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Abelard Amat

Tema en 'Prosa: Sociopolíticos' comenzado por Pessoa, 7 de Febrero de 2021. Respuestas: 6 | Visitas: 616

  1. Pessoa

    Pessoa Moderador Foros Surrealistas. Miembro del Equipo Moderadores

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    ABELARD AMAT

    España, Año del Señor de 1.645. En el camino real que une la Ciudad de Zaragoza con la capital del Reino, Madrid. Sobre las parameras de Soria, a la altura de la población de Medinaceli, sede del Señorío Ducal de Medinaceli, famosa por sus casas-palacio blasonadas, refugio de nobles y espíritus elevados que huyen del mundanal ruido confiando que, desde aquellas alturas y a través del límpido cielo castellano, estén más cerca de Dios; allí, en aquellos silencios que eran fondo y mar de los ruidos apacibles de la Meseta -los balidos de las ovejas, el paso cansino de las recuas y algún alborotado rodar de las diligencias que unían las ciudades y pueblos más importantes de aquel Real Camino, desde Barcelona hasta Madrid, la nueva capital de aquellos depauperados y nobles reinos- se encuentra una antigua venta, que estuvo regentada por un payés catalán, el cual payés, huyendo de las guerras y pestes que asolaron las tierras catalanas desde la “Revuelta de los Segadores”, en aquel infausto Corpus de Sangre de 1.640, eligió ese punto del camino para establecer un nuevo negocio, el de ventero, del que desconocía todo, salvo lo que pudo aprender como mozo de mulas en su tierra natal de Lérida.

    Abelard Amat; así se llamaba nuestro personaje, el payés convertido en un recio y simpático hostelero. Abelard es, efectivamente, joven y fuerte y su simpatía le hace granjearse pronto buenos y fieles amigos. Contra el estereotipo que en Castilla se tiene sobre el carácter egoísta y huraño del catalán, Abelard anteponía su carácter abierto, jocoso incluso, compartiendo mesa y mantel con sus huéspedes, ayudando incluso al desvalido. Él conocía de sobras la dureza de los tiempos, pues hizo su particular peregrinaje desde Lérida hasta Medinaceli en duras jornadas a pie, alimentándose con lo que podía ganar ayudando a los campesinos, mendigando alguna vez en los tornos de los conventos, abundantes en la época. Sólo su complexión robusta y su optimismo le permitieron llegar sin desánimo al punto en el cual el Destino le había reservado su lugar bajo el sol. A veces pensó en tomar el servicio de las armas; las guerras en Europa, con la vecina Francia, o la aventura americana eran un aliciente para ello. Pero su natural pacífico y el respeto innato que sentía por sus prójimos
    le hacían repudiar tan violento y arriesgado porvenir.

    Casualmente, en aquella venta, encontró Abelard una especie de nuevos e inesperados padres. Entró pidiendo un mendrugo de pan y algo de agua, a cambio de su fuerza y su habilidad. Eran los dueños de la venta un matrimonio ya de edad, a quienes la guerra y la peste habían llevado de esta vida los dos hijos que tuvieron; el mayor tendría ahora la edad del viajero Abelard. Una suerte de iluminación hizo pensar a los ancianos en la posibilidad de que Dios hubiese atendido sus ruegos y les hubiese enviado la ayuda que les era tan necesaria para acabar dignamente sus vidas, ya tan agotadas por las vicisitudes y las penas. Decidieron probar con aquel joven que la Providencia puso en su camino (o mejor sería decir a la inversa: que les puso a ellos en el camino de aquel joven catalán.) Y como conviene al buen discurrir de esta historia y porque el carácter de los tres personajes era noble y generoso, Abelard Amat, que entró pidiendo caridad en aquella venta, acabó siendo su dueño, en calidad de hijo adoptivo y heredero universal de los buenos ancianos que lo acogieron.

    Pasaron los años y el buen hacer del catalán, la abundancia de sus yantares y su simpatía y franqueza en el trato con los viajeros hizo que pronto la fama de aquella venta se extendiese entre los acemileros y gentes del camino, que procuraban hacer un alto en aquel paraje, al que la industria y laboriosidad de Abelard habían transformado en un lugar acogedor. De los vecinos monjes del Monasterio de Santa María de Huerta, a pocas leguas de su venta, Abelard aprendió ciertas artes culinarias y los rudimentos de curas y emplastes con los que procuraba aliviar los frecuentes problemas sanitarios con los que llegaban los huéspedes.

