes a la vez.

    El conde de Luna necesitaba oro, muchísimo, para comprar mercenarios que rompieran las barreras del duque de Alba; las del Papa eran intocables, de momento, porque, estaba seguro que, si atacaba los obispados de Astorga y Oviedo, se les echaría encima toda la europa católica .

    La jugada que tenía en mente el conde traidor estaba bien estudiada. Para ganarse la confianza del Rey le ofreció a este un pequeño ejército formado por los primogénitos del señorío de Inicio. De esa manera mantenía sus tropas y debilitaba a un Marqués de Inicio que no tuvo más opción que ser su títere. El señorío de Inicio estaba en medio del condado de Luna, por lo tanto era casi imposible ayudarlo. El rey aceptó a los soldados y los embarcó en las calaveras Duque de Medinacelli, conde de Vergara y conde de Luna, nombre que pensó que rebajaría las tensiones.

    Las familias de los soldados, todas las del señorío de Inicio, serían exterminadas si no robaban el oro de México perteneciente al rey y se lo daban a él. Si alguno hablaba o se quedaban en tierras de ultramar disfrutando del oro, igualmente arrasaría el señorío de Inicio. De esta manera, el conde de Luna debilitaba al rey y se fortalecería con cientos de millares de mercenarios comprados a los ejércitos europeos, que a su vez se debilitarían. Si todo salía bien, Europa sería suya y de sus aliados, de momento, porque a ellos, a sus aliados, también les tocaría el turno de rendirse ante él.

    Margarito, llegado a este punto de la historia, se temió lo peor. Sabía que el oro todavía estaba en México, por lo que las familias del señorío habrían sido aniquiladas. El anciano se lo confirmaría.

    Al rey de España le robaron el oro, pero nadie sabe dónde está. Tampoco llegó a las manos del conde Luna, por lo que este mandó quemar a toda la población en hogueras gigantes. Ante tamaña crueldad, sus aliados astures y cántabros, apoyaron al rey de España y lograron derrotar al malvado conde.

    Y esa es la historia, amigos, de esta desgraciada tierra. Ahora quedan los nombres de los pueblos de aquellos entonces, como Mora de Luna, Otero de Luna, Trascastro de Luna, Oterico de Alba y muchísimos más.

    —Y no quedaron supervivientes —preguntó Margarito.

    —El exterminio fue atroz, a penas unas decenas lograron sobrevivir escondidos en lo profundo de las antiguas minas donde los romanos buscaron oro, metal que descubrirían a unos cincuenta kilómetros, en Ponferrada. El imperio romano se abasteció con ese oro durante siglos.

    —¿Y los descendientes... serán ustedes, los pocos que viven ahora por aquí?

    —Ya lo ha dicho usted, los poquísimos que quedamos aquí. Antes éramos algunos más, pero emigraron por todo el mundo en busca de mejores condiciones de vida, salarios y unos parajes menos inhóspitos para vivir.

    —¿Usted qué piensa si... si ese oro hubiese llegado a manos del conde de Luna... qué piensa que hubiese ocurrido? —preguntó Margarito, con curiosidad?

    —Pues no sé qué decirle —meditó el anciano mientras apuraba su copa antes de contestar—. Si ese hombre se hubiera hecho con el oro hubiera conquistado el imperio español, y luego Europa, casi sin duda. Quizá viviéramos ahora en el mismísimo infierno, porque lo que cuentan de aquel conde es horrendo, espeluznante. Dicen que su castillo estaba encima de mazmorras de donde surgían alaridos y gritos que llegaban a las aldeas cercanas; que mandaba traer a los banquetes a cualquier desgraciado y se lo comían vivo, y si alguien le daba asco o no quería, era él el comido. En fin, esas historias mejor no contarlas, ni imaginarlas siquiera.

    Se despidieron del amable anciano y marcharon de vuelta al bar de Ovidio, callados, pensando en las barbaridades que el hombre comete.

    Margarito y el Asturiano permanecieron durante un par de semanas en la comarca de Omaña, anotando los escasos nombres de los que allí vivían. Les contaba que quería encontrar, si los tuviesen, a los familiares que tenían repartidos por el mundo. Casi todos le dijeron en broma que si no se daba prisa en encontrarlos, no habría a nadie que se alegrara.

    De vuelta a México, Margarito continuaba imaginando qué hubiese ocurrido si aquellos primogénitos, aquellos soldados chantajeados, hubiesen conseguido entregar el oro al Conde de Luna. Pensó que a lo mejor, con tanto dinero en sus manos, los soldados hubiesen derrotado al conde de Luna y hubiesen creado bienestar para la gente del señorío de Inicio, para la gente de todas aquellas tierras y, por qué no, para todas las de León. Todo esto pensaba mientras el avión aterrizaba en Ciudad de México.





    Cartas abiertas para cuando llegue el tiempo

    Melquiades San Juan


    Hay una cosa que une profundamente las almas de Marian y Gerardo, el marido de Josefa, y esta es que ambos aman navegar en la quietud de los instantes perdidos. Josefina no, ella es un ser que se mueve a propulsión a chorro, cuando ella tiene espacios libres prefiere hacer cualquier otra cosa artificiosa o estridente antes que echarse en el diván y ponerse a escuchar música o a escuchar la lectura en voz alta que hace Gerardo de alguna novela vieja o de algunos poemas. Gerardo y Marian son en ese sentido como dos almas gemelas, circundantes y diáfanas entre sí. Entre Josefa y Marian existe otro tipo de relación muy íntima, Josefa tiene en ella la compañera perfecta, Marian la escucha y la sigue a todos lados, le da la opinión de "experta en Josefa" para escoger prendas o cualquier souvenir que le guste. "Te vas a arrepentir, lo sé. Te va pero no es lo tuyo" "ese te sienta que... ni soñado". Es como su espejo particular. Josefina paga la cuota de esa maravillosa amistad atendiendo a todos las aficiones esotéricas y místicas de su amiga. Cuando Gerardo y Marian se echan sobre el largo diván para escuchar música relajante o para escuchar la lectura de un libro, Josefina saca su estación termo nuclear de la biblioteca y se va a darle la lata del mundo a Joaquina, la muchacha que le ayuda en las labores domésticas. Las dos son amigas desde la adolescencia, la vida de ambas sucedió tal como lo decía el "Tarot de los Gitanos", que siempre fue la especialidad de Marian. Una de ellas hallaría al amor de su vida y la otra sería siempre su alma gemela en toda ocasión. Así las cosas. Sin embargo hay cierto tipo de traiciones entre ambos, luego Gerardo no quiere que Josefa inmiscuya a Marian en ciertos asuntos. Sucede en los por los pueblos, Gerardo quiere ir solo con Jose, pero josefina no va si Marian no la acompaña. "Anda en esos días bajos" "Necesito sacarla de su depre..." Ambos la quieren mucho, y eso basta para que el viaje se vuelva una jornada de apapachos para la amiga consentida.

    Cuando sucedió el asunto de Margarito, Gerardo pidió a su mujer que evitara a toda costa decirle a Marian o a las amigas del Club del Jen Shiu sobre el asunto. Fue una discusión como nunca se había dado antes en la pareja. Poco faltó para que llegaran a un fuerte disgusto.

    —Entiende mujer, si Marian cuenta a medio mundo sobre este asunto quién sabe en qué pare. Hay leyes sobre los tesoros nacionales, sabes. Si el gobierno llega a enterarse del asunto confisca todo si no hay denuncia, y si lo informas él se queda con todo y te da solo una gratificación ridícula, y ya sabes cómo usan esas cosas; los políticos ven a los bienes de la nación como sus bienes personales.

    —Si yo le digo a Marian que cierre la boca la cierra. Pídeselo tú, ayúdame, yo necesito platicar con alguien de confianza y ese alguien es Marian. No puedo con eso yo sola. Le advertiré que a la primera palabra se acabó la amistad. Callará, ten confianza en ella, callará si se lo pedimos.

    El día que le contaron a la amiga de todo el asunto ella cambiaba de color por la emoción. Gerardo se dio cuenta que el asunto del oro a Marian no le importaba en lo más mínimo. Ella era experta en lo esotérico, los espíritus, la liberación de las almas. Ese era el tesoro para ella, lo demás no importaba. Antes del regreso de Margarito y el Asturiano, ella, ya tenía un plan para poner en "armonía" todo ese universo en desequilibrio. La condicionaron. Sería ella la encargada de todos los rituales que se requirieran pero si mantenía todo en absoluto secreto, de lo contrario ocuparían a un tal "Vernus Nostradamus" que se anunciaba en la televisión y que era conocido por el Asturiano, pues era asiduo cliente del hotel. O a una tal "Madame Gaunus" de la que se decía era la guardiana de muchos personajes famosos. La noticia causó un efecto tal en Marian que a diario tenía sueños y revelaciones. Llamados, caminos... sus dones místicos se habían abierto con tal plenitud que les contó que casi todas las noches flotaba por la serranía aquella y miraba todo lo que ahí había sucedido. Sus cambios de ánimo desaparecieron y a menudo dejaba de poner atención en la lectura, quitaba la música y le pedía a Gerardo que estuviera atento de ella mientras se desprendía del cuerpo para dejar salir su esencia completamente. Se perdía completamente. En una de esas ocasiones sucedió algo que verdaderamente espantó a Gerardo, se quedó completamente flacida y luego de un tiempo se puso toda fría. Gerardo la llamaba a gritos, la agitaba, incluso la abofeteó y ella no despertaba. Al escuchar los gritos de Gerardo acudió Jose apresuradamente. No vuelve
    —le dijo—, se nos va o se nos muere. Josefina empezó a llorar muy fuerte, era un llanto desgarrador, se ahogaba en cada gemido; el rostro se le deformó por las contracciones y se tiñó casi de un rojo púrpura.

    ¡Mariannn!
    —gritaba—, hermanita, vuelve, no nos dejes solos, te queremos, te adoramos, eres mucho para nosotros. Yo no podría vivir sin ti Marian, me quedaría muy sola, sola, sin nadie con quien compartir toda mi vida.

    El cuerpo seguía frío, se amorataba, Gerardo había ido a llamar a una ambulancia. Cuando volvió notó que el pulso había desaparecido.

    La dieron por muerta, en medio de su desolación se escuchó la voz de Joaquina, serena y grave. Era en la lengua de su lugar de origen, una comunidad autóctona de la sierra del estado de Veracruz.

    Hommellohua, Taski lmalacttli
    Homellohua, Tuskse eacatli nia
    Ayouannani Textla, Ameyouhani


    Caminaba como un sonámbulo, con las palmas de las manos abriéndose paso en una bruma imaginaria. Avanzaba repitiendo suave y amorosamente las mismas palabras. Su rostro completamente relajado. Con una sonrisa amorosa dibujada en él. Llegó al pie del diván y se arrodillo frente al cuerpo de Marian. Gerardo y Josefina estaban muy tranquilos, era esa voz, o esas palabras; ella había dejado de llorar.

    Eutbuana etl
    -dijo directamente al rostro de Marian.​

    Algo sucedió, la piel volvía a adquirir la coloración, de por sí muy blanca, de la mujer. Luego, para asombro de todos, ella empezó a responderle en la misma lengua. Extraño, Marian no era originaria de este país, su sangre, sus genes nada tenían que ver con ninguna de estas etnias, ella era descendía de migrantes austrohúngaros.
    —Hella huelallatl —decía Joaquina.
    Huellalatl.

    —Tohansi teuscalli —respondía Marian.

    —Huellalatl —reafirmaba Joaquina, amorosamente.

    Le tomó las manos y le ayudó a sentarse. Marian continuaba con los ojos cerrados, ahora su rostro reflejaba una serenidad que nunca se le había conocido.

    El ulular de las sirenas se dejó escuchar lejana. Jose se levantó como impulsada por un resorte y corrió para abrir la puerta.

    Cuando el servicio médico llegó a la habitación, Mariana ya estaba de pié y sonreía. Irradiaba una especie de paz. Gerardo la abrazó con fuerza y la llenó de besos y de palabras cariñosas. Los médicos le pidieron que se sentara en el diván para tomar sus signos vitales y otras cosas.
    —Dígame su nombre

    —Mary Ann...

    —Su estado civil

    —Sola

    —Tiene algún familiar a quién llamar en caso de emergencia

    —Josefina Y Gerard, ellos, señaló con el dedo.

    Cuando terminó la revisión, el médico le recomendó hacerse unos estudios para ver las causas del desmayo. Joaquina ya había desaparecido. Josefina la abrazaba: "quédate aquí, te cuidaremos, te queremos, nosotros somos tu familia".

    Mariana se dejó abrazar y compartió las manifestaciones de afecto. Era raro, sentían como si ella no fuera ya la misma persona, se mostraba muy tranquila y dejaba sentir mucha seguridad en sí misma.



    ***

    Los días que siguieron al viaje fueron de mucha reflexión. Margarito se dejaba ver taciturno y desanimado. El proyecto que traía entre manos le había sido inducido por sus padres como una obsesión, tal como también se la impusieron a ellos, y así, a las anteriores generaciones de sus ancestros. Una tras otra generación tuvo en mente como fin de vida llevar esos tesoros a su tierra natal. Varios intentos fallidos sucedieron en los cuales estuvieron a punto de poner en manos de la gente indebida esa enorme fortuna, por suerte, en cada oportunidad el oro pudo ser protegido, incluso a costa de sus propias vidas.

    —Mire usted —decía Gerardo a Margarito— lo que es la vida. Siempre ha sido así, la relación de los poderosos y el hombre común. Antes justificaban y sentían como su derecho el disponer de vidas y haciendas porque existía la creencia de que eran una casta divina, designada por una voluntad suprema para disponer a voluntad de todo cuanto se consideraba riqueza. Hoy que eso ha sido superado utilizan nuevos argumentos para hacer los mismo, el caso es que siempre hay núcleos privilegiados y las muchedumbres de seres que tienen dificultades para conseguir una vida digna para ellos y sus familias.

    Margarito callaba, escuchaba pero continuaba pensativo, como si su mente estuviera en otro lugar.

    El Asturiano escuchaba sin decir nada. Miraba a Gerardo con ánimos de contradecirle o, al menos, corregirle; era un hombre muy religioso, así lo había educado su madre, quería decir que entonces de quién sino de la voluntad divina venía la voluntad que rige a todos los hombres. No era un hombre de muchas luces ni de mucha cultura, era eso sí, muy hecho para desempeñar bien todas las encomiendas que sus empleadores le encargaran. Así había sido criado desde niño. Su madre se lo repetía todos los días a la hora del desayuno:
    "Hijo, demos gracias a Dios por este pan y por tener quién nos permita ganarlo de su hacienda empleándonos. Honrémosle sirviéndole con lealtad, conquistemos su confianza demostrándole todos los días que somos merecedores de ella". Era tal su formación de servidor que, antes de hacer el viaje acompañando a Margarito, fue a visitar a sus antiguos patrones para informarles, a manera de solicitar su "bendición", del viaje que habría de hacer. Bueno es decir que fue cosa muy complicada para él informarles que dejaba el empleo porque le habían ofrecido uno mejor pagado. Difícil le había sido soportar la mirada recriminadora de sus antiguos patrones. Dudó de continuar con el proceso de terminar la relación laboral antes de abandonar la oficina, a flor de labios, desde el fondo de su alma brotaba el deseo ardiente de pedir perdón, de decirles que siempre no, que le diría a su nuevo empleador que no podría trabajar con él porque ese había sido su trabajo desde adolescente, desde el día aquél en que su madre lo vistió meticulosa y pulcramente para llevarlo con ella a hablar con los señores y pedirles un empleo.

    Si esa era la fijación como conducta de vida de el Asturiano, la de atender al deseo de sus ancestros por llevar el tesoro a su lugar de origen era la de Margarito.

    Para Josefina, el propósito carecía de sentido común. Realizar una proeza tan arriesgada para poner en manos de un noble y sus caprichos un caudal que bien podría utilizarse en mejores fines no tenía ningún sentido. Ah, sus luchas de siempre para evadir al fisco eran batallas de tal convicción, como las de el Asturiano en ser un buen sirviente, o de Margarito por cumplir con la encomienda de sus ancestros.

    La que parecía ajena a todas esas charlas vespertinas era Marian, escuchaba a todos y meditaba, su mente parecía estar en un sitio lejano. Desde el incidente, entre ella y Joaquina se había establecido una poderosa relación que inquietaba a Josefina, sentía que estaba perdiendo a su amiga de la infancia, su mejor amiga, su otro yo, de alguna manera.

    En los días siguientes se agotó como materia de conversación el asunto de hacer una realidad la encomienda de Margarito. Los resultados del viaje no dieron los frutos esperados, no obstante, alguna solución debía hallar el interesado principal para dar cumplimiento a esta misión suya. Una mañana Gerardo recibió una llamada de su amigo, le informaba que se volvía a su pueblo a ver cómo estaban sus cosas, y a pensar tranquilamente, rodeado de sus montañas y vallecillos lo qué podía hacer para sacar adelante su propósito. El Asturiano se encargaría de recoger el vestuario adquirido para el viaje, él se regresaría con su indumentaria de siempre, pues no tenía la intención de llamar la atención a su paso por el pueblo, ellos no dejarían pasar nada fuera de lo normal y le harían muchas preguntas, las que no le preocupaban, lo más preocupante sería generar una serie de especulaciones e ideas en esa gente que a falta de otras cosas en qué ocupar su vida eran capaces de reinventar el evangelio. Le confió que pronto lo volvería a llamar para hacer llegar por su conducto las monedas de oro suficientes para que el Asturiano iniciara un negocio personal, tal como lo había sugerido su propia esposa.

