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01/01 -Una promesa

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por RamónL, 24 de Mayo de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 502

  1. RamónL

    RamónL Poeta recién llegado

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    Primaria: son seis años en los que conoces y te familiarizas con otros niños de tu edad, además de aprender a leer, escribir..., en fin, la gama elemental de conocimientos que se requieren para poder subsistir en esta sociedad. Para poder ingresar a estas instituciones se requiere, básicamente, que el alumno tenga seis años cumplidos además de pagar una inscripción y haber terminado el pre-escolar. Yo ya cumplía dichos requisitos.
    Pues bien, recuerdo que el día que me inscribieron me dijeron que allí, en la escuela, iba a aprender muchas cosas y a conocer a muchos otros niños de mi edad, pero lo que nunca me explicaron, era que iba a estar prácticamente solo y tendría que aprender que la vida era como un campo de batalla; un lugar donde no se da ni se pide cuartel.
    Y por fin se llegó el tan inesperado momento: el primer día de clases.
    Mi mamá, mujer de mediana estatura, delgada, de ojos y cabello color café,me levantó más temprano de lo habitual; me instó a que me diera un baño y me vistiera para desayunar. Al terminar de comer, me paró frente a la puerta y se dispuso a pasar lista a mi atuendo cual general de la milicia.
    —Zapatos boleados, pantalón, camisa, suéter... bien.
    Decía entre-dientes mientras me recorría con la vista de pies a cabeza alisando mis ropas, tratando de deshacer cualquier pequeña arruga que pudiera quedar al descubierto. Por último, tomó un cepillo y peinó mi cabello lacio y castaño; me dio un lápiz y un cuaderno y emprendimos el camino hacia la escuela.
    Durante todo el trayecto mi madre no paró de darme consejos y recomendaciones a los cuales, por mi natural distracción, no puse atención.
    Llegamos a la escuela circundada por barrotes blancos, con dos edificios, uno frente al otro y de dos plantas cada uno, un patio central y una posterior lleno de árboles. Todos los salones presentaban en sus ventanas una guarda de herrería, después me enteraría que servían de protección en caso de sismo, y una sola puerta. Entramos y nos dirigimos al salón de primer grado. Ya en la puerta mi madre me detuvo, se agachó a mi altura, me abrazó y me dio un beso.
    —Cuídate mucho, vendré por ti más tarde —me dijo con cierta tristeza en su voz.
    Se incorporó y yo sólo me quedé viendo cómo se alejaba. Lentamente giré la cabeza hacia el interior del salón; observé a los que serian mis compañeros de clase, todos sentados y en silencio, con un dejo de expectación en sus rostros y, tan anonadado estaba, que no noté a la figura femenina que se acercó hasta mí lo suficiente para tocarme del hombro.
    —Bienvenido —me dijo una mujer joven, no muy alta y algo delgada, de cabello corto, sonrisa amable y ojos de mirada tierna; era la maestra.
    La profesora me invitó a tomar un asiento y no supe qué hacer, después se dirigió a su escritorio y me quedé nuevamente observando el interior del aula con mis ojos café oscuro abiertos a todo lo que daban y todo lo que atinaba a pensar era: Hice algo malo ¡y estoy en la cárcel!
    Pero la verdad era que nadie me había preparado para esta experiencia -o bueno, quizás estaba un poco distraído cuando me dijeron-. A pesar de la sorpresa inicial no tardé mucho en adecuarme a esta nueva rutina y poco a poco comencé a disfrutar ciertas cosas de la escuela como los juegos, la amistad con mis compañeros, el recreo y, por supuesto, la hora de la salida.
    Algo que recuerdo muy bien, ya que se quedó profundamente grabado en mi memoria, fue cuando un lunes que se tocó la chicharra anunciando la hora del recreo me sentí algo desanimado para jugar acompañado y, después de comer mi habitual refrigerio, decidí ir hacía el patio trasero, “el jardín de los arboles” como lo llamábamos los chicos y donde casi nunca había niños ya que, por lo general, a todos nos gustaba jugar y correr en el área del patio central, donde no teníamos obstáculos para divertirnos. En el sitio al que me dirigí estaría solo para poder sumergirme en mis fantasías sin que nadie me molestara, o al menos eso creí. Cuando apenas intentaba perderme en mi propio mundo un ruido extraño llamó mi atención. Con cautela me dirigí a la fuente de aquel sonido y descubrí a una niña apoyada en un árbol. Aquella pequeña de piel clara, cabello negro y lacio, ojos color café claro y de complexión delgada, estaba sollozando. Me sorprendí al verla, no sabía qué hacer; si preguntarle por qué lloraba o irme y dejarla sola; ante tales cuestionamientos decidí quedarme detrás de un árbol para ver qué hacía, pero después de un rato su tristeza me contagió un poco y en mi cabeza sólo atinaba a cuestionarme una y otra vez el porqué lloraba. Mientras, ella permanecía en silencio; de sus ojos parecían brotar gotas de luz que me desconcertaban. Una sensación extraña comenzó a anidarse en el centro de mi estómago, pero tan embelesado me encontraba que no le hice caso. Poco a poco sentí cómo esa sensación parecía llenarme, subir por mi cuerpo y depositarse en mi garganta… entonces comprendí qué era lo que pasaba, pero fue demasiado tarde, toda esa fuerza que se centraba en mí salió por mi boca en forma de un sonoro eructo. Traté de contener el sonido tapándome la boca pero ya era tarde, la niña me había descubierto.

    Continúa en 01/02 -Una promesa​
     
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    Última modificación: 26 de Mayo de 2011

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