A navaja contra el viento

Hago all in, todo a dentro, nada tengo ya que perder.
Navego con Henri Charrière a navaja contra el viento.
Bolívares y oleaje, cantares y despedidas,
fueron vividas mis vidas y de nada me arrepiento.
Tras el tiempo, tiempo viene. Que nadie me hable del tiempo
apostado y perdido cumpliendo con mis deberes
en Insípidos amaneceres lejos de tu lado.
Quimeras, acantilados, huracanes, poesía,
veo por la ventanilla que no fui hábil en milagros.
Pegado a la pared, me hice amíguete de ratas,
duro principe de los suburbios y truco de cartas.
Ni deportista ni pintor, fumador de la calle que
en clases de fracaso conoció a Don frank Sinatra.
Superé las depresiones con ese amor que tú me das.
Puede ser melancolía el mar y dulzona la sed de ron,
Como es muerte la calavera y esperanza el corazón.
Tras luz de luna llena, escapé de una cárcel ajena,
donde tus pensamientos son vientos y tus besos cena.
Navego a oscuras, bajo la luz de las estrellas y
No tengo más directrices que los faros y sus puertos,
Que lo escrito por los vivos, y aprendido de los muertos
que aún habitan en los rescoldos de mi vieja alma,
y que juzgan, al fantasmón que hoy aparento. Pero
tengo miedo como todos, a la helada en invierno,
al olor del hospital, a la niebla y los desiertos.
Rosa de mosqueta, para cicatrices y recuerdos.
Sé que volveré a ver el nacimiento de tu cuello,
dime que aún mueres por mí, dime que sí, o me muero!
Quema y brilla nuestra llama, eterna e ínfima,
celosía y egoísmo, que es distinto, y lo mismo.
Eres en ciudad Copenhague, y en mar el arrecife,
Sos de mi escuela el barrio y el amor que siempre quise.
Eres mi rima perfecta, mi línea recta, mi octava,
mi piragua y mi puente, mi naufragio y mi playa.
Es curioso que recuerdo llegar, pero no despertar
del sueño en coreografía con blancos albatros libres.
Subí, subí, subí y así nunca tan alto me caí,
cigarrillos sobre el piano del verano y Autumn leaves.
Se camuflan más preguntas entre tan pocas respuestas.
Daría mil amaneceres por ver nacer una flor;
toda mi sabiduría por escuchar una vía
del tren; leer la publicidad del cristal del autobús;
cruzar macedonia del norte con Alexander the Great.
Todo el día discuto con las nubes pasajeras,
quiero que preparen galletas y otra cafetera más.
Soy el borracho capitán del barco de la soledad
que le discute al mismísimo abismo predicando Marx.
Babeo como un loco en furiosas peleas de bar,
y le arrojo con rabia cualquier despojo, pero poco
entiende de social comunismo el oscuro fondo del mar.
Solo el tiempo confiesa, que ni el tiempo lo cura todo.
Déjame en paz, muere y déjame vivir tranquilo,
eres un viejo cínico y asesino. Tus promesas
son compresas frías para la fiebre de mi escorbuto.
Vistes de luto mi bandera, sin ser yo un pirata,
sin corbata ni maletín, sin traje verde ni bombín.
Has arrugado mi rostro, imagen y semejanza,
desengrasado mis rodillas y doblado mi espalda.
Te perdono y te abrazo, mano, bastardo diablo,
y te agradezco el regalo de haber situado mis pies
en el lugar sagrado, en el preciso segundo en
el que Los Ángeles del cielo, la pusieron justo allí
y la enamoraron de mí sin pedir nada a cambio.
Eres tiempo lo que necesito para estos males.
Pronto veré el faro de Kepler, atracaré su muelle,
correré por los adoquines de sus barrocas calles,
que serán un crucigrama, una duda a cada paso.
Camarero sirva un vaso de vino fino de Jerez,
porque, ¿sabe?, muy pronto volveré a ver a mi mujer.
Hago all in, todo a dentro, nada tengo ya que perder.
Navego con Henri Charrière a navaja contra el viento.