    Le encargaba también el legajo de cartas manuscritas que esperaba entregar, de alguna forma, a los descendientes de sus autores para cumplir también ese anhelo.

    Marian se había hecho de todo ese legajo de cartas, por las tardes se encerraba en la biblioteca de su casa, pese al notable cambio operado en ella luego de la inexplicable experiencia vivida en casa de sus amigos, ella seguía siendo una persona extremadamente sensible, cada uno de los escritos le provocó una profunda impresión en el alma, las voces guardadas en ellas eran clamores, más que mensajes habituales, era el lenguaje de la desesperación de seres que se sentían desterrados, por la necesidad o por una voluntad ajena a la suya, a un sitio donde la muerte era la única puerta que parecía abierta todos los días, por un lado el insistente acoso de los nativos de la tierra que los combatían desesperadamente, conscientes de que ellos significaban la destrucción de su mundo, y de las fuerzas realistas, las de los suyos, que los combatían como resultado de las disputas regionales entre los poderosos señores de sus lugares de origen.
    Las frases más recurrentes eran: "los recuerdo todo el tiempo", "espero salir de esta para verlos de nuevo", "ruego a la Virgen que mis padres tengan salud", "esperamos tener éxito para alcanzar la costa y volver". Preguntando por los hijos, los sobrinos, los animales con que realizaban las faenas diarias. En la mente de Marian se dibujaba el mundo de esa época, sin escape posible a la voluntad de sus Señores. Las lágrimas desaparecieron y vinieron los sueños extraños, esos despertares explosivos, como si se fugara de una realidad despreciable. Ella, como soñadora, tenía el recurso de despertar de una pesadilla; aquellos hombres no, ellos debían vivir su realidad hasta que la realidad se extinguiera con la vida.

    Esas experiencias le llevaron a la firme convicción de apoyar a Margarito en la consecución de su "misión" personal, puesto que era una encomienda de esos seres a los que no consideraba inanimados sino inmateriales, latentes de alguna forma...


    El Ave de las Tempestades



    Mary Ann Musil recorría canturrando, mientras ensayaba una de esas extrañas danzas infantiles, los largos pasillos de la vieja casa coyoacanense que sus abuelos habían adquirido para albergar a toda la familia. Muchos hombres adultos y una sola niña eran una pésima combinación para personas que intentaban cicatrizar sus heridas y rehacer su vida lejos de una patria que ya había desaparecido. La habitación misterio era la de su abuelo, inválido por lesiones de guerra. De repente de la habitación surgían gritos de desesperación y sus tías corrían a atender al abuelo, lo dormían, era la única forma de exorcizar a sus fantasmas. El abuelo falleció por fin en esa misteriosa habitación pero sus fantasmas no se fueron del todo. Cada uno de los miembros de la familia heredó en su alma los horrores vividos durante la Gran Guerra Continental de los Treinta Años del Siglo XX: 1914 -1945, en sus capítulos I y II.

    Unos lacerados en el cuerpo, como su abuelo, y otros en el alma, comos su madre, tías y tíos. Tras la larga agonía del anciano patriarca, a quién jamás pudo ver de cerca por las prevenciones establecidas por sus mayores para protegerla o resguardarla de las visiones de su tortura, siguieron las de las mujeres mayores de la familia. Las tardes eran propicias para las sesiones espiritistas para hablar con los parientes desaparecidos. Muerto el abuelo el hábito de claustro no desapareció en la casa. Todo bullicio estaba prohibido, condenado. A menudo, en las reprensiones por su desobediencia que interrumpía la quietud hogareña o alguna sesión, la llegaron a nombrar "el ave de las tempestades", aunque era apenas una avecilla con las necesidades propias de todo cachorro de ser vivo de salir a trotar, brincar y saltar por cualquier rumbo. La niña Marian sufrió a menudo el destierro de los espacios de la casa, las tías la sacaban al enorme patio para que ahí hiciera los ruidos y cabriolas que se le antojaran. Un perro hubiera sido ideal para las correrías infantiles pero sus ladridos y sus afectos serían talvez una molestia para una familia que ansiaba el refugio de la introspección como cura a sus recuerdos. Los hombres de la familia se sumergían profundamente en las complejidades de la empresa de ferretería que servía para mantener a la familia, tal devoción masculina por los números y los balances de bodegas llevó a hacer un negocio líder en su ramo. Nunca se casaron, jamás tomaron un viaje porque viajar significaba tener espacios libres para recordar y recordar derrumbaba sus almas.

    Marian hablaba sola en sus paseos por los altos pinos del patio de su casa. Encontró un lugar maravilloso allá al fondo, donde yacían en vertical los restos de un grueso roble: banca, cama, burrito saltarín;
    Brinco que te brinco burrito saltarín...
    Lero lero lero el muro está primero...
    Lero lero lan, los tontos se caerán...


    Cantaba y brincaba, luego miraba hacia atrás y se burlaba del imaginario amiguito de juegos que no había podido salvar el obstáculo acostado. También lloraba, se le ponían rojas las mejillas cuando caía en el intento de saltar al burro y se quejaba de las burlas de su amiguito invisible. Las horas pasaban y ella dejó de esperar que desde la casa surgiera el llamado a comer o a merendar. Las tripas se rebelaban en sus entrañas pero ella sabía cómo atemperar sus acosos. Actuaba, establecía diálogos infantiles con sus tripas. Ofrecía recompensas deliciosas, caramelos, natillas, pastelillos, a quien (las tripas) supiera esperar el momento preciso para un opíparo banquete.

    Una de esas tardes una voz respondió a sus monólogos, o digamos diálogos virtuales. Rositas y bromas se dejaban escuchar del otro lado de muro. Después apareció una cabecita risueña.
    —¿Cómo te llamas?

    Silencio del lado austrohúngaro.

    —¿Te comió la lengua el ratón?...

    Quiso salir corriendo rumbo a la casa pero recordó que esa puerta la mayor parte de veces no se abría. Habría —pensó— que desafiar a la pequeña intrusa.

    La intrusa era persistente, acudía a participar con risas y comentarios a las rutinas de su amiguita.

    —No le hagas caso —parecía decirle a su amiguito invisible— está loca, no le hagas caso.

    Sentada sobre el muro, la pequeña intrusa rompía las solemnes rutinas de su nueva amiga.

    De repente "la molestia" dio un inesperado salto dentro de su territorio y le arrancó un grito de espanto. Hubo golpes en la espinilla y las rodillas, los quejidos de la intrusa despertaron la solidaridad de la invadida.
    Maravillosa edad esa en que el cuerpo se recupera tras breves segundos de sus dolencias menores. Luego de "sanar" de la caída, la dificultad de socializar de la invadida se fragmentó.
    Luego vino la seducción a la vagancia: —Vente, vamos a comprarnos un helado aquí a la vuelta.

    La vecinita intrusa pateó con tanta fuerza la puerta que las mujeres no tuvieron más remedio que abrir la puerta. Una vez abierta esta, la pequeña intrusa buscó la puerta de salida a la calle.

    —¡Ábrenos! —le ordenó a la sorprendida mujer sin darle tiempo a reaccionar. Salieron a la calle corriendo mientras Marian le decía a su parienta: "ahorita vuelvo".

    Allá en la fuente de sodas Josefina se curaba los raspones como se curan en la infancia: echándole trocitos de nieve de limón hasta que resbale como agua y deje esa capa cartilaginosa y azucarada protegiendo las huellas de la batalla con los cachetes de las calles o banquetas.

    A partir de esa tarde las visitas de Jose a la casona de esas mujeres raras que se la pasaban encerradas todo el tiempo se hizo una hábito, tocaba y tocaba hasta que le habrían la puerta y no aceptaba un no por respuesta.

    —Ahí está, la vi por la barda de mi casa —les rebatía.

    Marian aprendió a andar en patines y bicicleta. Aprendió a pronunciar bien el español y a decir linduras como cabrón, pinche y la más recurrente de todas: buey. Lo que para las tías fue intromisión en un principio terminó siendo una bendición. Marian obtenía permiso hasta para quedarse a dormir en la casa de Josefina.
    Desayunaba, comía y cenaba ahí como si fuera de la familia. Josefina tenía otras amiguitas, pero, por sobre todas ellas prefería a su amiguita vampiro, como le llamaba.

    Poco a poco Marian fue rompiendo su aislamiento con las demás niñas, a las puertas de la adolescencia era una persona exageradamente comunicativa, tanto que, si Josefina deseaba guardar un secreto lo mejor era no contárselo a Marian, pero entonces el secreto le corroía con el ácido de las angustias el universo de sus emociones: no tenía sentido un gran secreto si su mejor amiga no lo conocía.








     
    #2
    Última modificación por un moderador: 28 de Marzo de 2014
  3. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Los dos tiempos sin reloj



    Para mi mujer los meses que siguieron a la partida de Margarito fueron atroces. Acostumbrada a manejar sin prórrogas los asuntos de su interés, me acosaba día y noche para que rompiera esa pesada pasividad y fuera a visitarlo a su casa. Yo la mantenía entretenida describiéndole todo aquel hermoso valle, los objetos que estaban resguardados en la casa, pero sobre todo, y esto la inquietaba sobremanera, la extraña reunión de los personajes esa noche de luna llena en el mes de octubre.

    Durante esos meses no faltamos un solo día a la casa del pueblo. Las ventanas que daban al portal de la casa estaban permanentemente abiertas, tanto ella como Marian atisbaban tras las cortinas para ver si reconocían a Margarito entre los pueblerinos curiosos que satisfacían su morbo mirando hacia la casa para ver quiénes estaban dentro.

    La casona se fue haciendo muy acogedora, como había suficiente espacio para las amigas que nos acompañaban en esos viajes, se volvió bulliciosa con tanta gente cuchicheando y conversando. La enorme mesa plegadiza que presidía el comedor sirvió para disputar largas y emotivas jornadas con los juegos de cartas. Conocía muy bien a mi mujer, algunos rasgos muy expresivos en sus facciones me permitieron saber que se moría de angustia a causa de la espera. El reloj dejó de ser un marca pasos angustiante cuando, en la ciudad de México, recibimos una llamada telefónica por la madrugada. Era nuestro amigo, al fin había reaparecido.

    —Amigo, estoy en la ciudad de Querétaro, acabo de llegar. Podría usted hacer el favor de venir a alcanzarme aquí. Lo espero después del mediodía en X sitio.

    —Claro, amigo —le respondí—, ahí nos vemos.

    Apenas colgué y ya tenía a mi mujer preguntando por lo que me había dicho nuestro amigo. Le referí literalmente el contenido de la breve llamada, aun así quería que le diera más detalles, esto es, mi interpretación o especulación de lo que la llamada significaba. El tiempo que medió hasta la hora del desayuno fue una tortura para su curiosidad. Joaquina capoteaba todas sus inquietudes con la sonrisa amorosa de siempre. Reía y con esa risa decía sin hablar: yo no sé nada, yo no tengo nada qué ver con ese asunto. La que se enteró inmediatamente después de la llamada fue Marian, la madrugó con el timbrazo del teléfono. Amodorrada, apenas comprendió lo que Jose le estaba comunicando por teléfono. Al balbuceo del auricular respondía entre sueños con un sí, sí, claro, sí.

    —Debemos salir después del desayuno, el mediodía es a las doce exactamente.

    —Yo entendí ese mediodía como la hora de la comida, es a la hora que se come, al mediodía.

    —Él no te dijo que a la hora de la comida, te dijo que al mediodía.

    Sabía que esa discusión no la ganaría, así que acepté:

    —desayunamos y nos vamos.
    —Yo manejo...
    —Ok.

    El siguiente conflicto josefino fue apurar a Marian para que estuviera en casa a desayunar, o al menos después del desayuno. Marian a esas horas debía estar aún amodorrada haciendo tiempo para tomar el baño. Pero no. Marian no estaba localizable por ningún sitio, lo que desesperó a Josefina. El teléfono celular, apagado. Le llenó la bandeja de mensajes de texto y el correo de voz con URGE que te comuniques de inmediato. URGENTE, antes del mediodía.

    Marian respondió al filo de las 11 de la mañana, estaba en ensayo una obra de teatro donde participaría en un papel secundario. Para Marian ser actriz era la forma de explicar a qué se dedicaba en la vida. Heredera y copropietaria de una cadena de grandes ferreterías, ajena a la administración del último de sus tíos, tenía en la actuación secundaria como su principal actividad existencial además de los esoterismos aprendidos en los libros que abundaban en la casa familiar, o aquellos que conseguía en las librerías. La actuación abría las puertas para contar con algunas tardes de café con gente estrambótica y snob, para esos momentos en que Josefina estaba ocupada en el negocio, o en que su silenciosa casa se convertía en un limbo.

    Estuvo al teléfono al filo pasadas las once de la mañana, lo que mantuvo a Jose en el filo de una explosión emotiva. La recogieron en un punto que quedaba camino a la salida de la ciudad y ya a bordo las cosas se tranquilizaron. La gente del campo —les recordaba— maneja un tiempo sin reloj, seguro que el medio día no es un momento preciso sino un gran lapso de tiempo que va desde la media mañana y el atardecer.

    La ciudad de Querétaro apareció al fin ante nuestras miradas. Bella y colorida. Extraña metamorfosis la de todas esas "mansiones" departamentales que han llenado hoy las lomas de su periferia. Es la primera impresión, ya entrando en ella, en su zona antigua, los primero que aparece a la vista es la imagen de su espectacular acueducto, construido en la época colonial. Después la entrada a la zona típica donde quedan algunos palacios y otras magnificas residencias de esa época. Llegamos al punto donde Margarito nos había citado y no lo veíamos por ningún lado. Josefina empezó a especular sobre el sitio de la reunión, sobre si la falta de puntualidad nuestra le había hecho pensar que no llegaríamos a la cita, y que, seguramente, se había marchado.

    Explicaba, con la proyección de su propia personalidad, la posibilidad de que Margarito ya se hubiera marchado.

    El sitio era la Alameda central de la ciudad, junto a la puerta derecha de la Catedral, nos sentamos en una banca los tres a matar el tiempo con lo que se nos ocurriera, luego las dos se pararon, Josefina por impaciencia y Marian por aburrimiento. Se pusieron a caminar a lo largo de el pasillo norte de la alameda. Yo las observaba mientras aguzaba la mirada en espera de la aparición de mi amigo. Eran, físicamente, muy parecidas. La misma estatura, similar complexión, altas para su género. Cuando las veía venir de frente disfrutaba mirar el rostro de Josefina: una cara casi rectangular de frente ancha, ojos grandes bajo unas cejas arqueadas; una nariz mediana, equilibrada, de bonita apariencia, y la boca amplia de labios regulares sobre un mentón también amplio. A Josefina le gustaba dejarse el cabello a la príncipe valiente, le gustaba ostentar sus formas femeninas. De frente, sobre el pecho bailoteaban dos atractivos senos desafiando la ley de gravedad. De espalda, los dos glúteos hacían intentos de una especie de danza pendular. Cómo me gustaba mi mujer, luego de tantos años seguía sintiendo por ella la misma atracción de los días de noviazgo. A pesar de que la estructura corpórea de ambas era muy similar, tanto que podrían por esta, a distancia, haber pasado como hermanas ante una mirada ajena, había notables diferencias.

    Vista de frente Marian era diferente desde la cabeza a los pies. El cabello muy delgado y rizado; acomodado, el largo que sigue a la cabeza, en la parte superior de la espalda, siempre esclavo por una liga o dona para sujetarlo; en otras ocasiones por una trenza muy estilizada. Llegué a mirarla en su desnudez, en una obra de teatro, con el cabello suelto cayendo como una cascada dorada, casi burbujeante, que cubría su pecho. El rostro de Marian también era muy diferente. Era triangular, una frente alta y resaltada progresivamente hasta la altura de las cejas, luego de las cejas el rostro declinaba sus formas casi en línea recta, unos ojos azules y grandes habitaban con un halo de misterio sobre unos pómulos tímidos ante la preeminencia de una nariz muy delgada y puntiaguda que ostentaba una incuestionable línea recta. Boca pequeña, delicada y unos labios delgados, casi una línea muy hermosa, Luego una mandíbula pequeña y resaltada, soñando inútilmente en adoptar la forma de una pelota de golf.

    Vista de frente, Marian no ofrecía impresiones espectaculares a la vista masculina, sin embargo algo estaba ahí que se dejaba percibir discretamente. Cuando la miraba alejarse, descubría, luego de la cintura, unas caderas moderadas, unos glúteos generosos pero muy desparramados y firmes sobre el resto de la parte superior de las piernas. A diferencia de Josefina, las piernas de Marian bajaban generosas llenando los confines del pantalón hasta alcanzar el talón que apenas se notaba. Pasaron dos horas, y la morbosa distracción de observar a las dos mujeres perdió mi interés. Entonces me llamó la atención un perro callejero atado al respaldo de una banca pública. Sus agudos ladridos me rebelaron que estaba intentando decir algo a su amo. Estaba atado con un tramo de cuerda de plástico. Pobre perro me dije, qué inconsciencia del sujeto que lo tiene ahí, sujeto a su voluntad, en lugar de dejarlo explorar los olores del parque. Como si en individuo aquel me hubiese leído el pensamiento, llamó al perro y le retiró la cuerda. El perro, al sentirse liberado, empezó a corretear por los jardines y el césped, pero no se alejaba mucho de su amo. Me divertí mirando los trazos que hacía su cuerpo con la trompa inclinada husmeando rastros, seguramente de alguna perra. Cuando se alejaba mucho de su amo este le llamaba con un silbido y el perro acudía de inmediato al llamado. Qué obediente —pensé, con admiración para el animalito. Luego mi admiración se extendió hacia el sujeto, un campesino que ocupaba su ociosidad en mirar las palomas sobrevolar desde la cúpula de la hermosa catedral hasta los lindes del jardín. Volví la vista para buscar a mi mujer y a Marian y no las hallé por ningún sitio. Pensé que se habían ido a buscar un helado. Me levanté para dar una vuelta por el jardín y de paso localizar el negocio de los helados, cuando pasé junto al amo del perro, este me llamó por mi nombre.

