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A cuchillo

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por AXEL LLAMOSAS, 24 de Junio de 2019. Respuestas: 0 | Visitas: 363

  1. AXEL LLAMOSAS

    AXEL LLAMOSAS Poeta recién llegado

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    Hombre
    Setenta son ya los años que llevo funcionando en este mundo, desde el día en que mi padre, un magnífico artesano de ajadas manos y melancólica mirada de nombre Manolo, me creó en su pequeño taller de Albacete. Recuerdo, cuan especial fue para él cada hora que dedicó a mi ser, minucioso como era, no dejaba detalle al azar, revisando una y otra vez las pequeñas imperfecciones que pudiesen haberse escaqueado de sus habilidades de cuchillero experimentado y gran profesional; acariciaba mi cuerpo con un sublime deleite, sonriendo, tanteaba mi peso y pasaba su pulgar por mi filo con aire satisfecho.

    -Ya casi estás listo- me decía con dejes de cariño mientras deslizaba las yemas de sus dedos por mi aún tosca empuñadura, -solo me queda engalanarte con labrada imaginación-.

    Esa misma tarde comenzó a esculpir mi cuerpo de madera con herramienta delicada y precisa, tanto era así, que parecía como si buscase las caricias en la talla, me susurraba ternura y cariño mientras a pequeños soplidos despejaba de pedacitos de serrín mi cada vez más elegante cuerpo.

    Poco a poco las horas pasaron, la tarde se convirtió en noche, pero padre parecía no quedar satisfecho jamás, creí verme desgastado hasta desaparecer, pero el viejo artesano sabía muy bien lo que se hacía. Pasadas las cuatro de la mañana, y con los candiles casi agotados ya, dio un suspiro, se levanto entumecido por tantas horas en la misma postura y cogiéndome entre sus manos me alzó, me inclinó, volvió a enderezarme, sus dedos me acariciaban, su sonrisa era plena, me miraba con un deleite especial, como si realmente de un hijo suyo me tratase, y por fin, cuando hubo quedado totalmente satisfecho asegurándose de mi perfección dijo:

    -Ahora sí, eres mi mejor creación, serás siempre de la familia, mis nietos mondaran fruta contigo y sus manos palparán alma y trabajo de su anciano antecesor-.

    Orgulloso como estaba de mí, me presento con mil alabanzas a su mujer Felisa, una oronda señora de amigable gesto y ojos de un azul intenso en el cual uno podría perderse sin demasiado esfuerzo; además de ser la esposa de aquel maestro artesano, también era la dueña y dependienta de una pequeña cuchillería ubicada en el casco viejo de la ciudad, conocida por todos los residentes debido a su extrema calidad en la fabricación de utensilios cortantes, por no mencionar la simpatía de su dueña que día tras día hacía crecer la lista de clientes con afables y bondadosos comentarios.

    En cuanto posó su mirada en mí miro a su marido sonriendo y dijo:

    -Esta vez sí, te has superado cariño, podremos pedir una buena cantidad por esa obra de arte que han hecho tus manos-

    El viejo menestral movió la cabeza de un lado a otro en gesto reprobativo, mientras que sin apartar la mirada de los ojos de su amada susurró:

    -No han sido mis manos las artífices de tan elaborado objeto, creo que esta vez lo he tallado con el alma y el corazón, así pues jamás habrá pecunio suficiente para sufragar pedazos de mi ser. Creo…- prosiguió – tan solo podrá ser amortizado por placeres de vástago sucesor.

    -¿Entonces, no tienes intención de venderlo?, sabes que no andamos sobrados y su beneficio podría ayudarnos mucho- insistió su mujer.

    -No preciosa, tanto cariño ha de quedar en la familia, se lo regalaré a nuestro hijo, que a buen seguro sabrá valorar el esfuerzo y dedicación de su padre, y le pediré que a su vez se lo legue a sus hijos pues en él habrá sorbos de esta alma mía cuando ya no esté sobre este mundo.

