A Rubén, el cuarto amante de mi novia.

Solamente se entraba en aquella casa un par de veces al año. Por aquellas, salía con un estudiante de la Uvigo que había conocido por Badoo, pero aquella noche era viernes, y el viernes era el día de la semana en la que le daba un descanso a la fidelidad para ponerle los cuernos con el primero que pasara. Esa vez, decidí que el primero iba a ser uno de sus compañeros de clase al que le tenía el ojo echado, Rubén. El muy hijo de puta, me leyó una antología de cuentos escritos por Cortázar, en esos instantes en los que el coño empezaba a escocerme demasiado como para echar otro polvo, pero que dormir sería descortés. La lectura resultaba aburrida, pero al menos hacía que me entrara el sueño, y además, ese chico follaba mucho mejor que todos los hombres con los que había cogido antes.

Debo admitir que supo conquistarme, me llevó a la finca de uno de sus abuelos en las afueras de Cambre (la burbuja inmobiliaria hizo mucho por el sexo juvenil) y me invitó a beber de una botella de Jagger que guardaba en la nevera, supongo para momentos como este. Aunque andaba ansiosa por agarrármelo, él, quiso medir los tiempo para que la actividad resultase más placentera. Hizo lo que pudo, pero yo tenía reales ganas de que me penetraran y al cabo de unos minutos asumí mi derrota derrumbándome sobre el colchón.

Tras unas interminables carillas escuchando todas esas palabras con retoques argentinos, le pedí que se callase de una maldita vez y me dejara dormir. Creo que él se quedó con ganas de más ya que tuvo que ventilarse todo lo que quedaba de Jagger para conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, me desperté a eso de la una de la tarde sexualmente satisfecha con un Rubén roncando a mi lado, decidí devolverle el favor tratando de otorgarle la calidad sexual que no supe proporcionarle unas horas antes. El cabrón tardó, pero acabó por sacudir su virilidad en un volumen muy superior al que había visto antes. Tuvimos que limpiar su virilidad, con un paquete entero de servilletas de papel, antes de quedarnos abrazados con la disposición de descansar unas horillas más, pero el sonido de unas llaves encajándose en la cerradura de la puerta de la entrada hizo que se truncaran nuestros planes.

-¿Qué hacemos?-

-Calla- contestó.

Desde la habitación, pude distinguir la voz de un viejo, que supongo era el abuelo de Rubén, y de dos personas más.

-Pues aquí tuvo que venir alguien- se escuchó desde el cuarto.

Nos quedamos tirados en cama sin hacer ningún ruído pensando si salir y admitir la realidad era una alternativa más sensata que la de quedarse ahí tirados, arriesgándonos a que el viejo entrara y del susto sufriera un ataque al corazón, o si por el contrario, era de los que desenfundaban la escopeta y te sacaban de allí en horizontal.

-Pásame el móvil- me susurró

Al tiempo se escuchó:

-Anda, mira, Rubén me acaba de enviar un mensaje-

Sentí como se acercaban unos pasos y abrían la puerta del baño, que se encontraba justo pared con pared. Acababa de echar un chorrazo que enturbiaba el agua del retrete, y no pude tirar de la cadena porque no íbamos a abrir el agua hasta que nos fuéramos, por si la vieja instalación no aguantaba con todas esas meadas (palabras de Rubén). Escuché como alguien trataba de tirar de la cadena repetidas veces sin conseguir nada, y casi al momento me alivió el sonido de la puerta cerrándose y de las llaves echando la cerradura desde fuera para que Rubén me devolviera el móvil. Esa tarde acabamos merendando pollo Kentucky en el Gasthof de Cuatro Caminos.

 

ah, mae. nosotros los de la reja sabemos el poder que tiene un buen Vos deslizándose por los nervios auditivos de una tipa que sólo ha 'blado con tú.

y si aderezamos el evento con darle por culo al badoo, pue ya le ponemo' nombre al matadero.

 

no entendí nada

 

yo meno'.