    —Margarito —le dije—, no te había reconocido.

    Y no, no lo reconocería fácilmente porque el descuido de su persona era tal que contrastaba profundamente con el personaje que había abandonado mi casa casi medio año atrás. El rostro oculto tras una barba entre rubia y cana, ordinario bajo un sombrero viejo y gastado. Vestido con ropas muy gastadas por el tiempo, con huellas de la vida campirana y un suave olor a chivo o a oveja, a leche de vaca también.

    Lo miraba y no acertaba a identificarlo plenamente. Él hizo caso omiso de mis comentarios de asombro y, como era su costumbre, fue al grano.

    —Mire, traje un "guato" (bulto, en Lenguaje Coloquial) que quisiera mandarle a don Juan Fernando (ese era el nombre de pila de El Asturiano).

    —Claro, cómo no. Pero, ¿no le ha llamado usted para que él acudiera personalmente?
    —No, el único contacto que existe entre nosotros es a través de usted. Todo lo que le mande a decir será siempre por su intermediación.
    Las mujeres ya estaban detrás de mí, cuando Josefina escuchó estas palabras se sintió muy feliz. Marian se acercó a Margarito y como era su costumbre al saludar a todo mundo le plantó un beso en la mejilla.
    Jose la imitó.
    —Bueno, y dónde está ese paquete —preguntó mi mujer.


    Margarito nos fue indicando el camino para llegar al pie de la montaña que daba a este lado. Subimos con el vehículo por camino muy pequeño y poco transitado hasta llegar a la zona rural y de ahí como una hora de camino bordeando siempre la Sierra.
    En una ladera muy hermosa, como un valle inclinado poblado con pinos, nos detuvimos y dejamos el vehículo al lado del camino de tierra, seguimos por un largo trecho hasta llegar a un pedregal. Margarito fue a un sitio y separó unas piedras que se confundía con el paisaje. Luego vino y nos entregó una bolsa de lona vieja. Pesaba, sonaba. Eran Tejos y monedas ennegrecidas seguramente, como las últimas que conocimos.

    Josefina quería abrir el bulto para observar las monedas y los Tejos.

    —Si quiere yo se lo cambio y le doy dinero en billete, en dólares si quiere. Si no acompleto con lo que tengo en casa Marian me puede dar lo que falte.

    Marian solo levantó los hombros con indiferencia.

    —No —dijo Margarito—, dejen que él busque quien se lo cambie, para él eso es divertido.
    La última vez quedó disgustado pues él ya tenía un comprador. Dejen que él resuelva sus cosas. Dígale por favor que llame a Ovidio, quiero saber cómo están, qué ha sido de ellos. Veré la forma de mandarles algo de dinero.

    Nos dimos la mano a manera de despedida y se fue caminando por las veredas que se pierden por la montaña mientras el perro se adelantaba y se rezagaba en su incansable obsesión por husmear por todos lados en busca de olores seductivos.

    Quedó de visitarnos en la casa del Pueblo. Josefina estaba emocionada. Marian, menos expresiva, se mostraba, dentro de su aparente insensibilidad, animada con el asunto.

    Regresamos al vehículo con los pies llenos de polvo y algunas trampas reproductivas que poseen las hierbas adheridas a la ropa en espera de buenos terrenos donde germinar. Me limpié el calzado con servilletas de papel para no llenar con polvo los tapetes del coche. Tomamos la cerretera secundaria que nos llevaría a la autopista que lleva a la ciudad de México. La tarde empezó a vestirse de sombra y una hermosa luna llena iba cobrando luminosidad a cada instante. Dibujaba las sombras del follaje montañés coqueteando con la vista a través de las caprichosas ramas. Por el retrovisor descubrí a Marian quitándose el calzado. De su bolso de mano sacó una crema y empezó a limpiarse los pies, Josefina me dijo: —Detente, déjame pasarme al asiento de atrás para ayudarle, yo también traigo los pies llenos de tierra y de hierbas. Josefina recorrió el pantalón holgado de Marian y con las palmas de sus manos humectó entre sus dedos, por el suave empeine y en la planta.

    —Pásame los tuyos.

    Las delicadas manos jugaban con los pies. En ello también eran diferentes. Los de Marian eran unos pies largos con dedos muy delgados. Las uñas de sus dedos casi eran imperceptibles sin barniz, como en esa ocasión, parecía que no tenía uñas en los dedos. Pero cuando se los pintaba se podía apreciar una arquitectura genética increíble, maravillosa.

    Recordé cómo lucían sus pies en algunas obras de teatro donde su protagonista usaba un elegante calzado muy alto y abierto. Ella se transformaba. Se volvía un ser sensual y vampiresco.

    Luego de la pulcra humectación empiezan los mordiscos, los chupetones y lenguetazos que dibujan sensualmente los delicados pies. Un saborear tan dulce de los dedos como si fueran caramelos. Desde afuera la luna ya se había prendido completamente y adueñado del cielo. El lomerío y las barrancas que componían el paisaje de la carretera estaban llenas con sus destellos. Su luz también nos inspiraba a nosotros pese a los vidrios ahumados de las ventanillas, se divertía sirviendo como coreografía a la danza de las lobas. Las lobas y sus pequeños aullidos, las lobas y sus secretos aromas esparcidos por todo el automóvil. Era noche de luna y de lobas. Poco a poco el sendero fue hablándome de su tristeza y nostalgia por nosotros con su lenguaje geográfico, aparecieron las luces de los pueblitos al paso; y allá, al final, esa cinta de hormigas luminosas que vienen y van, infatigables.

    Cuando tomé la autopista las lobas dormían, los aromas rituales habían regresado a sus cuerpos. Acomodé el asiento del coche cuidadosamente para que la conducción se me hiciera placentera.

    —La luna me está mirando
    con dos mujeres dormidas...
    —pensé.

    Vino a mi mente un poema de Federico García Lorca.


    Luna, luna, luna, luna,
    del tiempo de la aceituna.
    Cazorla enseña su torre
    y Benamejí la oculta.

    Luna, luna, luna, luna.
    Un gallo canta en la luna.
    Señor alcalde, sus niñas
    están mirando a la luna.
    ...........................................................................(Federico García Lorca)





    Cuando Margarito se separa de sus acompañantes empieza el ascenso de la montaña, a pie como acostumbra desde niño. La noche está a punto de caer pero eso a él no le preocupa, pronto llegará al punto donde ha dejado abandonadas tres antorchas impregnadas con la trementina de los árboles, luego alcanzará una de las tantas bocas del laberinto subterráneo natural que existe bajo de la sierra, pasajes que ha recorrido desde su niñez al lado de su padre y de su abuelo, que conoce de memoria. Alcanzará los puntos siguientes donde están almacenadas más teas que iluminarán su ruta hasta el "órgano", ahí pasará la noche en espera del amanecer para seguir por la mañana hasta hallar la salida al otro lado del valle donde está su casa. Durante el trayecto acude a su mente el recuerdo del viaje a su tierra natal. Ovidio..., cómo estará Ovidio, es hombre mayor ya, cómo le gustaría que viniera por estos rumbos, compara su vida con la de él y siente que viven de la misma forma sus vidas: despreocupadamente, si el acoso de las horas dibujadas e implacables en las manecillas de un reloj. Recuerda la forma de preparar sus alimentos y no le resulta extraña, es la misma que le enseñaron sus padres. A pesar de las distancias y del tiempo, sus hábitos son parecidos.

    Termina una parte del trayecto subterráneo y aparece ante sus ojos lo que conoce por Valle Hermoso, un pequeño valle lamido en su parte más baja por las aguas de un pequeño arroyo que luego se encuevará nuevamente, como una víbora, por las entrañas de la montaña. Camina por la ladera de las montañas que delimitan el pequeño valle para alcanzar una pequeña cabaña de troncos. Es uno de los tantos sitios que tiene preparados para sus travesías solitarias por la sierra. El perro emprende una veloz carrera hacia un sitio indeterminado. Algún conejo o liebre se ha descuidado y ha delatado ante los agudos sentidos del animal sus movimientos, servirá de cena. El perro vuelve con una enorme liebre entre sus fauces. La arroja a los pies de su amo y recibe las palmaditas que espera por lo afortunado de su hazaña. Un nuevo ruido le hace emprender la carrera en pos de otra presa, Margarito le silba y el perro obedece, regresa. Como si le entendiera, el hombre razona con el animal: con esta es suficiente para la cena. Deja en paz a los demás. El perro entiende y sigue la vereda rumbo a la cabaña que queda ya a poca distancia. Una vez en ella Margarito cambia de opinión, pasarán aquí la noche, al día siguiente continuarán su camino y se internarán en otro tramo de la vía subterránea para llegar a "el órgano" desviarse ahí a la bifurcación donde esperan todas las cosas que deben llegar a su destino. Margarito está preocupado, parece que los tiempos previstos por su padre están llegando. "Un día los caminos pasarán por aquí y encontrarán todas estas cosas", es necesario que hallemos la forma de encauzarla hacia su destino antes de que pase a otras manos". El último viaje que hizo caminando por la serranía y sus sitios ocultos le llevó a las obras de la nueva carretera. Miró túneles enormes. Puentes mucho más largos que los de antes, sostenidos por una especie de abanico metálico como si fueran columpios.

    "Es tiempo—se dijo—, es la hora de que esto llegue a su destino como lo desearon sus dueños, o que se pierda, una de dos".

    Qué día es hoy. No lo sabe porque no pone atención en ello, no vive con calendarios, conoce los tiempos por los vientos, por las lluvias, por el color de las plantas que reverdecen y se secan; el suyo es un tiempo sin reloj. Solo con noches de luna y esa eterna presencia del sol destellando sobre los montes.


    ***​

    Por la casa de Marian apareció de repente un sujeto extraño. Era exageradamente alto y delgado. Por sus facciones se podía deducir que procedía de la misma nacionalidad que la familia. Llegaba por las tardes y participaba en la charla de la familia. Les cayó en gracia a todos porque era un experto en ocultismo. Pronto se volvió el centro de todas las actividades, decidía la colocación de las mesas, sillas y luces. Las luces... sí, esa era su principal obsesión. La habitación de las sesiones cambió completamente en función de la iluminación. Su personalidad era absorbente y cautivadora. Tanto que en no pocas ocasiones realizó lo que Marian consideraba imposible: que los tíos dejaran alguna tarde sus empresas al cuidado de los encargados para estar presentes en sus visitas. Luego de algunos meses la menor de sus tías debutó en el cine en papeles secundarios. A la tía le siguieron otros integrantes de la familia. Josefina y Marian iban a ver las películas mexicanas en donde este personaje colaboraba como coreógrafo, fotógrafo, y a veces como auxiliar de dirección. Ambas se ocupaban en descubrir quién era la tía o el tío. Los roles de relleno en que participaban correspondían a escenas que representaban a personajes de la nobleza. Los tíos dejaron de participar porque se encontraban de repente con extras que no correspondían, por su condición social, a los personajes que representaban, algunos de ellos solo se escogían por el tipo de cara, de frente pronunciada y largas entradas, narices muy alargadas que parecían completar el círculo con un mentón resaltado. La que continuó con esos papeles fue la tía menor, había surgido una relación sentimental entre el sujeto y ella. El personaje quería hacerse de un nombre en la cinematografía nacional pero carecía de recursos. Pronto incursionó en el teatro poniendo en escena obras góticas lejanas a la preferencia de un público deseoso de temas románticos.

    Josefina y ella atravesaban las últimas etapas de la pubertad. Y la distensión que el esoterismo familiar sufrió a causa de esa influencia les permitió ir y venir por las habitaciones superiores de la casa, hurgando por aquí y por allá entre los cofres y roperos. La casa, con piso de duela, era delatora de cualquier trayectoria humana, así que para husmear a gusto se quitaban el calzado y se cubrían los pies con gruesas medias de lana, que no eran suficientes para silenciar sus pasos.

    Se acostaban sobre el piso y, con un pasador del cabello, abrían las rendijas de las duelas para ver qué ocurría en la pieza de abajo. Una tarde descubrieron a la tía y al sujeto misterioso prodigándose apasionadas caricias. Para ellas eso era algo nuevo. Habían visto abrazos y besos en las películas pero no ese tipo de atención. El amante le mordía los dedos a la tía y la tía cerraba los ojos dejando escapar extraños quejidos. Le había desabotonado la parte superior del vestido y se pasaba muchos minutos comiéndose sus pechos. Se pusieron muy nerviosas, la sensación de estar ocupadas en algo indebido las embargó y trataron de incorporarse sin hacer ruido. El nerviosismo provocó tal rigidez que los esfuerzos por dar pasos en "cámara lenta" fueron tan ruidosos que atrajeron la atención de la pareja. La tía subió corriendo los escalones de madera e irrumpió en la habitación para ver qué estaban haciendo. Fingieron estudiar. Marian mostró en su actuación tal sangre fría que la tía recobró la tranquilidad y volvió al piso de abajo. Josefina parecía un globo rojo a punto de estallar. Nada comentaron entre ellas pero la inquietud por conocer qué se sentía al morder los dedos les anduvo rondando el pensamiento.

    Algunas de las noches en que Marian se quedaba a dormir con Josefina hablaban de lo que habían visto aquella tarde. Siempre era Josefina la que empezaba el juego de morderle los dedos a su amiga, luego esta tomaba su turno con los pies de la otra. Les parecía algo tan estúpido. Los juegos terminaban en risas que hacían que la madre de Jose subiera a decirles que se callaran, que si no les bastaba todo el día para sus relajos, que ya dejaran dormir.



    Para los calendarios escolares ambas dependían de relación estricta que Jose tenía con fechas, horas y horarios. Marian descansaba todas esas responsabilidades en ella. Josefina establecía los tiempos adecuados para dedicarse al estudio preparatorio para los exámenes escolares.
    Los cumpleaños también eran la especialidad de Josefina. Marian nunca supo cuando cumpliría los quince años sino hasta que Josefina la invitó a ser una de sus damas, en su baile de quinceañera, además no le importaba, cumplía esa edad unos meses más tarde pero Jose no encontró forma de animarla para que le pidiera a su familia que le organizara una gran fiesta o que se las celebraran juntas. Marian no aceptó.

    La tía desapareció sin avisar, nadie supo nada de ella por mucho tiempo, tampoco se ocuparon mucho en buscarla, asumieron que debía haberse ido con su enamorado. Marian encontró una mejor forma de buscarla. No se perdieron las amigas una sola película de vampiros para ver si la tía aparecía como extra, o en un papel secundario. La búsqueda dio buenos resultados. Un día, con sus emocionados gritos hicieron que la sala cinematográfica encendiera sus luces y detuviera la proyección porque dos jovencitas gritaban a más no poder: ¡Ahí está! ¡Ahí está!

    Las echaron fuera de la sala, camino a casa Marian le confesó a Jose que ya sabía a qué se iba a dedicar en la vida.

    —Seré una actriz —dijo, con una seguridad no muy habitual en ella.


    Las dos amigas visitaron los Estudios Churubusco para conseguir un lugar de lo que fuera a la futura actriz, Jose funcionaba como su representante por su locuacidad y pragmatismo para todo tipo de empresa. El de Marian era un rostro bello, y maravillosamente fotogénico, pero no había maquillaje que compensara o disimulara esas profundas sombras que se formaban bajo su resaltada frente. Obtuvo papeles de extra en casi todas las películas de vampiro que se filmaron en la época que correspondió a su adolescencia.

    Un día, cuando dejaba los lindes de la edad de la adolescencia, su madre le propuso que se fuera a trabajar a las empresas de la familia, ya que estaba visto que la universidad no era su fuerte y que a algo te tienes que dedicar en esta vida. Marian sencillamente respondió: soy actriz, de eso voy a vivir.

    La madre, por toda respuesta le respondió: pues si es así, de eso vas a vivir a partir de hoy.

    Una semana más tarde, para resolver la crisis de la casi única comunicación que tuvo con su madre, Marian se fue a vivir unas semanas a la casa de Josefina.

    —No me quiere —le contó a Jose—, nunca me ha querido. No me perdona que mi padre la haya abandonado por otra. Cuando me mira se ve reproducida en mí, ve un aspecto que no le gusta, me odia.

    Josefina se quedó callada un momento. Luego, a manera de consuelo le dijo, al tiempo que la abrazaba con ternura: ánimo, que no decaiga ese ánimo, vamos a hacer de ti una gran estrella de cine.

    Se abrazaron. Se acomodaron en el largo diván de la recámara, y ahí, muy abrazadas, las sorprendió la noche.



