La despedida

En la calamidad en que se encontraba no tuvo más remedio que acudir a quien había negado durante años anteriores; a pesar de haber sobrevivido a todas las desgracias que habían acaecido en su vida, nunca tuvo la necesidad de más ayuda que la que ella misma pudiese darse. El día era sombrío, parecía acarear la pesadumbre de está alma que deambulaba por los rincones de la ciudad como enajenada y enloquecida - ¿Qué será de mí? Dios si me escuchas dime: ¿Por qué me sometes a semejantes pruebas? ¡Es que aun he de sufrir más! – los gritos ahogados hacían eco en las paredes extendiéndose a su paso mientras estás frases borrosas salían de su boca conversando consigo misma:

– Ha sido mía la culpa, estoy segura de eso, ¿por qué no esperé a que se apaciguaran sus ánimos? Tal vez debí esperar, ¡ya no puedo más!, de seguro que el abatimiento me ha de llevar a la tumba y ni siquiera viéndome cubierta de lodo y tierra ha de voltear la mirada hacia mi tumba. ¡Ha sido mi culpa! ¡Ha sido mi culpa!

Caminaba desconsolada mientras se golpeaba el pecho, sus cabellos despeinados reflejaban uno que otro rayo de sol que oponía resistencia a mantener la serenidad de aquella escena, sus pasos caían asustados sobre la vereda que la conducía entre viva y muerta, se mantenía en un enajenamiento constante que nadie se atrevía a interrumpir. Abriéndose paso entre la muchedumbre que al verla no hacían otra cosa que no fuese cruzar a la otra acera, huyendo de la mujer que transitaba con rumbo desconocido; iba y venía varias veces pasando por el mismo lugar hasta que de manera torpe y trémula tomaba una nueva dirección. Su ropa áspera, desgastada después de múltiples peripecias era suficiente para reflejar el estado de su portadora, ya otras veces habían intentado internarla en un manicomio pero siempre lograba escapar de una u otra forma, parecía que en lo profundo de su ser mantenía viva la astucia de sus días más lúcidos. Los que la veían hacían conjeturas de lo que pudo pasar en la vida de este personaje:

– Dicen que se volvió loca después de la muerte de su marido.
– ¡No! ¡No! , fue por la muerte de su hija.
– ¡Pobre señora! - Decían algunas personas que la veían pasar.
– ¿Cuándo será que la logran atrapar? – Decían otros con voz burlona.

Cuando pasó por el frente de una iglesia se persigno tres veces y siguió su recorrido sin dar luz de un destino fijo al cual llegar, solo caminaba como lo había hecho durante tantos amaneceres, todos los días salía de un rincón olvidado de la ciudad para caminar por largas horas, alimentándose de lo que alguna gente comedidamente solía darle de caridad, aunque nadie se atrevía a averiguar el destino al que debía dirigirse. Ese destino tenía cierta verdad con las conjeturas de las gentes aunque solo en parte, pues lo que la volvió loca fue precisamente ese a quien había negado en años anteriores, se trataba de su amante y la causa de sus posibles desgracias, pero que se había convertido en su único desahogo.

Llegó hasta un sitió apartado, una loma olvidada lleno de piedras y matorrales al que nadie acudía desde hace algún tiempo, muy triste y sombrío compartido por borrachos, drogadictos y locos; Ese lugar despiadado de la cuidad en donde su marido al descubrir su engaño, dio fin a aquella traición olvidándose de ella. Sus lágrimas cayeron espesas sobre el suelo en aquella época y que ahora solo se guardan en el recuerdo de quien participó en la traición. De rodillas emprendía la plática:

– Firu se ha enfadado conmigo, yo solo quería limpiar un poco su cama, pero como ha estado con su hueso se ha enfado mucho. ¡Oh mi Firu! ¡Mi compañero!, de seguro que se ha enfadado mucho, hubieras visto lo encolerizado que estaba, incluso ha tratado de morderme y yo lo mande sacando de casa y ya van dos días que no regresa.

Se recriminaba la pobre anciana, que con sus últimas fuerzas se mantenía aun de rodillas, sollozante aun por sus tragedias. Las fuerzas se le iban poco a poco por el cansancio así que decidió sentarse como pudo sobre un espacio cubierto de llano muy crecido haciendo de ellos una confortable cama - ¿Qué será de mí? ¿Dónde estará mi Firu? – seguía lamentándose mientras se desvanecía después de tantos años de espera, más débil que de costumbre caía lentamente, las nubes se abrían dando paso al sol como anunciando su partida. Es que tanto tiempo había esperado sanar sus heridas, aceptando todas las desgracias, que el mismo Dios debía de reconocer su penitencia. Mientras daba sus últimos suspiros, vislumbró a la distancia a Firu que llegaba corriendo, quizá sintiendo que su amiga estaba en sus últimos momentos de vida - ¡Firu!, has venido a consolarme en la hora de mí muerte, ¡mi amigo!, ¡mi compañero! – Decía la pobre anciana con un llanto tremendo al verlo - lloraba de alegría - sus viejas manos acariciaban tiernamente la cabeza de Firu, que sentado al lado de su ama lamía su rosto en señal de cariño, intercalando aullidos llenos de tristeza. El pobre can sentía como su ama se desvanecía lentamente, hasta que por fin dio su último suspiró. Firu acababa de quedar completamente solo en el mundo tras perder a su única compañera, la única que lo había cuidado de las tristezas de este mundo con lo poco que poseía.

 

¡¡Estupendo!! Debería estar en melancólicos..., pero da igual. Tiene un poco de todo
y atrapa de principio a fin.

Saludos!

 

Genial prosa, amigo. Atrapa desde un principio.
Felicitaciones por el tintero y la pluma.
Obras así merecen salir a la luz.
Un abrazo grande.

 

Bonita noche de insomnio... para pasarla entre canes y memorias.

Es una bella narrativa que deja, a pesar de la tristeza, una tenue alegría que reconforta.

Un abrazo.

Dragon Ecu