    Pero los tiempos seguían cada vez más duros; las alcábalas y los impuestos que el Rey y los nobles castellanos imponían a sus súbditos eran muy onerosos. El Imperio era un voraz e insaciable devorador de oro y las arcas de aquella aristocracia se vaciaban con presteza. Aunque procuró ajustar sus gastos y hacer todas las economías que pudo, en detrimento de la calidad de sus servicios, lo que le acarreó no pocos conflictos con sus clientes, avisados de la espléndida índole de los servicios de la “Venta del Catalán”, como había dado en llamarse, las deudas fueron acumulándose. Los prestamistas judíos endurecieron grandemente las condiciones de sus préstamos. Finalmente, apareció la peste negra que ya estaba diezmando gran parte del país. Abelard había ido aumentando en años, lo cual unido a la vida tranquila y sedentaria que el trabajo en la venta le había permitido en aquellos años de ventura, le hizo perder parte de su natural entusiasmo y energías. Pensó que el final había llegado.

    Por edad y convicciones la opción de enrolarse en los Tercios ya no era válida. Madrid, que era la cloaca de los reinos, no le ofrecía ningún atractivo. Mucho menos Sevilla, a pesar de todo el oro que llegaba de las Américas. Las Américas; conocía muchas historias que narraban los viajeros al amor de los fuegos invernales sobre gentes que se habían arriesgado a cruzar la mar océana. De muchos no se se supo nunca nada más; murieron o no regresaron. De otros se contaban maravillas; volvieron acaudalados señores, algunos hasta con blasones nobiliarios. Por otra parte las deudas aumentaban y los usureros judíos le apremiaban para los pagos. La venta languidecía de sus esplendores; apenas llegaban viajeros y de ellos algunos se marchaban sin pagar. El pillaje y la ruindad eran frecuentes. Ni la Santa Hermandad, con sus alféreces corrompidos y mal pagados, podía restablecer un orden que estaba disolviéndose en anarquía.

    Abelard acudió a sus amigos los monjes de Santa María en busca de consejo y ayuda. Los buenos frailes, que también estaban sufriendo la apretura de los tiempos, le aconsejaron la marcha a América. Aún era joven, apenas cincuenta años, bien conservado; con su simpatía y don de gentes no le sería difícil encontrar acomodo en aquellas tierras nuevas. Siempre que estuviese ojo avizor permanentemente. Por su carácter abierto podía ser presa fácil de aventureros poco escrupulosos. Tampoco era hombre de espadas y, ese terreno, normalmente llevaría las de perder.

    Así que después de entregar sus enseres y propiedades a los judíos usureros para cancelar sus deudas, a lo que accedieron éstos refunfuñando y con perversas miradas, hizo su hatillo y emprendió, ahora él, el viaje por las ventas y posadas de aquel largo camino. América era su destino. De sus privaciones y penalidades hasta llegar al Nuevo Mundo la extensión de este relato no nos permitirá extendernos; sólo quienes estábamos interesados en su vida y sus andanzas llegamos a comprobar, suponiéndolo, que allí encontró fortuna, que vivió y murió en una lejana tierra que para muchos era más España y que fue feliz. Por la dorada California, por la noble ciudad de Monterrey y otros novedosos lugares encontramos huellas de su paso, del paso de un industrioso catalán que fue creando riqueza: “Rancho Amat”, “Amat Stores”, “Licores Amat, tequilas y pulques” y un sinnúmero de establecimientos con el marchamo de aquel apellido catalán, de Lérida, que aún perduran.

    No se si nuestros actuales gobernantes, de natural cicateros y envidiosos, estarían orgullosos de aquel precursor de emprendedores que hizo Marca España “avant la lettre”. Pero Abelard Amat nunca se sintió orgulloso de aquella patria, España, que le negó el pan y la casa arrojándolo al exilio. Los tiempos no han cambiado.
     