    ***​

    El arte de reconocer el tiempo sin reloj tiene sus secretos, estos se basan en una interrelación profunda entre los sentidos del ser y su entorno: ver, escuchar, oler, sentir.

    Margarito atiende entre sueños los sonidos de la noche, cuando escucha el concierto de los trinos acompañando a los gallos que se escuchan lejanos sabe que el amanecer está próximo. Gira el cuerpo para desamodorrase y los gruesos tablones de madera apenas crujen como respuesta. Pone atención a los cantos de las aves. Silba y desde fuera su perro le responde con dos ladridos a los que siguen unos quejidos llorosos. Rasca la puerta para que su amo le abra. Cuando Margarito aparece en el marco de la puerta, mueve su cuerpo zigzagueante a manera de bienvenida al mundo exterior. Esa noche ambos han dormido bajo techo, hay una especie de perrera hecha con el mismo material de la cabaña, o con los restos de esta, a unos pasos de la puerta para que los imprevistos no sorprendan a ninguno de los dos. Esta noche han dormido bajo techo, muchas otras, en esas largas caminatas por sus rumbos, el único lecho con que han contado ha sido el suelo bajo un cielo estrellado.

    Antes de que se defina el orto emprenden la marcha para llegar a El Órgano, un lugar muy especial en el conjunto de cavernas que de manera natural une a toda esa Sierra. Conforme avanzan las luces del sol van apareciendo a sus espaldas, perro y amo ven sus siluetas alargadas antecederles en el camino. Coge una piedra y la lanza a la sombra del perro. El perro entiende la señal y aguza sus sentidos, esa es una orden de cacería, de ir por la presa, entiende y recuerda el juego, su amo quiere que dé cacería a su sombra. Él también quiere jugar ladra y lanza mordiscos mientras persigue a su sombra por todos lados. Margarito ríe con las cabriolas del can. Después de un rato el perro da muestras de fatiga, aparece una baba flemosa en su hocico y para concluir el juego ahora huye de su sombra, corre y la mira venir tras de sí. Margarito está echado al suelo doblado por el ataque de risa. El perro viene y le lame el rostro amorosamente, lo llena de baba, luego se separa y se echa a unos pasos para recuperar energías. Luego del rato de diversión continúan su camino. Al mediodía llegan al cruce del riachuelo que sale y entra por el vientre de las montañas y ambos se refrescan. Antes del atardecer ya está a la vista una hondonada que no ofrece otra cosa que pedruscos y cactus. Árboles frutales hay por todo ese rumbo y parvadas de pájaros que están permanentemente en ellas. Margarito corta las que están al alcance de su mano y completa con los restos de la carne salada de la noche anterior su dieta del día. Un poco más allá su mascota tritura con placer la osamenta que resta en su porción de carne. Ahora se enfila hacia la entrada de la cueva, es pequeña y da hacia el lado contrario de donde procede. Toma una de las teas que tiene prevenidas para estas visitas y la enciende produciendo chispa con el pedernal que porta junto a una especie de musgo reseco en una bolsita de cuero. Hábitos son, pero los considera necesarios para mantener siempre activos elementos naturales para la sobrevivencia, uno de los más importantes, el fuego.

    Ahí está, se mira en la boca de una nave mayor que las demás, como una entrada. Colosales flitraciones salinas dan una forma caprichosa al conjunto de gordas estalactitas que ya se han unido con sus similares. Hay un efecto extraño antes. Se pueden apagar las antorchas ahí. Una cascada luminosa e inestable se muestra como cortina previa al umbral de lo desconocido. Como auroras boreales en el subsuelo. Esta visión a sus ancestros les provocó pensamientos y sensaciones encontradas. Fue como la puerta del infierno con las lenguas azul y ocre advirtiendo a cualquier cristiano de los que le esperaba ahí. Por un lado de la caverna hay un lazo asido a la pared que parece atravesar la cortina de fuego. A cualquiera podría sorprenderle el hecho de que la cuerda no se consume, que el fuego no quema. Margarito coloca la correa de cuerda en el cuello del perro y luego se agarra de la cuerda que atraviesa la cortina que lleva a la nave donde está el órgano. Una vez que la cruza lo que aparece no es otra cosa que el mismo lugar de donde procede. Todo este efecto no es más que una especie de espejo que lo único que produce al transgredirlo momentáneas sensaciones de mareo y cosquilleo por todo el cuerpo, agruras; y en ocasiones, cuando se ha comido recientemente y en abundancia: vómito. El proceso del cruce en sí, no parece tener sentido. Si se vuelve la espalda a mirar el sitio de donde se procede se ve la cortina luminosa con las formas del "organo" al fondo. Eso parece pero Margarito sabe que no es así, los riesgos de ese paso de un lado al otro del espejo son diversos, dentro de la caverna no se percibe el cambio, afuera todo es diferente. Si se interna por los valles y cañadas buscando la población se llega a esos sitios en diferente época, la soga atada sirve a Margarito para unir una época con otra. Debe renovarla en determinada época de cada año para quede un extremo en la suya, la cuerda se va deteriorando y con su deterior se esfuma la liga entre ambos tiempos.

    Camina hacia la salida de la cueva como si fuera de regreso y el paisaje es diferente. No hay árboles frutales aún, las aves no han dejado por estos rumbos los frutos de sus hurtos en las hortalizas de pueblo. Lejos, al fondo se ve una columna de humo blanco, más allá la otra. Es tiempo de siembra, la gente está aplicando la rosa, deja al fuego avanzar para robarle territorio al tupido bosque y conseguir más terrenos para la siembra. Se vuelve a la caverna y toma una vía subterránea que asciende luego de unos minutos de trayecto el túnel se acaba. Ahí está el producto de los asaltos al camino de las minas. Estibados en Enormes baúles de madera y hierro, en gruesos costales de tela, en alforjas de cuero. Una habitación completa llena del preciado metal. Todo está en orden, la visita concluye. Toma una bolsa y la abre, llena su mochila con una parte de los tejos de esta. Esta servirá para los pasos siguientes de su misión. Retoma su antorcha y regresa por el mismo camino, la cuerda que une a la nave del órgano está ahí como guardián del tiempo entre dos épocas que no se miden con ningún reloj.


    Desde Pachuca empieza la transformación del paisaje agreste, a medida que la carretera se va internando en la zona veracruzana la vegetación se va volviendo muy tupida. Se siente el calor húmedo, se respira un aire deliciosamente rico.

    El autobús se detiene junto a un paradero burdo compuesta por cuatro troncos chuecos de madera y unas ramas de palma a manera de techo.

    Las dos mujeres descienden del transporte y este re emprende su marcha. Mochila al hombro las mujeres se pierden por un camino de barro rojo que se interna entre los potreros. No se ve nada a la vista, la comunidad de Joaquina queda más adentro, subiendo y bajando por las lomas, a una hora de camino.

    -Por aquí hay mucha fruta, pasando los potreros, usted puede coger la que está a la orilla, a diez pasos, es una ley de nuestros ancestros que se respeta todavía, los árboles y las plantas de maíz o de cualquier siembra son para sustentar a los viajeros. Es un camino muy largo señora Marian, viene desde las costas de Veracruz, en la zona norte. Si se va usted por aquí llega hasta Poza Rica, y hay una derivación que va entre los pueblos de más al norte todavía, llega usted a Tampico. Todos son pueblos de a andar a pié, o a caballo. Se unen todos estos pueblos pobres y pasan lejos de las ciudades grandes. Nunca se pensó como camino para pavimento porque hay mucho desfiladero en la ruta y en algunos tramos solo puede pasar uno o dos hombres a caballo. Mi padre y mi hermano mayor un día se fueron por ahí y llegaron hasta Tampico, y va más lejos todavía.

    Marian contemplaba el hermoso paisaje. Unas hojas verdes le hablaban allá a lo lejos, como si fueran manos. Cuando Joaquina se dio cuenta de lo que le sucedía le dijo:

    Ya ves, señora, estás viendo lo que no todos ven. Ya oirás cuando te abran más los oídos, y escucharás las voces sin lengua, las voces que solo algunos comprenden sin importar el idioma hablen.

    La mañana empezaba a ceder el paso al medio día, y los dedos del calor manoseaban la piel de las mujeres. Mariana sudaba copiosamente, el tono siempre pálido de su rostro se había rendido a un rosa muy tímido. La blusa de lino era una bendición. La cara de Joaquina, sudorosa y sonrojada siempre, no dejaba de hablar y contarle historias mientras ambas descendían las últimas pendientes para llegar a su comunidad.

    _"Esta es mi abuela, es ciega, un poco sorda. No habla más que nuestra lengua y un poco de español, pero muy poco".

    La anciana está sentada en una butaca muy hecha a su cuerpo, de madera negra y con el respaldo de piel de animal. Ha de ser de res, o tal vez de venado. Ella es muy pequeñita, ha de haber encogido más con los años.

    Dice Joaquina que siempre ha andado descalza. Las manos se están quietas sobre el vientre y los muslos de las piedras. Ciega es pero vienen todos los años a preguntarle cómo vienen las lluvias y ella les dice, nunca se ha equivocado. Por aquí viene "la culebra de agua" desde la costa, parte los cerros de la montaña con su furia, dos veces ha pasado por aquí, la última ves fue hace cinco años, la abuela avisa y el pueblo confía. Hace cinco años todos se marcharon con sus cosas de valor, las cosas de la labranza, llegamos a un sitio y la abuela, ciega como está movía sus ojos por aquí y por allá, como si de verdad viera, y así les dijo que en ese lugar no habría nada. Ahí nos quedamos y todo fue como dijo la abuela, la culebra pasó a un lado del pueblo y se llevó los techos de unas cuantas casas. Cuando todo pasó nos devolvimos y miramos todo ese desbarajuste. Eso se arregla, nos pusimos todos a reparar o hace casas nuevas para los que las habían perdido, así somos en la comunidad, todo los hacemos juntos.

    Ya se juntaron las mujeres.
    Ya está Joaquina sacando las cosas que ha comprado por encargo. Las pone en una mesa y cada una de ellas escoge lo que es suyo. Lo guardan en sus bolsas.

    Joaquina les dice quién es la visitante. Las mujeres se ríen tontamente cuando Mariana les ofrece la mano, no es costumbre aquí el dar la mano como saludo, basta mirar y sonreír, la sonrisa dice que eres bienvenido, que ya eres conocido. Si no te miran quiere decir que no eres conocido, que eres un extraño. Las mujeres se marchan, solo se quedan las mujeres mayores. Ayudan a la anciana a entrar a su casa de otale, llevan adentro el asiento y la acomodan en ella. Encienden un brasero y cuando el fuego está listo arrojan copal blanco para que aleje a las sombras maliciosas, las que perturban los sueños en los que habla la abuela, para que no la engañen. Arriman unas sillas viejas para que todas se sienten. La abuela se duerme mientras las demás escuchan con los ojos cerrados. Mariana hace los mismo.

    Vienen vientos en oleadas, vientos invisibles que abrazan cariñosamente los cuerpos de las ahí reunidas. La habuela habla en su lengua, pide que desnuden a la mujer. Hay una vasija llena con agua, las mujeres han traído unas flores blancas. La anciana revuelve suavemente las flores con su mano derecha. Hace un cuenco con sus palmas y le dicen a Mariana que se incline para que la mujer pueda echarla sobre sus cabellos. Así lo hace con todo su cuerpo, luego la sientan para que lave sus pies. Con las manos hace como si quitara cosas de sus plantas. Una vez terminada la ceremonia de la limpieza, acercan a la anciana una nueva vasija con agua, esta la llenan con jacarandas y orquídeas silvestres. Sigue musitando en su lengua la letanía de su extraño ritual.

    -Sueña -le dice, ponte a soñar.
    Mariana entiende y atiende la voz, deja que su cuerpo se duerma sobre la silla y se duerme. Un paisaje de luna aparece en sus sueños, ella guía a muchos hombres que la siguen por entre las cañadas. En el cielo se escucha el graznido de una hermosa águila real que los observa desde lo alto. Bajan por entre las cañadas para buscar el mar.

    Esa noche Joaquina escucha a Mariana. Está confundida, siente el cuerpo como si solamente una parte de él estuviera lleno con ella, la otra parte de Mariana sigue errante, de repente le vienen visiones que la perturban, son extrañas, como si correspondieran a otra época, como si nunca más fuera esa parte de su consciencia a volver a estar unida.

    Dura poco -le dice-, es solo mientras aprendes a dominar esas sensaciones. Cuando avanza la noche las mujeres se quedan dormidas. Una duerme sobre el catre de madera y cuerdas; la otra sigue volando bajo la luna en un vuelo son vientos.


    La anciana ya las está esperando. Ahora están las dos a solas con la mujer. Ella le dice que tiene que poner mucha atención para descubrir las sombras maliciosas, las que confunden los sueños. Que debe poner mucha atención para sentir las entradas del Mictlán, estas están en muchos lados -le dice-, solo hay que saber encontrarlas para llegar a las puertas que llevan de un lado otro según tus deseos. Niña, ya estás lista para ser una guía. Usa tu atención, ella no te mentirá, si sientes dolor o angustia sabrás que las sombras maliciosas te quieren confundir aunque te sientas segura, si sientes el llamado pon atención, el lenguaje sin palabras siempre llega acariciando aunque delante de ti parezca que todo te amenaza, atiende a los sentidos y a tus deseos. Cuando tengas duda mírame, siempre me mirarás y yo te escucharé.

    Ha pasado una semana de la estadía de las dos mujeres en la comunidad serrana. Se despiden, la gente ha venido a mirarlas partir. Mariana reparte abrazos y besos a sus nuevas amigas.

    Este episodio concluye todas esas tardes y fines de semanas robadas al tiempo, en las que ambas, unas veces en la habitación de Joaquina, aprovechando las ausencias de Jose, y otras en casa de Marian, han estado haciendo una serie de ejercicios con el soñar despierto, con el sentir despierto, con usar aspectos de la voz sin lengua para interactuar con los sentidos y las cosas.

    -Se ha completado la etapa inicial - dice Joaquina- con la ceremonia sacerdotal, ya viste a tu "animalito" y hablaste con él, ahora hay que usarlo todos los días.



    ***​


    Josefina quiere saber cómo les fue en el viaje. Se ha enterado de ello al regreso de las dos mujeres. Se siente de alguna forma traicionada por su amiga. Joaquina también nota esos cambios. El trato tiene cierta dosis de formalidad, de indiferencia. Ya no entra a la cocina a tomarse un café y hacerle la platica cuando ella está cocinando. No le cuenta sus asuntos cotidianos. No la acompaña a hacer las compras. Definitivamente doña Jose está dándole a entender que la confianza se ha pedido.

    Mariana escucha los reclamos de su amiga. Piensa... ese "entre nosotros no hay secretos" ahora cobra un nuevo significado. Ella recuerda pasajes de la relación, y eso, no es del todo cierto. Son cosas del pasado -piensa- pero son secretos que no se compartieron, así que entre nosotros sí hay secretos, los hay siempre entre todas las personas.

    Luego, filosofando un poco, piensa: mucho de una persona son sus secretos, si no es que casi todo.




    A Lucio Mesa le gusta esa mujer incolora. Se ha vuelto fan de ella, asiste a casi todas las funciones porque encuentra divino mirarla enfundada en ese vestido negro que resalta el color blanco de su piel. Adora la escena final, la del sacrificio de los vampiros humanos. No, no le importan mucho los desplantes de la protagonista principal, él mira allá, en el fondo, donde una de las mujeres vampiro levanta la hermosa rodilla mientras la estaca se clava en su pecho. Adora ese gesto, esos ojos que se quedan mirando al techo con angustia,esa mano que cede suavemente a la gravedad, colgando materialmente del delicado hombro. Adora esas uñas negras que parecen navajas amenazando al suelo, como un péndulo lunar.

    No se ha acercado aún a ella, ha preferido para eso utilizar el lenguaje de las flores. Al término de cada función hace llegar un exquisito arreglo de violetas a la mujer. Ella ha empezado a buscar entre el público al admirador que le hace esos obsequios. A él le gustan esos juegos. Le gusta mirar cómo la mujer revisa meticulosamente a cada uno de los individuos que se le acercan. Escoge el día en que la obra cumple las cien representaciones, con poco público ya. Ese día le hará entrega del arreglo personalmente, aprovechará el término de la temporada para invitarla a ocupar sus tardes libres en alguna charla de café, o algún paseo. La ceremonia concluye y él, muy estudiadamente, se acerca a la muchacha y le hace entrega del presente. Ella se emociona, la domina la sorpresa y no reacciona rápidamente, lo hace una mujer que está con ella. Toma el arreglo y animando a la actriz secundaria para que acuda a quitarse el vestuario y regrese de inmediato para participar en el brindis.

    El hombre va por las bebidas, Jose siente que a cada trago el mundo se desvanece, que pierde las dimensiones. Apenas ha bebido la segunda copa y ya se siente completamente ebria, más que ebria se siente inadaptada a las dimensiones de los espacios que la rodean. El caballero la toma por la espalda y la saca del lugar. Ofrece llevarla a su casa pero la joven le dice que no quiere que sus padres la vean en ese estado. Prefiere caminar, ir a algún otro lado, beber un café para recuperar un poco la lucidez.

