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24 Horas I capítulo

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por SergioPuch, 26 de Abril de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 475

  1. SergioPuch

    SergioPuch Poeta recién llegado

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    Era de noche, por las calles el silencio se aclamaba vencedor. En la esquina, una luz se entrecortaba al paso de ella. Con solo viento entre su sexo y el ambiente, caminaba como si él fuese encargado de moverla. Un vestido corto la separaba del frío morboso, que no podía evitar colarse por sus más íntimos y recónditos lugares. El reloj había cortado los días hace solo un minuto, era la hora pactada.

    Ahí iba a estar. Les había dicho que tendría la melena rubia, maquillada para que no notaran su edad – bastaba que lo sepan sólo ellos–. Pronto un carro acechó la oscuridad y desafió al silencio. La mandíbula aún le dolía después de la práctica del día anterior, pero sabía que la estaban vigilando: una pisada en falso y acabarían con su vida. Posó sus manos en sus pechos y los levantó – tal como le dijeron que lo haga – y se acercó al carro sin titubear.

    Era un auto lujoso, se había detenido justo en la cebra y el semáforo en ámbar permitió que pasara sin esperar. El conductor no se dignó a bajar la ventana, solo le siguió la mirada al paso que caminaba hacia la puerta y torció el cuello para observarle el trasero. Una vez en el carro, lo miró con rapidez, estaba enternado, con un puro en la boca y un sombrero de estilo mexicano en la cabeza, que impedía verle el rostro. Según el protocolo aprendido, no debía moverse, el cliente podía hacer una queja y la sangre correría por doquier, siendo la primera víctima ella misma.

    Una mano helada birló de pronto la mitad del vestido que le cubría la pierna, la remangó casi hasta la altura de la cadera y sin más cuidado derivó en el sexo de la muchacha.

    ¿Eres virgen? – Preguntó.

    –Sí –. Sus piernas comenzaron a temblar y una lágrima se desvió desde uno de sus ojos.

    La niña se abstrajo de la escena, se dio un minuto para sí misma y con madurez adquirid intentó razonar en cómo había llegado ahí. Naturalmente sabía que había sido traída hacia allí con un carro y una amenaza de muerte, sabía también que hace un par de horas había atravesado la frontera. ¿Pero cómo llegó a ese carro? ¿Su madre la habría vendido? … Había pasado un minuto, casi había olvidado que ya le andaban dando vueltas a su clítoris cuando le empujaron un dedo hacia adentro y volvió en sí misma.

    – ¡Niña, pero si te has arqueado! ¡Qué bien que ya no son como antes, ahora lo disfrutan! –

    Su gemido infantil se perdió en la acústica del auto. Aún con el dedo dentro, dos lágrimas le persiguieron el contorno del rostro, un escalofrío la acompañó. Sintió cómo la piel candente atravesaba el orificio y le quemaba, el ardor era incesante, pero una tibia sensación de placer la rodeó. Su cuerpo reaccionaba al estímulo, ignota ante la situación intentó dejarse llevar, el dolor la sofocaba por instantes, mas luego la arrullaba. Pronto el roce de la epidermis con sus labios comenzaron a irritarle, la sensación de calor y la falta de humedad laceraban la piel y agresivamente retiró la mano y cerro las piernas.

    – ¡Cómo te atreves, insolente! – el hombre desconocido se sacó el sombrero, y acercó su rostro al de la pequeña.

    – ¿Sabes quién soy? ¿Sabes qué fama tengo? – El hombre dejó las palabras de lado y le zampó una bofetada. – ¡Y ni se te ocurra venirme ahora con lloriqueos! – Exclamó.
    Arrancó el carro indolente ante las lágrimas de la niña. Sacó el revólver y el apuntó en el entrecejo.

    – Ya sabes qué hacer –.

    La niña se abalanzó sobre sus pantalones instantáneamente. No amagó, no dudó, no pensó. Deslizó entonces los pantalones del tío y se encontró con un monumento erguido, de tamaño pronunciado y grosor incalculable para sus pequeñas, suaves y rosadas manos. Nunca imaginaría que fueran así, horas antes le habían indicado que más o menos era lo equivalente a un plátano; había quedado chico. No hablaron nunca de tamaños, tampoco de grosores; la consigna era una y había que cumplirla, para eso fue todo ese entrenamiento. Antes de iniciar la faena recordó cómo Juana le había enseñado a hacer la felación. Primero los limpias con la lengua, de arriba hacia abajo, le habían dicho; luego juega con tus manos, asegurándote de presionar y mover con el mismo movimiento envolvente, luego es todo tuyo, hacia adentro de la boca, con los labios presionándose uno hacia el otro y persiguiendo el mismo rumbo.