    Su mujer, sorprendida por tanto derroche intelectual se aproximó suavemente besándole en la mejilla, y abrazándole con una sonrisa de complicidad comentó:

    -Vaya, y yo que pensaba que me había casado con un sencillo trabajador….. ¡Y resulta que duermo junto a un filósofo!- rió jocosa y acercándose un poquito más al oído con voz melosa le dijo:

    -Bueno, al menos podre usarlo como reclamo en el escaparate de la tienda hasta que nuestro hijo vuelva a casa, ¿verdad que si mi amor?-

    A pesar de no seducirle demasiado la idea de exhibir su mayor logro en una simple tiendita accedió sin objeciones, pues si había algo capaz de convencerle era la dulce mirada de su tan amada esposa, ella era su bastón de apoyo en las maldadas, y su energía y naturalidad hacían funcionar sobremanera su ajado corazón.

    Transcurrió el tiempo, las miradas de las gentes de la urbe se posaban sobre mi esbelta figura a través del cristal con gesto de asombro y admiración, deteniéndose a cuchichear cuán sublime se veía la elaboración de tan especial objeto, había quienes adulaban a Felisa por tener un marido artesano con tan buena maña; y rara era la semana en la que algún pudiente de la ciudad, encaprichado con mi osamenta perfecta, no ofreciese buenas sumas de monedas a aquella mujer tan bonachona, a lo que ella con una amplia sonrisa siempre respondía:

    -Es la obra maestra de mi querido Manolo, según él, hecha con pedacitos de su ser. ¿Cómo pretendéis poner precio a algo tan especial?- reía jocosa mientras negaba con la cabeza.

    En caso de haber tenido pecho, me hubiese estallado de orgullo cada vez que escuchaba aquellas palabras.

    Al llegar la hora del cierre, Felisa, como cada día, me envolvía en un pulcro paño blanco con estudiada delicadeza, echaba el cerrojo de la tienda e introduciéndome en su bolso me llevaba a casa como uno más de la familia, ya que temía sobremanera el afán de ciertas gentes de la zona por apropiarse de lo ajeno y siendo yo tan goloso para sus apetitos, no se fiaba de dejarme en la tiendita.

    Cada vez que recibía oferta cuantiosa por algún adinerado que quería formase parte de sus pertenencias, comentaba con su marido lo sencillo que sería deshacerse de mí por una buena pila de pesetas que solucionarían gran parte de sus problemas económicos, a lo cual Manolo siempre se negaba, dejando entrever el cariño que me tenía, casi como a un hijo moldeado a su antojo.

    -Ha de quedar en la familia- decía siempre mirando seriamente a su mujer – ¡es lo mejor que he hecho en mi vida!-

    Pasaba el tiempo, y ahí seguía yo, en mi escaparate, feliz por sentirme tan apreciado en manos de tan cariñosa familia.

    Ocurrió que un día Felisa se demoró en el local, tras el cierre, quiso atajar camino por estrechas y oscuras callejuelas para no hacer esperar al estomago de su amado esposo, hambriento por todo un día de trabajo. Al doblar una esquina, un individuo mal encarado se planto ante ella, de improviso la aferró por el cuello con una mano mientras con la sobrante hurgaba en su bolso soltando amenazas e improperios, sacó el monedero, pero al percatarse de su escaso valor miro con ira a la mujer a los ojos y volvió a introducir la mano, noté sus dedos a través del paño que me protegía, me rodeaban y asían fuertemente, me extrajo del interior y tanteó mi peso con una sonrisa en los labios.

    -¡Parece que vas a tener suerte!- dijo mientras soltaba el cuello de Felisa para desenvolver mi figura.

    -¡No por favor, eso no!- dijo ella entre sollozos –llévate cuanto quieras, ¡todo menos eso!- y con estas palabras, se acercó al criminal agarrándome con las dos manos y tirando de mi en un intento de recuperarme.