    En el café observa cómo aquél hombre la mira directamente al rostro. Mira sus facciones alteradas, se detiene en su boca. Es una boca grande, de labios generosos y bellos, así le parece. No deja de ver esos labios tan cerca de su rostro y siente la necesidad de sentirlos posados en los suyos en un beso. Se acerca y los besa. Alarga el beso como si consumiera en él un insospechado deseo. Nunca ha besado a nadie, es única, en esos instantes, la sensación sensual que le produce un beso.
    Luego del beso surge el calor del cuerpo que siente la molestia de las ropas. Lo abraza y pega su cuerpo al suyo. Quiere ser abrazada, tocada. Quiere ir, desvanencer su voluntad por la vereda de esa nueva sensación que experimenta. Están en un sitio público, él le dice que ahí no, le propone ir a un sitio reservado y ella acepta.

    En la intimidad de una habitación de hotel, Jose conoce por primera vez el efecto de su desnudez interactuando con otra. Es la voz de su instinto la que establece el dialogo con el otro cuerpo. Arde cuando las manos y los labios la recorren de pies a cabeza. Siente los labios succionar los dedos de sus manos, de sus pies. Ahora comprende el placer que despierta la misteriosa caricia. Entre el pecho de él y el suyo solo median los poros que se han vuelto manantiales de olores y sudores ceremoniales. Ella conoce el placer en esas horas que median entre la tarde y la noche. Las luces se desvanecen y todo queda envuelto en la quietud. Afuera el mundo consume mares de silencio. Despierta y se asusta al encontrarse sola en esa habitación. Sobre la mesa de noche un ramo de violetas la observa con sus ojos nocturnos.

    A la mañana siguiente recibe la visita de su amiga y le hace entrega del arreglo floral. Marian pregunta y ella solo mira al silencio que queda en sus recuerdos.

    -No sé, salimos, fuimos por ahí, y ya. Luego regresé a mi casa, era muy tarde para irte a buscar al teatro.

    "No todos los secretos" -piensa. "Entre nosotros no están totalmente desnudos todos los secretos".

    Cómo se sintió en deuda Jose con su mejor amiga durante mucho tiempo. El sujeto jamás la buscó. Eso, para su vanidad fue terriblemente doloroso. La dejó para siempre preñada de su recuerdo. Cuántas veces por la noche, cuando Gerardo duerme, vuelven aquellos momentos: la inspiran, la hacen volverse nube con aroma de lluvia placentera.

    Secretos...

    Cuando conocieron a Gerardo, él las miraba a ambas sin acertar quién le gustaba más. A Marian le gustaba Gerardo, sentía que él la prefería sobre Jose. Esa terrible personalidad suya, tendiente a lo introvertido, dejaba siempre toda iniciativa a Josefina. Abierta e impulsiva pronto se adhirió a su brazo y luego a sus labios. No tuvo más que mirar y callar mientras las miradas furtivas de Gerardo le mostraban esa especie de ocaso, del ya no fue. Calló y luego sobrevino la distancia entre la dos amigas, unas veces por el incipiente noviazgo; otras veces por el autoencierro que practicaba ella misma. Construyó en torno suyo un afecto creciente al misticismo. Encerrada en las paredes indiferentes de la casona se redujo a la charla con todas las sombras que habitaban en sus recuerdos. Se encerraba el el cuarto de la agonía del abuelo y frente a su sillón, rodeada de los objetos que contenían sus recuerdos, escuchaba. Ojeaba sus viejos libros empolvados para asomarse en ellos al universo de su tiempo. Su ostracismo voluntario duró un tiempo breve pero intenso. Luego las voces de las luces la volvieron hacia el patio y de nuevo a las calles, a las tardes de café con amigos extraños como ella. Cuantas cosas se tejen sin propósitos, pensaba. La soledad actúo un tiempo. Luego vino la boda de Josefina y tras ella vinieron esas rutinas que la hacían fugarse hacia el universo de los otros. Se escapaban juntas a mirar los aparadores, a recorrer las calles cuchicheando las cosas de la gente.

    Conoció a su futuro marido en una de esas tantas obras de teatro de duración y contenido mediocre. Fue algo sin sentido. Un intento de búsqueda que tuvo muchas puertas y tantas rendijas por donde se filtran, como rayos de luz, como olas de viento que se cansan de sí mismas. Sobrevino la ruptura que dejó, como única cuota del intento, esa sensación de soledad, de una voz que no encuentra los confines del eco, para volverse trama de comedia venturosa.
     
    #3
    Última modificación por un moderador: 23 de Abril de 2014
  4. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Con La Iglesia hemos topado Sancho

    ...........................................................(Miguel de Cervantes Saavedra)

    _Ave María Purísima...

    -Sin pecado concebida...

    -Dime tus pecados hijo, te escucho.

    Juan Fernando une las palmas de sus manos, encerrada una dentro de la otra, y las coloca sobre su frente. Cierra los ojos para interrumpir toda relación con el mundo externo y permitir así que brote la confesión desde el fondo de su alma.

    -Yo pecador me confieso a Dios y ante vos padre. No sé si estoy en pecado pero siento la necesidad de confesar esta inquietud que me corroe el alma.

    Dentro del confesionario se escucha una especie de suspiro, muy cuidado pero evidente, como si fuera una señal para el devoto de que el confesor no tiene todo el tiempo del mundo para hacer de la actividad, de suyo, muy rutinaria y tediosa, una larga plática.
    Al fino gesto sigue una voz muy estudiada.

    -Dime tus sentimientos hijo, procura explicarme en breves palabras lo que te atormenta. Te escucho.

    -En estos días me ha sobrevenido una especie de suerte inesperada, me he hecho de una pequeña fortuna que se multiplicará pronto en un gran caudal padre. Seré un hombre extremadamente rico, tanto que ni yo, ni varias generaciones de mis descendientes después de mí, volverán a tener necesidad de preocuparse de qué han de vivir. He recibido padre, en pago a mi trabajo honesto, una gran cantidad de riqueza en oro, en monedas muy antiguas y quiero confesar esto a Dios y a la Iglesia en secreto de confesión para lavar cualquier culpa que pudiera haber en ello y evitar así que mi alma se pierda por la tentación de la riqueza mundana con que nos tienta el demonio.

    -Adelante hijo, no te detengas, cuéntame todos los detalles, no ocultes nada, esto es como si nadie jamás se hubiera enterado, estamos protegidos ambos por el secreto de confesión.


    Entre Juan Fernando y su confesor ha nacido una inesperada amistad. A menudo le llama a su casa para invitarlo a charlar. La platica siempre se enfoca al asunto del tesoro que el desconocido quiere transportar a los pueblos de León.

    -Mira hijo, voy muy avanzado en un proyecto que puede solucionar, como ningún otro, el plan de tu amigo. Nadie lo puede hacer tan perfectamente como la Iglesia, coincide con la idea de este señor. Es una institución caritativa y cristiana que está conectada a todo el mundo. Posee en sus archivos las actas bautismales de los pobladores de cualquier país que practique nuestra fe. Podemos indagar los nombres de las personas de cualquier época y los de sus hijos y nietos. Si estos emigraron podemos localizarlos en cualquier país, por lejano que esté. Con eso resolvemos el deseo de hacer entrega de una parte de esos bienes a todos y cada uno de los sobrevivientes de la gente de aquellas épocas. Por otra parte, la Santa Madre Iglesia puede administrar el resto de esos recursos en Instituciones y obras de caridad en beneficio de esa gente que queda en las pequeñas comunidades a las que quieren hacer el bien: escuelas, dispensarios médicos, asilos... todo, hijo, todo. Tenemos excelentes administradores, ya nada hay que inventar. Para ustedes es complejo llevar los bienes de un lugar a otro, los gobiernos ponen muchos requisitos, trabas burocráticas casi insalvables. Para nosotros eso no es problema, esos traslados los podemos hacer sin que los gobiernos o los sinvergüenzas puedan meter las manos.

    El Asturiano lo escucha con esa expresión muy suya, de no estar escuchando, cuando se siente comprometido, o de cuando, por mesura, no desea contestar.

    _No sé padre, yo solo soy alguien que tienen conocimiento del asunto y le pagan por ayudar en lo que esté en sus manos.

    -Pues eso hijo -dice el sacerdote- eso..., te estoy solucionando todo el asunto, no hay mejor forma de ayudar. Cuándo verás a esta persona.

    -Él me avisará cuando necesite que haga algo.

    -Bueno, sabes dónde vive, de dónde viene..., nosotros podemos ponernos en contacto con él esté donde esté, tenemos gente en todos lados.

    -No padre, no sé de dónde viene. Por el acento sé que es del rumbo de...

    -Dime cómo es, su filiación personal, una fotografía si la tienes, pondremos a trabajar a nuestra gente en su localización.

    -No, no tengo ninguna fotografía, no tomamos fotos del viaje que hicimos, no se me ocurrió. No fue un viaje turístico.

    El sacerdote cambia el tema de la conversación:

    -He hablado con autoridades eclesiásticas en los pueblos de León para que revisen los archivos del Obispado y conozcan de dónde exactamente eran originarios estos soldados, sus capitanes, la fecha en que partieron, en fin, todo. Ya tenemos a algunos seminaristas buscando datos que nos ayuden, igual haremos aquí. Tavez podamos dar con él antes de que se comunique contigo. El señor arzobispo está muy interesado, ya hemos calculado lo que podemos hacer en bien de esos pueblos. Lo malo es que tu me dices que nunca has visto ese tesoro. Me ha sido muy útil para interesar a monseñor Antunez la monedas que me diste como limosna para las obras de la Iglesia. Él me anima a no dejar que pase el tiempo, muchas cosas pueden pasar, ese hombre no debe andarle diciendo a todo mundo sobre ese oro, su vida corre peligro. El Arzobispo y yo hemos hecho oración por que la madre de Dios lo proteja, y que le mueva el corazón para que nos permita completar su misión, que por sus fines piadosos, también es la nuestra. Debe estar un poco mal de la cabeza el hombre, eso de llevar en los siglos pasados a las tierras de León, en una nave marítima todo ese oro que dices, solo lo puede pensar un hombre enfermo de sus facultades. Más peligroso aún si gusta de la bebida. En cualquier cantina puede hallar la muerte.

    El clérigo da por terminada la charla, se pone de pie y toma del brazo a Juan Fernando para invitarlo a encontrar la salida.

    Por cierto -dice-, tú hija ya ha hecho la primera comunión, el señor Arzobispo está muy agradecido por tu donación, quiere favorecerte celebrando él personalmente la misa de su primera comunión.


    El Asturiano ha invitado a Gerardo y Josefina a las oficinas de su confesor para que hablen con él, tiene un proyecto perfecto que, de aceptarlo Margarito, cumpliría perfectamente con sus deseos. Todo esa riqueza se aplicaría organizadamente en el lugar que él desea, ademas, se localizaría a muchos de los descendientes de las personas que vinieron a estas tierras en aquellas épocas y una vez comprobado el árbol genealógico cada uno recibiría la parte que les corresponde.

    Gerardo le sugiere otro sitio: un café por ejemplo, un restaurante, pero el clérigo responde que su agenda es muy cerrada, que no le es posible. Juan Fernando vuelve y hace de buenos oficios para que sus amigos le acompañen a la residencia parroquial.

    La cita no se da pero con los datos de la oferta consideran que es más que suficiente para plantearle la idea a Margarito en la próxima reunión. Así acuerdan las cosas y se despiden.

    Las semanas pasan y Margarito no hace contacto con los esposos. Han ido todos los fines de semana al Pueblo pero no hay noticias de él. En el último viaje Gerardo descubre que dos camionetas oscuras le siguen en el trayecto desde su casa hasta el pueblo. No había reparado en ello, se da cuenta después de cargar gasolina en una estación y luego cuando se detienen en la carretera a buscar unos objetos de cantera que Jose quiere para el patio de la casa. En ambas ocasiones las elegantes camionetas se detienen a prudente distancia y cuando ellos reemprenden la marcha los siguen. Por el retrovisor comprueban que toman la derivación de la autopista que los lleva al pueblo. Gerardo decide regresar hacia la autopista y las camionetas hacen lo mismo.

    -Nos siguen -le dice a Jose. Nos están siguiendo esas dos camionetas.

    Josefina voltea a verlas sin ningún recato. Los de las camionetas se sientes descubiertos y aceleran la marcha hasta alcanzar a la pareja. La que va adelante se empareja al lado del conductor y baja el vidrio de la ventanilla. Sonríe y con mucha amabilidad invita a Gerardo a orillarse en la carretera. Josefina le dice que no se detenga. Gerardo le dice al conductor de la misteriosa camioneta que lo siga. Buscan un restaurante en la carretera y se bajan. Los hombres de la primera camioneta se acercan y los saludan afectuosamente.

    -No se espante amigo, somos compradores de oro. El señor Juan Fernando nos ha estado vendiendo monedas, tejos y lingotes, se los hemos pagado muy bien, el mejor precio que puede hallar en el mercado. Nos ha dicho que hay más, que seguramente, el propietario de esa fortuna estaría dispuesto a vendernos una buena cantidad si le hacemos una buena oferta. Los hemos seguido para ver dónde vive el poseedor de esa fortuna, él dice que ustedes se ven a menudo. Como no dan información quisimos hacer nuestro propio trabajo de investigación, mire: le muestra la tarjeta de presentación. Gerardo toma la tarjeta, la lee:

    Samuel Saba e Hijos
    Antigüedades
    Oro Plata Piedras preciosas


    Mire, tengo autorizado ofrecer a usted una buena comisión si nos ayuda a localizar al cliente, la podemos incrementar si cabildea para convencerlo.

    La voz de Josefina se deja oír y sorprende a Gerardo:

    -¿De cuánto estamos hablando?

    Después de una breve charla los sujetos se despiden, han dejado a Josefina otra tarjeta y los números telefónicos privados de su patrón. Ella promete que muy pronto se pondrá en contacto con el señor Saba. Los vehículos se separan y Gerardo toma un rumbo diferente al acostumbrado, se alejará de ahí por el momento. Josefina discute con él sobre lo inútil que resulta la maniobra, a estas alturas del partido ya deben tener gente en ese pueblo buscando a Margarito.
    Gerardo está molesto, llama por el celular al Asturiano y discuten. Antes de colgar le grita:

    ¡Ya cierra la boca, estás poniendo en peligro a mi amigo!



    ***


    ¿Amigos...? Me honra usted con ese término maestro. Sabe, mi padre puso mucho cuidado en explicarme bien mi circunstancia. El resguardo de este bien obliga al aislamiento y éste produce una verdadera hambre de conversación, de amistad. La mejor fórmula para que nadie note sus manejos es evitar los contactos con los que pueden ser cotidianos y hablar con los desconocidos, y esto en lugares muy lejanos. Sabe que a veces viajo a las ciudades muy distantes para cambiar oro. Nunca repito comprador, me muestro ignorante ante él, y toda la vida explico que esto lo encontré en un sitio muy lejano a mis rumbos. Pese a todas estas medidas, cada vez es más difícil para mí cambiar cantidades importantes, he descubierto que "ellos" ya saben de mí, que están ligados entre si como una hermandad. Por eso acepté la ayuda de ustedes para los cambios. Ellos reconocen el material y se comunican entre sí para rastrearme, lo siento, sabe. Lo veo en sus miradas cuando voy a cambiar. El valuador desaparece y avisa que estoy ahí. Cuando salgo noto que me siguen. NO vienen a asaltarme, quieren descubrir el sitio, incluso comprarme todo el material, ya me lo han ofrecido. Seguro que al mirar las piezas saben de qué época se trata, saben cuanto es, saben que fue robado por un grupo de salteadores. Lo que no saben es el sitio exacto donde está. Mi padre me enseñó a ser hábil con ellos, sus métodos son respetuosos de la ley, no corro peligro pues ellos quieren mantener el oro limpio. Me siguen y cuando me interno por las serranías ellos desertan o se pierden. Sabe que tengo el hábito de caminar por la sierra por días y noches...

    Gerardo lo mira con asombro.

    -¿Y el amor Margarito? ¿Cómo puedes vivir sin una mujer, sin hijos, qué vas a hacer cuando la edad te impida continuar con tu misión?

    El amor... Hace tiempo que tuve un amor. Es poderoso ese sentimiento, muy poderoso, sobre todo para quienes estamos rodeados de soledad voluntaria. Cuando se tienen secretos como el mío, se siente que el amor y los secretos tienen el mismo poder, luchan uno con el otro y siempre se siente que el amor invade todos los confines que guardan los secretos. Los secretos parecen hacerse invisibles, parece que controlan las angustian que son el cuerpo de los secretos y que quieren existir revelándose a la amada. Es tan frágil la línea entre el amor y la conveniencia personal.

    Sabe madre se vino a vivir a estos rumbos cuando yo cumplí los 6 años. Antes de eso yo solo lo veía cada mes o cada dos meses. Ella creía que mi padre era un prófugo de la justicia. Después de vivir 10 años con él al fin mi padre el reveló una parte de su secreto. Lo discutieron mucho, para ella era una locura, como lo debe ser para usted que me conoce, mi vida cautelosa. Pero sabe, es preciso mantener a la gente lejos de este valle para que el bien esté seguro por un tiempo más. Bien pudiera llevar otra vida, pero mi padre tuvo mucho cuidado en hacer de esta misión la razón de mi vida.

    Las mujeres, Margarito. Qué ha sido de su necesidad afectiva con las mujeres.