    La niña comenzó con el proceso invocando las enseñanzas de la prostituta de hace unas horas. Mientras acercaba las fauces, identificó un hedor proveniente de esa zona, le dieron arcadas pero las contuvo y pudo efectuar el acto.

    – Vaya que lo haces bien, vamos a ver cómo te va en la cama ahora, pendeja – No dejaba de soltar sonidos de placer y tampoco el revólver que tenía en la mano izquierda.

    A medida que avanzaba en el acto, también lo hacía la velocidad del auto. Sabía que pronto llegarían al destino que tanto miedo le daba. La angustia la carcomía, imaginaba el dolor de la primera escena y el solo hecho de pensar que se magnificaría la asustó e inconscientemente rozó uno de sus dientes con el glande del chofer.

    Enfurecido ante el mal trabajo, el sujeto le dio un palmazo en el trasero.

    – Veo que te gusta el trabajo sucio, eh. Si quieres jugar sucio, dímelo. – Dijo mientras arrastraba a la niña de los pelos con dirección a su rostro.

    Si quiera balbuceó y continuó con la tarea monótona. El miedo la había despojado de su dignidad, de su orgullo y pronto la despojaría también de sus deseos de vivir. Habían llegado a una casa enorme, estatuas de una piedra que parecía mármol rodeaban la entrada. Las dos puertas fueron abiertas desde afuera, una la ahorcó y le susurró al oído.

    – Más te vale tratar bien al jefe, sino te perforamos aquí entre todos, y no hablo solo de las balas. –

    – Johnny, suéltala– Una bala atravesó el cráneo del personaje que la había estado ahorcando. La bala provino desde la puerta del carro y por ende del conductor, este último se acercó luego lentamente a la escena y pegado a su rostro pronunció unas palabras.

    – Lástima que te hayas tenido que ir de esa forma, nadie te dijo que trates mal a la nueva huésped–.

    La niña corrió mientras la figura se acercaba, no había avanzado ni cinco metros cuando uno de los tacones que llevaba se clavó en el césped y cayó. El vestido se le corrió hasta el ombligo, una bella figura se emancipó de las ropas y el frío la invadió progresivamente.

    La figura desconocida la cargó con satisfacción, sentía como si hubiera domado a una pequeña loba o tigresa. La llevó por la puerta de entrada, luego al pasadizo y por último a la alcoba. Una vez ahí, la tiró en la cama y rasgó el vestido por la mitad descubriendo así sus bellos y pequeños senos. Le removió la ropa interior y apreció los pequeños vellos púbicos que comenzaban a asomarse por entre las carnes.

    Ensimismado por la situación y el placer, descolgó sus pantalones y acercó su miembro al pequeño orificio, la niña intentó retroceder, pero los brazos del hombre la sujetaron.
    – No te preocupes, no dolerá – indicó sarcásticamente.

    Un empujón agresivo bastó para que la niña comenzase a chillar, revolcándose de dolor, sofocándose y perdiendo noción de lo sucedido. No se sentía ella, había perdido toda identidad consigo misma. Lloraba y no sabía por qué, solo se dejaba manipular como una marioneta ante el incansable e insaciable libido del animal.

    La sangre corría por las sábanas, el hombre se agachó, sacó el revólver y le apuntó.
    – Llámalo fetiche, pero me gusta que me la corran con la boca mientras les apunto al medio de las cejas.

    La niña se acercó, “señor, perdóna nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, rezó rápidamente en su mente. Su boca había llegado ya a la punta del miembro. Sin reparo alguno la abrió y cuando ya andaba a la mitad del mismo la cerró con fuerza, como si fuese el último bocado de comida en su vida.

    Un balazo arrasó con su cráneo, otro perforó uno de sus ojos y la mitad del miembro quedó al aire.
    Gritó.
     
    #1

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