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Adán II

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por jgsaiz, 9 de Junio de 2009. Respuestas: 0 | Visitas: 556

  1. jgsaiz

    jgsaiz Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    9 de Junio de 2009
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    Una luminosa tarde de primavera –acaso irrepetible–, Adán sesteaba tumbado sobre la hierba, en una zona umbría de la orilla. Rodeado de pinos y eucaliptos. Embriagado por el olor a campo, a río; por la fragancia invicta de las flores, del romero, de la jara, del espliego… de mil aromas que saturaban el aire cabalgando a lomos de una ligera brisa… Arrullado por el trino de las aves, por el murmullo del agua, por el canto persistente de la cigarra; transportado por la voz de Billie que desnudaba su alma, una vez más, cantando al otoño en N.Y, al claro de luna en Vermont: un detalle impagable de su emisora favorita para completar aquella tarde singular, perfecta….
    La paz y el sosiego reinaban en aquél bucólico microcosmos: un paraíso inadvertido en la grandiosidad de un Universo muy suyo, poco accesible.
    De pronto, cesó la música que fue groseramente sustituida por un chisporroteo desagradable y por la voz alterada de un locutor tartamudeando las últimas novedades: al parecer, hacía apenas unos instantes, un asteroide de colosales dimensiones había estrellado su destino contra el nuestro, justo en las antípodas, en Nueva Zelanda.
    Calculaban los científicos que la destrucción total, avanzando presurosa desde el epicentro del impacto, rebozando confines, circunvalando el planeta en un abrazo mortal, alcanzaría el país en quince minutos escasos.
    No había nada que hacer, sentenciaban.
    Adán no se inmutó, permaneció en la misma postura, inalterable.
    Consumió seis minutos realizando un somero análisis de su existencia:
    escueto debe y haber.
    Generoso, se calificó a si mismo en aquel apresurado examen final con un siete.
    Sin otra cosa que hacer, ni mejor, ni peor, se entretuvo recitando en baja voz versos de sus poetas favoritos; cuando llegó donde dice Rilke “ Y éstos son los deseos: quedos diálogos de las horas cotidianas con la eternidad…Y eso es la vida. Hasta que de un ayer suba la hora más solitaria de todas…” algo llamó su atención: el silencio, un estruendoso silencio que había reemplazado el anterior concierto vital…
    Levantando la cabeza, observó con relativo interés los horizontes.
    Dos negruras amenazadoras, una por cada lado, avanzaban hacia él precedidas por un espectacular despliegue de centellas y relámpagos. Las chispas eléctricas zigzagueaban intermitentes en el espacio… La rúbrica de Dios, pensó Adán…
    Lo último que pudo ver, un momento antes de que las dos obscuridades, clausurando una época, sellando el futuro, coincidieran justamente sobre donde permanecía tumbado, fue un cuadro de sobrecogedora belleza: una deslumbrante tajada de cielo azul destacando sobre un fondo tenebroso: adecuado final para un mundo despistado que nunca fue mejor, se dijo…
    Y una postrera ocurrencia, antes de hundirse en la nada: qué ironía… su propio nombre…
    Luego, de nuevo la paz y el sosiego: ahora, en silencio…
    En definitivo silencio.
    Transcurrieron unos momentos…

    ¡Pero… algo no cuadraba…! ¡Continuaba pensando…! ¡Seguía consciente…!¡Y no debería ser así…! ¡Debería estar muerto…! Era lo más razonable…Con sumo cuidado, abrió los ojos… poco a poco… Estupefacto, comprobó que la tajada de cielo azul permanecía, terca, firme, arriba, en su vertical… separando las dos oscuridades como un extravagante muro de contención…

    Ahora sí se incorporó Adán.
    El espacio de claridad que separaba ambas oscuridades mediría dos metros escasos de anchura.
    Justo donde él estaba tumbado se había detenido, inconcebiblemente, la destrucción total que referían los científicos.
    ¡Agoreros…! No era tan total, por lo visto, se dijo, con suma cautela…
    Por hacer algo, avanzó un paso hacia la oscuridad de su izquierda…
    Y, ¡sorprendentemente!, ésta comenzó a retroceder según él avanzaba…
    Avanzó otro… dos…tres… con idéntico resultado:
    ¡La negrura, dócil, se replegaba ante su avance…! Ya eran ocho o diez metros los que separaban ambas oscuridades…
    De alguna insólita manera, él tenía poder sobre aquella variable situación…
    Pero, resultaba absurdo… aunque, quizá no… Quizá su nombre, se le ocurrió de pronto, tuviera algo que ver con aquel despropósito…
    Y se sintió extrañamente confiado.
    Se preguntó, mientras avanzaba y la oscuridad retrocedía, obediente, cuánto tiempo tardaría en recorrer el planeta, caminado siempre en la misma dirección, hasta reaparecer por el horizonte que ahora quedaba a su espalda, finalizando así un trabajo de limpieza que se le antojaba inevitable.
    Calculó que mucho.
    Tal vez demasiado.
    Pero tampoco tenía gran cosa que hacer: en realidad, disponía de todo el tiempo del mundo.
    Y se alejó, con las manos en los bolsillos, silbando pensativamente una melodía, en dirección a un horizonte que siempre resultaría inalcanzable…
    como el entrañable protagonista de aquel añorado cómic… ¡tan querido...!
    Instaurando, eso sí, la luz a su paso.
     
    #1

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