    Hubo una, amigo. Lejos de aquí, allá por las playas veracruzanas. Una hermosa mujer de la que me enamoré perdidamente, y creo que ella también de mí. Fue tan grande el amor que sentía por ella que me quedé a vivir mucho tiempo por esos rumbos. Yo siempre busco las playas, sabe. Las busco para ver la posibilidad de partir desde ahí con el valioso cargamento. Las busco e imagino cómo serían en los tiempos antiguos. Pues ahí tiene que me fui a vivir con ella casi dos años. Éramos felices, pero sus hermanos eran unos tipos muy perversos. Se enteraron de que tenía monedas de oro guardadas en algún sitio de la casa y aprovecharon una ocasión en que ambos estábamos fuera para buscar por todas partes. Como no las encontraron en la casa, por diversos medios buscaron que yo les revelara de dónde las había sacado, que les diera parte de ellas. El acoso fue terrible, tanto que mi amada y yo tomamos la decisión de huir de ese lugar. Era muy difícil para ella, quedaban sus padres que tanto amaba, sus recuerdos, su amada playa y sus recuerdos de toda la vida, pero aceptó a seguirme. Huimos una madrugada. Los hermanos nos descubrieron, reñimos a muerte y yo sobreviví por mi constitución fuerte, montañesa, acostumbrada a tareas penosas y difíciles. Creo que triunfó sobre ellos el poder de mi soledad, esa fuerza que surge sin dependencias ni esperanzas de auxilio. Era yo solo contra los tres, murieron con sus propias armas. Cuando ella vio los cadáveres de sus hermanos lloró, gritando con todas sus fuerzas me llamó asesino. Miré en su rostro un odio tan profundo, don Gerardo, que no sé cómo o dónde habitaba, si es que existía aún, todo ese amor que nos habíamos prodigado antes. Sabe, ella estaría ahora aquí, conmigo; sabe, esta sierra seduce con su belleza. Habría de ver usted esos amaneceres con todo lo que, los que vivimos aquí, le cantamos a la vida. Hay tantos pasajes maravillosos más adentro, donde jamás ha pasado hombre alguno. Ella estoy seguro, se hubiera sentido bien aquí. De vez en cuando hubiéramos regresado a su lugar para pasar un tiempo con su familia, eso sí, sin confesar este secreto, la boca es traicionera amigo, nunca se sabe cuándo nos podemos ir de ella.

    Es usted un hombre extraño Margarito, yo en su lugar ya tendría esto como mío y lo habría puesto a trabajar; y todo este asuntos de llevarlo y distribuirlo como se lo pidió su padre, ya lo habría mandado al diablo.

    Ah, de eso, de secretos quería hablarle. La falta de tacto del amigo asturiano ha atraído hacia nosotros a personas que están interesadas en el oro que usted cuida en esas cavernas. No dudo que en estos momentos, gente a su servicio nos esté observando. Son dos grupos de personas. Unos, agentes de los grandes compradores de oro, esos que usted menciona que lo reconocen de inmediato cuando va a cambiar metal por billetes. Pues esos me han contactado ya, andan por las cercanías, seguramente tienen gente del pueblo trabajando para ellos. Quieren localizar el metal y comprarlo todo. Retirarlo del mercado como explican algunas teorías conspiracionales.

    -¿ Y, cómo es eso?

    _Mire, hay gente que afirma, y no debe andar muy errada en ello, que una organización perfectamente estructurada recoge todo metal valioso, esto incluye a las piedras preciosas, para evitar que la gente, el vulgo, posea valores fuertes que les permitan sobrevivir en una crisis económica. Recogen todo metal y diseminan vil papel impreso, los billetes, cuyo valor real es mínimo atendiendo a los costos de su manufactura. De repente anuncian caídas en el precio del oro para crear pánico entre sus poseedores y obligarlos a que cambien su metal por una moneda "firme". Da dichosa moneda firme no lo es tanto, también se devalúa a voluntad de estos sujetos que tienen en su poder la maquinita para fabricarla. Como usted dijo a mi esposa, el oro se entierra, pasan siglos y al desenterrarlo sigue conservando su valor. Las depreciaciones artificiales duran poco tiempo, siempre son provocadas para recolectar el metal y que solo quede en el mercado el suficiente para usos ornamentales o religiosos. Bueno, pues estos sujetos andan tras usted y no hay riesgo en ello si usted acepta vender de no hacerlo creo que ellos pueden activar muchos mecanismos que tienen a la mano, mandar tras usted al Estado, por ejemplo. Para ellos no es ningún problema que el oro esté en manos del estado ya que este los deposita en sus reservas y jamás lo reclama o recupera. Recibe a cambio papel impreso, documentos que avalan la posesión del metal. Estos están tras lo que usted cuida, procurarán hacerse de él antes de que se diluya entre más gente.

    Margarito escucha y reflexiona.

    -Nuestro amigo asturiano quiere que usted se entreviste con su confesor y otras altas autoridades eclesiásticas. Ellos quieren proponerle un plan para cumplir con la misión encomendada a usted por sus padres. Se trata de formar una organización dentro de la Iglesia que maneje todos los recursos para realizar obras benéficas en el lugar de origen de los soldados que hurtaron el oro del Rey de España, otros nobles y privilegiados sacerdotes venidos de allá. Es muy interesante lo que, según Juan Fernando, han recabado de información en este tiempo. No han querido hablar conmigo, lo esperan a usted para presentarle todo el proyecto.

    -Me parece interesante lo que me cuenta. ¿Usted me acompañaría?
    -Por supuesto, y también mi esposa, ella está más que interesada.

    -Estaré allá muy pronto. No le avise a nadie. Cuando llegué les avisamos para que nos reciban.



    En el paraíso terrenal

    Un muro grande circunda la residencia donde han sido citados nuestros amigos. En la entrada hay un guardia vestido muy extrañamente. Viste de negro con camisa blanca y corbata negra. Se intuye que es un guardia porque trae a la cintura un equipo de radiocomunicación que no deja de hacer el ruido característico de una estación repetidora que es activada y desactivada. Hay un dedo inquieto por ahí activando el sistema. Bien podría confundirse también con un mozo o un torero vestido para una faena sin su tradicional traje de luces. Anota los datos de los visitantes y luego hace una llamada telefónica para que alguien allá dentro autorice el paso al grupo de visitantes. La voz que se escucha por el equipo de radio indica que solo dos personas pueden ingresar, las demás deberán esperar en la caseta o en algún lugar cercano. Los que están autorizados a entrar son Margarito y El Asturiano.

    Gerardo acepta de buena gana la disposición, no así Josefina, que reclama formar parte de la comitiva. La voz del equipo de radiocomunicación reafirma la orden: solo las dos personas que se ha indicado.

    Ante la sorpresa del guardia Margarito le da las gracias y sale por la puerta de la caseta de vigilancia hacia la calle. Los demás lo siguen excepto Juan Fernando que se queda en espera de instrucciones del vigilante. Luego se une a ellos, se nota agitado y contrito como un niño que ha recibido la misión de conciliar a sus amiguitos.

    -Dice Monseñor que está bien, que todos pueden pasar.

    -Dígale a Monseñor que ya nos vamos -responde Josefina.
    Que muchas gracias por su hospitalidad, que si se le ofrece hablar con "nosotros" ya veremos cuándo tenemos tiempo, y que será en mi casa.

    Juan Francisco espera a que Margarito le responda...

    -Dígale lo que le ha dicho la señora. Será en mi próxima visita.

    El auto se pone en movimiento mientras El Asturiano se regresa a hablar con el hombre de la caseta.

    -Viste qué jardín tan hermoso, cuántos árboles, qué grandes. Me encantó la sombra que prodigan por todos los rincones. Parece que la residencia ocupa el espacio dos manzanas, si no es que tres. Me hubiera gustado caminar por ahí.
    Hacia dentro se miraba una cascada simulada. Me está dando ideas para tumbar la barda que separa nuestra casa con la de Marian, si la convenzo podemos hacer algo como esto.

    -Estos árboles son muy antiguos, deben tener más de docientos años. La casa y el patio seguramente han permanecido intactas desde entonces. Sentí ahí dentro la sensación de estar en otra época. Los gorjeos de las aves se escuchaban como si vinieran en forma de eco.

    -Mire Gerardo, como le dije, allá en mi serranía hay sitios más bellos que este, hay que caminar mucho, eso sí. Pero el paisaje vale la pena.

    -Lo creo Margarito. Un día nos animamos y hacemos esa caminata.

    -Creo amigo que ya no habrá tiempo para eso. He notado una gran algidez en el ocurso de las sombras. Siento que en breve se precipitarán los tiempos. Debo prepararme para eso.

    -Y hablando de eso... -dice Gerardo- me puede explicar lo de las sombras aquellas, las de esa noche de luna en su casa.


    Cuando estuvieron en la calle de su casa, Josefina le pidió a su marido que la dejara en la puerta de la casa de Marian.
    Se bajó del automovil y sacó las llaves de su bolso de mano. Entró como si estuviera en su casa. La llamó en voz alta mientras se dirigía a la pieza predilecta de su amiga. Ahí estaban Joaquina y ella conversando. Era día de descanso para Joaquina. Jose se dirigió a Marian:

    _De lo que te perdiste, acabamos de regresar de un sitio que se parecía al mismísimo paraíso del Edén.

    - ¿Y viste al árbol de la sabiduría?...

    La pregunta pilló descuidada a Jose. Por ahí se escuchó la risa de Joaquina.

    -¿Qué les pasa a ambas? ¿Están drogadas?...

    -Ándale, ándale, ándale... el árbol de la sabiduría era uno de mariguana, o uno donde crecían hongos en el tallo.
    "Pá su madre..." Las ideas... las visiones que vienen con estas madres. Es sencillo hablar con Dios.

    Joaquina se volvió a reír a carcajadas y Marian continuó con sus reflexiones.

    Bueno, hasta el "Darwing" se queda sin el mentado eslabón perdido, un mono se comió un hongo o una hierba extraña que contenía alucinógenos y zas: el mono se puso a andar derechito y de ahí no ha parado.

    -Jajaja, Joaquina.

    -Ándale, arréglate. Margarito ha venido por la mañana y está en casa, vamos a comer con él.

    -Uta... el guapo Margarito. Oye, viéndolo bien sí está guapo. Un poco bajo de estatura pero... pensándolo bien, sí está guapo.

    -Ándale, apúrate. Dúchate para que se te "baje" la levitación y vámonos.

    Todavía huele a copal. Jose comprende que entró en un momento inadecuado, algo estaban haciendo las dos, una especie de ceremonia prehispánica, de esas que Joaquina dice que aún se celebran en su pueblo.

    Toma de las manos a Marian y la lleva a la regadera.
    Joaquina se acomoda en el sillón de al lado y se duerme.

    Luego del baño, la claridad de los pensamientos vuelve poco a poco. Aún camina lento. Se abraza de su amiga para sentirse más segura. Entran a la casa y encuentran a Margarito y Gerardo en animada conversación.

    _Nada de Ovidio...

    -Nada, parece que Juan ha andado más ocupado con los señores de su diócesis, también hay que tomar en cuenta que los amigos no son muy dados a las comunicaciones modernas.

    _He tomado la decisión de atender a los resultados del viaje. Mover a esta gente con todo lo hurtado y ponerlos en camino a sus montañas. Ya Dios dirá, la suerte o el infortunio. Eso está fuera de nuestro alcance.

    -Pues sí. Yo sigo pensando que es un esfuerzo inútil. En esas épocas no había como en las nuestras esa conciencia del bien común o social, si acaso lo hubo fue en estas tierras. Aquí la gente todo lo hacía como comunidad. Las tierras eran de los pueblos y todo el pueblo las trabajaba. Allá todo se debía y se hacia en beneficio y gloria de los amos y señores. Bueno, así fue esa época: servir o morir por su señor.

    La charla se interrumpe con la llegada de las mujeres.
    Marian está más pálida que de costumbre. Margarito la mira con atención, la piel de ella parece transparente. Se acomoda a un lado suyo y le saluda con un beso en la mejilla como es su costumbre.

    -Y qué le parece la idea de los señores curas.

    -Pues mire, con ellos sucede lo mismo que con los proyectos sociales del gobierno. El dinero se consume en los insumos de la Institución y lo que llega a los necesitados siempre es una parte ínfima, de cada mil pesos que se destinan a obras sociales o de caridad, a los necesitados les viene llegando diez. Edificios, funcionarios, vehículos, viáticos... y todos esos gastos inescrutables a la mirada pública. Con el clero también sucede lo mismo que con los que acaparan el metal a cambio de papel impreso, la Iglesia procura acrecentar sus arcas, como cualquier banco o institución financiera, depende de ellas para ejercer su poderosa influencia. No veo a ninguna de las dos opciones como la mejor solución. Imagine usted cuántos requisitos pondrán a quienes quieran acceder, como descendientes de los soldados de la conquista, a su parte de la "herencia". Quién determina la proporcionalidad que se otorgará a cada uno. A cuántos le tocará algo de este bien con justo derecho como descendiente, y cuantos fraudulentos usaran su habilidad para usurpar el sitio de otros. Todo eso lo sabe y considera la Iglesia, tiene tanta experiencia, como muchas otras organizaciones antiguas como ella.

    Marian sigue sintiéndose aletargada, se acomoda a lo largo del sillón que ocupan ella y Margarito y coloca su cabeza sobre uno de sus muslos.

    -Perdón Marg -dice- ando un poco o un mucho amodorrada, las paredes y el piso se me mueven, aparecen ojos en los muros y el techo. Me acomodaré así contigo, cerraré los ojos mientras esta sensación extraña se me pasa.

    Josefina le pregunta si no quiere ir a una habitación y ella le responde que no, que quiere escuchar todo el asunto del oro, del viaje, de los curas... que todo eso está muy interesante. Que ya se le está pasando...


    _Me preguntaba usted de la extraña fiesta que presenció en mi casa. Mire, esta se realiza siempre en la misma fecha, a finales del mes de octubre. Ellos vienen y celebran, luego algo sucederá. En los libros que le mostré, los partes guardados terminan de redactarse en una fecha, es en los primeros días del mes de noviembre. Yo creo que algo pasó, quizá hubo una masacre, no lo sé. Mire amigo. esas siluetas que se ven por el valle, que parecen ir siempre, son una especie de reflejo. Cuando se pasa mucho tiempo en la soledad de las montañas se tiene un tiempo infinito para pensar en esas cosas, creo que tienen relación con un sitio que conozco por el cual se cruza de una época a otra de la vida. Creo que son sombras encriptadas en el mismo sitio pero en diferente tiempo, creo que el motor de ese fenómeno es esa fortuna.

    _ Mira te lo explico muy claro _dice Marian. La vida es como un enorme códice donde le Tlacuilo ha inscrito las imágenes de los que sucede a cada generación. Los cuadros del códice se doblan y quedan unidas como las páginas del libro. La vida de una generación y la de otra quedan emparejadas, cercanas, apenas sujetas al papel amate por la adherencia de la pintura, desde una se puede percibir las imágenes y los hechos de las otras.

    -Entonces pueden, desde un punto del papel saltar a otro... a otra época -expresa Margarito-.

    -No, no se salta por los planos, las interacciones se dan desde los vórtices, en las fracturas emocionales de los seres, ahí es donde se produce la interacción entre los tiempos. Como las letras de las páginas de los libros que llegan y parten de esa unión.

    Josefina está asombrada por la seguridad con que Marian afirma y explica todas esas cosas.

    -Y eso, dónde lo leíste, cómo lo sabes.

    -Con la sopita que hace Joaquina con cosas que trae de su pueblo uno se pone muy perceptivo. Así como estoy puedo explicarte, absolutamente, con toda claridad, cualquier cosa. Nada hay que no comprenda o que no vea. Todo me parece muy claro, lógico y sencillo.

    Llaman a la puerta y Mariana le ordena a Francisca, una prima de Joaquina que acaba de llegar de su pueblo para buscar trabajo, que vaya a ver de quién se trata.

    -El señor Obispo dice que los invita a comer, que lo disculpen. El encargado de la seguridad lo complicó todo, pero mañana los invita a comer al obispado. Es El Asturiano que entra tras Francisca con un gesto de que lo ha resulto todo.

    -Dígale por favor que le explique a don Gerardo todo el asunto. Yo me regreso mañana a mi lugar -responde Margarito.

    Mariana ya se ha incorporado. El efecto de los hongos ya ha pasado y ahora está muy atenta a la conversación. Margarito sigue platicando de su casa y de los libros que Gerardo conoce. Relata con tal verosimilitud los hechos fantásticos que solo le han sucedido a él, que los demás los procesan en sus mentes como ciertos. Describe uno a uno los maravillosos paisajes que se suceden valle tras valle. Cascadas, lagunas, hondonadas... todo ello embriaga los sentidos de los oyentes. Lo malo es que no hay caminos para ir en auto. Una gigantesca muralla de montañas empinadas protege esos paradisíacos parajes. Una cordillera tras otra, es necesario conocer bien las veredas que la naturaleza se encarga de borrar y mantener imperceptible. Gerardo ratifica con un gesto las dificultades que Margarito plantea. Solo el que conoce los caminos de las cavernas puede acceder al lugar más fácilmente. Invita a Gerardo a volver otra vez y él le dice que no por ahora.