    #1
  2. Fulgencio Cibertraker

    Fulgencio Cibertraker Poeta adicto al portal

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    Querido en el Año del Señor de 1.645 la Ciudad de Zaragoza era la capital del Reino de Aragó que lo fue hasta el 1.707 (Me lo has hecho buscar) en que se disolvió, lo sé porque parece ser que anteriormente al descubrimiento Colon, fue protegido del de Medinaceli, ropa y cama incluida y que desembarcando Colon en Portugal lo cual a ojos de Fernando era un acto de traición, y los dos reyes Católicos regresando de Barcelona, coincidieron de verse en la casa del duque para ver que presentes traía del nuevo mundo y que hubo grandes fiestas para celebrarlo. Además el duque correspondiente al año que apuntas se caso con una alta dama de la Casa de Segorbe (Lo sé por lo del Pallars Subira, bueno a lo mejor me estoy liando con otro condado y con otra dama) constituyente del reino de Aragón, caso y cosa que anteriores ascendentes ya habían hecho varias veces con los Medinaceli. Sus descendientes muy colombinos (Apoyados desde el principio por Colon) tenían desde el puerto de Santa María sus bases comerciales y alguna fabrica de galletas para el viaje, asi que se llevaban a matar, los de Medina cheli, con la competencia, los de Medina Sidonia y eso que eran familia.
    Asi que el tal Abelard Amat no hizo marca hispana si no marca maña, que mas da.
    Parece ser que el famoso cuadro presentando a los indios emplumados aunque todos aseguran que fue en Barcelona allí no quedo constancia y si en Medinaceli, que digo yo, cual es el contubernio para preñarlo en el foro de sociopolíticos que les has llamado cicateros... ósea, flojos, eres demasiado benevolente, yo les digo Medi ocres de Media Nia.

    Saludos a todas.
     
    #2
  3. fabiolaselene

    fabiolaselene Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Buenas tardes
    Tanta letra bonita con historia es digna de leer mientras me tomo mi café y si quiere acompañarme tengo de sobra
    Gracias por compartir y enseñar.
    Un saludo
     
    #3
  4. Pessoa

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    Hola, Fulgi: a pesar de tu abrumadora erudición que dejas explícita en el comentario, mi relato no pretendía acercarse a hechos históricos. Al bueno de Abelardo nada le importaban ni los duques de Medinaceli (ya tuvieron suficiente homenaje en el Quijote cervantino) ni nada parecido. Sólo quería prosperar y ganarse honradamente su sustento, cosa harto difícil en aquella España que, como en la actual, tan difícil se lo ponían a la gente joven. Es una visión irónico-melancólica de aquellos tiempos y mi admiración por los que fomentan las actividades gastronómicas, a las ue soy tan aficionado. Tuyo affmo. s.s.,
    miguel
     
    #4
    A Javier Alánzuri le gusta esto.
  5. Pessoa

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    Agradecisímo quedo, querida Fabiola, por tu ofrecimiento a compartir café e ideas mientras lees mi "Abelard Amat". Puedes imaginarme a tu lado. Además soy un buen "cafetero" y aprovecho cualquier oportunidad para degustarlo; así que si además en es tan grata compañía, vuelo virtualmente a tu lado. Gracias, querida amiga,
    miguel
     
    #5
  6. fabiolaselene

    fabiolaselene Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Gracias por tus amables palabras
    Hasta otra ocasión
     
    #6
  7. Fulgencio Cibertraker

    Fulgencio Cibertraker Poeta adicto al portal

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    Estamos en sociopolíticos, no, pues allá vamos, difícil para los jóvenes, los mayores desempleados, obligados a emigrar o con salarios de miseria. Difícil para los mayores, o muertos abandonados, con raquíticas pensiones, que tienen que cuidar de sus nietos, alimentarles con su pensión o les aumentan la imposición de impuestos a los planes de pensiones. Difícil para los adultos, con la espada de Damocles, de los Ertes, ahora pasados a Eres, despues al paro y con eso dar de comer a familia o de los que se siente responsables.
    Vamos que ABELARD AMAT estaba mejor que en brazos.
    Salud camarada.
     
    #7

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