    -¡Aparta vieja!- gritó el criminal tirando a su vez de mi empuñadura, pero viendo que Felisa ofuscada no me soltaba ni a tiros, no se lo pensó dos veces y entre blasfemias inmundas empujo a la mujer contra la pared hundiendo mi filo en sus vísceras calientes.

    Jamás podré olvidar la textura de su piel mientras mi acero penetraba en ella, su sangre caliente brotaba a mi alrededor sin contención, sus azules ojos se volvieron estupefactos hacia mí, incrédulos por verme incrustado en su abdomen, yo, que era el fruto de devoción de su marido, me convertía ahora en instrumento de su desdicha.

    Un fuerte grito desde el otro lado de la calle hizo reaccionar al malhechor, quien dejándome incrustado en la barriga de Felisa, huyó como alma que lleva el diablo temiendo perder su libertad.

    Los gritos increpando al asesino continuaban, mientras la figura que los emitía se acercaba corriendo a la mujer, era Manolo, que preocupado por la tardanza de su amada había salido en su busca; al llegar junto a su esposa no pudo contener un grito gutural de horror y dolor, pues enseguida se percató de la gravedad del momento al ver mi empuñadura sobresaliendo entre los pliegues de la chaquetita de Felisa.

    -Tranquila mi amor, estas bien, no pasa nada- mentía Manolo arrodillado junto a su esposa susurrándole al oído, mientras desesperado buscaba ayuda en todas direcciones a voz en grito.

    -¡Socorro por favor! ¡Que alguien me ayude!- su voz, quebrada por la angustia delataba un inmenso miedo, casi eran sollozos de auxilio. Al no vislumbrar a nadie en las cercanías de la desierta calle se aproximó aún más a su mujer besándola en la boca con inmensurable cariño, al percatarse del hilillo de sangre que escurría por la comisura de sus carnosos labios solamente pudo llorar abrazado a ella.

    -No por favor, ¡Dios! ¿Por qué a ella?- exclamó mirando el oscuro cielo que les cubría.

    -Tranquilo mi vida, he sido feliz a tu lado y soy una anciana dichosa gracias al amor y dedicación que me has regalado estos años, estoy en paz-. susurró la moribunda con sonrisa y lagrimas de agradecimiento en sus ojos.

    Así se mantuvo abrazado a Felisa hasta que notó que sus pulmones ya no se llenaban de vida, una extraña serenidad se apodero de él en ese momento y separando su cuerpo del de su mujer se arrodillo frente a ella, con sumo cuidado aferró mi empuñadura y me extrajo suavemente de tan amadas vísceras, sus ojos se clavaron en mí largo rato, pero ya no era una mirada de orgullo, más bien, era odio desmedido lo que transmitía su fulgor, tantas esperanzas puestas en mí, truncadas por mi belleza.

    -¡Maldita sea!- gritó arrojándome con fuerza contra la pared, -¡Maldito seas!- soltó acto seguido mientras de nuevo me recogía entre sus manos. Se sentó en el suelo junto al cadáver de su esposa apoyando la espalda contra la pared de piedra, asió tiernamente una de sus manos, suspiró con inmenso dolor en sus entrañas, acto seguido, agarrándome con fuerza y sin titubear se rebanó el cuello de lado a lado con los ojos desbordados de lágrimas.

    Aún hoy, no sé lo que paso por la cabeza de mi padre aquel aciago día, ¿fue la culpabilidad por elaborar un objeto tan codiciado que arranco la vida a su mujer?, o… ¿acaso era incapaz de vivir sin ella?, diría que sí.

    Ahora ya no importa, el alguacil que halló los dos cadáveres junto a mí me recogió e introdujo en una bolsa, comentando con su compañero la locura que habría en la cabeza del artesano para matar a su mujer y degollarse después.

    Jamás me considere más que una herramienta, pero aquellos policías, me tacharon de arma blanca, y aunque no es asesina el arma si no quien la empuña, quizás sea lo correcto expíe mis involuntarios actos en esta oscura estantería donde reza la palabra “pruebas”, en la cual llevo ya más de veinte años.
     
    #1

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