    Se hace de noche. Mariana se acerca a Margarito y le dice que la lleve a su lugar, que quiere mirar esos sitios, leer esos libros. En fin... conocer, vivir esa experiencia íntima con la naturaleza. Al día siguiente ella está lista con un pequeño equipaje. Lleva unos tenis para la caminata. Blusas, pantalones de mezclilla, chamarras. Margarito le deja conservar únicamente los pantalones de mezclilla, una gruesa blusa de lana y la chamarra de plumas: -hace frío por allá -le dice-.
    Los zapatos tenis no sirven para ambientes en donde se presentan esporádicas lluvias. Van a una tienda de calzado a comprarle los mejores zapatos de minero que ofrece.

    Los esposos dejan a la pareja en el mismo sitio donde se despidieron la última vez. El personaje se dirige al mismo promotorio de piedras de la vez anterior y descubre unos sacos pequeños. Son cuatro, los ha ido acumulando poco a poco pues son pesados.

    -Son de usted señora -le dice a Jose-. Para los dos... corrige, al ver la mirada aguda y brillante de la mujer. Son los últimos, con ello es más que suficiente, queda saldado el compromiso por su ayuda y su discreción. Talvez ya no haya oportunidad de volver la próxima vez que nos veamos.

    De entre el pinar aparece el perro. Corretea alegremente y hace fiesta a su amo. Los tres se dirigen por las veredas a esos sitios secretos donde habita nuestro personaje.


    ***​


    Como pesa el camino cuando uno de los caminantes no es apto para las caminatas. Luego de dos horas de andar, Marian siente que tienen los pies desechos. Le duele todo el cuerpo. Está sudada, se siente sedienta, sofocada, le falta el aire en esos sitios tan altos. Margarito la ánima de muchas formas, la más eficiente de ellas es la que le dice que por esos rumbos hay pumas y otros depredadores nocturnos. La urge a alcanzar la entrada a la caverna cuando menos pero Marian le dice que ya no puede más. Quisiera regresarse pero sabe que eso no es posible. Al llegar la tarde él decide echarla sobre sus hombros para llegar a la entrada de la cueva antes de que llegue la noche. Ella quisiera hacerse etérea para alivianar un poco la carga que significa para su protector y guía. El cansancio es tal que afloja todo su cuerpo, encaja su mandíbula resaltada sombre un y otro hombro de su amigo. Sus largos brazos de repente se asen del cuello del varón, otras veces cuelgan largamente sobre su pecho. Él es muy fuerte. La tranquiliza, le dice que no se preocupe, que no pesa mucho cuando ella repente las letanías de perdóname Margarito, perdón, perdón... lo siento. Es esforzada, luego de largos trayectos sobre el cuerpo del hombre le pide que la baje y camina, camina poco, lo que puede, luego vuelve a sus hombros.

    El cansancio la vence, se duerme.

    Cuando abre los ojos se encuentra en una cueva iluminada por unas teas. El perro dormita echado, oteando los vientos que vienen desde la entrada. Le duele todo el cuerpo, le parece imposible mover cualquier músculo de la cadera a los pies.

    -Qué horas son -pregunta-
    -Ya es el mediodía, ha dormido toda la noche, llegamos aquí casi a la madrugada. Descanse.

    Le ofrece unos trozos de carne y agua de su cantimplora.
    -Qué es...

    -Conejo, cortesía de él, es su especialidad. Señala al perro y este, al saberse aludido los mira afectuosamente y mueve la cola.

    Mañana iré a colocar trampas y a recolectar frutas. Nos detendremos aquí varios días.


    -Perdón -repite, no lo pensé, no imagine que fuera tan duro hacer esto. Lo estoy retrasando mucho, perdón.

    -No se preocupe, no tengo nada qué hacer más que caminar. Aquí las cosas marchan sin mis cuidados, despreocúpese, podemos detenernos por días sin que nada se altere o deje de funcionar.
    ¿Usted tiene alguna prisa...?

    -No tampoco, ninguna. Siempre me despierto y miro al día pintarse en los tejidos de las cortinas de mi ventana. Es lo mismo un día que otro. Mi problema es en qué ocuparlos para que no sean tan parecidos. Luego me paso días enteros encerrada en mi casa. Jose me rescata con su hiperactividad, creo que me va a extrañar mucho en estos días, tendrá que ocuparse en platicar y hacerse acompañar por Joaquina o de su hermana.

    -¿Cuanto tiempo piensa usted quedarse por estos rumbos?

    -No sé, unas dos semanas, tres...

    -Querida Marian, en estos rumbos esos tiempos no cuentan, cuando uno se da cuenta ya pasaron varios meses, ya lo verá.

    -Me duelen mucho las piernas, quizá no pueda seguir... tengo que seguir -corrige-. Qué locura la mía, jamás imaginé que esto sería tan duro.

    -No se preocupe, en unos días caminara al lado mío como si hubiera nacido aquí.

    La ayuda a incorporarse. Una vez de pie le recomienda empezar a caminar muy lentamente, a esperar a que cada músculo recupere su elasticidad con el calor del movimiento.

    Lo peor ya pasó, ahora continua el camino sinuoso por entre las laderas, más adelante hay un hermoso valle donde tengo una cabaña pequeña, muy bonita, ahí descansará bastante bien.

    La antorcha chisporrotea y de repente hace como que explota. Ella se asusta un poco. Al poco rato se acostumbra al ruido que genera.

    -Son insectos -le explica Margarito, quedan atrapados en la resina de los árboles conservan algo de humedad.

    Los pasos le ayudan a confortarse, después de un rato ya no siente dolores en las piernas, quiere caminar más rápido pero él le dice que no lo haga, que no es necesario, no hay prisa. Al poco rato la luz al fondo del pasillo anuncia la proximidad de la salida. Llegan a la boca de la cueva y Marian queda maravillada con el paisaje.

    -De este lado queda un hermoso remanso, el agua del río subterráneo sale a tomar el sol, hay que caminar un pequeño trecho para llegar ahí. Hacia este otro lado está la cabaña, a unos cuantos pasos están unos baños termales, el agua sale muy tibia. En los tiempos de frío se levanta mucho vapor desde la superficie del agua. Iremos ahí, un buen rato entre esos riscos que parecen vasos, le hará sentir muy bien. Podemos quedarnos unos días aquí y luego continuar nuestro camino hacia mi casa.

    Marian está de acuerdo. Ayudada por él camina entre las irregularidades del sendero para llegar al sitio señalado. Ambos caminan entre los largos tallos de un hermoso bosque de pinos. En un pequeño claro está la cabaña. Más allá se ven unas peñas agrupadas, son un cúmulo de rocas volcánicas con afilados bordes; enmedio de ellas, como si fueran tinas de baño naturales, varias pozas pequeñas de donde surge un vapor apestoso a huevo podrido. Margarito le dice a Marian que se meta en una de ellas, poniendo mucho cuidado al pisar, pues tienen en el fondo y a los lados algunos bordes agudos. Mientras él se dirige hacia la cabaña de troncos para limpiarla de alimañas, ella se desnuda y se acomoda como si estuviera en su tina de baño.




    Estoy preocupada por Marian. Siento que ha cambiado mucho desde aquél incidente. Antes era... no sé. Me gustaba la Marian de antes. Sencilla y condescendiente. Me acomodaba mucho con ella. Ahora no, ahora toma sus decisiones y no avisa. Desaparece sin decir a dónde va o a dónde ha ido. Mira que irse de aventura con Margarito... me ha sorprendido esa Marian. Le irá mal, lo sé. Ella no es de incomodidades, es floja para levantarse, hay que apurarla para que salga de su casa.

    Gerardo la corrige: -era, tú lo has dicho, ha cambiado.

    Crees que esté segura con ese hombre. Estoy preocupada, no le vaya a hacer algo. Cuando le dije que no lo conocía no me dejó terminar. -Esta bien, está bien -me dijo- qué me puede pasar... Ya no le pude decir nada.

    -Margarito parece un buen hombre, solitario si tú quieres, pero me parece muy tranquilo; y sobre todo, gente prudente, de las que piensan.

    -Yo a veces pienso que él huye de algo... que es una especie de fugitivo.

    Gerardo se queda pensando en las últimas palabras de su mujer. Sí -piensa- es un fugitivo, pero recuerda detalles de su confesión, hecha con tanta sinceridad. Yo haría lo mismo... es defensa propia. Lo querían matar. Pues sí, la mujer aquella debe haber puesto una denuncia, deben andarlo buscando.

    No quiere preocupar a su mujer. Cierra los ojos a las sospechas y se refugia en la confianza que le inspira el trato que hasta hoy ha mantenido con su amigo.
    ¿Amigo?... Apenas se conocen.




    -La señora Josefina Palomares...
    -Sí, es ella, con quién tengo el gusto?

    -Bernardo Saba, no se acuerda de mí.
    -No, no conozco a ningún Saba.

    -Soy Filipo Jose, el novio de Serena, fuimos al mismo colegio en la secundaria.
    ¿Te acuerdas?

    Ya, ya, ya... sí, cómo no Filipo. Pero no recuerdo que te apellidaras Saba.
    Saba es mi segundo apellido, mi madre, sabes, ella es de Domínguez por mi padre.
    -Mira... hasta ahora lo sé. Y en que te puedo servir Filipo.
    -Pues por lo pronto saludarte y si se puedo invitarte un café para plantearte un muy buen negocio.
    -Ya, ya, ya... Seguro que conoces a Juan Fernando verdad. Él te dio referencias de mí.

    -Bueno, no; él es cliente de uno de mis tíos y él me ha pedido que aproveche nuestra amistad para contactarte.
    -Al menos son sinceros. Bueno, deja avisarle a mi marido para que nos reunamos contigo hoy mismo y quede cerrado de una vez por todas ese asunto.
    -Cuál asunto... todavía no hablamos de nada.
    -Ya sé de qué se trata, no te doy falsas esperanzas, pero como quiera, eso no impide que charlemos un poco.



    "Desde siempre se siguen las huellas del oro. De los que parte a tal sitio y de lo que debe llegar. Aquello que no llega se espera, un día reaparecerá, saldrá de su tumba y producirá destellos como una supernova en el universo de los hombres. Luego ocupará su espacio en las arcas que lo contienen. Algo de pedacería anda aquí y allá para comerciar con su belleza, pero el volumen más importante está siempre en las bóvedas de los hombres que juegan con la riqueza como si esta fuera de papel, porque la riqueza que le permiten al mundo es de papel. Todos los hombres del mundo se sienten seguros resguardando en sus cajas de seguridad y en sus carteras, vil papel. De repente una sacudida y el papel se vuelve lo que es: papel impreso con números."

    Josefina mira a su marido, él ha terminado de repetir el discurso de siempre, que trae más en boca estos últimos días, desde que tienen en su poder esas monedas y tejos que la fortuna les ha traído a sus vidas sin desearlo ni planearlo.

    Filipo Saba es un tipo chocante. Carece de la serenidad de los de su estirpe, él está fuera de alguna forma. Esta es su oportunidad para integrarse de lleno a la familia. Acompaña sus palabras con desplantes y manoteos teatrales que intentan hacerle ver como un hombre seguro y poderoso, quiere impresionar a sus invitados.

    -El asunto amiga es que podemos hacerte una muy buena oferta, y como parte del pago, colocar en donde tú nos pidas el producto de la venta, todo o en partes. No necesitas sacarlo del país, tampoco cubrir los impuestos establecidos. Una llamada y un vale firmado por nosotros y puedes reclamar tu dinero en cualquier parte del mundo, lo tienen donde tú quieras. Nuestro negocio no es el fraude, es la compra venta de dinero.

    -Pero nosotros no tenemos oro en nuestro poder.
    Sé que sí, uno de tus socios nos ha vendido una cantidad similar a la que, seguramente, tú posees. Él, y esto no te afecta a ti, recibirá una comisión si se realiza la operación, si cerramos la venta del lote grande. El mismo porcentaje que le hemos ofrecido a él se lo ofrecemos a ustedes.

    Los esposos se quedan callados. El sujeto vuelve a hablar:
    -Estoy hablando del lote grande, el que está en poder del amigo de ustedes.
    Tenemos años monitoreando ese metal en moneda, en tejo y en lingote antiguo.



    ***​



    Marian se ha quedado dormida en las aguas termales. Se despierta al sentir que alguien le toca el cabello.
    Margarito le ofrece un jabón viejo, endurecido que tenía guardado en la cabaña.

    -Esto es un tesoro por aquí -le dice-.

    Le pide que mire para otro lado para quitarse la ropa y se introduce en la cavidad que está al lado de ella.

    -Qué delicia -dice Marian-, Margarito, tu nombre es muy largo, te puedo llamar Mar, solo Mar.
    Él se ríe, -claro, llámame así-.

    -Oye Mar, y no te sientes solo por estos rumbos. Esto está muy bonito, pero no sé, eso de estar siempre solo. Con quién hablas... Yo no puedo estar mucho tiempo sola. Cuando llevo tiempo encerrada en mi casa empiezo a hablar como loca: me pregunto y me respondo. ¿No te pasa lo mismo?

    -No, yo estoy acostumbrado a estar solo desde niño. Muchas veces tenía que hacer largas jornadas desde mi casa a una de estas cabañas para hallar a mi padre. Pensaba, y pienso mucho. Es una forma de hablar. No siempre he estado aquí, cuando niño mi madre me mandó con unos parientes para que fuera a la escuela. No me fue bien. Me molestaban mucho, me metí en muchas riñas a causa de las burlas por mi forma de hablar o por mis hábitos solitarios. Eran chicos muy débiles, y yo muy fuerte, formado desde niño en las actividades rudas.
    Me expulsaron muchas veces. Mis padres decidieron que estaba mejor por estos rumbos y volví.

    Los dos se quedan callados durante mucho rato. Marian rompe el silencio.

    -Oye Mar, y ya has tenido mujer...

    -Sí, claro. He tenido unas, pocas. En mis viajes a menudo conozco mujeres. Una de ellas estuvo a punto de venirse a vivir conmigo.

    -De eso cuánto hace.

    -Hace tiempo, no sé exactamente, no me rijo por los calendarios.

    -Y desde entonces no has tenido a ninguna.

    -No, desde entonces no.

    -Sabes Mar... Creo que tú y yo nos parecemos. Somos páginas de la vida que se han escrito con la tinta de la soledad.



    Allá en los cielos se pintaron los algodones de las nubes. Una poderosa águila da vueltas en círculos revisando el valle en busca de una presa. Se oyen los vientos ir y venir por la floresta. Margarito se sale de la cavidad de roca volcánica y Marian quiere hacer lo mismo pero no puede. Después de mucho rato su cuerpo ha adquirido esa especie de inmovilidad que da la permanencia en el agua.

    -Me ayudas -le pide- ofreciéndole las manos.

    Él la jala hacia sí. Una mujer desnuda surge del pequeño cono volcánico.
    Una mujer... Margarito la mira, cruza sus fuertes brazos tras su espaldas para incorporarla y llevarla a la vereda.
    Ella lo mira atentamente, estudia sus reacciones. A Marian le gusta mirar.

    La lleva adentro de la cabaña. Una deliciosa llama está queda viva en la chimenea para acariciar con ternura su adolorido cuerpo. Se duerme. Los gruñidos del perro la despiertan, el fuego se ha apagado ya aunque su calor prevalece en el ambiente. Llama a Margarito para avisarle que el perro ha ladrado. Margarito no responde, se da cuenta que está sola.

    -Maaar... grita. Se abre la puerta de la cabaña y el primero que entra es el perro, viene moviendo la cola; tras él parece la silueta de Margarito.

    -Dónde estabas, me asusté, el perro estaba ladrando, me asusté.

    -Durmiendo, junté zacate seco y musgo para hacerme una cama, afuera hicimos una fogata también. Hemos dormido muy bien, no quise despertarla, le dejé la cabaña para que descansara bien, la iba a despertar para ofrecerle la cena, pero la vi tan dormida que mejor....

    -Mar... -hazme un grandísimo favor, sí. Ya no me trates de usted, dime Marian o como quieras, pero ya no me trates de usted.

    Se puso los pantalones, se metió los zapatos y luego la chamarra. Salió. Afuera el espectáculo era hermoso, había una oscuridad total que permitía contemplar el cielo despejado con todos los luceros y estrellas brillando. Se acurrucó junto la la fogata y el perro vino con la cabeza baja y la lengua muy activa, lista para prodigar caricias. Ella lo cogió entre sus brazos y lo atrajo hacia su vientre.

    -Cómo se llama, preguntó.

    -No tiene nombre. Cuando lo llamo solo le silbo. Le señalo las cosas y le doy siempre las mismas órdenes, entiende muy bien.

    -Hay que ponerle un nombre, llamémosle Lucero.

    -¡Lucero...! El perro reacciona dándole lenguetazos en las mejillas.


    -¿Qué hora es?

    Margarito mira hacia el cielo. Mientras Marian busca inutilmente su pequeño reloj en la muñeca.


    -Ya pasa la medianoche.
    -En la ciudad todavía andaría en la calle, en algún café, o quizá mirando la tele con Gerardo y Jose.


    Se quedan callados, el espectáculo estelar es arrobador para ella, él está acostumbrado a mirarlo. Muchas estrellas fugaces aparecen y desaparecen ante su vista.

    -Me siento muy bien, ya no me duelen las piernas, mañana seguimos.

    -No, nos quedaremos aquí otros días, necesito recolectar resina y tratar el musgo para hacer las antorchas. Es un valle muy bonito, le gustará... te gustará -corrige-.

    -Ven vamos a dormir, no tienes que quedarte fuera de la casa. Que lucero también se meta.

