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Ahora, que ya no sé ni qué pretendo

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Asklepios, 27 de Octubre de 2025 a las 4:26 PM. Respuestas: 0 | Visitas: 26

  1. Asklepios

    Asklepios Incinerando envidias

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    Ahora, que ya no sé ni qué pretendo, tampoco encuentro, -es extraño-, nada que preguntar, nada que pedir, nada que exigir…

    Es sentir la invasión de la nada más total; un vacío que, incrustándose en mis adentros, va anestesiando, adormeciendo, las escasas posibilidades de poder reaccionar… y me dejo llevar; me dejo abducir por lo que sea que es, pues lo desconozco. Y así, dejo hacer, hasta quedarme profundamente dormido.

    Al despertar, vibra desde el interior de mi cuerpo un cansancio acogedor, una fatiga que no se quiere ir. Llega a ser algo tan incómodo, que no puedo más que reaccionar. Salgo de la cama directo a la ducha. Primero, agua templada, un poco más caliente hasta casi aburrirme y, de repente, cambio de temperatura hacia lo más frío que la instalación me puede ofrecer. Aguanto, aguanto y, cuando estoy a punto de salir huyendo, me siento mejor que antes. Disfruto un par de minutos y cierro el agua. Me seco el cuerpo despacio. La suavidad de la toalla recorre mi cuerpo, y no me olvido de nada por secar antes de dejarla caer al suelo, y fijarme en mi desnudo reflejado en el espejo hasta que logro identificarme. Mentalmente me repito: “Te conozco. Eres yo”, hasta quedar totalmente convencido de que es así.

    Estoy de vacaciones y todas mis amistades están trabajando. No tengo, en concreto, nada que hacer, ninguna obligación, nada pendiente que resolver, y por eso, me dedico parsimoniosamente a ponerme ropa interior y cubrirme con un ligero albornoz. Ni sé cuánto pude tardar, pero algunos minutos más de lo normal, seguro.

    Decido desayunar, manteniendo ese ritmo pausado que a punto estuvo de ponerme a bailar con pequeños saltitos a la orden de una música imaginaria que corté violentamente. No me veía bailando. Y menos a pequeños saltitos. No quiero saber qué hora es y me niego a mirar el reloj del salón, además de apagar el vicioso móvil, por si acaso. Termino el desayuno; dejo la loza utilizada en el fregadero. “Ya se fregará”, me dije, mientras dirigí mis pasos hacia la comodidad del nuevo y muy cómodo sofá, adquirido hace pocas fechas. Allí retomo, de manera extrañamente voluntaria ¿?, lo sentido el día anterior, e intento comenzar algo así como su “análisis”. Sé, que esta manera de actuar, no es la primera vez que me ocurre, ni mucho menos. Se está convirtiendo en algo más que habitual, y es algo que, hasta cierto punto, me asusta. Y digo, “hasta cierto punto”, pues la situación en sí, no es que me asuste tanto. Creo, incluso, que llego hasta sentirme cómodo. Sobre todo, cuando estoy solo y dejo al tiempo correr sin padecer el más mínimo contratiempo.

    Lo que me hace reaccionar: las ganas de comer. Mientras improviso con lo que me voy encontrando, pienso. Pienso en lo bien que estoy en soledad, que nada, ¿o sí?, tiene que ver con eso de la sociopatía. Es más, me llevo tan bien conmigo mismo, que ni se me ocurre negarme a discutirme lo que sea, según el caso y la situación. Qué divertido es a veces. Es algo muy recomendable de hacer. Todo el mundo debería probarlo alguna vez en su vida. Y no digo más.

    Permítanme que me retire. Quisiera, ahora, de verdad, estar solo. Con Dios.
     
    #1

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