A las afueras del silencio

Salgo a pernoctar, la luz cambia su trayecto ante mis pasos,
palpitaba la incertidumbre; y cada rastro de mi presencia se ocultaba,
inquieto el abedul disfrazado de monstruo reposa frente a mí,
me acechaba la sombra de palabras inconclusas, supe de inmediato que debía salir;
en ese momento, huyendo de aquello que no fue, pisando los arbustos mis pies desnudos,
hallando espinas de familiares filos;
el diablo con su violín, alquiló en mi consciencia otro concierto de vicisitudes y temor;

pude contemplar el peligro y la disidía ocultos tras mil máscaras,
mi lecho estaba siendo levantado a mis espaldas, estaba hipnotizado,
como sumergido en una pesadilla en medio de un espectáculo, un bullicio de realidad chocante,
que pasó desapercibido mientras dormí por tantos años, mientras los jueces me veían dormido.

Sin embargo, seguí equidistante de sus fantasmas, y detrás,
detrás del engaño de la noche y la música fúnebre, allá,
más allá del abismo de conjeturas y refutaciones hacia mí mismo,
se alzaban presagios y panfletos en oposición al itinerario nostálgico.

Advertí una silueta, pálida y esperanzadora; extendí mis manos,
blandí una espada cortando la atadura del dolor;
escuché, palpé, sangré, grité... salí de allí,
hui de aquella galería de horrores.

Una melodía , al inicio opaca, de incierta claridad pero hermosa silueta estructural,
se distinguió de entre el ruido del gentío;
tal vez era ella, el acorde personificado de mi anhelo;
composición ajena a la contaminación auditiva del pasado,
ajena, a todo lo terreno y falsamente seductor,
un compás atractivo de misteriosa naturaleza,
delicada, vehemente, perspicaz,
tanto me cautiva, que al llegar a mis oídos
mi mente genera imágenes para abstraerla...

ella, se acerca a mí, mientras yo con intuición sutil abro la puerta,
y cruza las murallas, incendia el velo del demonio,
tranquiliza al lobo que duerme en el bosque de mi infancia,
tal vez, ella emancipe el frío estancado en mis pupilas,
pues su melodía no parecía nada mundano, ni terreno,
me hace sentir hastío por todo lo simple, ella,
que me acostumbra, a su belleza,
que me sugiere nuevos lenguajes
y vínculos por fuera de las sombras;
que disuelve coágulos de sangre de años en mis heridas;
que pareciera suscitarme entrar en una ópera,
a las afueras de mi silencio
al final de mi desdicha.

Sergio Barrera R.