    -No, no te dejará dormir. Él escucha todos los ruidos de la noche, percibe los olores, no se estará en paz. A él le place quedarse afuera. Métete tú, nosotros dormiremos aquí, está rica la paja, con la hoguera nos la pasaremos muy bien.

    Ella se mete a la construcción de madera pero no puede dormir. Vuelve a salir: dormiré con ustedes -dice-, recordé que mañana no tengo nada qué hacer. Margarito acomoda el pasto y el musgo seco para hacerle un sitio junto a la hoguera.

    No puede dormir, los frecuentes gruñidos del perro la despiertan.
    Margarito el traduce cada gruñido: es el puma, es un venado, oyó un conejo, esas son ratas, parecen ardillas...


    Al día siguiente Marian empieza a padecer los cambios radicales a que le obliga ese mundo tan diferente al suyo. El amanecer irrumpe de golpe en todo su ser. No hay ese espacio tan amado por ella, en el cual las cortinas de su habitación le ofrecen un suave y delicado amanecer aun a media mañana. No está su baño caliente de tina mientras bebe su amado té de frutas. Sus pasos consintiendo a sus pies con las cómodas pantuflas casi flotando sobre la alfombra. No está también ese delicado camisón que le estimula la pereza y a pensar y repensar si vale la pena vestirse para ir a la calle. A qué ir a la calle. Recuerda esa sensación amarga de revisar su directorio para ver quién le parece compañera propicia para compartir absurdos y estupideces mientras el sol cruza por el cenit en busca del horizonte. Ah cuanta amargura significaba entonces todo ese bagaje rutinario hueco y absurdo. Siempre surgía Josefina como la única y mejor opción, la menos aburrida, la más interesante de todas. A veces, Josefina, con sus inquietudes le parecía toda una aventura de vida. Pero hoy aquí todo eso no estaba y sufría por eso. La mañana entra con toda su luz y los vientos agreden las mejillas, los ojos. La paja colocada sobre los troncos que componen el camastro son cómodos, pero cómo pican, tiene el cuerpo lleno de extraños puntos blancos que parecen piquetes de insectos o quizá alergias. Recuerda y considera una verdadera estupidez haber pensado siquiera, y más pedir a este desconocido que la trajera por estos rumbos de los cuales nada sabía. Ahora está aquí y contempla un bosque hermoso pero agresivo para su forma de vida. No hay tina de baño, tiene que ir a los conos de roca volcánica a sumergirse para tomar un baño rodeada del ambiente frío de la montaña.

    Margarito viene a buscarla a los baños termales para informarle que irá a un punto de la montaña a recoger resina y varas para hacer antorchas. Ella le dice de lo inútil de ve su actividad, que hoy hay lámparas de pila de larga duración, que con muy poco dinero podría llenar de ellas las entradas de las cavernas y permitirse una travesía nocturna con muy buen luz. Margarito le responde que sí, que eso es posible, pero que lo que prepara no es para nuestro mundo sino para uno que esta a unas hojas debajo del Códice del Tlacuilo. Esto es para ese mundo, no para el nuestro.

    No quiere quedarse sola y sale rápidamente de la boca de piedra llena de agua caliente y va a vestirse para ir con él. Ambos caminan rumbo a un valle que se abre a la vista. Marian imagina ahí una casa de piedra con su chimenea, modelo perfecto para una pintura paisajista. Se lo dice a Margarito y él le contesta que en su casa hay muchos dibujos a carbón con esas imágenes. Al medio día cruzan en pequeño valle y aparece ante ellos una montaña muy encrespada. Ahora hay que subirla por la ladera, esto se llama Nido de Águilas. Es una fortaleza natural. Aquí presentaron batalla nuestros antepasados cuando las tropas reales del Virrey hicieron una campaña para recuperar el oro robado a las minas, allá arriba hay un pequeño fuerte. Detrás sigue un altiplano que tiene varios potreros, ahí tengo muchos caballos que andan libres por la serranía, es difícil hacerlos mansos. Sin embargo uno que otro ya conoce la doma y con la ayuda de mi perro, se les puede volver a amansar.

    De nuevo siente adoloridas las piernas y los calambres hacen que se eche al piso y se retuerza del dolor. Margarito le jala las piernas, por sobre el pantalón procura manipular los músculos que resaltan, rebeldes ante tanto esfuerzo. Ella sigue sufriendo por los dolores, se queja, se ha puesto completamente roja. Él le quita los pantalones y el unta una pomada compuesta con resinas y grasa de castor y ardilla. Talla por todas las piernas y el pie. El calor ayuda a que los calambres cedan. Marian se mete los pantalones. Está pensativa.

    -Sabes Mar, soy un estorbo para tus cosas, esto es más difícil de lo que puedo hacer. Perdón por haberme pegado. No habrá forma de que me saques de aquí a algún lugar donde pase un camino, yo veré cómo le hago para volver a mi casa.

    Él se la queda mirando y luego le dice:

    -Para mí esto es especial. Había andado por estos rumbos sin sentir, sin notar la enorme soledad que hay en ellos. Para mí los vuelos y cantos de las aves bastaban. Bastaba ver el cristal móvil de las cascadas, los cielos despejados con sus graciosas nubes blancas. Bastaba ver el valle alto lleno de granizos. Uno se acostumbra a ser feliz con lo que se tiene. Pero ahora creo que esto se llenará de una soledad insoportable cuando te vayas. Este viaje ha sido lo más hermoso que me ha sucedido. Pero, bueno, si deseas que alcancemos un camino, mañana mismo empezamos el retorno, hoy tienes que descansar mucho. Dormiremos en Nido de Águilas, en el pequeño fortín que está ahí, por la noche me iré con Lucero para atrapar un caballo, así volveremos más rápido y sin que tengas que caminar.

    La ayuda a levantarse y la echa sobre sus hombros. Los pies de ella se acomodan dentro de las de él. Así suben por la pendiente rodeando la montaña. Al fin llegan hasta la parte superior donde hallan una explanada. Al fondo, adherida a una pequeña montaña está una construcción hecha con roca y balastro, tienen largas hendiduras dispuestas para disparar desde adentro.

    La sienta en algo como un escalón y se retira en búsqueda de pasto o musgo para construir una cama. Ella mira hacia el valle. Es una vista fenomenal que confunde los matices de cada uno de los elementos que componen su visión. Nunca había visto un sitio tan hermoso y tan virginal.

    El sueño la vence.


    El resto de la tarde Margarito se ha dedicado a reunir los recipientes que dejó en los árboles para recolectar resina. Una vez vaciados en un bote, los vuelve a colocar en las reabiertas heridas hechas a los árboles. Mariana le ha ayudado en ello, los calambres han dejado de molestarle. Procura caminar lentamente para que sus músculos se relajen y no le duelan al caminar. Cuando llega la noche Margarito enciende una pequeña hoguera en la entrada sin puertas del cubículo. Por un lado está echado su perro, que los observa y no descuida los ruidos del exterior. Marian se acerca a la fogata, dice sentirse mejor, le pide a Margarito que le dé de nuevo el masaje con la pomada salvaje. Los músculos, habitualmente flácidos ahora presumen las marcas de su estructura. Ella disfruta el masaje. Luego se pone los pantalones y deja que la flama le acaricie. Margarito sale a revisar sus trampas, vuelve con comida lista pasa asarse. Unos deliciosos vegetales completan la dieta de los dos. Marian se está acostumbrando a comer con las manos.

    Llega la noche y la hoguera ha perdido su fuerza. Pobres siluetas doradas resultan sus cuerpos. Él duerme cerca de ella, el perro está echado afuera. Con su mano empieza a jugar con los cabellos largos y quebrados del hombre. Le acaricia la barba. Margarito despierta y la mira. Ella le pide que abra sus brazos. Se anida entre ellos. Esa sensación de desamparo le abandona, puede fundirse a ese intenso calor que mana de su cuerpo.

    -Mar...
    -Qué...

    -Quítame la ropa, desvístete.
    Ambas cosas ocurren de inmediato. La fiereza del hombre se desborda al percibir cerca de sí a su hembra. Es una fiera que parece devorar, consumir, a su presa. Marian le deja ser, acomoda su cuerpo para que el poseedor consume plenamente todos los anhelos suyos retenidos. Lo ase y lo mira; a Marian le gusta mirar. El oso se come su cuerpo, lo desgarra. Ella se ha vuelto muda. Mira y completa los esfuerzos del deseo. Así transcurre la noche, como queriendo, el hombre, realizar, satisfacer, los ayunos pasados durante toda la vida.
    Surge el amanecer y con él viene el reposo de los cuerpos. Él se rinde ante el techo de la construcción, que milenario lo mira, como testigo célibe de cuerpos que lo habiten como casa.
    Ella despierta acosada por el frío, sube su desnudez sobre la del otro y lo hace despertar. Él se apresta para batallar en su cuerpo una nueva lid.
    Ella lo calma. Lo aquieta:
    -Déjame ser la bruma de este bosque que te cubre.
    Echa sus cabellos dorados, largos, rizados, sobre su rostro.
    _Quiero ser tu cascada de oro. Déjame ser así.

    -Mar... sabes, me gusta que me toques, que me acaricies mucho antes, que me beses y me mires, que te hagas también a mi modo, como a mí me guste estar contigo.
    Ya iremos entendiéndonos en eso.


    ***​


    -Los caballos que dejaron aquí nuestros abuelos tienen cruza de raza árabe.


    El animal los mira con recelo. La cuerda que lo tiene sujeto no ejerce presión sobre su cuello. Es la mano caliente la que le transmite todas las intenciones humanas.
    Ella lo toca, lo acaricia.

    -Respira como si lo olieras -le dice.

    Así lo hace. El animal le ofrece su trasero y busca oler el de ella. Es el lenguaje primero que establece a pesar de la diferencia de especie, el sexo del otro.Luego de las presentaciones el animal junta bruscamente su cuello con el cuerpo de la amazona. Ella lo abraza y restriega a su vez su cuerpo al de la bestia.

    -Esta listo -le dice- móntalo ahora. Hace dos rodeos suaves al rededor del hocico del animal y sin soltarlo de las riendas lo hace dar vueltas caminando con ella en sus lomos. Luego de un rato arrea cariñosamente al animal para que emprenda el trote. Le dice a ella cómo armonizarse al ritmo del animal y ella entiende pronto el mecanismo. Al final le da las riendas: -suave pero segura, solo indícale hacia dónde quieres ir. Este animal ya sabe lo que es la monta, conoce al hombre, a menudo le escojo cuando hace falta un animal para andar por las sierras, ha pasado algún tiempo en el establo, lo dejo aquí por unas semanas para que ande con los demás, luego lo llamo y viene, es muy manso.

    Unas veces con ambos sobre sus lomos el animal trota alegremente por las planicies breves de los valles; otras, el hombre jala al animal, y la mujer montada va sobre la bestia. A veces caminan juntos y el animalito los sigue, y más atrás el perro.


    Han dejado el fondo de la sierra, aparece el valle blanco, con su paisaje lunar. Vienen al paso caminando luego de tanto tiempo de andar entre ambientes inhóspitos. La casa está a la vista. Parece un costado de tren a la distancia, de un tren blanquecino. El perro ladra y corretea, como que reconoce sus rumbos.

    Para Marian esta casa antigua, rústica e incomoda es un palacio en comparación de los lugares en donde ha debido pernoctar. Llegan, y Margarito busca en los pedruscos cercanos las enormes llaves de hierro. Abre la enorme puerta de madera y aparece el patio con su fuente de cantera gris. Hay telarañas e insectos que empezaban a dominar los ambientes. Marian ha cambiado, no se asusta, procede con ayuda de Margarito a poner la casa habitable. La seducen las habitaciones del fondo. Una vez que han terminado de limpiarlo todo, ella se encierra a revisar los baúles y los libros viejos que están por todos lados. Le da un papel muy amarillo con algunos rastros de tinta roja ya por el paso del tiempo.

    -Este es el plano de la casa de doña Jose y Gerardo, el plano antiguo. Los pasadizos ocultos para salir a las orillas del pueblo, los depósitos secretos de armas y moneda de oro. Se los daré cuando los volvamos a ver.

    Los dibujos están ahí. Ella los mira cuidadosamente. Decolorados ya, como todos los demás documentos, apenas dejan ver los trazos capturados por algún esforzado dibujante. Ahí está El Nido de Águilas, el Valle de los baños termales. Los potreros que se conectan uno tras otro.

    Marian se siente muy a gusto en la casa. Es la primera vez que se ve al cargo de una. Piensa en eso. En la noche, mientras dormitan, ella, con voz muy suave le dice a Margarito:

    -Quiero decirte una cosa.
    -Qué...
    -Que no quiero que pienses que soy tu mujer. No soy tu mujer.

    El hombre escucha y calla, ella sigue hablando:
    -No soy tu mujer, solo tenemos sexo. Es todo. Un día, cuando decida que esto me aburrió me iré. Quiero que quede claro eso, muy claro.

    Margarito no ve su rostro en la oscuridad, no lo ve pero lo imagina. Imagina esa nariz delgada y puntiaguda apuntando hacia el techo. Imagina esa frente amplia y rectangular protegiendo esos ojos grandes y azules. Imagina esa boca delgada y dibujada, como si estuviera aleteando cuando dice todas esas cosas.

    Sí, siempre lo supe, esta es rara como todas las mujeres. Las palabras le hacen ruido en la mente: "Se ira", "pues que se vaya."

    Ambos bajan por las laderas para sortear las empinadas paredes de los cerros que separan a su casa del pueblo.

    Es día sábado. Entran junto con mucha gente de las rancherías que vienen a hacer día de mercado y que volverá también el día domingo. Ella llama la atención. Con sus ropas desgastadas que contrastan con la piel nívea, se hace notar. La gente disimula, hace como que no la ve, pero todo mundo la está viendo. Llegan al jardín principal y Margarito se sienta a observar la casa, esperando ver a alguien antes de hacerle señas para que acudan a verle en su banca. Marian, en cambio, se dirige directamente a la puerta y empieza a golpear la puerta para que le abran.

    Joaquina es la que abre y la abraza, luego corre al interior de la casa para anunciar su llegada.



    ***​

    Joaquina está lavando las puertas de vidrio de las vitrinas, las apila una sobre otra en el fregadero, les echa agua encima.

    -Mire señora Marian, ve como el agua parece que desvanece a cada una de las hojas de vidrio, ve como parece que con el agua es uno solo.

    Marian, que ha estado platicando con ella, mira a los vidrios húmedos y vueltos una solida masa.

    -Sí, los miro, y ¿qué con eso?

    -Pues mire, mi abuela dice que las generaciones se pueden unir así, como estos vidrios, que se pueden mirar una desde otra, mirar a las demás desde una, cuando se está en ese estado que usted y yo conocemos; dice que las generaciones son solo instantes alternos entre dos espacios. eso dice la abuela, eso le enseñaron nuestros "viejos".

    -Y eso para qué sirve...

    -A la gente común no le sirve para nada; para la gente como nosotras es parte de nuestra naturaleza, basta entrar en ese estado de interproyección para conseguir visiones de los otros ambientes de la vida.

    -Qué tonto parece eso Joaquina. Has estado leyendo mucho, que bueno que lo has hecho, me gusta tu nuevo lenguaje.

    -Jajaja, sí, hablo como ladina, cuando vuelva a mi pueblo me van a sentir fuereña.




    ***



    Para Joaquina fue una sorpresa hallar en la puerta al señor que le vendió a sus patrones la casa del pueblo X. Pasada la sorpresa lo invitó a pasar a la estancia de la casa. El señor Gerardo estaba por llegar y la señora estaba arriba, en su oficina, revisando la contabilidad del negocio. De paso, revisaba la contabilidad que le había dejado el administrador de los negocios de Marian, siempre lo hacia, como un favor para su amiga, tan despreocupada de cuanto a números y balances se refería, Para Jose no es así, a ella le gustan, le fascinan las cuentas. Cuando vino Joaquina a avisarle que el señor Arteaga, expropietario de la casa estaba ahí, recibió la noticia con desgano. -Atiéndelo -le ordenó- dile que estoy muy ocupada, que en un momento bajo. A ver si en eso llega Gerardo y ve qué es lo que quiere ese hombre.

    Joaquina bajó a atender al personaje y Marian siguió sumida entre sus balances y estados de cuenta.


    El hombre estaba de pié, observando pinturas y objetos decorativos que adornaban la sala de la casa. Se detuvo en una figura extraña que no hacia juego con el sitio, era una cara tallada al estilo nativo de algún lugar de África, en madera oscura.

    -Maestro -dijo- y las sombras de los cuencos de los ojos del fetiche parecieron iluminarse.

    Joaquina volvió con la respuesta, el hombre se la quedó mirando fijamente, ella sintió un pequeño dolor de cabeza parecido a una neuralgia, juntó sus manos y sopló sobre las palmas, luego hizo el gesto de limpiarse el cabello echándolas hacia atrás violentamente.

    Se dirigió al hombre y le dijo: deje de hacer eso señor, la próxima vez se la devolveré. El hombre cambió de actitud, se puso serio, solemne, algo iba a decir cuando Josefina apareció por las escaleras.

    -Buenos días Señor, dígame en qué le puedo servir.

    Joaquina se retiró a la cocina y ellos se quedaron solos en la sala.

    -Quiero hablarle de la casa que les vendí a usted y a su esposo.
















    Continuará...
     
    #4
    Última modificación: 2 de Mayo de 2014

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